Esta entrevista a Carlos Montemayor, recientemente fallecido, fue publicada en el número 58/59 de la revista Entorno (Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, primavera-verano de 2003). La profesora Ysla Campbell y yo mismo conversamos con este autor en el Hotel Plaza Juárez (actualmente Ramada Hotel) de la Avenida Lincoln. La entrevista se realizó la tarde del 28 de agosto de 2000 y considero que constituye un documento excepcional, por tratarse de una extensa conversación donde Montemayor, muy cordial, amable y relajado (sintiéndose sin duda entre amigos) divaga sobre la literatura, la vida y el arte. La reproduzco en dos partes. La conclusión, mañana.
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—Carlos, algo que quisiéramos preguntarte es ¿cómo es posible que, de haber sido estudiante de bachillerato en ciencias y haber pensado en ser ingeniero, tu vocación filológica y lingüística se hayan podido manifestar?
—Bueno, no fui estudiante de bachillerato de ciencias, fui de humanidades y economía, pero con una gran pasión para las matemáticas, geometría analítica, cálculo y la ciencia experimental, particularmente el desarrollo de la física cuántica y la física nuclear. Para mí era un mundo muy atrayente porque me parecía un ejercicio intelectual muy creativo; tan creativo como la música, o literatura, o la danza, y a la fecha, aunque ha disminuido mi capacidad de lectura de temas científicos, sigo siendo un lector muy devoto, muy ferviente de la astrofísica que me parece una de las expresiones más características de la “novedad”, de la “innovación” del pensamiento científico del siglo XX y los albores del siglo XXI. La astrofísica posiblemente sea uno de los más insólitos reencuentros con el pensamiento clásico que consideraba al planeta y a los planetas como seres vivientes y no como materia inerte.
—¿Cómo entonces decidiste dedicarte, digamos profesionalmente, a la creación literaria y a la investigación literaria también?
—En realidad mi descubrimiento de la vocación literaria fue tardío, yo primero descubrí el mundo clásico y el mundo científico y después descubrí mi vocación literaria. Mi padre me persuadió con argumentos más que aristotélicos de no iniciar mis estudios filosóficos, sino jurídicos. Te decía, primero me atrajo el mundo clásico y científico y después descubrí mi vocación literaria. Mis estudios iniciales fueron en derecho y después pasé a estudiar una maestría en letras clásicas y después un doctorado en estudios orientales (de Medio Oriente) pero, cuando yo descubrí mi vocación literaria, yo tenía ya muy avanzados mis estudios de derecho y no me fue difícil decidir que mi vida futura debía irse ordenando en función de esa vocación literaria. Hacia los 20 o 22 años yo decidí ser escritor y empecé una formación muy consciente y muy específica en varias lenguas y particularmente en la poesía clásica. Mi trabajo como traductor fue prácticamente una especie de camino autodidacta para aprender metros, para sentir cadencias, manejar imágenes, discursos, conceptos, porque los modelos que yo tenía a la mano estaban ya logrados y fijos, yo podía regresar a esos modelos innumerables veces hasta que yo sintiera que en la lengua española lograba yo cierta ductilidad o cierta cadencia que reflejara de cerca o de lejos esa luz que yo admiraba en la poesía de Safo, de Alceo, de Homero, de Virgilio, de Catulo, de manera que la traducción fue par mí una enseñanza muy útil, pero también sabía que antes de los cuarenta años yo debía estar concentrado plenamente en mis tareas literarias y en ninguna otra cosa más, porque la mayor parte de los autores que yo admiraba habían escrito sus principales obras entre los 40 y los 54 años y después una segunda serie de obras maestras entre los 60 y los 75 años. Quien no cumplía el primer periodo no llegaría al segundo, así que de manera muy tesonera, muy terca, me propuse, a muy temprana edad, ser lo que finalmente creo que estoy logrando ser.
—Pero, en particular, ese descubrimiento ese gusto por el mundo clásico, por el verso, por la cadencia que acabas de mencionar, ¿cómo se da?, es decir, a ese descubrimiento se llega a través de algo, no sé si a través de la física, a través del conocimiento de Aristóteles, de Pitágoras.
