Cuando lo primero que uno descubre en la pantalla es a un individuo como éste conduciendo un auto como ése, no podemos dejar de pensar que nos enfrentamos a una serie de televisión en la que todo puede ser creíble. Llevo oyendo hablar de la serie El prisionero desde antes de nacer. Se emitió y a continuación canceló en 1967, después de 17 episodios que han quedado para la posteridad como una de las fantasías orwellianas más interesantes de la historia de la televisión.
Catalogada como obra de ciencia ficción, El Prisionero es una especie de Alicia en el país de las maravillas en versión Guerra Fría Pop. Su protagonista es el innominado Número 6 (Patrick McGoohan), un agente del Servicio Secreto británico que, por razones supuestamente éticas y morales nunca reveladas, renuncia a su cargo. Como en toda sociedad totalitarista, ni siquiera la renuncia al cargo puede ser voluntaria. Es por esta razón que el Número 6 es drogado y conducido a un misterioso lugar conocido por todos como La Villa, una bella localidad donde, a pesar de las comodidades de la vida moderna, el número 6 no es más que un prisionero como todos los demás habitantes de la misma. La diferencia entre él y los demás cautivos estriba en que El Prisionero, como indica el título de la serie, quiere escapar del lugar a toda costa.
Para impedirlo estará su eterno antagonista: el Número Dos, un siniestro o bufo personaje siempre cambiante (salvo por la recurrencia a Leo McKern, que interpretó en tres episodios al número Dos) cuya misión es obtener respuestas: ¿Por qué renunció al Servicio Secreto? ¿Acaso quería integrar las filas del Enemigo? Pero el Número Seis también tiene preguntas que hacer: ¿de qué lado están realmente quienes le mantienen cautivo?
Surrealista, irónica, fantástica, rabiosamente pop y muy entretenida, El Prisionero se mantiene como un clásico no sólo por la calidad con que está rodada e interpretada, sino porque, tras más de cuatro décadas de vida, sobre ella se han posado toda una serie de valores simbólicos que la caracterizan como perfecta hija de su tiempo: los felices y psicodélicos años 60, aquella última edad dorada de la imaginación humana en que parecía posible cambiar el mundo para construir un reino mejor para la especie humana. Se lo pasaron muy bien en el intento y éste fue el estercolero que nos dejaron.
Al contrario que los demás prisioneros que le rodean, el Número Seis no quiere ser feliz habitando ese mundo feliz que en que vive enclaustrado. Tiene casa propia y todas las comodidades (no en vano los altos cargos de la Villa le tratan con cierta pleitesía, lo que indica su alto cargo durante el tiempo que estuvo en el Servicio Secreto). El número Seis podría tener cargos en la Villa, mujeres y felicidad, pero se niega sistemáticamente a todo ello, lo que en el fondo le convierte en un sociópata resentido cuya idea de la libertad (y esta me parece la mejor idea de la serie) implica el hecho mismo de no ser feliz, o de ser feliz donde le dé la gana serlo sin tener que mostrarse simpático ante nadie ni colaboracionista en una sociedad integrada por completos imbéciles.
La Villa es una parodia de las sociedades totalitaristas donde ideas como democracia, responsabilidad ciudadana o libertad se hallan tan tergiversadas y retorcidas que, a fuerza de ser manipuladas y usadas con fines perversos, han acabado por perder todo su sentido. Desde este punto de vista, el único cuerdo y amargado es el número Seis, que rumia su odio contra la Villa y sus habitantes mientras éstos, completamente idiotizados o simplemente
resignados ante su destino, son felices creyendo vivir una vida plena de libertades y confort. La gran reivindicación del Número Seis es la de reivindicar la rebeldía como principio máximo y motor de la vida, la rebeldía ante todo, la rebeldía porque sí, la rebeldía como naturaleza. En el cuento del escorpión y la rana, el número Seis sería sin duda el Escorpión.
El final circense de la serie, tras unos episodios un poco flipados donde nadie parecía tener muy clara la dirección del programa y la linealidad daba tumbos decantándose por realidades paralelas y ejercicios camaleónicos sobre la realidad, no vino a cerrar una línea argumental definida sobre la prisión de los seres humanos en las sociedades contemporáneas. Inmersos ya todos en la colorida fantasía que supone ver hoy El Prisionero, tras haber recurrido a todos los viajes que este malencarado Alicio ha protagonizado a través del espejo que le lleva y le trae del terrorífico País de las Maravillas, El Prisionero finaliza con un giro sobre sí misma en un final abierto que no nos garantiza que, en definitiva, todo no haya sido más que un sueño soñado por el Número Seis durante media hora de sueño. Ni que haya sido todo lo contrario. La cadena AMCTV prepara para dentro de muy poco un remake de esta serie en seis episodios. McGoohan no quiso saber nada del proyecto antes de su fallecimiento. No tendrá, sin duda alguna, aquel encanto rabiosamente pop que hace del Prisionero hoy una serie emblemática de un tiempo pasado.
Los fans más acérrimos del actor afirman que "The Prisoner" bien podría ser una continuación no confesa de Dangerman, la serie anterior de McGoohan en la que interpretaba a un espía.
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3 comentarios:
Los fans más acérrimos del actor afirman que "The Prisoner" bien podría ser una continuación no confesa de Dangerman, la serie anterior de McGoohan en la que interpretaba a un espía.
Es verdad, es verdad... No estaría mal ver Dangerman. ¿Estará disponible en deuvedé?
Saludos.
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