—Si volvieras a reeditar tu libro Historia de un poema, ¿qué le quitarías y qué le añadirías?
—Le quitaría muchas expresiones juveniles de entusiasmo que posiblemente no vengan al caso y le agregaría, sobre todo, dos o tres pensamientos históricos y estilísticos. En cuanto a estilo, le haría un apartado para señalar los mecanismos enfáticos de que Virgilio se va valiendo en cada uno de los niveles o edades, en cada uno de los niveles o fases de desarrollo de la Edad de Oro. También los recursos sintácticos, que en ciertos momentos le sirven como un mecanismo de apoyo para el objetivo de invocación o de descripción que se propone en el poema y, sobre todo, agregaría un análisis sobre la economía de la expresión de Virgilio que no aparece en la primera edición. En el otro aspecto temático, añadiría algún comentario más pormenorizado de ciertas traducciones clásicas de la lengua española del poema y, de manera esencial, agregaría la interpretación de la IV Égloga que hicieron en la Nueva España en el siglo XVI Vasco de Quiroga, y en el siglo XVIII Diego José Abad.
—¿Piensas que el conocimiento de las lenguas clásicas pueda llevar a un escritor al desarrollo de su técnica literaria?
—Esto es una de las constantes notorias a todo lo largo de la literatura de occidente. Las lecturas de griegos y latinos han ido conformando los estilos de autores notables como Dante, Petrarca, Garcilaso, Quevedo, y en ocasiones han generado una nueva visión literaria y filosófica de la literatura. Es el caso del encuentro de Hölderlin con Sófocles, o el caso de La Montaigne con Séneca, o el caso de Shakespeare mismo con las tragedias de Séneca, incluso a nivel del metro blanco isabelino que proviene también del metro senequista. Es evidente que en el siglo XX por las cartas de Malcolm Lowry a su editor, Esquilo es fundamental para la composición de Bajo el volcán y es evidente que el Ulises de Joyce parte también de una cierta lectura de la Odisea de Homero. Mi novela Guerra en el paraíso está articulada particularmente a partir de la idea del coro esquileano, y yo creo que es solamente una falta de información el no tener presente de manera continua que el contacto, la lectura de los autores grecorromanos ha sido la principal referencia y el principal motor de desarrollo de los grandes clásicos de la literatura de occidente.
—¿Piensas, por ejemplo, que la concisión, la famosa concisión de Borges, se debe mucho a su trabajo sobre el latín, de su admiración por el latín y sobre todo por Virgilio?
—Bueno, Borges tiene mucho conocimiento acerca de estas tradiciones. Es muy posible que a partir del latín los escritores puedan dividirse en ciceronianos y en senequistas. En uno de sus célebres ensayos, Borges lo plantea de otra manera, lo plantea entre aristotélicos y platónicos. Cada uno de ellos tiene un estilo diferente, y el estilo de Cicerón es abierto, amplio, de largo aliento, muy elaborado, y a gusto con las muchas palabras. El estilo de Séneca es, por el contrario, cerrado, breve, conciso, directo pero, en cierta forma, alambicado. Aunque los metros de Séneca son más sencillos, y las cláusulas de Cicerón aparentemente más complejas, estamos hablando de dos formas distintas de desarrollo de la prosa. Esto, sabemos muy bien, ha tenido una repercusión muy precisa en la historia de la literatura europea. Borges es uno de los últimos cabos de la tradición que arranca con Séneca, pasa a Tácito, continúa con La Montaigne, va por Quevedo, avanza con Calderón y este jesuita Boscán. Borges es un buen ejemplo también de esta forma de prosa senequista-quevediana y, como él diría, aristotélico. Las grandes familias ciceronianas y senequistas son una muy buena vara de medir las variables estilísticas de la mayor parte de nuestros escritores clásicos europeos. De tal manera que Borges es un muy caro ejemplo de una de las más ilustres tradiciones estilísticas que tienen en Séneca su principal exponente conceptuoso y breve.