—Bueno, yo estuve sometido desde muy niño a la influencia de mi padre, en múltiples sentidos. Mi padre sigue siendo un buen poeta y sus amigos formaban parte de una generación de intelectuales chihuahuenses que se fueron formando en el desierto, como una vegetación que de pronto… Como cactus que de pronto despiertan, como una lluvia cada cinco o seis años. Recuerdo las dos o tres figuras que influyeron mucho en mí, uno de ellos Víctor Aldrete, Solón Sabre, que se propusieron, después me enteré, hacer de mí un escritor, pero yo no tenía el menor interés en serlo, me interesaba más la política, la economía, la historia, la ciencia, incluso el derecho, pero no la literatura en cuanto ejercicio creativo. El mundo clásico me impresionó por la filosofía y por la historia, no por la literatura. Cuando yo descubro mi vocación literaria, pues tenía ya una base formativa, histórica que me permitía entrar de manera natural, no traumática ni artificiosa, en el mundo clásico, y me pareció muy natural admirar la concreción, lo material, lo sensual del verso, de la lírica arcaica griega, y también muy natural la elegancia y la complejidad del hexámetro homérico y posteriormente de poetas influidos por los poetas alejandrinos y por las corrientes estoicas y pitagóricas, de Catulo a Virgilio.
—Ese descubrimiento del verso clásico, ¿fue un paso más o fue una faceta más del descubrimiento del mundo clásico, ya no solamente desde el punto de vista filosófico o histórico, sino ahora también desde el punto de vista literario?
—Fue gradual. Ahora, ¿cómo descubrí mi vocación literaria? Cuando me fui a la Universidad de México a iniciar mis estudios de licenciatura, el calendario escolar corría de febrero a noviembre y disponíamos del invierno como vacaciones principales. Yo regreso a Parral después de tener dos años de preparatoria en Chihuahua y un año de estudios de licenciatura en México. Tres años no son muchos, pero el regreso a Parral, en invierno, me provocó una experiencia de reencuentro con un paisaje tan poderoso como la región minera de la comarca parralense que me provocó, sin mayor reflexión y sin mayores razonamientos, que me obligó a escribir para expresar ese reencuentro, para expresar esa emoción de mi retorno a la tierra original, a la tierra de origen, y a partir de ese momento descubrí que yo era escritor, fue un descubrimiento por el paisaje y desde ese invierno —que debe haber sido el invierno del 66 más o menos— nunca ha desaparecido en mi literatura el paisaje como un elemento integrativo, integrador, fundamental, esencial de la historia humana, y por eso es posible que yo tenga cierta inclinación por autores de cualquier época u de cualquier lengua que perciben como yo, en la naturaleza del mundo, una vida real, activa, intensa, y no solamente una materia inerte.
—Bueno, leyendo tus poemas de Abril y otras estaciones y haciendo un análisis de ellos, podemos percibir justamente esa naturaleza viviente, ese río de Parral que lleva voces, que lleva vidas y recuerdos en sí mismo y toda la naturaleza en esa obra compuesta por varias, que es una antología, manifiesta ese, que se llama en filosofía hilozoísmo, o sea esa existencia real del universo, vívida, esa existencia. ¿Es por los estudios filosóficos o latinos?
—No, yo creo que es solamente una sensibilidad y una relación con el paisaje que brota como la hierba, como el viento, como la lluvia, como la hierba, como un manantial, como algo natural. No tiene…no es resultado de un razonamiento ni de una lectura. Yo recuerdo, por ejemplo, la primera vez que mi padre me llevó a Minas Nuevas que yo sentía que la tierra estaba girando a mi alrededor, que yo estaba mareado, que todo zumbaba y sentía que yo estaba de pie, en una especie de esfera que giraba en muchos sentidos, en muchas direcciones y que yo debía, incluso, hasta tratar de buscar un equilibrio para no caerme, esa tierra después se convirtió en un punto esencial en la novela Las minas del retorno y también una referencia importante en mi primera novela, Mal de piedra. Quiero decir, mi primer encuentro con esa tierra fue sensorial, y yo habré tenido 6 o 7 años así que no había ninguna posibilidad de que yo estuviera razonando o racionalizando nada, por eso distingo en mi poesía y en mis personajes esa capacidad de acercarse al agua, a las piedras, a la carne, a la piel, al agua, al metal, a las armas, al animal, a la noche, a la soledad, al silencio. Creo que somos, la mayor parte de las horas del día, organismos sensibles, organismos que se mueven por sus sentidos y no por su información académica, y eso es lo que brota en mi literatura, creo que de manera frecuente.
—¿Crees que los profesores que mencionaste vieron talento en ti? Es que tú emprendiste el oficio de escribir o del escritor, entonces, ¿se puede aprender a escribir sin talento o es algo que tiene que ser innato?
