Estoy pasando uno de esos baches en los que no tengo tiempo para dedicarme a esta bitácora. De cuarteles de invierno. Se trata de un periodo absolutamente transitorio, y paradójicamente, resulta que escribo poco porque estoy escribiendo mucho. Durará más o menos una semana, quizá menos, y la causa está en que dedico todo el tiempo libre a escribir, revisar, pulir y limpiar, limpiar y limpiar una comunicación para un congreso que comenzará dentro de diez días. Escribir, escribo muy rápido: las comunicaciones para los congresos me salen en tres o cuatro días, como mucho. El problema es que soy de los que reescriben todo varias veces (menos las entradas de este blog), y en la tarea de limpiar, limpiar, limpiar y limpiar (y buscar, contrastar fuentes, afinar detalles y menudencias mil) se me va un mes siempre para un puñado de hojas que luego habrá que reducir a cinco cuartillas para su lectura pública. Conste en acta por si alguno de mis visitantes piensa que ando de perezoso o cree que este profe tiró la toalla o colgó los tenis.
En estos días de lecturas un poco obligadas por la situación (ya queda menos) saco tiempo para limpiar mi mente con los siempre impagables fumetti de la casa Bonelli, que son los mejores tebeos populares del universo conocido y parte del que ha visitado el Enterprise (me estoy chutando la segunda temporada de Star Trek The Original Series y es un punto: ¿en qué momento del futuro volverán a ponerse de moda esas maravillosas minifaldas?).
En estos días de lecturas un poco obligadas por la situación (ya queda menos) saco tiempo para limpiar mi mente con los siempre impagables fumetti de la casa Bonelli, que son los mejores tebeos populares del universo conocido y parte del que ha visitado el Enterprise (me estoy chutando la segunda temporada de Star Trek The Original Series y es un punto: ¿en qué momento del futuro volverán a ponerse de moda esas maravillosas minifaldas?).
Cuando tengo una pila de tebeos Bonelli (y esta pila ocupa ahora un estante completo en uno de mis libreros) empiezo siempre por el título que menos me gusta: Nathan Never. Sé que voy a disfrutar con el insuperable Dylan Dog, que voy a babear con las historias de civilizaciones perdidas del inconmensurable profe Martin Mystere y que voy a paladear a cociencia el encanto neogótico y expresionista de Dampyr. Pero Nathan Never es la serie que menos me gusta. Ah, pero es un fumetti Bonelli, lo que quiere decir que, aún así, es mejor que el 90% de las decenas de títulos que salen todos los meses en España. Quiere decir que, a pesar de todo, unos números mejor y otros peor, suelen estar bien escritos y más o menos bien dibujados. Que son como novelas de ciencia ficción, con mucho cyber-punk por aquí y mucha estética Blade Runner por allá, un poco horteras (me fumiga que Nathan Never sea clavadito al hortera de George Michael)), pero que puede tener números que a lo largo de sus casi 100 páginas te dan una sorpresa y dejan de ser lo más flojo de la línea Bonelli que publica Aleta para convertirse en muy solventes artefactos dramáticos. Incluso a veces, mire usted por dónde, te encuentras con un Nathan Never que hasta merece las cuatro estrellas (de cuatro) por su calidad gráfica y literaria. Como el número 10 que publicó Aleta: Universos infinitos, escrito por Michele Medda y dibujado por Roberto de Angelis. Vamos, que me gusta menos que los otros, pero me gusta.
Pues entre los nathannéveres que han caído en estos estaba una historia muy solvente que se ha desarrollado a lo largo de tres números (i.e, casi 300 páginas), en concreto entre los numeros 25-27. Y no es que se trate de una gran historia, ni muy original, pero está bien construida y desarrollada a lo largo de, como digo, casi 300 páginas. El argumento tiene un final más que previsible según las leyes del mercado: Nathan Never es acusado de varios asesinatos que él no recuerda haber cometido, su novia lo abandona y hasta es encarcelado y condenado a muerte (por cierto, en un programa de TV que emite juicios en directo y donde los jueces son aleatoriamente elegidos entre los espectadores). El descenso a los infiernos de este clon de George Michael tiene billete de vuelta asegurado, como cualquiera puede imaginar, pero como digo, se trata de un folletón bien armado y bien desarrollado punto por punto, y además, tiene esos reposados diálogos bonelli y ese ritmo conversacional y un poco retórico que todavía cautiva a quienes nos gusta leer tebeos, y no sólo mirar las bonitas viñetas de cuadernitos insignificantes con poca letra que tardan en leerse en lo que uno tarda en echar una meada.
1 comentario:
Ni que decir tiene que comparto su opinión, doctor, incluido el orden de preferencia de los personajes de Bonelli. Pero Never, incluso siendo el menos bueno, sigue siendo un gran vehículo de entretenimiento mes a mes.
Un abrazo
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