miércoles, mayo 31, 2006

VALERIAN I Y II

Hace un par de años, en la popular calle Donceles de México D.F. encontré un puñado de tebeos de Alix y Valerian en una catacumba. Digo que era una catacumba porque la calle Donceles es la calle de las librerías de viejo del Distrito Federal, pero no estamos hablando de cualquier librería de viejo. Estamos hablando de grandes y antiguos caserones transformados en librerías de segunda y tercera mano, antros donde las estanterías llegan a un altísimo y lejano techo, librerías donde todos los libros están milagrosamente ordenados por autor y orden alfabético y donde puedes encontrar verdaderas gangas, pero donde una primera edición Aguilar de las Obras de Shakespeare no te baja, compadre, de los 500 dólares. Una calle rara, pululada por multitud de aves de variado pelaje hurgando en los libreros desbordados o en las mesas repletas de montañas de papel viejo ante la atenta mirada de dependientes con el visaje torcido con los que no se regatea el precio y que, si pudieran, te estrangularían en la trastienda y te convertirían en albóndigas para el almuerzo. En uno de esos caserones, en un recinto tan estrecho que alguna vez debió de ser una alacena o un baño, olvidados y dormidos sobre un anaquel y recubiertos de una capa espesa de polvo de años, encontré unas ediciones en francés de siete álbumes de Valerian, agente espacio-temporal, y dos Alix de Jacques Martin. Y una rareza desconocida para mí: el álbum Los guerrilleros, de Jesús Blasco, editado en 1972 por Editorial Pala como número 1 de su colección Años de Oro. ¿Es necesario decir que los compré?
Viñeta de Les mauvais Reves.
El primer álbum de la serie Valerian fue Les mauvais rêves, historieta editada entre 1967 y 1968 en la revista Pilote y sólo fue editada en álbum en 1983 (es uno de los tomos que conseguí en la catacumba defeña). El primer álbum oficial de la serie es La cité des eaux mouvantes (en español La ciudad de las aguas turbulentas), una obra donde todavía el dibujo de Meziéres no se despliega con toda su madurez, una madurez que artista y serie fueron desarrollando paulatinamente. Hay que tener en cuenta que Les mauvais reves era un álbum excelentemente dibujado, pero con un trazo excesivamente caricaturesco, y durante los años siguientes Meziéres y Christin fueron modificando su obra haciéndola crecer en madurez a medida que crecían los propios lectores de Pilote, una revista que a partir de los hechos violentos del mayo francés de 1968 pasó de ser una revista juvenil a una publicación para adultos, por lo que todas sus series sufrieron un replanteamiento de contenidos y de estilos. Les mauvais rêves no es un mal cómic, pero el abismo que existe entre este primer Valérian y los siguientes hizo que el tebeo quedase inédito en álbum durante quince años seguidos y sólo fuera publicado dentro del tomo homenaje que la editorial Dargaud dedicó al dibujante: Meziéres, y donde además de esta primera aventura aparecen otras historietas cortas de distinto calado y origen.

lunes, mayo 29, 2006

FICHAS TOUTAIN XXI: WILL EISNER

Will Eisner, recientemente fallecido, es tan sobradamente conocido por los aficionados al medio que no necesita ninguna clase de presentación por mi parte. Si es que hay alguien que llega a esta bitácora y no le conoce, encontrará en la red multitud de páginas sobre su obra y no menos representaciones de su trascendental arte. Yo conocí a Eisner a mediados de los 70, gracias a Garbo Editorial, que nos trajo a España la revista mensual Spirit, llena de las historias, literaria y gráficamente revolucionarias, del personaje del antifaz que vivía bajo el cementerio de Central City. Aquellos tebeos, que mi madre me compraba rebajados en un tenderete de la calle Platería, son todavía parte de mi colección, y los atesoro con un cariño. El arte de Eisner me deslumbró a los nueve o diez años, y todavía hoy, además de The Spirit, su sorprendente evolución y su impulso del concepto y formato de novela gráfica son dignos de toda alabanza. Narrador superdotado, Eisner proclamaba a los cuatro vientos la gran verdad de que el tebeo no es inferior a la novela, y guiado por esta idea, no sólo produjo gran parte de la mejor cuentística americana del medio siglo con los relatos cortos de Spirit, sino que obras como Contrato con Dios, Dropsie Avenue o El soñador nada tienen que envidiar a la literatura sin dibujos, un arte narrativo y muy literario que puede darnos la sorpresa, a tenor de su más reciente y adulto desarrollo, de convertirse en el arte del siglo XXI. La ficha de hoy fue escrita por Javier Coma, autor de un libro imprescindible sobre Spirit, El eSpiriTu de los cómics (Toutain Editor, 1981).


Clicar sobre las imágenes para ver a mayor tamaño. Estas fichas fueron publicadas en la tercera de forros de cada fascículo de la Historia de los Cómics (Toutain Editor, 1982) y no han vuelto a ser reeditadas desde entonces. El © de los textos e imágenes pertenece a sus respectivos autores. Estas fichas se publican aquí con intención exclusivamente divulgativa y educativa.

viernes, mayo 26, 2006

FICHAS TOUTAIN XX: RUDOLPH DIRKS

Antecedente directo de los celebérrimos españoles Zipi y Zape, los Katzenjammer Kids fueron obra del gran Rudolph Dirks. Dos pilluelos, uno rubio y el otro moreno, que vivían sólo para perpetrar divertidas gamberradas contra el Capitán y el Inspector, figuras bufonescas y burla mordaz del principio de autoridad. Como puede leerse en la fichita Toutain redactada por Salvador Vázquez de Parga, la serie dio origen a un pleito con curiosa resolución, y, durante la II Guerra Mundial, a un no menos pintoresco cambio de nombres. Quienes comenzamos a leer tebeos a principio de los años 70 en España pudimos ver estas aventuras publicadas por Buru Lan junto con Carlitos (Charlie Brown) bajo el nombre de Los Cebollitas. Otro clásico de épocas remotas que habría que recuperar (y van…).

