En los números 164-5 del semanario El Reto publiqué la siguiente reseña del libro Comics and Sequential Art, una obra fundamental para quien desee aprender algo sobre el medio de la mano de uno de sus más reconocidos maestros: Will Eisner. Mi sección dedicada al tebeo se llama Narrativa gráfica, concepto con el que la mayor parte de lectores juarenses no están demasiado familiarizados. Esta es la causa de la pequeña aclaración y explicación con que abro el artículo.
Will Einer y la didáctica del arte secuencial.
El concepto “narrativa gráfica” no es, ni mucho menos, un conejo que una noche extraje de un sombrero de copa. Hasta donde me alcanza la memoria, comenzó a usarse en los años 70 en un intento por parte de la crítica sensible de definir y analizar un arte, el de los llamados cómics, que a finales de los años sesenta comenzó a ser estudiado en revistas y universidades al mismo nivel que el cine. Digo al mismo nivel porque hasta los años sesenta, gracias los nuevos vientos que soplaron sobre Occidente, artes desdeñadas hasta entonces por los santones de la cultura comenzaron a obtener carta de soberanía cultural. Hasta entonces, nadie hubiera dicho que una película del Oeste era una obra de arte, y cuando el gran director John Ford se presentó como “un señor que hace películas del Oeste” los críticos que veneraban sus películas “serias”, como Las uvas de la ira o El delator creyeron que el gran tuerto había perdido, si no el otro ojo, sí al menos la chaveta. Lo mismo pensaron muchos cuando John Steinbeck solicitó el Premio Nobel de Literatura para Al Capp, el dibujante y guionista de la historieta de prensa Li´l Abner, bajo el argumento de que era el autor más corrosivo e hilarante de América. Pero, qué carajo, eran los tiempos del rock, del amor libre, de la emancipación de la mujer, de la psicodelia y del izquierdismo visionario. ¿Acaso no merecían también el cómic o el cine ascender a los altares mayores y abandonar el culto escondido de la cella?
El concepto “narrativa gráfica” no es, ni mucho menos, un conejo que una noche extraje de un sombrero de copa. Hasta donde me alcanza la memoria, comenzó a usarse en los años 70 en un intento por parte de la crítica sensible de definir y analizar un arte, el de los llamados cómics, que a finales de los años sesenta comenzó a ser estudiado en revistas y universidades al mismo nivel que el cine. Digo al mismo nivel porque hasta los años sesenta, gracias los nuevos vientos que soplaron sobre Occidente, artes desdeñadas hasta entonces por los santones de la cultura comenzaron a obtener carta de soberanía cultural. Hasta entonces, nadie hubiera dicho que una película del Oeste era una obra de arte, y cuando el gran director John Ford se presentó como “un señor que hace películas del Oeste” los críticos que veneraban sus películas “serias”, como Las uvas de la ira o El delator creyeron que el gran tuerto había perdido, si no el otro ojo, sí al menos la chaveta. Lo mismo pensaron muchos cuando John Steinbeck solicitó el Premio Nobel de Literatura para Al Capp, el dibujante y guionista de la historieta de prensa Li´l Abner, bajo el argumento de que era el autor más corrosivo e hilarante de América. Pero, qué carajo, eran los tiempos del rock, del amor libre, de la emancipación de la mujer, de la psicodelia y del izquierdismo visionario. ¿Acaso no merecían también el cómic o el cine ascender a los altares mayores y abandonar el culto escondido de la cella?
Narrativa gráfica era un concepto cómodo para el arte en sí. Por una parte, hacía mención de lo literario; por otra, explicitaba que se trataba de una literatura desarrollada a través de imágenes, y no sólo de diálogos o textos más o menos descriptivos —adecuados o redundantes— que en algunos casos alcanzan grados altos de lirismo. Por otra parte, el concepto no estaba reñido con aquellas obras que habían descartado el texto literario y contaban sus historias apoyándose en el mero soporte visual. Por supuesto, fueron los estudiosos los que comenzaron a hablar de la narrativa gráfica y a publicar revistas de análisis ampliamente especializadas —en Francia, Cahiers de la Bande Desinée; en Estados Unidos, The Comics Journal— y pronto los libros de análisis del género o monográficos de autores fueron legión. El pueblo les dio otros nombres, más acordes a su espíritu siempre vivo y siempre peregrino: en España les llamó tebeos, en México pepines, en Italia fumetto, en Estados Unidos cómics, en Japón manga, en Francia bande desinée… Muchas veces bautizaron al género con nombres específicos de una revista representativa (TBO, Pepín), o poniendo énfasis en el género más popular (comic-strip) o elevando un rasgo formal a la categoría de distintivo (fumetto, del italiano fumo, por los globos de texto que parecen que recuerdan al humo de cigarro). Más allá de localismos, la palabra que se ha convertido en la palabra internacional es la inglesa cómic (en español con acento por ser palabra grave que no termina en n, s ni vocal), palabra que en todos los países con vocablo autóctono provoca cierto rechazo por quienes no desean ver su vicio colonizado, y argumentando, no sin razón, que llamar cómic a este arte es como decir kleenex para referirse a cualquier pañuelo de papel. El concepto de novela gráfica se debe al gran autor norteamericano Will Eisner (Manhattan, 1917), que en 1978 publicó Contrato con Dios, la primera novela gráfica de la historia en el sentido moderno por el formato de libro en que estaba editada y la estructura literaria de sus varios relatos relacionados, todos vinculados a la vida en los barrios de tenements que afloraron como hongos malditos en Nueva York después del crack de la bolsa de 1929. Contrato con Dios, además de ser el bautismo de un nuevo género, fue el regreso al medio de Will Eisner, todavía una leyenda viva del género, y lo que es mejor, viva y en activo a sus ochenta y cuatro años de actividad incansable como dibujante, escritor, profesor en la Universidad de Nueva York y teórico de este género literario de la narrativa gráfica.
