No se trata de una inocentada. Mañana atravieso las turquesadas cortinas y el 26 hispanizo en Madrid. Como hasta el día 28 no llegaré a Murcia, y enseguida se nos cruza el despapaye de nochevieja, esto quiere decir que durante la próxima semana no actualizaré esta página. Os deseo una buena nochevieja al gusto, y nos leemos a partir del 1 de enero de 2005. Esperemos que el año nuevo nos traiga más buenos tebeos, libros y películas sin los cuales la vida no vale nada. Sale y vale.
viernes, diciembre 24, 2004
NO HAY BLOG HASTA AÑO NUEVO
No se trata de una inocentada. Mañana atravieso las turquesadas cortinas y el 26 hispanizo en Madrid. Como hasta el día 28 no llegaré a Murcia, y enseguida se nos cruza el despapaye de nochevieja, esto quiere decir que durante la próxima semana no actualizaré esta página. Os deseo una buena nochevieja al gusto, y nos leemos a partir del 1 de enero de 2005. Esperemos que el año nuevo nos traiga más buenos tebeos, libros y películas sin los cuales la vida no vale nada. Sale y vale.
miércoles, diciembre 22, 2004
martes, diciembre 21, 2004
CARTELES DEL CINE MEXICANO CLÁSICO.
Publicado esta semana en el número 266 de El Reto.
*
He aquí un libro para mirar y remirar durante mucho tiempo. Se trata de un libro de arte que recopila 150 carteles del cine clásico mexicano de la Edad de Oro. Una pequeña representación del fondo cinematográfico seleccionada del Archivo Fílmico de Rogelio Agrasánchez Jr., que se constituye como la colección privada más grande del mundo: 840 carteles que representan el 55 por ciento de todos los carteles realizados para películas filmadas durante los veinte años de la edad de oro. La introducción de Charles Ramírez Berg resume muy bien la trayectoria del mejor cine hablado en español durante dos décadas del siglo XX, introducción de la cual procedo a hacer una síntesis.
El periodo clásico conocido como edad de oro comienza en 1936 con Allá en el Rancho Grande, de Fernando de Fuentes, y concluye en 1956 con Tizoc, dirigida por Ismael Rodríguez y protagonizada por María Félix y el actor-fetiche del subconsciente mexicano: Pedro Infante, en la que sería su última actuación antes de fallecer en accidente de avión. Contribuyeron a la existencia de una edad de oro del cine mexicano varios factores. Factores de política exterior: durante la II Guerra Mundial, Estados Unidos favoreció la venta de película virgen a México, ya que este país se había mostrado como un importante aliado de Estados Unidos contra los enemigos del eje Berlín-Roma-Tokyo. Argentina, país neutral durante el conflicto, fue “castigado”, y la venta de película virgen le fue restringida. México se lanzó a una conquista imperial del mercado latinomericano que consiguió ejemplarmente. Durante dos décadas, México D.F. fue el Hollywood latino y generó el star-system más consistente después de Hollywood.
Factores de política interior: al contrario de lo que sucede en el México de hoy, durante los años 40 el gobierno adoptó una política proteccionista de la cinematografía que se manifestó en la creación del Banco Cinematográfico, institución privada con participación del Estado que facilitaba el financiamiento de filmes. También el Estado creó una red de producción y distribución de films.
Factores artísticos: el México de los años 40 fue un vergel de fecundidad creativa, y muchos de los grandes hombres del arte mexicano se incorporaron a la cinematografía: escritores como José Revueltas, fotógrafos como Gabriel Figueroa, compositores como Agustín Lara. Las estrellas del cine mexicano fueron tantas que mencionarlas aquí sería sólo una enumeración ociosa de la que prescindo aquí y ahora. La fecundidad de dos décadas de cine mexicano clásico permitieron incluso que “aves extrañas” como Luis Buñuel pudiesen hacer nido en él desde 1947 (Gran Casino) hasta más allá de la debacle posterior al 56: El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1965) fueron sus últimas películas mexicanas.