Clicar sobre las imágenes para ver a mayor tamaño. Estas fichas fueron publicadas en la tercera de forros de cada fascículo de la Historia de los Cómics (Toutain Editor, 1982) y no han vuelto a ser reeditadas desde entonces. El © de los textos e imágenes pertenece a sus respectivos autores. Estas fichas se publican aquí con intención exclusivamente divulgativa y educativa.

martes, mayo 23, 2006

RECORDANDO A FEDERICO FERRO GAY EN SU CUMPLEAÑOS

Hoy, 23 de mayo, Federico Ferro Gay (1926-2006) hubiese cumplido 80 años. A pesar de ser el Día del Estudiante (las instalaciones de la universidad estaban cerradas), el profesor Antonio Muñoz consiguió permiso para recordarle en este día que no alcanzó a ver. En los salones de Centro Cultural Universitario hemos compartido un pastel y unos cafés con quienes estuvieron más cerca de él estos últimos años. Entre ellos se encontraba también su viuda y algunos estudiantes. Para tener más viva su presencia (que todavía flota en el ambiente del Instituto donde impartió sus clases) hemos visto un par de veces el documental que sobre su persona se rodó para el homenaje que la Universidad le dedicó hace un par de años. El texto que les presento a continuación fue publicado la semana pasada en el número monográfico que le dedicó la revista Semanario. Se trata de aquel texto con el que tanto estuve batallando. Aprovecho para subsanar algunos errores. La foto que encabeza estas líneas fue tomada por Gabriel Cardona, de El Diario, en 2000. En primera línea, Ferro; al fondo, el filósofo Adrián Rentería.

Federico Ferro Gay: Sit Terra Tibi Levis.

El final de las vacaciones de Semana Santa nos trajo la noticia del ingreso del maestro Federico Ferro Gay en un hospital de la ciudad de Chihuahua, adonde había viajado para ponerse en manos de su doctor de confianza. El maestro no lo supo nunca, pero el cáncer ya había invadido todo su gran cuerpo de octogenario, de superviviente de tantas batallas y de la misma posguerra mundial, y el martes 3 de mayo nos llegó la desoladora noticia de su muerte.

Federico Ferro murió como había vivido: enseñando. Con frecuencia le pedían desde la coordinación de Literatura: "Maestro, ya se ve muy cansado… Deje una materia, al menos uno de los cursos de Latín" (el maestro Ferro, con casi ochenta años, impartía por voluntad propia cuatro asignaturas durante este semestre que aún no termina), y él respondía siempre, de manera categórica que no admitía discusión alguna: "No me quiten Latín. Si me quitan Latín, me muero". Y así fue. Yo, que le conocí un poco, sabía del valor emblemático que para él tenía la clase de latín, un idioma que tanto le costó aprender en su infancia y adolescencia y en el que, me había confesado, no había sido el mejor estudiante de la clase. La muerte le sorprendió con la guardia baja y a traición, internado en un hospital alejado de las aulas y del latín que le alargaba la vida. Hubo algo de fatum en ello, de conspiración de fuerzas mayores. A pesar de que Ferro Gay ya estaba en una edad en la que el ideal de vida, dicen, consiste en levantarse tarde y disfrutar lo más posible del calor del sol y de la brisa marina de cualquier playa, Ferro Gay disfrutaba compitiendo con el sol en madrugones para impartir sus clases de latín, de filosofía griega y medieval, sus irrepetibles cursos sobre Dante, Dostoievsky o la Biblia.

A Federico Ferro Gay el Viento lo trajo a México, como ha traído a tantos. Le tocó vivir la II Guerra Mundial, y educarse en las aulas donde se les inculcaba el triunfalista discurso oficial de Mussolini, quien soñaba con el renacimiento de una Italia imperial. El Duce, personaje desmedido y hasta estrafalario, que llegó a ser tan querido por los italianos, era recordado por Ferro Gay con un sarcasmo no exento de cierto grado de simpatía. Huérfano de padre desde niño, y de madre desde muy joven, sin hermanos y sin más familia que unos primos, Ferro Gay pasó hambre y calamidades para sobrevivir en la terrible Italia de la posguerra, en aquellas Génova y Turín desoladas. Trabajaba en un banco después de haber concluido sus estudios universitarios en Letras Modernas y cursar algunos cursos de Teología. No era feliz en un banco aquel hombre gigante y sensible que leía con fervor a Séneca y a los trágicos griegos. El Viento puso en su camino cónsul general de México en Italia, y éste le dijo: "Márchese a México, Federico. Allá está todo por hacer".