—Fuiste el primer traductor al español de los fragmentos completos de Safo. ¿Qué dificultades encontraste al enfrentarte a la edición de una obra tan fragmentaria?
—En realidad Safo fue de los primeros descubrimientos que yo tuve al iniciar mis estudios clásicos y a lo largo de muchos años me fui adentrando en su poesía de manera natural, gradual, sin prisa, cuando surgieron los nuevos descubrimientos después del 45 de nuevas piezas de cerámica con fragmentos sáficos y la nueva edición de Campbell sobre 15 o 20 nuevos fragmentos, me pareció que podía iniciar ese trabajo. Me gustó mucho, me divertí mucho, no encontré en realidad grandes problemas; coincidió con que en la editorial Trillas, que se había propuesto crear esta nueva colección de “La linterna mágica”, estaba con uno de los principales editores, un licenciado en letras clásicas que tomó el libro como una misión personal y se logró una edición muy hermosa. Lo más cansado fue quizá el que todos los escolios, todos los comentarios en los que quedaron registrados gran parte de los fragmentos sáficos, los traduje en las notas para que el lector tuviera la información suficiente del contexto en que se habían conservado esos fragmentos. Algunos eran algo aburridos, pero la mayoría eran muy interesantes y me gustó mucho el trabajo. Algunas sorpresas han venido con ese libro. La primera edición se agotó en tres meses, yo supongo que eran todos los lectores, y por eso se agotaron, porque la segunda no se ha agotado. Yo supongo que la editorial tampoco ha mostrado interés en la obra y recientemente Editorial Planeta ha mostrado interés en reeditarla, entonces posiblemente se la entregue a Editorial Planeta. He sabido también que algunos maestros, tanto en la Universidad Nacional como en algunas universidades de provincia, lo han empleado como apoyo para los talleres de traducción del griego y eso me complace mucho porque es una poesía muy concreta, muy sensual, muy elegante y no solamente en griego, incluso en español, el lector y el estudiante sienten la grandeza y la sencillez o la difícil sencillez de esa poesía.
—¿Consultas otras traducciones antes o durante la traducción de un autor antiguo?—Suelo hacerlo después de haber terminado las traducciones, y no solamente de un autor antiguo, sino también moderno. Cuando traduje a Walt Whitman revisé tres o cuatro traducciones, con muy especial atención la de Borges. Yo recordaba haber leído esa traducción de Borges cuando yo tenía unos 22 o 23 años. Me sorprendió que en muchos de los pasajes difíciles de algunos poemas en los que habíamos coincidido por selección, Borges había tenido cierta prisa o algo así y no había seguido más adelante. Y yo seguí más adelante. En algunos casos muchos giros me hacían recapacitar sobre los versos que yo había logrado y entonces me exigía superarlos. Ahora que estoy terminando las traducciones de Alberto Caeiro y de Fernando Pessoa también he revisado dos traducciones y me ha sorprendido el poco oficio de uno que otro traductor para no seguir trabajando los textos de traducción. Ahora, en el caso de poetas como Homero, Virgilio, Catulo, Safo, Ovidio, sería una irresponsabilidad no sólo no consultar, sino no estudiar las traducciones clásicas del alemán o en italiano, o francés, o en inglés, o en español, porque ya un poema clásico es una parte mínima de una enorme historia literaria que ha producido ese mismo poema; entonces una nueva traducción no solamente recicla sino que también es ocasión de un escombro, de un reajuste en la historia de las interpretaciones y en la historia de la información que ese poema tiene. Por esto, mi libro sobre la IV Égloga de Virgilio se llamó Historia de un poema. La consulta es obligada.
—¿Qué otros clásicos quisieras traducir en el futuro, bien griegos o romanos?
—Homero, La Iliada particularmente, y La Odisea.—¿Particularmente La Iliada?
—Particularmente La Iliada. Me asombra La Iliada, me parece el gran monumento de la literatura universal.