Las causas del declive del cine mexicano clásico también se pueden dividir en internas y externas. Tras la II Guerra Mundial, Estados Unidos redujo el envío de película virgen a México y esto limitó la producción de cine mexicano. La política imperialista de Hollywood se reestableció de forma muy agresiva, y la fluida distribución comenzó a robar cuota de pantalla al cine nacional. Las causas internas se debieron al clientelismo y nepotismo del Banco Nacional Cinematográfico, convertido en un club de negociantes que se favorecían a puerta cerrada y beneficiaban a las empresas más importantes, a quienes ellos representaban y para quienes trabajaron. Los productores independientes no tuvieron acceso a los fondos del Banco, y poco a poco fueron despareciendo en un mar infestado de grandes tiburones que servían a una élite. El Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC) se convirtió en el órgano dominante dentro de la profesión artística y desde 1945 se volvió un petit comité amafiado en el que no cualquiera tenía las puertas abiertas. El bloqueo a cineastas jóvenes durante veinte años condujo a la industria a una cinematografía anquilosada y repetitiva ejercida por quienes detentaban el poder dentro del sindicato, pero también contribuyó a la falta de aires nuevos y renovadores. Para rematar este ambiente viciado, los productores vieron en el cine una forma de ganar dinero fácil sin reinvertir en la industria, por lo que se detuvo el progreso tecnológico. La devaluación del peso en 1954 elevó los costes de producción, tres de los principales estudios cerraron en el bienio 1957-8. Los premios Ariel fueron descontinuados este último año, premiando Tizoc y clausurando una de las etapas más gloriosas del cine en español del siglo XX. Hasta aquí, un resumen de la introducción de Ramírez Berg.
La contemplación de esta antología de carteles de la Edad de Oro llena de honda satisfacción estética. Dividido en varios capítulos que retoman los grandes temas del cine clásico mexicano (Comedia, Cabareteras, Charros y folclor, Historia y religión, Drama y Misterio y aventura), por sus páginas se despliega la deliciosa paleta de 14 artistas excepcionales: Heriberto Andrade, Arias Bernal, Andrés Audifredd, Cadena M., Ernesto García Cabral, Ernesto Guasp, Leopoldo Mendoza, Josep Renau y su hermano Juanino, Rivero Gil, José Spert, Vargas Briones y su padre Vargas Ocampo. Destaca entre todos, pero sólo para mi gusto personal, el espectacular cartel de Espuelas de Oro (dirigida por Agustín P. Delgado en 1947), un cartel pintado por José G. Cruz, hombre polifónico de la cultura popular mexicana del siglo XX: genio de los cómics, pintor, escritor, creador de fotonovelas de arrabal llenas de composiciones y collages surrealistas, actor y guionista de las películas de Juan Orol, creador y editor de pepines del Santo... El gran G. Cruz no podía faltar en esta antología con una muestra de su arte, tan glorioso como injustamente olvidado hoy día. Tanto, quizá, como el legado cinematográfico de dos décadas de cine mexicano que debería ser rescatado de los arcones, restaurado, editado en dvd con extras, documentales y un trabajo de investigación acerca de estos filmes, y al fin, hábilmente distribuido no sólo en México sino en el resto del mundo. De momento, el sello Alter Films (propiedad de Televisa) está sacando al mercado muchos de estos títulos en dvd, aunque en condiciones más que discutibles: mala digitalización, ninguna restauración del filme original en la mayor parte de los casos y escasa información suplementaria, por no hablar de la inexistencia de documentales y otros extras que complementen el visionado de la película. Unas ediciones no precisamente de calidad, no precisamente baratas y sí muy avaras en cuanto a contenidos y calidad de los mismos.
Rogelio Agrasánchez Jr. y Charles Ramírez Berg, Cine mexicano. Carteles de la época de oro 1936-1956. Chronicle Books. San Francisco, 2001.
domingo, diciembre 19, 2004
RAYO KID
Rayo Kid, de Zimmerman y Severin, es una gran decepción. Pretende ser una parodia de los mitos del Oeste (aparecen trasuntos de los Cartwright, de Laura Ingalls y su puta casa de la pradera, del Zorro, hasta el Sheriff George W. Bush), pero la cosa se queda en un quiero y no puedo. El guión, de pena; el dibujo... Diosito sabe que John Severin fue uno de los grandes dibujantes americanos de tebeos (aquellas historias cortas en las publicaciones Warren siguen siendo una delicia), pero aquí trabaja al vapor o sin ganas, o quizá sea la edad. Cualquier tebeo de Tex es mucho mejor. La edición española es lamentable: la estupenda portada celebra la gran ubre de Saloon, pero a los responsables de Fórum se les olvidó dar créditos de su autor. Y Severin no es, compadre.
