La anécdota que voy a contar pasó hace muchos años en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Hicieron una exposición de mis originales, y Lichtenstein, que tenía mis tebeos tirados por el suelo de su habitación, utilizó mis recortes para hacer la composición del famoso cuadro «Blam», que luego vendió por cuatro millones de dólares, de los cuales yo no vi ni un centavo. Y no sólo eso, sino que no me invitó ni siquiera a una copa. Me dijeron que por qué no le denunciaba, y lo cierto es que no podía porque los personajes no eran propiedad mía, sino de la editorial. Ahora, como está muerto, no puedo vengarme, pero me sentó muy mal.
Para leer la entrevista completa en La Nueva España, clicar aquí.
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