Nunca conocí a Ferro Gay como profesor. Todo lo más, asistí a algunas conferencias magistrales que luego han sido editadas, y he ido haciéndome poco a poco con casi todos sus libros. Es por ello que sobre todo puedo hablar de Ferro Gay como querido colega. Le conocí nada más llegar a Ciudad Juárez. Alguien le comentó que había llegado a este desierto un español con estudios en Filología Clásica, y enseguida quiso conocerme. El encuentro tuvo lugar por fin a principios de 1995, en la torre de Rectoría de la universidad. Me sorprendió encontrar a un hombre de edad provecta y estatura gigantesca humildemente instalado en un zaquizamí contiguo al despachote de un jefazo universitario. Sus objetos personales eran pocos, y parecían de juguete contrastados con su cuerpo enorme: una máquina de escribir (Ferro abominó siempre de las computadoras y enarcaba escépticamente una ceja cuando alguien le mencionaba internet) y algunos libros, pocos, sobre los que en aquel preciso momento se hallaba trabajando. Destacaba una antigua edición del Corpus Iuris Civilis, obra de la cual extraía fragmentos para la primera colaboración que tuve con él: la Antología bilingüe del derecho romano. Ferro, a pesar de su edad y del estatus de que gozaba de leyenda viva (había sido fundador de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Chihuahua, de la que estaba pensionado y era profesor emérito, y también había sido profesor en la University of Texas at El Paso) era un hombre afable y sencillo que se restaba méritos continuamente, pero que tampoco los concedía fácilmente a cualquiera. Senequiano convencido, su forma de pensar y de actuar no sólo no demeritaban al mismo Séneca, sino que bien hubieran podido darle lecciones de senequismo al mismo filósofo cordobés, ya que Ferro cultivó durante toda su vida la integridad y congruencia entre sus palabras y sus actos. Mi primera colaboración con él consistió en la supervisión de sus traducciones, y en la traducción propia de las leyes de las XII Tablas, un texto antiquísimo que no comprendíamos bien por su arcaísmo. Fueron pequeñas colaboraciones que Ferro me pidió por generosidad, no porque realmente las necesitara, colaboraciones que otros profesores de renombre hubiesen usado para acrecentar su currículum o su vanidad. Ferro no sólo consiguió que la universidad me pagara por ello, sino que además me hizo coautor del libro, halago sin duda inmerecido pero que dejaba bien a las claras dos de sus grandes virtudes: una total ausencia de vanidad y una generosidad como nunca he visto en el mundo académico, lleno de profesores de universidad que reciclan o aprovechan el trabajo de estudiantes o colaboradores eventuales sin darles crédito por ninguna parte.

Ferro Gay llegó a impartir sus clases dentro de la carrera de literatura como un favor personal ante la insistencia de Ysla Campbell, amiga suya y esposa del entonces rector, Rubén Lau. Venía desengañado de los estudiantes de la carrera de Derecho, pero el ambiente de Literatura le gustó y ya nunca quiso abandonarnos. Ferro Gay, que nunca tuvo oficina en las dependencias de Literatura, tenía dos destinos fundamentales al llegar al edificio: la oficina de la coordinadora y la mía. Fueron muchos años de charlas amigables, donde ambos llegamos a conocernos bien y a respetarnos mucho más. Decía por eso que nunca conocí al profesor Ferro Gay, y cuando veía su rostro crispado y los ojos casi centelleantes en las fotos que le tomaban (odiaba las fotografías y los aplausos, y acogía ambos de mala gana) no reconocía a mi amigo Federico, ese hombre irónico y hasta socarrón, con gran sentido del humor, un italiano venerable y sabio con quien platicaba tan seguido, compartiendo café y fumando deliciosos cigarrillos que llenaban mi oficina de humo (Ferro bromeaba siempre sobre el tema del tabaco. Argumentaba que no había nadie más intransigente que un no fumador, ya que, aseguraba, a él no le molestaba que alguien fumase a su lado, pero los no fumadores demuestran su intransigencia protestando ante el hecho de que los demás fumen). Hablábamos mucho, siempre de los estudiantes, pero también de filosofía, de literatura, de sus recuerdos de los tiempos de Mussolini, de su fascinación por Dostoievsky y los trágicos griegos, a quienes releía continuamente, pues el maestro ya había entrado en esa edad de la vida en que, dicen, se lee poco y se relee muchísimo. Y añoraba mucho Italia. Algún año que otro se escapaba durante las vacaciones de Semana Santa y viajaba a su país, de donde regresaba revitalizado: "¡Estuve en la madre patria! -me comunicó una vez con verdadero alborozo- ¡No hay nada más grande que eso!". Muchos años antes, desgraciadamente, se frustró su sueño de regresar a Italia para vivir allí sus últimos años, pues una devaluación económica redujo su pensión de la Universidad de Chihuahua a una cantidad demasiado modesta para regresar a su Génova natal. Ferro y yo compartimos muchos cafés y cigarrillos, demasiados para poder condensar aquí, en sólo unas pocas líneas, tantas horas de risas, de pláticas y de camaradería.

Colaboré con Ferro Gay en dos proyectos, el segundo de los cuales fue el Curso elemental de latín. Mentiría si dijera que merecía compartir créditos de autoría con él. Mi colaboración fue, salvo en algunas partes muy concretas que sí redacté, una lectura meramente apreciativa que siempre valoraba, como no podía ser menos, con un nihil obstat. Sin embargo, ya he dicho que la generosidad era una de sus mayores virtudes. Cualquier buen conocedor de Ferro Gay debería leer su Curso elemental de latín como si de un ideario secreto se tratara, pues en su libro encontrará su fervor por la Biblia, su profundo amor por los filósofos presocráticos y por Séneca, sus frases teñidas de tierna cotidianeidad del día a día de la enseñanza, su rendida admiración por la Primera Catilinaria ciceroniana, su pulcra metodología… Ferro Gay fue un maestro de tiempo completo que no concebía su vida lejos de las aulas. A tal extremo llegaba su compromiso por la enseñanza que sintió vergüenza de que morirse le impidiera concluir sus cursos de Latín y de Literatura Italiana. Por eso fue su deseo que antes de la cremación su féretro fuese transportado hasta el salón de clase que ocupaba hasta el momento en que Láquesis supo cuándo cortar el hilo de su vida y ganar la batalla que al final todos hemos de perder, pues toda vida es una navegación que concluye en naufragio. Pareció haber seguido la máxima que las mujeres espartanas repetían a sus hombres cuando partían a la batalla: "Sólo vuelve con tu escudo, o sobre él". Volver sin el escudo de cuerpo entero implicaba haberlo arrojado en la huída; volver sobre el escudo implicaba volver para las exequias. Rodeado de compañeros que le queríamos y estudiantes que le veneraban y acariciaban su féretro con el cariño con que hubieran deseado abrazarle por última vez, Ferro de cuerpo presente nos recordó algo que yo aprendí de él y que, cuando me dejan, cumplo a rajatabla: que sólo una razón de fuerza mayor debe impedir el momento en que un profesor se reúne cada día con sus alumnos en el salón de clase: la clase es tan sagrada como la misa en las iglesias, y así debió de ser en los lejanos tiempos en que las universidades nacieron en la Europa medieval como una alternativa universalista y científica para encontrar las respuestas que la Iglesia y la religión no podían satisfacer.