Rayo Kid (números 1 y 2). Guión de Ron Zimmerman; dibujo de John Severin; color de Steve Buccellato. Ediciones Fórum. Barcelona, 2004. (**).
viernes, diciembre 17, 2004
LA CAÍDA DE LOS DIOSES
Luchino Visconti (1906-1976) fue un aristócrata de rancio abolengo (su dinastía se remontaba a los tiempos de Carlomagno) que militó en el Partido Comunista italiano, con cuyos fondos llegó a rodar una película, La terra trema. Visconti era conde y poeta de los pobres. Fue un hombre de otro tiempo ya en vida, y hoy día parece cuanto menos dos hombres de otro tiempo: el aristócrata, heredero por sangre del orden social de un mundo desaparecido, y el director de cine de enorme cultura, doctor en Letras, buceador de los abismos del alma humana, intelectual comprometido, entomólogo de nuestra especie, filósofo de nuestra historia reciente.
Viendo The Damned (en Italia se estrenó como La caduta degli dei, y en español, La caída de los dioses) uno se da cuenta de que el cine es un arte superlativo amenazado en perpetuo peligro de extinción. ¿Cómo comparar la elegancia infinita de esta película, su concepción operística y su majestuosidad natural, con la morralla que continuamente nos apesta y aturulla? Visconti, retratando las más bajas pasiones humanas como son el hambre de poder y el hambre infinita de la carne nos hace una radiografía excepcional de los años que condujeron a Hitler a un poder desmedido y enfermo. Afirmó Visconti: “No existen explicaciones ni soluciones de los estados del alma, de los conflictos psicológicos, fuera de el contexto social. A mi juicio, las pasiones humanas y los conflictos sociales son los que animan y conmocionan la Historia”.
La historia de The Damned es la historia de Martin (Helmut Berger), ese ambiguo ente masculino, afeminado y pederasta, que odia y ama a su madre en secreto. Y sufre por ello, claro, como ya sentenció Catulo de Verona. Martin, elemento chocante y débil por sus vicios en una familia catapultada a la gloria al poner su imperio metalúrgico al servicio del nazismo, acabará por convertirse en el portador de la égida sobre un montículo de parientes muertos. Dicen que detrás de toda gran película hay un mito: el de Orfeo en Vértigo, el de Midas en Ciudadano Kane... En La caida de los dioses (insisto ahora en su título comercial español) Visconti nos proporciona una recreación del mito olímpico de la sucesión. Martin, pequeño Zeus en un mundo de dioses caídos tan venidos a menos que han dado a parar en hombres, es el Zeusito de este film majestuoso y lírico-agónico donde se nos insiste en la idea de que el canibalismo es la autopista del triunfo. ¿Quién dijo que perro no come perro?
La caída de los dioses (The Damned, 1969). Dirección: Luchino Visconti. Escrita por Nicola Badalucco, Enrico Medioli y Luchino Visconti. Música de Maurice Jarre. Fotografía de Pasquale De Santis y Armando Nannuzzi. Montaje de Ruggero Mastroianni. Dirección artística de Enzo Del Prato y Pasquale Romano. Vestuario de Piero Tosi. Intérpretes: Dirk Bogarde, Ingrid Thulin, Helmut Griem, Helmut Berger, Renaud Verley, Umberto Orsini, Reinhard Kolldehoff, Albrecht Schoenhals, Florinda Bolkan, Nora Ricci, Charlotte Rampling. Italia-Alemania-Estados Unidos. 150 m. (****).
martes, diciembre 14, 2004
MODESTY BLAISE: THE LONG LEVER
Segunda aventura de Modesty Blaise, fue publicada en los periódicos británicos del 23 de septiembre de 1963 al 15 de enero de 1964 y comprende las tiras diarias 115-211. Sir Gerald Tarrant encarga a Modesty y a Willie que rescaten al doctor Alexis Kossuth, científico de origen húngaro que ha sido secuestrado en Río de Janeiro por hombres de la KGB. La sospecha de que Kossuth se pueda encontrar retenido en El Flamenco, barco del multimillonario Rafael de Sá, empuja a Modesty y a Willie a hacerse pasar por un par de náufragos que son recogidos por la tripulación de El Flamenco. La tensión erótica que generan Modesty y Willie entre los invitados del crucero les servirá para ser bien acogidos en el barco de De Sá. Sin embargo, el encuentro con Kossuth les revelará una realidad muy diferente de la que manejaban los servicios secretos occidentales.
En la introducción, Peter O´Donnell menciona una entrevista con Pierce Brosnan en que el célebre actor destacaba The Long Lever como la historia que le había enganchado a Modesty Blaise. ¿La razón? Modesty Blaise se pasa por sus divinas narices el objetivo de la misión. Modesty, al final del relato, deberá tomar una ruda decisión “unilateral” que la obliga a dejar en libertad a Kossuth, una libertad que él, por razones paternales, no concibe sino en el lado soviético del telón de acero. Si bien el desenlace de la historia no dejará contentos a los servicios secretos occidentales, tampoco la decisión de Modesty traerá a Kossuth nada más que la desgracia.