Will Eisner es un maestro del medio, y dos cuartillas no son nada para hablar de este artista que a finales de los años 40 ya había producido su obra maestra y piedra angular de los tebeos como arte adulto y literario: The Spirit, una serie donde el héroe tradicional se convertía en excusa testimonial para desgranar, semana a semana en relatos de siete páginas que a finales de los años cuarenta rozaron la perfección literaria y gráfica, las mil historias de una gran ciudad que comenzó siendo Nueva York y acabó por llamarse Central City para acabar convirtiéndose en una de las grandes abstracciones urbanas del siglo XX. Paralelamente a la revolución estética que supuso el Citizen Kane de Orson Welles, Eisner llevó a cabo una idéntica revolución del medio sin que todavía haya quedado del todo claro quién influyó sobre quién. ¿Se inspiró Welles en el trabajo de, entre otros, Eisner para revolucionar el medio cinematográfico? La conocida admiración que Welles profesaba por la serie de prensa Terry y los piratas, de Milton Canniff, maestro de toda la generación de los años cuarenta y también de Eisner, hacen pensar que el genio del cine extrajo muchas de sus ideas de un medio que, como el séptimo arte, estaba alcanzando en aquel momento su clímax de madurez, y que a partir de entonces la influencia sería mutua y difícilmente rastreable.
Muchas sesudas tesis doctorales se han escrito sobre la obra de Eisner, una obra todavía abierta para quien gozamos The Spirit y, más tarde, de sus novelas sobre la condición humana. Sin embargo, ahora volvemos hacia él la mirada, no para hablar de sus obras artísticas, sino para comentar su imprescindible libro Comics and Sequential Art, donde el autor (que llama al medio “arte secuencial”) lleva a cabo un excelente despliegue de su sabiduría de un medio que él como pocos contribuyó a crear, y donde comenta cada uno de los elementos que intervienen en la narración de una historia por medio de viñetas —y no pocas veces sin ellas— para establecer una auténtica gramática y sintaxis de la narrativa gráfica como forma literaria. El autor lo dejó bien claro en una entrevista concedida a Jaume Vidal para El País el 25 de enero de este mismo año: “El cómic es una forma válida de literatura capaz de dirigir su contenido más allá de las simples historias de entretenimiento. El cómic, dentro de las limitaciones de su lenguaje, puede aspirar al mismo nivel literario que cualquier novela.”
Este interés por demostrar el valor eminentemente literario del cómic le llevará a traducir a términos gramaticales la última página de su célebre historia de The Spirit, Gerhard Shnobble, donde el pobre Gerhard, que por fin se atreve a revelar al mundo el gran secreto de que es capaz de volar, es alcanzado accidentalmente por una bala perdida durante un tiroteo en una azotea: “Una descripción de la acción en esta viñeta puede ser representada gráficamente como si de una sentencia se tratase. Los predicados del tiroteo y el forcejeo pertenecen a cláusulas separadas. El sujeto de “el tiroteo” es el bandido, y Gerhard es el complemento indirecto. Los muchos modificadores incluyen el adverbio “¡Bang, bang!” y los adjetivos del lenguaje visual, tales como postura, actitud y gesticulación.” (pp. 8-10). Eisner analiza a lo largo de esta obra todos los elementos que intervienen en la creación de una novela gráfica: tiempo, guión, dibujo, posibilidades dramáticas del rotulado de texto y de la caja de la viñeta para acabar con algunas reflexiones prácticas acerca del arte de los cómics y la computadora. Además, el libro incluye un buen número de historietas del autor debidamente comentadas a los márgenes por él mismo —se trata de la técnica moderna del cómic de texto, cuyas notas a los márgenes hacen la función de las notas a pie de página en la literatura crítica al uso—, por lo que el lector podrá disfrutar de una pequeña selección de las mejores historias clásicas de The Spirit, un fragmento de Life On Another Planet (1980) y el curioso y fructífero experimento que es Hamlet On A Rooftop, donde Eisner tomó el célebre monólogo shakespeariano y lo trasladó al cómic sin suprimir ni una sola palabra, demostrando, además, que las posibilidades del medio son tan grandes como sea la grandeza de espíritu de sus autores.
Will Eisner, Comics and Sequential Art. Poorhouse Press. Florida, 2001 (21ª edición). 164 pp. 19.95 $. Edición española: Los cómics y el arte secuencial. Norma Editorial.
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