Ahora que Ferro ya no volverá a impartir sus cursos, podemos decir que el hombre ha muerto, pero ha nacido la leyenda. Cuántas veces se ha dicho esto de alguien, y cuántas veces como ahora ha sido verdad. Por deseo propio, sus cenizas serán vertidas en el Mediterráneo, ese mar de los mitos y de las historias, y se hundirán entre las dulces olas del ponto vinoso de su Génova natal.

Federico amigo: añoraremos tu presencia de gigante que no cabía en los rincones donde te escondías por humildad. En lo personal, también extrañaré tu busto de cónsul romano y tu poderosa voz de orador. Es por esto que ahora te digo "hasta la vista" con las palabras que durante siglos fueron tradicionales entre tus antepasados itálicos: Sit Terra Tibi Levis. Que la tierra te sea leve.

Ricardo Vigueras Fernández.
Ciudad Juárez, a 9 de mayo de 2006

domingo, mayo 21, 2006

APARECE TARTESSOS II Y ESTRENA BLOG

Esto de vivir tras las turquesas cortinas del continente donde se edita la mayor parte de los grandes cómics a veces es cargante. Tiene sus ventajas, por supuesto, pero la búsqueda de la vida le conduce a uno a donde el Viento quiere más de lo que uno hubiera querido para su vida. Entre las buenas noticias que me llegan del otro lado del charco se encuentra que he recibido en casa (de mis papis queridos) la edición en bolsillo de Cuando la noche obliga, de Montero Glez, un escritor fundamental de la nueva narrativa española, que además tiene una interesante bitácora. Que he recibido dos ejemplares de la revista Trueno, número 2, donde publico un artículo sobre la ceguera eventual del Capi, con todas sus implicaciones simpáticas y culturetas. El artículo que siempre quise leer sobre el Capitán Trueno (o, más bien, en esa línea de ciencia-poesía que tanto practicó Robert Graves). Que ya se ha publicado un libro homenaje editado por La Busca Ediciones, donde saco otro artículo sobre el Capitán Trueno y el pan caliente (cosas que tienen las asociaciones infantiles clavadas como dagas en la memoria).

Y que ha salido el número dos de Tartessos, escrito por Santiago Girón y dibujado por ese monstruo bueno y andalú que es Paco Nájera. No puedo opinar sobre este segundo número, pues todavía no lo he tenido en mis manos, pero por las muestras que he visto del mismo, merece la pena, mucho más de lo que merecía la primera entrega, La ruta del estaño, que por cierto, no era poco. Tartessos es una serie que recupera en clave de humor y aventuras para toda la familia el pasado histórico de la España del mundo antiguo, una apuesta llena de fuerza y frescura. El segundo volumen de la serie se titula La espada de Crisaor, de nuevo lo edita Almuzara y merece ser un éxito de ventas, no sólo como lo fue el primer tomo, sino mucho más. Se trata sin duda de un trabajo elaborado y meritorio cuya lectura recomiendo ampliamente. Por cierto, Tartessos ha estrenado bitácora, que puedes mirar clicando aquí.

jueves, mayo 18, 2006

FICHAS TOUTAIN XIX: BILLY DeBECK

Antes de que existiera el famoso buscador Google, existió el famoso buscavidas Barney Google. Creación de Billy DeBeck, fue una de aquellas series pioneras de la daily strip que retrataban de manera sarcástica y cariñosa al americano de extracción humilde, un paleto de la gran ciudad que produjo momentos más que hilarantes cuando su autor le puso a dar vueltas por el mundo. Es ciertamente de antología una dominical (publicada en Toutain, Historia de los Cómics I, p. 67) en que Barney, muerto de hambre y sin un cinco en Venecia, esconde cinco palomas de la Plaza de San Marcos bajo su abrigo y se las come asadas en la habitación del hotel. Tan famoso como él se volvieron su caballo Spark Plug como su criado negro Sunshine (personaje políticamente incorrecto hoy día) y, con posterioridad, el borrachín Snuffy Smith. Su amor por Spark Plug fue la causa de que esposa e hija le abandonaran y comenzasen las calamitosas y errabundas andanzas de la pareja. La serie, que comenzó en 1919 como tira cómica autoconclusiva, pronto adquirió una continuidad del día a día cuando la continuidad se volvió costumbre en los cómics de prensa usacas. Es otra obra maestra a recuperar que yace en el olvido. De momento, los amantes de estas curiosidades tienen la suerte de divertirse con un álbum en línea que recoge 46 tiras diarias escaneadas con muy buena calidad. El enlace, abajo. En esta ocasión, la fichita Toutain fue escrita por el gran estudioso Salvador Vázquez de Parga.
Clicar sobre las imágenes para ver a mayor tamaño. Estas fichas fueron publicadas en la tercera de forros de cada fascículo de la Historia de los Cómics (Toutain Editor, 1982) y no han vuelto a ser reeditadas desde entonces. El © de los textos e imágenes pertenece a sus respectivos autores. Estas fichas se publican aquí con intención exclusivamente divulgativa y educativa.

