viernes, agosto 13, 2004

MONTERREY

Una persistente llovizna calurosa sirvió de telón de fondo para Monterrey durante estos días de viaje a ninguna parte. La urbe, a la que llaman sultana, me pareció una hurí tendida entre montañas, una hurí dormida empapada en sudor, calenturienta e impaciente, agitándose en un pesado sueño de volutas humeantes de acero fundido, embriagada por el tránsito de la modernidad, con las piernas abiertas y repantigada sin bragas sobre las colinas cercanas, extendiendo hasta la última gema de su ajuar por la más recóndita ladera de la última colina. Monterrey resplandece por las noches como presencia fatasmagórica, casi volátil y aérea, sembrada en las montañas por las que se ramifica la urbe. Las montañas rigurosas que la costriñen se cubren de un salpicón de barriadas de humildes y buenos mexicanos, ésos que cada mañana se levantan para trabajar con fe y optimismo por una vida mejor dentro de la economía sumergida. Las montañas, gigantes nocturnos que velan a la hurí dormida, se vuelven entonces vientre fecundado del que nace Monterrey todas las mañanas. O boca de lobo donde titilan mil lucecitas defenestradas como mil dientes y colmillos que relampaguean dentro de una mandíbula inverosímil.

Monterrey es ciudad de regusto europeo. Su barrio antiguo tiene el relamido sabor sabroso de las ciudades coloniales, que nacieron mientras morían de nostalgia por las tierras de más allá del mar. Esto no impide que la ciudad sea hoy, también, un modelo de la modernidad en América Latina. Conviven junto a los palacetes achaparrados y rollizos del pasado los rascacielos de cuello de cisne y verde sangre color de dólar. Acogedora como el camino de Santiago, está llena de rincones para el paseante que sólo busca entretenerse en divagar, en acurrucarse junto al tintineante resplandor musical de las fuentes o entre el encendido perfume de las flores.

Pero también es camino de Santiago del FMI: Monterrey está llena de hoteles de lujo que parecen naves extraterrestres recién aterrizadas, hoteles para salteadores y navajeros con Visa Oro, para jerifaltes internacionales que a veces se citan en Monterrey para presumir sus relucientes espadones recién lubricados con vaselina para culo de pobres. Da un poco de miedo entonces, el verlos a todos tan juntos, tan juntos y tan feos, mientras se orinan sobre el sida en África o se pedorrean con la crisis de las democracias latinoamericanas. Y mientras tanto, agitan los espadones propinando mandoblazos a los subsidios agrarios con la misma cara que los gorilas se golpean el pecho. Agitan los espadones ante el mundo en este México futurible que es Monterrey, y el mundo tiembla de admiración cuando los espadones trinchan nalgas de niño etíope marinado en estos banquetes de trimalciones.

Así es Monterrey, señores. Si me preguntasen, no podría expresarlo de manera más objetiva.

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