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Dolores del Río y Pedro Armendáriz en María Candelaria.
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Extraigo del baúl de los recuerdos del siglo XX un deuvedé con ocho cortos clásicos de Popeye the Sailor. La mayor parte pertenecen a los años 50 y estaban producidos por la A.P.P. Todos ellos suelen girar en torno a la misma excusa argumental: Popeye y Bluto se enfrentan por el amor de Olive Oil. Las espinacas, que proporcionan poderes sobrehumanos a Popeye, le conducen siempre al triunfo. Ni las espinacas ni Bluto eran importantes para un genio del cómic del siglo pasado: Elzie Crisler Segar, quien a los diez años de crear su exitosa serie de prensa Thimble Theater (protagonizada por los hermanos Castor y Olive Oil) introdujo a un personaje episódico llamado Popeye: un marinero tuerto que cada vez que hablaba hacía con el inglés lo que Hannibal Lecter con un invitado a cenar. El éxito de Popeye acabó por arrinconar a Castor Oil (no tardaría en desaparecer de su propia serie, convertido en personaje episódico como una vez lo fue Popeye), el marino tuerto comenzó a mantener una extraña relación sentimental con la estrafalaria Olive y a Segar se le prendió el foco de la luminaria creativa: pronto comenzó a crear más y más personajes secundarios hasta construir un universo bien ensamblado de criaturas extravagantes. Desgraciadamente para nosotros, el genio murió pronto: Segar falleció en la flor de la vida (la akmé, como la llamaban los antiguos griegos) y la industria convirtió pronto a Popeye y sus amigos en criaturas domesticadas previsibles y repetitivas, centradas en el un antagonismo ficticio entre el tuerto y Bluto (creación ortopédica que nunca se apareció por las gloriosas páginas de Thimble Theater) y las espinacas se convirtieron en su alimento forzoso durante décadas.
Los ocho cortos del deuvedé tienen ese sabor de otro tiempo, aunque en algunos casos la naturaleza y circunstancias del personaje se hayan adulterado sustancialmente (resulta ridículo ver a Popeye como tío de tres popeyitos, en la blanda línea Disney que horripila a quienes veneramos el humor cáustico y agresivo de la obra de Segar). A pesar de todo, resulta una delicia la contemplación de dos cortos clásicos de Fleischer (Big Bad Sinbad y Popeye Meets Ali Baba´s Forty Thieves), donde la gran fantasía exigible a todo cartoon de dibujos animados está a la altura de los dos famosos cuentos de las Mil y una noches. Colores deslumbrantes, ritmo musical, imaginación desbordada.
No hay nada como pasar la tarde del domingo culturizándose un poco con una buena película que le haga a uno feliz. Eso hice este último dies domini juarense, y la obra maestra elegida fue Santo y Blue Demon contra los monstruos. Toma ya. Uno, que de rapazuelo vivió bajo el tardofranquismo, se hinchó de niño a ver películas de serie zeta en las matinales dominicales del extinto cine Coy (hoy, Almacenes Coy) en la castiza Gran Vía de Murcia D.F. Además de Godzilla, Maciste, Trinidad, Providencia y otros hijos de un dios menor, uno se jartó de tragar películas mexicanas del Santo, el enmascarado de plata. Yo descubrí México a través de las películas del Santo, de los tebeos de Novaro y de los doblajes de Hanna Barbera. No estaban tan mal para descubrir las peculiaridades de un polo excéntrico de occidente (como ha denominado a México Enrique Krauze) antes de los diez años.
Rememorando domingos matinales, bolsas de pipas y gamberradas varias en la oscuridad de aquellos cines populachones como el Rex y el Coy, me he chutado esta peli del Santo, y he gozado enormemente. Yo no soy adicto al cine de la serie zeta, para quienes picoteen en ese rico vergel que nunca dejen de leer El blog ausente. A pesar de todo, el clasicismo está desmoronado en nuestros días, que son tiempos en que reina la estética de el Santo. De ahí la importancia enorme que la serie Z ha cobrado durante la última década. Tenemos democracias de serie Z, gobernantes de serie Z, programaciones televisivas de serie Z, recuerdos de serie Z de una vida de serie Z, comemos demasiadas Mc Zetas y cuando soñamos despiertos soñamos sueños de serie Z reciclados de un código de valores de serie Z.
Y la sensibilidad artística, que no es ajena a nuestras cuitas, se reconoce cada vez más en el cine de serie Z, que la posmodernidad homenajeó en los ochenta y acabó por ser reivindicado durante los 90. Y un día, el 11 de Septiembre de 2001 (odisea del espacio aéreo), mientras los murcianos regresaban de romería y encendían los televisores en pleno trance post-jumillazo, en Nueva York quedó inaugurada la nueva era de la serie Z protagonizada por un vaquero bueno y un malvado diseñado por la misma cultura Z que entronó a Fu-Manchú como icono de la Z setentera.
En tiempos Z, y sin Mazinger Z que nos salve del Doctor Infierno, no está de más revisitar la serie Z de nuestra infancia, esa subcultura cinematográfica desdeñada por los críticos de la antigua era, esa subcultura que andaba a la zaga y ahora surge de las catacumbas culturales como zombies zetosos que zancajean o zascandilean en busca de corazones lozanos para zamparse.
Santo y Blue Demon contra los Monstruos es un cateZismo estético de nuestro tiempo: el macabro doctor Bruno Holder, científico loco que revive cadáveres, es resucitado a su vez por sus temibles criaturas. Ahora su único objetivo es vengarse de sus grandes enemigos, los enmascarados justicieros Blue Demon y el Santo, y para ello contará con la ayuda inestimable de Drácula, la Momia, Franquenstain (sic), el Hombre Lobo y la mujer vampiro. Estética decadente, argumento minimalista, música zetosa e interpretaciones inexistentes (ya se sabe que Santo y Blue Demon se interpretaban a sí mismos), Santo contra los Monstruos es un placer para los sentidos sólo parangonable con el placer de imaginar a George W. Bush revolcarse por la moqueta luchando contra las malditas galletitas saladas que conspiran noche y día para instaurar un nuevo estado terrorista.
Santo y Blue Demon contra los monstruos (1969). Dirección: Gilberto Martínez Solares. Escrita por Rafael García Travesi. Fotografía: Raúl Martínez Solares. Música de Gustavo César Carreón. Con Santo, Blue Demon, Carlos Ancira, Jorge Rado, Adalberto Martínez “Resortes”, Rafael Aldrete, “Santanón”. Color. 82 m.