No me gustan ni el otoño, que empieza hoy, ni el invierno. En mis tiempos de juventud eran mis estaciones favoritas, quizá porque yo era entonces un pequeño maníaco depresivo. A lo mejor porque con los años he perdido todas las ilusiones, ya nada me deprime y me río siempre de todo. Hoy soy amigo de la efervescencia de la primavera, de la frívola explosión del verano. Quizá es por eso que en este desierto, con cuarenta grados a la sombra un mediodía de julio, soy feliz. Las gotitas de sudor jugando carreras en mi espalda me gustan tanto como los ladridos de un sol furioso en el cielo. Pero ni modo, hay que amoldarse a la vida que se va, a la vida que viene, y por eso quiero festejar a mi manera el inicio del otoño, con un bloguito insignificante. Lo hago colgándoles una hermosa pintura de John Atkinsos Grimshaw, y también con un bello poema del gran poeta cubano Eliseo Diego. Ambos reflejan mejor de lo que podría expresar mi pluma cuanto me inspira esta estación que hoy principia.
Por el otoño adentro el humo vuela (del libro Signos del zodíaco).
Por el otoño adentro el humo vuela
llevándose el aroma del verano.
Quedan los frutos de su amor lejano
en una luz que la nostalgia vela.
Húyese el tiempo y al dejarnos hiela
su no estar tan extraño, tan humano.
Se nos cae la penumbra de la mano,
gruñe el silencio como un perro en vela.
Y la joven de octubre va y se esfuma
por entre los resquicios del empeño
que quisiera salvarla con sus rosas.
Todo el campo se oculta en esta bruma
que no sabemos si es memoria o sueño
y no hay sino el perfume de las cosas.
Por el otoño adentro el humo vuela
llevándose el aroma del verano.
Quedan los frutos de su amor lejano
en una luz que la nostalgia vela.
Húyese el tiempo y al dejarnos hiela
su no estar tan extraño, tan humano.
Se nos cae la penumbra de la mano,
gruñe el silencio como un perro en vela.
Y la joven de octubre va y se esfuma
por entre los resquicios del empeño
que quisiera salvarla con sus rosas.
Todo el campo se oculta en esta bruma
que no sabemos si es memoria o sueño
y no hay sino el perfume de las cosas.
2 comentarios:
en las primeras dos líneas del poema descubro una crueldad, mas que una melancolía. y vaya castigo que es perder las albercas, las bañistas, las faldas cortas en las avenidas, las terrazas de los bares, etc.
y fíjate, parece que mi google-fu anda fuerte el día de hoy, ya que con unos cuantos click encontré que el autor de la pintura es John Atkinson Grimshaw
/saludos
Muchas gracias por el enlace, Llorch. Y sí, lo de perder las faldas cortas en las avenidas es un castigo de Perséfone.
Un saludote.
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