martes, mayo 16, 2006

MAIGRET Y LA MUCHACHA ASESINADA

Pocas lecturas mejores para desengrasar que una novelita de Georges Simenon (1903-1989), ese autor mítico de la novela policiaca francesa que escribía una novela por mes, a razón de capítulo por día; cuando finalizaba la redacción de una novela completa (que venía a tener entre siete y nueve capítulos) dedicaba el resto del mes a pensar en su siguiente novela y a fornicar con multitud de prostitutas y con todas las mujeres que se dejasen (incluidas su esposa y su criada; con ésta última hacía el amor todas las tardes hasta la vejez de ambos). Simenon fue el Lope de Vega de la novela policiaca, un monstruo de la naturaleza que no sólo escribía mucho, sino que escribía muy bien. Yo creo que sus contemporáneos no llegaron a asimilar tanta novela. A pesar de que todo Simenon era recibido entre aplausos, tanto por parte de la élite intelectual (André Gide, Henry Miller…) como del común vulgo, no creo que hubiera nadie que pudiera asimilar tanto Simenon con tanta frecuencia. Simenon escribió, a grosso modo, dos clases de novelas: las protagonizadas por el comisario Maigret, y las otras. El gran éxito de su tiempo fueron las de Maigret, que se siguen publicando con frecuencia, pero hoy día llama sobre todo la atención ver cómo las novelas no protagonizadas por Maigret se siguen editando en ediciones caras como si estuviesen recién escritas. Es el caso de las que edita Tusquets. Simenon, y a ello iba, fue un hombre que dejó producción literaria para dos vidas, y ahora que está muerto, sigue publicando y ganando batallas como el Cid Campeador.

Hace unos años, en un mercadillo en Murcia, encontré a muy bajo precio 32 novelas de Maigret y las compré todas. Ya entonces era aficionado a este comisario parco en palabras, un hombre de mediana edad acompañado de su inseparable pipa y degustador de la comida popular francesa. Da gusto seguirle en sus casos y cavilaciones, meterse con él en las fonditas donde saborea sus pernods y vinitos blancos, verle telefonear a la Casa Dauphine para que le lleven a comisaría bocadillos y cervezas con que meditar en sus casos o interrogar a un sospechoso. Y sobre todo, verle olfatear en los ambientes en que vivieron las víctimas o los victimarios, ponerse en su lugar y resolver el caso por medio de una empatía psicológica que fue revolucionaria en el género y que le granjeó fama mundial. Y cómo olvidar, claro, a la imprescindible señora Maigret, señora de su casa que siempre le tiene la comida caliente, aunque él no pueda llegar al hogar para calzarse las zapatillas, ponerse su bata y comer mientras medita en silencio sobre la condición humana. Leer a Simenón es imprescindible, siempre un placer. Siempre un análisis de la vida y la muerte de los humildes, de quienes muchas veces lo perdieron todo con el simple acto de nacer.

Y todo esto es porque durante este fin de semana (con lunes festivo, por ser, ja, el Día del Maestro) me he leído otro Maigret: Maigret y la muchacha asesinada. La historia desgraciada de una jovencita de provincias que llega a Paris para buscarse la vida y halla una muerte violenta que podía haberse evitado si el riguroso azar hubiese vuelto la mirada hacia otra parte. Y como secundario de lujo, el oscuro y triste inspector Lognon, conocido como Malasombra, un policia eficientísimo con injusta fama de torpe y de cenizo y una manía persecutoria que le impulsa a pensar que el mundo entero está contra él. En definitiva, otra gran novela de Simenon. Lo dicho, siempre un placer.

lunes, mayo 15, 2006

EL CAPITÁN TRUENO CUMPLE 50 AÑOS

Las alegres caras de Crispín, Goliath, el Capitán Trueno y Sigrid, dibujados por ese gigante del tebeo español que fue Angel Pardo me llenan siempre de optimismo y jovialidad. Me basta mirarles para que se me pase la tontera, la nostalgia o la amargura. Les conozco bien y sé que es así como hay que tomarse la vida: Always merry and bright!, como me enseñó mi tío Henry Miller cuando yo era sólo un adolescente.

El pasado domingo 14 de mayo, el Capitán Trueno cumplió cincuenta años. Viejo amigo desde la infancia (desde la infancia de muchos desde aquel lejano 1956), el Capitán Trueno adquirió desde su aparición una aureola de libertario que el tiempo ha convertido en mito. Creado por la fértil imaginación del escritor Víctor Mora y dibujado gráficamente (en sus primeros tiempos) por el gran artista Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambrós, el Capitán Trueno se ha convertido por mérito propio en el gran personaje del tebeo popular español, aquel que ha sido devorado por millones de españoles durante generaciones y que supo transmitir a sus lectores, de manera más o menos subrepticia, un enorme amor por la caballerosidad, el respeto, la tolerancia y la justicia, la libertad, el desprecio por los abusadores y los tiranos, el amor por la cultura y la ciencia, y tantas otras virtudes o valores que se encontraban más o menos secuestradas en la España de Franco en la que vio la luz, por primera vez, en aquel lejano 14 de mayo. Desde entonces, y esto merece ser subrayado, el Capitán no ha abandonado los kioscos y librerías de España, y cincuenta años después continúa cabalgando con su alto sentido de la ética y de la justicia, y sobre todo, con su carácterístico optimismo y buen humor. Por el camino ha pasado de todo, desde los 618 cuadernillos originales hasta las versiones refritas como Trueno Color (ésta sólo tuvo el mérito de aportar unas preciosas portadas pintadas por Antonio Bernal) hasta llegar a las que fueron las últimas aventuras originales publicadas por Planeta en los años 80 y posteriormente las detestadas dos incursiones en el personaje del inglés John Burns. No tuvo la culpa el inglés, sino el mismo padre de la criatura, Víctor Mora, con dos poco afortunados guiones que, intentando volver al Capi un personaje más internacional, desdibujaron las señas de identidad más caseras y tradicionales.
Portada de Ambrós para el cuadernillo 70 de la serie
Porque el Capitán Trueno se publicó y distribuyó en otros países, pero nunca tuvo el éxito que logró en España. En Francia, por ejemplo, no logró destacar en un mercado saturado de grandes obras de referencia dentro del medio, ni siquiera cuando sus aventuras estaban dibujadas por dos fenomenales artistas a quienes debemos buena parte de nuestra nostalgia: el ya citado Ambrós y el no menos grande Ángel Pardo. Las preocupaciones de Trueno, trasunto de los sueños de justicia y libertad de Víctor Mora, eran demasiado españolas, estaban demasiado inmersas en nuestro conflicto patrio, que apenas comenzaba a abrirse al mundo después del una guerra civil y una posguerra revanchista donde gobernaban precisamente aquellos a quienes Trueno más despreciaba: los fanáticos, los oscurantistas, los machistas, los retrógrados… Y luego estaba el humor, un humor blanco muy español, extrañamente definible, pero que sólo puede disfrutarse en España, un país que desde los tiempos de la novela picaresca ha congeniado drama, aventura y humor con gran fortuna, bastante ininteligible en otros países más melancólicos o dramáticos, o simplemente más severos o amargados.
Portada de Antonio Bernal para Trueno Color