—Es que el talento es un concepto con muchas zonas oscuras. El talento es una mezcla de sensaciones, de decisión, de voluntad, de fuerza, de gusto, de placer y de pensamiento abstracto. Yo creo que todos tenemos esa capacidad pero no todos sentimos la necesidad de acercarnos al mundo a partir de esa fuerza. Entonces, en ese caso, yo no hablaría de talento, sino de disciplina; en muchas formas, varios escritores lo han sugerido, por ejemplo William Faulkner decía que él escribía con 1% de inspiración y con 99% de oficio. Yo creo que es muy fácil escribir, yo creo que todo mundo escribe, en algún momento de su vida, a los 17 años, a los 18 años, a los 20 años, todo el mundo es capaz de escribir un poema, o escribir una canción, o dos, o un cuento, o un diario, pero no todos somos capaces de una disciplina férrea que nos obligue a escribir, incluso cuando no lo deseamos, incluso cuando somos desdichados, incluso cuando somos felices. Esa vocación, o ese talento, yo lo considero más como una capacidad de la voluntad de autodisciplina que como talento propiamente dicho.
—Pero entonces, ¿cómo explicarías tú la apatía por la lectura, y la apatía que el sistema en general tiene hacia la sensibilidad, hacia ese mundo sensible del que estabas tú hablando?
—Bueno, esto no es una tarea de la vocación artística, esto es un defecto o una virtud de los sistemas de educación. Éstos ya son fenómenos sociológicos pero no son fenómenos creativos.
—¿Tú crees que cualquier persona sería capaz de cantar una ópera con pura disciplina?
—Claro que sí lo creería, porque Tito Schipa decía que un buen cantante de ópera era aquel que tenía educación, sensibilidad, entendimiento, disciplina melódica y buen gusto. Si además de eso tenía buena voz, qué bueno, si no, con eso bastaba. Quiero decirte, todos tenemos capacidad de ser artistas porque el arte es una forma de desarrollar elementos y acciones que forman parte de nuestra vida cotidiana. Dos vecinas o viejas amigas se encuentran y se saludan y se preguntan por sus vidas, y cada una de ellas empieza a contar y a relatar y a decir; ésa es una capacidad de narración pero no todo el mundo es capaz de una enorme voluntad para que esa acción cotidiana se convierta en una acción vital de su vida. Ésa sería la creación. Tenemos días en los que estamos tan tristes, bueno, que estamos tan alegres, o tan enamorados, o tan desdichados que no podemos contar nuestra felicidad y nuestra desdicha, porque no se trata de contar, se trata de exclamar. Esa necesidad, ese ejercicio, esa disposición para querer exclamar lo que es inenarrable, es la poesía. Todos estamos expuestos a eso, pero no todos son capaces de la gran voluntad de convertir esa fuerza o ese impulso en la razón de sus existencias. Todo aquel que habla puede cantar, porque el arte del canto es la voz apoyada. No todos tenemos, o no todos tienen la enorme voluntad de convertir esa acción cotidiana del habla en la razón de su vida. El arte es disciplina, es voluntad, y detrás de esa voluntad hay una sola explicación: en ese arte nos va la vida.
—Bueno, yo estoy de acuerdo en general en que es necesario…
—Yo no pido que estés de acuerdo, yo te estoy diciendo que eso es lo que yo pienso como escritor y que varios artistas tienen una idea semejante a la mía. No estoy planteando esto como una teoría del arte ni como una teoría de la creación artística, te estoy respondiendo desde mi opinión personal y desde mi propia experiencia. Yo estudié música desde muy pequeño pero empecé a cantar hacia los 35 años, y siendo yo un buen guitarrista, un buen músico, no podía cantar, ni enlazar una frase, ya no digamos entonadamente, sino siquiera audiblemente, entonces yo sé qué es la disciplina, qué es la voluntad, y sé que esa voluntad puede convertir a un mudo en cantante de ópera.
—Aún así, ¿no se requiere una sensibilidad especial para aprehender la realidad y poder plasmarla o basta con esa energía de voluntad?
—La única sensibilidad especial que se requiere, es la sensibilidad humana que todos los seres humanos poseen. Es todo. Hay una educación de esa sensibilidad. Mis familiares que se dedican a la ganadería, mi padrino Carlos Franco Peña, por ejemplo, puede ver a distancia sin catalejos como mis primos y yo, todas las reses que van en tal cerro o en tal otra colina, o en tal otra llanura y sabe cuál está enferma, cuál está recién parida, cuál tiene sed, cuál está protegiendo a su cría, y en ocasiones me puede decir: —¿ves aquella vaca manchada que tiene…? —¿pero cuál vaca manchada? —La que está con ese pequeño becerrito. —¿Pero cuál becerrito? —La que está ahí, junto al arbusto. —¿cuál arbusto? —Ahí, al pie de la colina. —¿Pero cuál colina? Yo no la veo, se necesita una sensibilidad para ver el mundo. Todos pueden ser ganaderos, todos pueden ser agricultores, todos pueden ser industriales, todos pueden ser químicos, todos pueden ser físicos, todos pueden ser poetas, se va cultivando por disciplina un talento que significa una sensibilidad, que significa una capacidad, que significa todas las posibilidades de desarrollo del ser humano. Entre todos desarrollamos todas las potencialidades del ser humano, una de esas potencialidades es el arte.