Se trata de una historia bien hilvanada, alejada en todo momento de los convencionalismos del género de espías que identificamos con 007. Una historia emotiva donde se privilegia el conflicto humano de los personajes y donde Modesty evocará sus propios recuerdos demoníacos del campo de concentración de Kalyros, un pequeño infierno de donde también pudo escapara Kossuth muchos años antes. Modesty usa el “kongo” por primera vez (ese objeto que sirve como broche para sujetar su divino moño y que, desarmado y vuelto a armar, se convierte en un arma para neutralizar los puntos neurálgicos del cuerpo de su contrincante). También es la historia en que Willie Garvin recuerda cómo conoció a la “Princesa” en Saigón, donde ésta le sacó de la cárcel y lo tomó a su servicio. Una hermosa viñeta de ese genio del dibujo que fue Jim Holdaway retrata este momento mítico de la historia del cómic.
Peter O´Donnell y Jim Holdaway, The Long Lever, en Modesty Blaise: The Gabriel Set-Up. Titan Books. London, 2004. (****)
domingo, diciembre 12, 2004
LOS PROFESIONALES IV
Acaba de publicarse Los profesionales V, de Carlos Giménez. Daría gusto recuperar para el tebeo ibérico, y desde Iberia para el mundo, a todos aquellos grandiosos profesionales (valga la redundancia) que explotaron su mejor arte gráfico en los años 80. Carlos Giménez fue el más grande, y hoy no hay dudas al respecto. Es más, hay quien dice que Giménez es el más grande autor del medio en toda la historia del tebeo español. Hay requetemás: hay quien dice que Giménez es el más grande autor de cómics de todos los tiempos, en todos los países de este planeta. Habrá quien diga, harto de porros, que los cómics de Giménez superan también los de los arcángeles moneros, pero yo siempre he sido hombre de poca fe. Temeroso como soy de las categorizaciones absolutas, sólo diré lo que cualquier individuo medianamente sensible que no sea un lerdo tarado podría decir: Carlos Giménez es uno de los grandes autores mundiales de cómic de todos los tiempos.
Mientras me preparo para mi peregrinaje ibérico semestral, donde tendré ocasión de adquirir el tomo V de esta magna serie, he leído el volumen IV. Los tres primeros fueron recopilados en un tomo de lujo que desapareció pronto del mercado, y quien desee hacerse con la serie completa tendrá que adquirir los álbumes reeditados de manera independiente, también por Glénat.
Sólo un reproche puede hacérsele a Giménez y a este cuarto volumen de Los profesionales: ¡¡¿Dónde está Filstrup?!! Como es sabido, en este magno Filstrup, amo y señor de la agencia Creaciones Ilustradas para la que dibujan nuestros entrañables creadores de Los profesionales, es retratada una leyenda del tebeo español: Josep Toutain, el Sheriff de los Cómics que durante los años 70 colocó en Estados Unidos a toda una camada de artistas españoles que dinamitaron el panorama del cómic adulto en ese país. Durante los 80, con sus revistas Creepy, 1984 y sobre todo Comix Internacional publicó buena parte del mejor tebeo producido dentro y fuera de España. Su muerte, no cabe duda, fue una gran pérdida para la industria, y si bien hay que reconocer que su línea ya no captaba el interés mayoritario de los lectores durante sus últimos días, Toutain fue una leyenda viva cuya inteligencia y sensibilidad no sólo contribuyó a conquistar cimas importantes a muchos artistas españoles, sino que él mismo creó una gran escuela editorial de la que se beneficiaron quienes serían sus epígonos en la industria a partir de los años 80. La recreación que Giménez hace de Filstrup es enormemente entrañable: metomentodo, autoritario, egocéntrico, procaz, con un encanto mefistofélico y un carisma arrollador, y sobre todo hombre de tebeos, mecenas emprendedor de un arte bello y singular. Así pues, ¿dónde está Filstrup? Espero que Los profesionales V nos lo haya devuelto junto al resto de estos maravillosos personajes detrás de los cuales se esconden grandes artistas como Fernando Fernández, Pepe González o José María Beá, entre otros.
