martes, mayo 11, 2010

YO, EL JURADO

Siempre había querido leer esta novela porque es un clásico del género. Pero sólo cuando encontré esta edición mexicana editada en 1953 (por Editorial Diana) mi interés por la obra se volvió necesidad. Sencillamente, quería compartir esta portada con ustedes. Firmada por Velarde, con todo el sabor de más de medio siglo de diferencia. Y no sólo en el estilo de publicación y de portada, sino por el tiraje: 6000 ejemplares salieron a la calle el 16 de septiembre de ese año. Spillane debía de ser todo un fenómeno para la época.

Spillane se convirtió en un gran autor de novela negra con su serie del ex policía y detective Mike Hammer, un individuo tan martilludo como su apellido: sexista, violento, descarnado... Sin piedad. En Yo, el jurado, por ejemplo, investiga el asesinato de su mejor amigo, y no dudará en peinar la ciudad y vengarse de quien menos podría pensar un lector de aquella época. O sea, la lectura de Yo, el jurado, como la de tantas otras obras cumbres de la literatura negra, me ha llegado tarde. Hubiera disfrutado mucho más a los 15 años, porque hoy, Mike Hammer es más historia de la cultura popular que otra cosa. Su dureza, su hueca violencia campanuda, sus sucios modales hoy han sido asimilados por la tradición posterior de la novela negra, y ahora, en ese estado puro, son arquetipos de un tiempo desaparecido. Sucede también al revisitar a Hammett o Chandler, pero al menos éstos eran estilistas mayores de la lengua, más finos retratistas de la psicología humana.

No es que Spillane se haya vuelto viejo. Dejémoslo en que ha sido asimilado y trascendido. Por el naturalismo de Chester Himes; por la profundidad psicológica de Jim Thompson para describir a sus psicópatas; porque el género ha vuelto a mutar en Latinoamérica y ahora la narconovela de Élmer Mendoza y otros ha planteado reglas nuevas en distintos escenarios; porque vinieron El Padrino, y los Soprano, y porque The Wire nos enseñó lo complejo que es un mundo donde las grandes masas de dinero que mueve la droga sirven a todos aunque ninguno lo reconozca. Porque es necesario que en Ciudad Juárez muramos como chinches para que en Estados Unidos la droga financie campañas electorales, levante negocios honrados con dinero lavado, y en definitiva, sanee un sistema demasiado oprimido por sus demasiadas leyes y escasas tolerancias. Un país de virtudes públicas y vicios privados, que es la peor clase de moralidad posible.

El tío Mickey, fascistoide y tal, no es nadie ante la metódica frialdad de los neocons con que la patria del tío Sam inauguró el siglo XXI. Mike Hammer ha sido trascendido hasta por los entrañables sicarios de la serie Roma (una serie que, mire usted por dónde, es la que mejor describe mutatis mutandis la enorme descomposición social y política que hoy vive México).

Y la portada de Velarde, con esa blonda moza que dispara con los ojos y se apresta a liberar la fuerza expansiva de sus granadas, sigue siendo eternamente antigua y moderna, demodé y fresca. Refleja tanto su época como las novelas de Spillane. La agresividad y el erotismo que ésta desprende son también iconos de un tiempo ingenuo y desaparecido.

1 comentario:

Rosa Li dijo...

Interesantísimo análisis, me ha encantado. Y sí, a veces da rabia la ingenuidad que hemos perdido para poder disfrutar tanto de las cosas como antes. Sólo los verdaderamente buenos resisten segundas vueltas.