—Entonces, ¿por qué no existen mayoritariamente poetas de calidad excelentes que sean capaces de perdurar a través de los tiempos?
—Pues mira, los poetas debemos escribir, nada más, no tenemos por qué perdurar, ése ya no es un fenómeno de la creación literaria, ése es un fenómeno sociológico, histórico, de culturas, de sociedades, de civilizaciones, pero eso no depende del escritor. El escritor que se proponga ser inmortal, pues es un pobre escritor. Platicábamos que en la novela La muerte de Virgilio, Hermann Broch ponía en labios de Virgilio que solamente los malos poetas escriben poesía para ser famosos. Esto ya es un fenómeno que no tiene que ver con la creación artística. Lo que tú crees decirme o preguntarme es por qué hay tan pocos poetas exigentes consigo mismos a tal grado que rompan lo que no sirve, eso sí, y entonces te puedo decir, hay muchas razones: desinformación, mala educación, mala distribución de libros, de obras, carencia de medios culturales, pero también carencia de una voluntad y de una disciplina, no solamente por mejorar su trabajo, sino por mejorar el conocimiento del trabajo poético a través del conocimiento minucioso de lo que otros grandes poetas han logrado hacer con su materia verbal. Y eso no tiene nada que ver con si son inmortales o no. Yo creo que los inmortales son los idiomas y según nos acerquemos a uno u otro idioma, encontraremos obras que pueden ser perdurables en tanto que los valores de ese idioma, o de las culturas de ese idioma, tengan todavía conexión con un presente social. Nada más.
»Yo creo que podemos hacer nuestro todo aquello que nos guste, si tenemos la voluntad de trabajar y prepararnos para obtenerlo. Si nos gusta mucho y lo deseamos con vehemencia, ciertas melodías al piano, ciertos arpegios en piano, en guitarra o en arpa, en flauta o en violín, podremos hacerlos nuestros si estamos dispuestos a pagar el precio de la disciplina para alcanzarlo, igual que el comerciante o el banquero que está dispuesto a pagar el precio que sea, el trabajo, ahorros, negocios, deshonestidad u honestidad necesarios para llegar a sus fines. Él también tiene una disciplina. Entonces, yo creo que lo que llamamos genio puede traducirse como esa capacidad de no sentirse incapaz para lograr hacer lo que le gustaría hacer. La genialidad es esa capacidad de nunca sentirse impotente para lograr algo que uno desea construir, y esa fuerza, si es disciplinado y constante y, como dice Virgilio, si llega, si alcanza la vida, entonces llegaría a lograrse. Para mí eso sería el genio porque esa disciplina es la única que obliga al artista, o al artesano, o al artífice a hacer y recomponer una y otra vez su material hasta que queda satisfecho. Ésa es la única diferencia entre el que escribe por inspiración y el que escribe por trabajo. Todavía hay poetas ingenuos que me dicen: “Y esto lo escribí tal cual y no lo he vuelto a corregir” y me sonrío porque la diferencia entre un escritor y otro que no lo es , no es su capacidad de escribir de primera mano, sino su capacidad de corregir una y mil veces lo que escribió de primera mano. El oficio es un concepto también muy amplio y en el oficio se integran muchos elementos que tienen que ver también con lo que podríamos llamar la “madurez artística”. Sin madurez artística no hay tampoco madurez de oficio, pero no hay una gran producción artística sin madurez de oficio, de tal manera que la creatividad y el oficio llegan a convertir se en algún momento en sinónimos. Eliot decía que la experiencia del artista es un conjunto de información estilística, artística y también una madurez de una información que no necesariamente es artística sino humana. La relación del conocimiento con el sufrimiento, con la felicidad, con la pasión, con el placer, con el fracaso, con el triunfo, con la soledad, con la amistad, con la dicha, con la multitud, con el silencio, es una especie de manantial incesante que va proporcionando información, y cambios, y transformaciones a las personas, a los artistas, así que no solamente es una evolución técnica sino una evolución humana, no puede desligarse este proceso de maduración personal con el proceso de maduración artística.
Lo genial es solamente un accidente del instante de la creación. Y ese instante es la coincidencia de una naturalidad técnica y una verdad humana con una fulgurante armonía, pero es súbito, no permanente. No forma parte de la condición humana, es más bien una forma de superar o huir de la condición humana diaria, controvertible y controvertida, miserable, combativa o fraterna. Más allá del horizonte cotidiano, hay un fulgor inesperado con que la obra de arte deslumbra en cierto instante, es decir, eso es el milagro, lo inesperado y el artista busca lo inesperado.
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