La crónica sentimental de Carlos Giménez en Los profesionales es la de un tiempo extinguido y triste que sólo ahora puede ser contemplado con una nostalgia cariñosa: la de la España franquista y atrasada de los años 60 en la que un puñado de artistas geniales, comandados por ese Sargento Furia que fue Filstrup/Toutain, dibujaba centenares de páginas para el mercado editorial extranjero: tebeos del Oeste, de guerra, historietas de amor... Eran los tiempos previos al desembarco de artistas españoles en Nueva York, cuando de manera anónima estos comiqueros geniales se foguearon pegando tiros por las trincheras del tebeo desechable de toda Europa. ¿Cuánto le debe un éxito sentimental como el de la serie de televisión Cuéntame a Carlos Giménez y a su mirar hacia atrás sin ira, pero también sin mentira?
En Los profesionales IV, Giménez retoma numerosas anécdotas de aquel tiempo y las convierte en tres historias modélicas donde brilla tanto su gran talento narrativo como su trazo genial de artista del pincel y la plumilla: en La leyenda de C.I nos adentrará de forma desenfadada en las gamberradas a las que se dedicaban aquellos artistas con sus colegas de profesión, ésos que les desconocían y envidiaban con ternura trágica; en La noche de los lápices afilados, nuestros dibujantes pasarán las noches en vela dibujando hasta reventar compartiendo su amor platónico por Marilyn Monroe y también la desgraciada noticia de su muerte; en Cantando bajo el diluvio, el incombustible Peribáñez vivirá una odisea personal vagando por una Barcelona anegada por la lluvia en busca de trabajo como guionista de historietas. Esta es mi historia favorita: hay en Peribáñez una ternura trágica que parece haber sido la ternura trágica de todo un pueblo a través de un tiempo. Aquel tiempo y aquella ternura idealista y obcecada que pareció morir con ellos. Quizá haya sido lo mejor.
Leer a Carlos Giménez es imperativo en estos tiempos en que tanto se edita en España, en Estados Unidos, en Italia, en Francia y en Japón. Se trata de uno de los titanes nacidos en un tiempo de titanes irrecuperable. En Los profesionales, obra fundamental como todo Giménez para una cabal comprensión de la grandeza de un arte como el del cómic, está encerrada toda la vida, y en sus páginas toda la grandeza y la debilidad de un arte y un mundo.
Carlos Giménez, Los profesionales IV (2003). Ediciones Glénat. Barcelona, 2004. 62 pp. (****).
miércoles, diciembre 08, 2004
LA MUECA DE MARFIL
De la tríada de nombres clásicos de la novela negra americana (Hammett, Chandler, Macdonald) me he quedado de siempre con Ross Macdonald (seudónimo de Kenneth Millar, 1915-1983). A su irónico y lírico detective privado Lew Archer siempre le he visto cara de Robert Mitchum, y a ello debió contribuir una de esas gloriosas películas vistas una noche de sábado durante la adolescencia en que Mitchum intepretaba a Marlowe, la criatura de Chandler. Lo hizo tan bien que me quedé para siempre con Mitchum y lo adapté a Archer. Ha pasado un buen, pero no importa. Sigo leyendo a Macdonald y viendo la cara de Robert Mitchum. Nunca he tolerado demasiado a Hammett ni a Chandler (aunque a éste más que al primero), pero Macdonald me sigue entreteniendo muchísimo. Recién terminada La mueca de marfil (The Ivory Grin, cuarta novela de la serie Archer), he podido disfrutar de nuevo con el humor flemático de Archer, un detective privado canónico mediante cuya narración en primera persona Macdonald pudo llenar la novela negra de una profunda poesía que chapotea entre las sombras y sanguinolentos charcos del más negro y rojo de los géneros literarios. Y cuando digo poesía no me refiero a la expresión de sentimientos bonitos, sino al uso del símil como una forma de expresar con infinita contundencia plástica los sentimientos de los personajes, o el expresionismo de determindadas estampas. Sí, eso es: expresionismo. Macdonald utiliza el símil como los maestros del cine mudo usaban la paleta del blanco, negro y gris: para describir un mundo rico en matices, pero también en contrastes que deforman nuestra percepción de la realidad. Algunos ejemplos: “El cuello cortado se abría como la boca de un dolor inexpresable” (cap. VI, p. 41); “La luz del sol parecía débil y desvaída en el recinto abierto del motel, como si la noche hubiera estado cayendo desde hacía un tiempo insoportable” (cap. VI, p. 44); “Se apoyó en el mostrador con el abdomen repartiéndose por encima como queso fresco en bolsa” (cap. VI, 46); “Parecía enferma. Los manchones amarillo verdosos de bajo los ojos se habían oscurecido y extendido. Con pijama japonés rojo parecía menos una mujer que un duende asexuado envejecido en el infierno” (cap. VIII, p. 60).