Llevo leyendo toda mi vida El Capitán Trueno y mi deuda con él es grande, y no sólo con él, con el gordo y tuerto Goliath, con el chispeante y valiente Crispín, con la vikinga rubia Sigrid, reina de Thule… Con Trueno aprendí a leer, con Trueno construí mi primer vocabulario de palabras "domingueras", tan característico de la prosa pulida y cultivada de Víctor Mora: drakkar, fiordo, inexpugnable, iceberg, calumnia, batracio, etc… Sobre todo, Trueno me abrió la puerta del maravilloso mundo del tebeo o cómic, un arte que desde entonces no he abandonado y cuyo placer cultivo con el mismo entusiasmo con que cultivo la lectura de los clásicos grecolatinos o el visionado de películas antiguas. Un arte minoritario, sensible y precioso, que también procuro divulgar abusando de mi condición de profesor universitario (el próximo semestre toca otra vez mi asignatura Obras maestras de la narrativa gráfica). Trueno fue el primero y siempre seguirá ahí. De vez en cuando tengo la necesidad de releer algunas de sus historias, y entonces tengo esa extraña sensación de tiempo recobrado. Trueno fue el primer amor de mi vida lectora, y estoy y estaré siempre en deuda con él y con sus creadores. Gracias, Capitán. Gracias, Sigrid. Gracias, Crispín y Goliath. Y sobre todo, gracias a Víctor Mora, Angel Pardo, Ambrós, Francisco Fuentes Man y Antonio Bernal. Seguiré hablando más adelante del Capitán Trueno.

jueves, mayo 11, 2006

PERROS DE PAJA: PUEBLO CHICO, INFIERNO GRANDE

Yo tampoco conozco el camino a casa, nos confiesa Ben (Dustin Hoffman) en la última y lapidaria frase de Perros de paja. Ben es un hombre pacífico que cree en el pacifismo y en la bondad natural del ser humano. Sin embargo, llega a parar al pueblo escocés de su noviecita, un lugar habitado por depredadores que suscriben ese dicho mexicano genial: pueblo chico, infierno grande.

Ben es matemático, y su noviecita le ligó en Estados Unidos y se lo trajo a casa, una casa que está en un pueblito donde todos los personajes parecen tan vivos y tan acogedores como los zombies de Buffy Cazavampiros. Ella le ama o cree amarle, pero en el fondo le desprecia: él no le hace al caso infantil que las niñas merecen, y como niña pequeña, le borra sus garabatos de la pizarra. Ella le recrimina que no sea más violento, que es una forma de decirle "más hombre". Ben es poco hombre para ella, pues ella cree en la naturaleza depredadora del ser humano, algo que por desgracia sólo Ben puede reconocer en el último rollo de la película y en la frase final. Hasta entonces, Ben es un ingenuo, de ahí su actitud siempre benévola y conciliadora, sin maldad. Como buen matemático racionalista, descarta la fuerza oscura e irracional del ser humano, pues no cree en ella, piensa que debe ser reprimida y aniquilada. A pesar de sus buenas intenciones, el lado oscuro genera poder y atracción en la sociedades primitivas y pre-matemáticas, y es por esto que ella le desprecia, porque ella todavía cree en un sistema de valores del mundo salvaje, donde el hombre sólo es hombre cuando es fuerte y es violento, cuando se vuelve depredador y entonces se reivindica.

La moraleja de Perros de paja es amarga: la civilización no puede someter a la barbarie sino con más barbarie. Que si vis pacem, para bellum, compadre. Y después, Dios dirá, y si no, que lo diga Alá. Posiblemente, Perros de paja sea la película favorita de Rumsfeld, Bush y Blair cuando se toman tres copas de más y se ponen farrucos, pero también líricos y filosóficos. Perros de paja tiene lo que tenía Peckinpah: una reflexión aciaga de la naturaleza humana y un lirismo de la violencia que lo emparenta con Homero, que también hizo violencia en verso. Homero usó el hexámetro, verso de seis pies y muchas sílabas. Peckinpah usó la Dolly, que era la antigua máquina de montar que con muchos pies de cinta conformaba, a partir de sílabas rodadas de forma desprendida y ordenadas en una línea temporal caprichosa, los versos de cada secuencia.