—¿Por qué piensas que sobre todo en el siglo XX se le ha dado un mayor énfasis, si cabe, a La Iliada sobre La Odisea?
—La Iliada es una obra más juvenil, más irracional, más centrada en la fuerza, en los cuerpos, en el vigor, en las pasiones desencadenadas. Ver a los griegos combatiendo con Aquiles es una pasión desbordada. En cambio La Odisea es muy elaborada, es una historia muy concentrada que tiene muchos contrastes y que por el artificio, por el verso, por la morosidad en ciertas historias, implica una madurez mayor del poeta, hay una madurez mayor del lector. Creo que para leer pequeñas historias, La Odisea está muy bien. Para leer todas las historias se requiere algo más de paciencia y creo que La Iliada es una obra más vigorosa, más juvenil, tiene esa frescura constante, permanente de la gran versificación. Es una catedral de versos.
—¿Y qué piensas de las teorías que dicen que Homero no fue una persona sino una larga tradición en el tiempo y una refundición de muchos poemas?
—Es difícil saberlo. Ahora yo creo que la llamada cuestión homérica tiene intereses mucho más concretos y más útiles que el discutir si Homero existió o no existió, o el demostrar que La Iliada y La Odisea son obras de un poeta o de varios poetas. Creo que la cuestión del autor individual o del autor colectivo, en nuestro tiempo, es útil, no en cuanto a la autoría de los poemas mismos, sino en cuanto al conocimiento de los procedimientos que hacen posible una composición sin alfabeto y una conservación por tradición oral sin escritura. Desde 1927, con los estudios sobre el epíteto en Homero de Millman Parry, los estudios homéricos han evolucionado de una manera muy notable, muy útil, y nos han llevado a un conocimiento mayor del mundo homérico y de la composición poética en la tradición oral. Este procedimiento que inicia Parry, que continúan Alfred Lord, por ejemplo, en The Single Styles, Carlo Odo Pavese en Italia y Kirk en Alemania, lo que podríamos llamar el método formulario de análisis de la tradición oral a partir de los estudios de la composición de los poemas homéricos, yo lo he trasladado de manera exacta, estricta, a los análisis de las plegarias de tradición oral en las lenguas mayances. El Fondo de Cultura Económica publicó hace unos meses en mi libro Arte y plegaria en las lenguas indígenas de México. Ahí hago una exposición general de estos supuestos técnicos, terminológicos, de la cuestión homérica, una descripción más o menos general de la tradición oral en varias lenguas de México, y del planteamiento teórico en el mundo de los homeristas y en el mundo antropológico contemporáneo, y luego dos aplicaciones concretas en un conjuro en lenguas tzotzil y en los rezos sacerdotales en el mundo maya yucateco. Y yo creo que funciona muy bien, de tal manera que la cuestión homérica forma parte de procesos universales de la lengua y de la composición artística y yo no veo ajeno el estudio de los clásicos para un escritor, pero tampoco veo ajeno el estudio del mundo homérico para los antropólogos y lingüistas del siglo XX y del siglo XXI.