Podríamos seguir así, entresacando descripciones y símiles hasta bien entrada la noche, porque son una de las características de Macdonald. Abundan, y son enormemente gozosos porque hace mucho, mucho tiempo que lo más importante de una novela criminal era conocer la identidad del asesino. Eso importa poco, y al menos a mí no me importa nada en absoluto. En este caso concreto, por encima de todo brilla una plasticidad rica en imágenes que vuelva inmune la novela al estropicio que significa cualquier traducción a otro idioma.
Ross Macdonald, La mueca de marfil (The Ivory Grin, 1952). Traducción de Mario Giachinno. Editorial Laia. Barcelona, 1987.
martes, diciembre 07, 2004
TAQUEANDO O MALRAZONANDO CON PIT II
Hace unas semanas tuve el gusto de comer con Paco Ignacio Taibo II en un chino de la ciudad. Nos acompañábamos una decena de personas en la conversación con Taibo: amigos de autor, representantes del Instituto Chihuahuense de la Cultura y de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Entre plato y plato, Taibo II habla y habla como lorito de pirata, sin necesidad de que le den conversación. Narrador ágil e imaginativo como es, no fue difícil advertir que el padre de Belascoarán Shayne y de los protagonistas de Sombra de la sombra se basta y sobra para llenar de anécdotas y recapitulaciones jocosas una conversación en la que, por lo general, nadie tiene nada relevante que contar salvo el homenajeado. Durante la comida desgranó una anécdota divertidísima acerca de sus aventuras en Manhattan en compañía de Jerome Charyn, notable novelista norteamericano que también escribió algunos guiones para el gran dibujante galo Tardí. Si mal no recuerdo, uno de ellos se titulaba El exterminador de cucarachas, y en España lo publicó por entregas la revista Cairo. Charyn y Taibo II vagaban por Manhattan perseguidos por un watussi empeñado en venderles un paraguas robado. Durante la comida hablamos de Andrea Camilleri y de lo mucho que pierde su siciliano en la traducción; de Sergio Toppi y de otros comiqueros italianos. Me preguntó de qué región de España era. “Eres el primer murciano que conozco. No sabía que había murcianos de exportación”. Yo le respondí que la huerta de Murcia exporta de todo a los lugares más insospechados. Le comenté que impartía clases de latín, mitología clásica y... narrativa gráfica, y esto lo sacó de onda: “Ahora sí que me moviste el tapete. Vaya contraste. ¡De Poseidón a Tintín!”.
Taibo andaba en la ciudad recabando información en los archivos para un libro sobre Villa, y aprovechó para publicitar su biografía del Che, firmar algunos ejemplares y dar una plática a los estudiantes de literatura de la UACJ. Éstos asistieron con alborozo a una conversación informal en la tarde con este padre fundacional de la nueva novela negra en español (nueva: de los años 70 a esta parte, junto con Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid y otros). Taibo II es un hombre hiperactivo que cocacolea ergo est, ya que engulle latas del refresco de la libertad con la misma facilidad con que fuma cigarrillo tras cigarrillo allí donde se encuentre, sobre todo si hay prohibición de hacerlo. Los ojos de Taibo II destacan al ser aumentados por el cristal de sus gafas, y, como cuando habla reniega de tirios y troyanos, enlaza su discurso con multitud de tacos llamados en México malarrazones, así que los estudiantes flipaban en colores al chalar con un intelectual anti-dandy que cuando habla parece que se enfada, y cuanto más se enfada más chingaderas suelta, y al final arremete contra ciertas revistas culturales y contra aquellos que le critican por vender mucho (sobre todo, su libro Arcángeles, dedicado a los libertarios y su biografía del Che).
Yo saqué a colación el tema de los cómics. Sabido es que Taibo II dirige la Semana Negra de Gijón, donde el originario culto a la novela negra derivó en una semana multicultural donde el tebeo es tan importante como la novela negra y la ciencia-ficción (Taibo II quiere ampliar a la novela histórica). Yo había llevado al salón donde nos encontrábamos el primer tomo de Modotti, una mujer del siglo XX, escrito y dibujado por Ángel de la Calle donde el propio Taibo II ejerce de cicerone por la reconstrucción de la vida de esta protagonista del México moderno. Mostré a los estudiantes a Taibo II dibujado por de la Calle, cocacola en mano y cigarrillo en ristre para mostrarles que Taibo II también es personaje de cómic. Le pregunté si nos podía proporcionar algunas razones por las cuales merece la pena que nuestros estudiantes lean más, y que entre sus lecturas no falten algunos buenos cómics. Taibo II comentó la importancia que el relato novelístico trasplantado al tebeo ha tenido y tiene en su vida. Mencionó algunas obras recientes de su interés: 300 de Frank Miller, V de Vendetta de Alan Moore, la obra de Carlos Giménez, y en concreto, Paracuellos, el Corto Maltés de Hugo Pratt y, en particular, una de mis favoritas: Fábula de Venecia. Taibo hizo una defensa apropiada del cómic como una de las grandes artes del siglo XX, y su apología sólo tuvo la limitación de que en una ciudad como ésta no va a ser posible encontrar muchas de estas grandes obras, por lo que la divulgación del tebeo seguirá nadando siempre en los elementales referentes más que trillados que llegan de Estados Unidos.
