Debo a Jean Ray (1887-1964) haber sido el autor que me introdujo en la literatura. Después de los tebeos, cuando yo era un chinorri de primaria (1º de EGB le decían en aquel tiempo), antes de regresar al cole a las cuatro, después de comer, leía con fervor las novelas de la serie Harry Dickson. ¡Qué estupendas novelas y qué evocadores títulos! ¡La calle de la cabeza perdida!¡Los espectros verdugos! ¡La resurrección de la Gorgona! Harry Dickson, lo supe muchos años más tarde, era la versión “pirata” de Sherlock Holmes, cuyas historias también escribía Jean Ray hasta que Conan Doyle puso el grito en el cielo y el Holmes apócrifo pasó a llamarse Harry Dickson. Lejos de la finura psicológica y la profundidad deductiva de la genial criatura de Conan Doyle, Harry Dickson se movía más por un Londres de opereta, enfrentado a criminales y monstruos por la generosa avenida del folletín decimonónico que Jean Ray convirtió en novela pseudo-policiaca mezclada sin pudor con literatura fantástica. De todos modos, a mí esto no me importa. Para mí, Harry Dickson nunca fue Sherlock Holmes, que en aquel mismo tiempo saboreaba en la versión televisiva donde Peter Cushing encarnaba al de Baker Street. Para mí, quién sabe por qué, Dickson siempre tuvo el aspecto de Mr. Smog, una efímera criatura del fantástico creada por Andreu Martín que aparecía en la revista Sacarino.
Cayó por fin en mis manos Malpertuis, obra maestra de Jean Ray que este autor escribió en 1943 y de la cual Harry Kumel filmó una película hoy considerada de culto. Malpertuis, la novela, es hija del gótico americano, concretamente debe sus atmósferas a la inspiración de las obsesivas y densas ambientaciones de Lovecraft, el genio del terror americano que se convirtió en paradigma del horror a la naturaleza, pues la naturaleza era el hábitat del Mal mayestático y prehistórico. No llega tan lejos Ray en la evocación de la mansión de Malpertuis, una morada maldita donde conviven los dioses griegos sin recordar su gloriosa historia, sin reconocer su destino, que es el de acabar de morir. Jean Ray, maestro de trucos de feria de la literatura, reposa en Malpertuis su pluma y se recrea con gusto en la decadencia secular de la mansión, deambula por ella y nos hace cómplices del desmoronamiento de su universo. Nos invita a olfatear el moho de su mundo que se precipita a su fin.
Malpertuis es la protagonista del relato que se lleva su nombre. La morada de los dioses olvidados y moribundos resultó ser una premonición del mundo sin dioses en que habitamos. Sin dioses de la greco-latinidad, quiero decir. Los fundamentalismos están a la orden del día, y nos blasfeman afirmando que los dioses de la luz y las tinieblas, dueños de ese humano claroscuro que nos dio la vida, han pasado a la historia. No es verdad. Yo sé que los dioses griegos no están muertos, pero sí que están dormidos. En la página 11 de mi edición, Ray cita a Hawthorne y comparte con él nuestra verdad: “Construiréis iglesias, jalonaréis los caminos de capillas y de cruces, pero no impediréis que los dioses de la antigua Tesalia reaparezcan a través de los cantos de los poetas y los libros de los sabios”.
Jean Ray evoca un mundo cultural y lo hace por medio del género gótico. Hay sombras, pero también hay luz, hay amor y crimen entre los muros de Malpertuis. Hay vida en la muerte, tanta vida como regeneración en la muerte misma. Tengo por ahí un volumen de relatos olvidados del olvidado Jean Ray, padre de una legión de criaturas de la penumbra franco-belga.
1 comentario:
Muy bueno! Estoy buscando esta novela en castellano. Apenas recuerdo escenas de la película, y también he leído algunos de sus cuentos. Fascinante.
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