Perros de paja sigue siendo una profunda y hermosa película. Muy violenta para su tiempo, algo en lo que Perros de paja ha envejecido, ya que en esto hemos progresado increíblemente hasta superarnos con creces a todo lo anteriormente visto. Somos más animales que nunca, y esto nos complace. Más hombres, hasta las mujeres. Pero no nos engañemos, pues siempre estuvo ahí esa complacecia por la sangre y la brutalidad, desde la noche de los tiempos: ¿Alguien ha superado todavía la masacre de los pretendientes cantada por Homero en La odisea? Todavía no. Tarantino, güey, ya llegas tarde.

Perros de paja (Straw Dogs, 1971). Dirección: Sam Peckinpah. (****, de 4). Más información.

miércoles, mayo 10, 2006

FICHAS TOUTAIN XVIII: VÍCTOR DE LA FUENTE

Uno de los más grandes artistas del cómic español con trayectoria y reconocimiento internacionales. ¿Qué decir de series hoy míticas como Haxtur, aquella maravilla aparentemente tan llena de símbolos que publicaba la legendaria revista Trinca? ¿Y qué de Mathai-Dor? ¿ Y de Haggarth? Maestro del claroscuro, con un pincel lleno de fuerza, de soltura y de nervio, también cultivó el western existencial con Sunday (es que era Víctor Mora a los guiones) y ha desarrollado una notable obra de madurez en Italia y Francia. Una recuperación de su obra es absolutamente necesaria. Mientras tanto, recomiendo la lectura de dos libros imprescindibles sobre Víctor de la Fuente: Mariano Hispano (ed.), Cuando el cómic es arte: Víctor de la Fuente. Toutain Editor. Barcelona, 1982. Esta obra es hoy difícilmente encontrable, pero más fácil de hallar es el excelente volumen de Félix Velasco Fargas, Víctor de la Fuente. Homenaje. Recerca Editorial, Black & White y Almargen. Illes Balears, 2003. Abajo, en la foto, el autor de este libro Velasco Fargas (izquierda) con el maestro de la Fuente (a la derecha), en Gijón, octubre de 2001.

Clicar sobre las imágenes para ver a mayor tamaño. Estas fichas fueron publicadas en la tercera de forros de cada fascículo de la Historia de los Cómics (Toutain Editor, 1982) y no han vuelto a ser reeditadas desde entonces. El © de los textos e imágenes pertenece a sus respectivos autores. Estas fichas se publican aquí con intención exclusivamente divulgativa y educativa.

domingo, mayo 07, 2006

SABRINA (1954)

Se ha dicho hasta la saciedad que hay actores que siempre están bien, y Humphrey Bogart era uno de ellos. No importa que siempre se hallen en el mismo registro con lógicas variantes (dominar el registro y las variantes es condición sine qua non para estar siempre bien), pero nos regalan películas que una tras otra nos deleitan. Nos pasa a los devotos del cine negro con Bogart, como le puede pasar a los entusiastas del musical con Fred Astaire.

Pero no en Sabrina. Pocos patinazos metió Bogart en su carrera profesional, pero hay que reconocer que Sabrina fue uno de ellos. Convertido a sus 55 años en galán romántico que seduce a una jovencísima Audrey Hepburn en este film, ni su presencia ni su personaje resultan creíbles en una película que, a pesar de todo, se sigue viendo con enorme gusto. No es para menos: Billy Wilder en el guión y a la dirección, Audrey Hepburn en estado de gracia, un William Holden en su mejor momento y una música romántica de Frederick Hollander, Sabrina es una película romántica, una chick-flick o comedia romántica para chicas como hay y ha habido tantas. Muchos directores clásicos pasaron por la piedra de rodar una comedia romántica, y hoy día, casi todos los actores tienen al menos una en su haber. Es dinerito asegurado. Lo que salva a Sabrina del desastre es Billy Wilder con sus ideas ingeniosas: las copas de champán en el bolsillo trasero de un pantalón, la endiablada aceituna que no quiere salir del tarro, las réplicas brillantes, a veces afiladas como un cuchillo… Detalles de chispa sin los cuales la película sería demasiado remilgada para nuestro gusto.

La desgracia es que Bogart llegó a ella de rebote. El papel había sido escrito (ahora se entiende todo) para Cary Grant, que sí daba el ancho del galán maduro; pero Grant, al final, no quiso saber nada del film y Bogart llegó como plato de segunda mesa. Esto lo tuvo tan enfurecido durante el rodaje que sólo se dedicó a molestar, y fuera de la filmación, a hablar mal del proyecto, de Audrey Hepburn, y sobre todo, de Billy Wilder. Para colmo, Wilder no le invitaba a los cócteles que organizaba con Holden y Audrey en el camerino de ésta al finalizar cada día de rodaje (en su vejez, Wilder se arrepintió de ello), y al sentirse excluido del club, Wilder azuzó más todavía las brasas del ego de Bogey, quien no se sentía tampoco a gusto en el papel de galán maduro. Para colmo, cuando se enteró de que Holden y Audrey tenían una aventura amorosa, su ego se resintió todavía más, ya que era Bogart, y no Holden, quien de los dos hermanos de ficción se llevaba a la gatita al agua. Bogart actuó todo el tiempo con mala cara y pensando en otras cosas, y esto se nota todavía en una película que, por otra parte, es la enésima versión de Cenicienta, pero con un glamour y un humor que hoy no sólo parece irrecuperable, sino que definitivamente lo es: quien ha visto la reciente Sabrina, donde Harrison Ford imita a un Bogart que estaba en realidad sustituyendo a Cary Grant, dicen que el bodrio es tan notorio que deja a Bogart y a la película de Wilder en un lugar mucho más que honroso.