Acabada la charla, le hice un pequeño obsequio: el cuadernillo homenaje del Capitán Trueno que incluye la historia Zagorff el belicoso, escrita por Víctor Mora y dibujada por Paco Nájera, en cuya edición me vi implicado junto a los demás miembros del Foro Capitán Trueno. “¡Mi gran héroe de la infancia!”, exclamó con alborozo.
Fue un gusto charlar con Taibo II, aunque fuera poquito y a ráfagas. Sobre todo, fue importante que los estudiantes conocieran a uno de los mexicanos más hiperactivos, desde el punto de vista político y literario, a ambos lados del charco.
Hablando de todo un poco, y para quienes no conozcan a PIT II y a su criatura Belascoarán Shayne, hoy ha comenzado a publicarse en el diario mexicano La Jornada Muertos incómodos, una nueva entrega de su personaje emblemático escrita a cuatro manos con el Subcomandante Marcos, aquel hombre enmascarado que no fue creado por Lee Falk. Quien quiera seguirla, puede descargar la primera entrega en pdf picando aquí y entrando directamente en La Jornada. Esto quiere decir que seguiremos hablando de PIT II.
domingo, diciembre 05, 2004
JAMES ELLROY: MIS RINCONES OSCUROS
Once días y 558 páginas después concluyo la lectura de Mis rincones oscuros, de James Ellroy. La vida de este novelista nortemericano quedó marcada cuando en 1958 su madre apareciera asesinada y diese comienzo una investigación policiaca que nunca arrojó datos concluyentes ni desveló culpables. El escurridizo hombre moreno con quien Jane Ellroy pasó sus últimas horas mortales nunca fue hallado, y la vida del pequeño James comenzó a girar en torno al recuerdo obsesivo de su madre.
El libro es francamente agotador, quizá porque le sobran dos centenares de páginas (pero, ¿quién le dice a un novelista famoso cuál debe ser la medida de su obsesión al reconstruir el asesinato de la propia madre?). La obra está dividida en cuatro partes: La pelirroja, El chico de la foto, Stoner y Geneve Milliker. Durante la primera, Ellroy pone sobre el mantel todos los datos, informes forenses y transcripciones de entrevistas con testigos o sospechosos realizadas por la policía durante la investigación del caso en 1958. Lo único que queda en claro es que su madre fue vista por última vez en compañía de un escurridizo hombre moreno. Durante la segunda parte, Ellroy nos introduce en sus recuerdos infantiles hasta la publicación de su primera novela, que le convierte en un escritor conocido de la moderna novela negra americana: el regreso con el padre, la dura convivencia con aquel ser débil y alcoholizado que fallece cuando Ellroy tiene 17 años. Durante la tercera parte, Ellroy introduce a Stoner, el policía recién jubilado cuya biografía resume y con quien se encargará de reabrir el caso durante la cuarta parte.
Esta última sección de la novela consiste en la búsqueda obsesiva de un fantasma escurridizo, el del hombre moreno tragado por el tiempo. Por supuesto, la búsqueda de la personalidad del criminal resultará infructuosa: Stoner y Ellroy no sólo tienen que luchar contra el tiempo transcurrido, sino contra la desaparición de testigos y de documentos oficiales (sorprende descubrir hasta qué punto los archivos y testimonios han sido destruidos). Al final del libro, Ellroy sólo habrá recuperado algo del pasado, quizá lo más precioso: la reconstrucción de la vida de su madre hasta el momento de su asesinato, y con ella una apreciación más justa de cuanto ésta le dio y de todo su valor. No es poca cosa, ya que el niño que fue James Ellroy creció a la sombra de todos los prejuicios contra su madre que el padre pudo inculcarle. Curiosamente, fue el trauma ocasionado por este asesinato el que le condujo a escarbar cada vez más en el mundo de la criminalidad de su país y el que, a la larga y tras una infancia, adolescencia y juventud llena de desequilibrios psicológicos, le conduciría a ser un novelista reformador de la tough story yanki.
