El entierro de Bécquer abre la película
Uno hubiera podido esperar más de este film,
producido y dirigido por Alberto de Zavalía, porque sus guionistas eran Rafael Alberti
y María Teresa León, su esposa, pero se trataba desde el principio de un film industrial y no de un
film de vanguardia. Tengamos en cuenta que era 1946 y estábamos en la
Argentina. En 1946 Buñuel no empezaba su rodaje en México, por ejemplo, que
iniciaría en 1947 con Gran Casino (1947) y El gran calavera (1949). No podría
rodar Los olvidados, su primera obra maestra, hasta 1950. Los grandes de la Generación
del 27 se reciclaban como podían, y nadie debe criticarlos por ello. Por esta
razón, nadie debe adentrarse en este film esperando hallarse con la
personalidad del autor de Marinero en tierra o Sobre los ángeles, ni mucho
menos al autor del poema "A galopar".
El gran amor de Bécquer se trata de un film
ignoto que, parece, sólo puede ser rescatado gracias a la Mula de Alejandría. En
versión, como pueden ver por las capturas de pantalla, copiada de algún canal de televisión. Sin restauración
alguna, chucurría por el polvo y el tiempo. Es un film romántico para toda la familia,
que tira del mito del Bécquer sentimental, enfermo de amor, indolente en su
vivir cada día, apasionado en su poesía que parece haber nacido cincelada, como
las barbas del Moisés de Miguel Ángel o las fuentes de Bernini. Es una
excelente caracterización la del chileno Esteban Serrador como Bécquer, y su
interpretación está a la altura de lo que se espera de ese Bécquer dulzón que a
todos nos vendieron en la escuela.
El amor pasión
Bécquer espera el amor, se enamora de Julia (una deliciosa Delia Garcés, quien trabajó con Luis Buñuel en la cinta mexicana Él). Ella le corresponde, pero es obligada a casarse con
un don capitán, que luce más galones que un poeta. Ella muere de pena, como no
podía ser menos, y Bécquer muere a continuación. La acción transcurre en un
Madrid de serie B, delicioso en su mezcla de acentos españoles y
latinoamericanos. Es un Madrid decimonónico de cartón piedra que hoy suena a
barrio de Chueca. La película es linda porque quienes la escribieron y rodaron
eran bien boludos. No se incurre en bobaliconería ni cursilería, aunque la
interpretación es sensiblera y demodé. Hay simbolismos evidentes (paloma
muerta) y muchos versos de Bécquer, pero también refritos líricos de Hamlet.
Hay también una influencia (no en vano Alberti pasó por el surrealismo, pero no
militó en sus filas) de pelis como Sueño de amor eterno (Petter Ibbetson, Henry
Hathaway), film de culto entre los surrealistas.
Se trata de un film a restaurar y
redescubrir por sus valores artísticos y culturales, aunque la sensibilidad de
hoy no sepa apreciarla por las muchas referencias existentes a una emotividad
decimonónica, hoy aparentemente superada en estos tiempos de pragmatismo
ramplón. Tampoco podrían apreciar, sin duda alguna, el luminoso clásico de
Hathaway del que toma ciertos préstamos, la ya citada Sueño de amor eterno. No
sé si esto pueda ser un consuelo para alguien, desde luego, no para mí.
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