Sabrina (1954). Dirección: Billy Wilder. Escrita por Billy Wilder, Samuel Taylor y Ernest Lehman. Fotografía de Charles Lang. Música de Frederick Hollander. Montaje de Arthur P. Schmidt. Intérpretes principales: Humphrey Bogart, Audrey Hepburn, William Holden, Walter Hampden. USA. 113 M. B/N. (***, de 4).

viernes, mayo 05, 2006

FEDERICO FERRO GAY (1926-2006). SIT TERRA TIBI LEVIS

Qué fácil resulta escribir diez renglones sobre Ray Bradbury o cualquier otro. Qué fácil resulta aventarse una necrológica sobre alguien que no has conocido, con quien no has compartido ni una charla con café y cigarrillo. Qué difícil es escribir, sin embargo, cuando muere alguien querido y muy cercano a ti, alguien a quien querías y respetabas y por quien eras respetado y querido. Cómo se traban las palabras, y el oficio que uno creía tener se hace añicos.

Llevo cuatro días peleándome a navajazos con un escrito de tres folios que ya colgaré aquí sobre mi querido amigo y colega, el "profe" Federico Ferro Gay: un humanista y filósofo italiano que llegó a México poco después de la II Guerra Mundial para quitarse de las hombreras de la chaqueta el polvo de las ruinas de los bombardeos y calmar las cornadas del hambre de la posguerra. El embajador de México en Italia le dijo: "Márchese a México, Federico. Allá está todo por hacer". Federico Ferro Gay es insustituible por muchas razones, siendo una de ellas que, recién fallecido pocos días antes de cumplir 80 años, en México todavía está todo por hacer. Sobre todo en aquellos aspectos en que Ferro Gay fue autoridad en México.

Profesor emérito de varias universidades, nadie como él ha sido profesor universitario antes que nada más en la vida. En 2000 declaró a la prensa sobre su compromiso con el mundo de la enseñanza, que es un acto de generosidad máximo, pues consiste en compartir con jovialidad el propio conocimiento: "Le pido a Dios que no me saque de este ambiente antes de morirme. No lo soportaría". Y no lo soportó. Alejado durante unos días de Semana Santa de las aulas en que impartía Latín y Literatura Italiana (por propia voluntad, impartía a sus 79 años cuatro asignaturas este semestre), las Parcas hallaron la manera de meterle en un hospital y Láquesis pudo cortar el hilo de su vida.
La noticia de su muerte, que nos llegó el martes, nos dejó a profesores, amigos y alumnos, llenos de una consternación enorme. En sus últimos momentos de lucidez sintió vergüenza de que la maldita muerte le impidiera regresar a clase para finalizar este semestre al que le quedan dos semanas. Pidió por ello, como un último favor al maestro que fue, que su féretro fuera conducido al aula para que los estudiantes y los colegas le rindieran un último saludo y para enseñarnos, en su última lección, que a un verdadero maestro sólo razones de fuerza mayor, como la maldita muerte, deberían apartarle de ejercer una de las profesiones más bellas y satisfactorias que merecen ser ejercidas. La de maestro.

En la primera foto (tomada por Manuel Parra, de El Diario), me pueden ver a la izquierda; a la derecha, Ulises Campbell; detrás de mí, Carlos González Herrera y Carlos Morales; detrás de Ulises, Antonio Muñoz. Todos nosotros, profesores de la UACJ, recibimos el féretro de Federico Ferro y lo condujimos hasta la explanada del ICSA para un emotivo homenaje antes de que el ataúd fuese acompañado al aula en que Ferro, sin pronunciar palabra alguna, nos impartió su última lección.

Federico amigo: añoraremos tu presencia de gigante que no cabía en los rincones donde te escondías por humildad. En lo personal, también extrañaré tu busto de cónsul romano y tu poderosa voz de orador. Es por esto que ahora te digo "hasta la vista" con las palabras que durante siglos fueron tradicionales entre tus antepasados itálicos: Sit Terra Tibi Levis. Que la tierra te sea leve.

miércoles, mayo 03, 2006

FICHAS TOUTAIN XVII: ROBERT CRUMB

Da gusto que Robert Crumb haya sobrevivido a casi todo (su infancia y adolescencia, la psicodelia de los sesenta, el amor libre, las drogas, la neurosis…) para que todavía pueda seguir escribiendo y dibujando algunos de los tebeos más divertidos que llegan desde Estados Unidos, un país en el que siempre hemos visto una síntesis fascinante, mas a veces irritante, de nuestra civilización. Robert Crumb, con su trazo superdotado y sus tramas fascinantes, ha sido y es uno de los grandes fustigadores de la gloria y miseria de Estados Unidos, diseccionada a través de personajes que con el tiempo se han convertido en grandes iconos de la contracultura americana del siglo XX (el gato Fritz o Mr. Natural). Con posterioridad, él se convirtió en protagonista de sus cómics, una traslación desde la vida al arte que es tan antigua como la literatura (la inició Hesiodo, con Los trabajos y los días) y que durante el siglo XX dio grandes modelos (Blaise Cendrars, Henry Miller o Charles Bukowski); en el cómic había tardado en cuajar con brillantez, y sobre todo, de manera permanente para la posteridad. Quien haya visto ese prodigio de documental de Terry Zwigoff, Crumb, magistral análisis de toda una familia llena de taras y excentricidades, sabrá de lo que estamos hablando. Genio descreído, provocador contundente, obseso sexual sin inhibiciones, cáustico comentarista de su siglo y apasionado narrador del mundo del jazz, Robert Crumb es uno de los grandes genios vivos de la narrativa gráfica como arte adulto y feroz, y por encima de todo, uno de los grandes maestros de todos los tiempos. La fichita Toutain de hoy la escribió Manel Domínguez Navarro.

Clicar sobre las imágenes para ver a mayor tamaño. Estas fichas fueron publicadas en la tercera de forros de cada fascículo de la Historia de los Cómics (Toutain Editor, 1982) y no han vuelto a ser reeditadas desde entonces. El © de los textos e imágenes pertenece a sus respectivos autores. Estas fichas se publican aquí con intención exclusivamente divulgativa y educativa.