—¿Cuál es tu opinión sobre la situación de los estudios filológicos en México?—Creo que conviene que se amplíe más el radio de centros de estudio de filología clásica en las universidades mexicanas, en este momento creo que la Universidad Autónoma de México es la universidad que concentra el mayor número de publicaciones y de investigadores porque tiene institutos especializados para estas tareas. Recientemente ha surgido una Asociación de Estudios Clásicos, una Asociación Civil que yo estoy seguro que será muy útil para darle más impulso a estas disciplinas en otras universidades del país y en otras áreas de difusión de la cultura, no solamente universitarias sino también oficiales. Creo que hay una gran oportunidad para ampliar la presencia de la filología clásica en México. Hace unos días recibí una carta de dos poetas amigos, el chileno Pedro Lastra y el griego Rigas Kapattos; acaban de terminar un volumen de poesía de lengua castellana de temática griega. Es notable que la mayor parte de los poetas de lengua española que han tratado temas griegos en nuestro tiempo sean mexicanos. Estamos hablando de Alfonso Reyes, de Rosario Castellanos, de Octavio Paz, de Jaime García Terrés, Tomás Segovia, Homero Aridjis, Gabriel Zaid, Davis Huerta, Francisco Hernández, Carlos Montemayor, en fin. De una manera insólita me llega esta información de un poeta chileno y un poeta griego en el que ellos me observan cómo los poetas mexicanos tienen en el panorama actual de la poesía mexicana actual, de la poesía en lengua castellana, una particular inclinación por Grecia. Creo pues que hay una tradición importante mexicana vinculada con la filología clásica pero que también ha participado o ha llegado a las aguas vivas de la creación actual y no solamente, insisto, se ha quedado confinada en cubículos de especialistas. Y creo que ésta es la virtud que han tenido los estudios clásicos en México, que han formado parte de la vitalidad de la vida cultural de México.
—¿Cuáles crees que podrían ser los riesgos y las ventajas de la introducción de cursos de mitología y latín en planes de estudios universitarios?
—Yo creo que el único riesgo que se puede correr con la introducción de esos estudios es la mejoría y la mayor calidad de los estudios humanísticos en México. El único riesgo que se corre es el ser mejores, nada más.
—¿Cómo te sientes mejor, en la expresión poética o en la de la prosa?—Igual. Para mí es una pasión la narrativa, y es una pasión la poesía. Sin embargo, creo que la poesía es la expresión más pura de la lengua humana, es la forma más depurada de la literatura. Pero la poesía es una forma de invocación, una forma de conjuro, una especie de grito salvaje y armonioso de la especie humana, y la narrativa es una forma de apoderarnos del mundo que quisiéramos poseer para siempre y jamás perder. La poesía es un conjuro, la narrativa es una apropiación de las cosas.
—Para finalizar preguntaríamos: ¿cuál ha sido tu experiencia al impartir un curso de 16 horas sobre la Égloga IV de Virgilio para estudiantes y maestros de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez?
—Se trata de una de las experiencias más gratificantes que he tenido en mi paso por las aulas universitarias de muchos países. No es habitual, pero no es insólito, que puedan invitarme a este tipo de cursos en universidades de otros países. Pienso, por ejemplo, en la Universidad de Coimbra, donde hace mucho tiempo hablé del sustrato clásico en los pensadores, en los humanistas mexicanos del siglo XVII. Pienso en mis conferencias en La Sorbona del año pasado en la que hablé también de la tradición clásica, pero también he dado algunos seminarios en El Colegio de México sobre la traducción de textos clásicos. Pero darlo en territorio chihuahuense, que haya sido posible en la tierra de Chihuahua un curso así, me resulta muy gratificante, muy estimulante porque fue en Chihuahua donde yo descubrí el mundo romano, fue en Chihuahua en mis estudios de bachillerato donde me surgió la gran pasión por estudiar esas lenguas y por acercarme a ese mundo. Dar un curso así en la Universidad de Ciudad Juárez, dar un curso así en las tierras de Chihuahua, es una especie de gran felicidad y de gran reencuentro, así que celebro mucho el honor de haber recibido esta invitación, y espero que maestros y alumnos hayan disfrutado nuestras horas de estudio en la misma forma que yo lo disfruté. Espero que estos encuentros, que tengan como eje la cultura clásica, sigan fortaleciendo los estudios literarios en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, porque es la mejor manera y el mejor camino para mantener los pies asentados firmemente en las verdaderas raíces del pensamientos de nuestra lengua y de nuestra cultura.
Ysla Campbell/Ricardo Vigueras
Hotel Plaza Juárez, hoy Ramada Hotel, el 28 de agosto de 2000.
Publicado en la revista Entorno 58/59 (Unversidad Autónoma de Ciudad Juárez, primavera-verano 2003)
No hay comentarios:
Publicar un comentario