Hay personas que se deprimen en Navidad. Y no me refiero a personas que realmente tienen razones para estar muy deprimidas, sino personas que no tienen razones de verdadero peso para deprimirse en estas fechas. Sé de muchas personas que estas noches, tradicionalmente familiares, las pasarán llorando o sumidos en la desesperanza. No es para menos con lo que está cayendo, con lo que va a caer. Sin embargo, otros son como el George Bailey de It´s a Wonderful Life (1946), el clásico film de Frank Capra: lo tienen todo para ser felices, y aún así deciden dejarse llevar por la desesperación. No es necesario que alguien les mande un ángel que necesita ganarse sus alas para sacarles de la tontera. En lo personal debo decir que estas fechas un poco cursis, herederas cristianizadas de las Saturnales romanas, me dan un poco igual. Ni me entusiasman ni me hunden. Las veo con un pragmatismo evidente: son las fiestas de los niños, y lo que más me gusta de la Navidad es, precisamente, ver a los niños consumirse por la ilusión de obtener sus regalos y juguetes. Es por eso que este año he introducido como cartela navideña de esta bitácora la siguiente tira diaria de Gasoline Alley, esa serie familiar, optimista a pesar de todo (como la película de Capra) donde Frank King ponía todo el énfasis en ese espíritu infantil y de ilusión que debería impregnar estas fechas repipis, pero tan necesarias desde hace siglos. Al fin y al cabo, celebramos que Perséfone acaba de volver a sentarse en su trono de monarca del reino de los muertos en compañía de Hades, su marido. Celebramos que la primavera ya está un poco más cerca, porque a Perséfone le dolerá el culo muy pronto de encontrarse allí sentada.
Así pues, no esperen de mí más que buenos deseos de comilonas y enormes ganas de consumir botellas espirituosas. Ya tendré tiempo y oportunidades de llorar cuando realmente llegue mi hora de dolor y arrepentimientos. Otra cosa que me gusta de la Navidad es la nieve. Las navidades de mi infancia sólo eran blancas en las películas de Hollywood, como en It´s a Wonderful Life, precisamente. Mis navidades juachupinas son, como pueden observar por la primera foto de mi jardín, tan blancas como en aquella nostalgia infantil hollyoodienta. Hoy hemos amanecido bajo el manto de la nieve, y continúa nevando mientras escribo estas líneas. Me gusta que nieve durante los días navideños. Y ya puestos, qué mejor película para estas fechas que, ejem, no sé si la he mencionado antes: It´s a Wonderful Life, cuya loca carrera de James Stewart la noche del 24 de diciembre por las calles de Bedford Falls me sigue conmoviendo. Ahí les va una foto.
Stewart no se ve muy bien, se confunde un poco con el árbol, pero lo siento, no he podido tomar una captura de pantalla mejor. Es la película de las navidades, sin duda, y ayer, que la vi por enésima vez, me sorprendí de nuevo llorando como una nenaza durante la media hora final. Soy una delicada margarita sin remisión. Soy la quinceañera más fea del mundo. Me emociono con el mensaje esperanzador de Capra, quien no sólo fue un gran director de cine, sino también un optimista incorregible. Su biografía lo demuestra, y el tesón como ingrediente de vida feliz, que él pregona en esta película, fue el que él mismo puso en su vida. Tuvo la suerte Capra de poder predicar con el ejemplo. No esperen de mí huraños comentarios sobre estas fechas. Aprendí la lección de Capra y de George Bailey hace mucho tiempo. Descorcho a su salud una buena botella de vino y me preparo para disfrutar estas fechas infantiles con mi tozuda actitud infantil ante la vida. Salud.
3 comentarios:
Me gustó el post, Ricardo. Entonces, me gustaría ver esta peli, ya en enero nos veremos para ponernos de a cuervo. Un abrazo.
Alberto.
Claro que sí, Alberto. Luego te la paso. Pero esta peli es para verla con toda la familia, sin que falte ninguno.
Un abrazo.
Ya está. De ese modo es que tomaré estas par mí tan poco reposadas fechas.
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