El elemento más interesante a mi juicio viene de la disección que hace en la segunda parte de la gestación de su propia personalidad, esa voz en primera persona que abre heridas y limpia el pus a lametones. Neurótica, drogadicta, alcohólica construcción del artista en la más tópica tradición de los autores malditos (si es que queda alguno de verdad).
James Ellroy, Mis rincones oscuros. Traducción de Hernán Sabaté. Ediciones B. Barcelona, 2001.
jueves, diciembre 02, 2004
BLOG
Ayer fue noticia que la palabra blog va a ser incluida en la próxima edición del importante diccionario de referencia en inglés Webster´s. La editorial Merrian-Webster selecciona cada año una lista de diez palabras que han corrido de boca en boca durante ese periodo y confecciona con ellas una lista. En el caso de la palabra blog, resulta haber sido el vocablo más buscado durante 2004 en las páginas en línea de Webster. Así pues, 2004 será el año de consagración de esta palabra sobre un medio de comunicación que otros en español llamamos bitácora o simplemente diario. Me agrada la coincidencia, ya que 2004 es el año en que muchos conocimos el blog.
Imagen: El contador de historias. Montaje de Emul Urller.
miércoles, diciembre 01, 2004
EL VISÓN ROSA
Acabo de recibir un arcón que ha cruzado recientemente las turquesas cortinas. Dentro venían algunos álbumes en francés del Alix de Jacques Martin, tres tomos de las obras completas de Galdós (Aguilar, pero edición chafa de kiosquillo), algunos libros más y algunos tebeos de Forum: varios de Tex, Clásicos del Terror, y un capricho. El capricho consistía en un puñado de tebeos de superhéroes a los que ya no puedo dar continuidad, porque cruzo las turquesas cortinas cada seis meses, y en seis meses se editan muchos tebeos de superhéroes en España (y manga, mucho manga, otra de mis crecientes debilidades tebeísticas para la cual no doy abasto). Los tebeos de superhéroes que editaba Forum (a partir de enero lo hará Panini, y no voy a entrar en este tema porque me deja indiferente) son como chocolatinas que piden ser comidas una tras otra en los estantes de las librerías. Así que me compré un puñado de chocolatinas, y entre Alix y Galdós y Paul Auster las acabo de recibir hace unos días.
La primera en caer ha sido un tebeo de mi querido Lobezno (Wolverine), que tan buenos ratos me hizo pasar cuando me enganché tarde pero con dicha buena a la edición de los Classic X-Men de Forum. Cuánto me hizo disfrutar Chris Claremont, sobre todo con aquellas historietas intimistas cortas dibujadas por John Bolton. Y bueno, este Lobezno lo compré porque me chocó su estética: se trata de Lobezno y Doop protagonizando una historieta titulada El visón rosa. Escrito por Peter Milligan y dibujado por Darwyn Cooke, parece una historieta de Lobezno parida por un equipo creativo salido de la máquina del tiempo con un puñado de Cairos debajo del brazo. O sea, que línea clara habemus, como en aquellos viejos tiempos en que los fanáticos dela línea clara y la línea chunga española se navajeaban por las calles como en Gangs of New York (qué buena película, che). El dibujo de Cooke (entintado por J. Bone) le debe mucho a Daniel Torres e Yves Chaland, y en fin, pues eso, que se trata de una curiosidad muy entretenida de leer. En esta ocasión, Lobezno y una patata viviente llamada Doop deber recuperar el robado Visón Rosa, una piel más famosa que el vellocino de oro cuya química mágica al entrar en contacto con el aire hace visible a la Dama Rosa, un quesito con quien Lobezno acabará pegándose un merecido revolcón. El guión de Milligan es ni fu ni fa, aunque no se le puede negar su gracia ochentera. Sin lugar a dudas, son los dibujos de Cooke y, sobre todo, el entintado de Bone y la cairera paleta de color de Laura Allred los que lo convierten en un tebeo fresco, gracioso, que se lee bien y que da gusto remirar una y otra vez. Un Lobezno rosa. Snikt.
Lobezno y Doop: El visón rosa (Wolverine/Doop One and Two: The Pink Mink, 2003). Guión de Peter Milligan. Dibujo de Darwyn Cooke. Tinta de J. Bone. Color de Laura Allredd. Planeta-De Agostini. Barcelona, 2004. (***)
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