No con la frente marchita, aunque nieves de friega platearon mi sien. Un poquito nomás. Ya quisiera mi monda calavera, sobre la cual ladra el can de mis estíos, cabellos para platearse. Cero patatero, que dijo aquel monarca filósofo conocido de todos los españoles. Y que conste, lo que más me molesta no es el ser calvo, sino el no ser calvo del todo: donde debiera lucir una hermosa y relumbrante calva, tengo todavía una pelusa resistente al tiempo como los pelos de una momia de Guanajuato. Yo quisiera ser calvo-calvo, lucir una calva lisa y perfecta: una calva prepucial, como la de mi querido Henry Miller. Una calva a la que pudiera sacar brillo por las mañanas, para llegar a la isla de Tomis resplandeciente como un Febo Apolo en versión Febo Pelón.
Me entretengo en naderías ante ustedes, cuando debiera lanzarme al grano como gallina bloguera. Vuelvo a este Alcatraz público porque, como quien dice, alea iacta est, la tesis está echada. Me queda transcribir las correcciones de doce páginas, y se acabó la redacción de la tesis. Doce páginas no son nada frente al volumen de 768 (a un espacio) que por estas fechas estoy acabando de parir. Con un poco de vaselina para que duela menos. Ésa es la tesis, a la que acompaña un segundo volumen de otras doscientas páginas con las sinopsis de quince novelas. Casi mil blanquitas (a un espacio) a quienes tendré que comprar una cuna para que le sonrían las visitas (que son casi ninguna) y un biberón con leche de la ubre galáctica de Juno. No es que yo tenga cosas muy importantes que decir (en realidad, todo estaba dicho), pero se trata de mi maldita enfermedad crónica que quizá ustedes sospechan. ¿No les he contado que padezco logorrea? La logorrea es una enfermedad consistente en no poder parar de escribir. Se trata de la pretensión de reescribir la vida y la historia con la ilusión de, un día, reescribir el mundo. El enfermo de logorrea se convierte en novelista, en profesor, en bloguero. Sólo bajo estas condiciones es concebible la inmersión absoluta en una realidad paralela: la realidad fantasmagórica de la literatura, entendida, como bien sabrán quienes lean la cartela introductoria de esta bitácora, en un sentido siempre amplio. Porque en la variedad está el gusto.
Vuelvo con el placer de comprobar que, escriba o no escriba, tengo el mismo número de visitantes. Es decir, que más vale seguir escribiendo para ahorrarse el doloroso esfuerzo de callar, puesto que, a pesar de todo, nada se transforma con el silencio. Gracias por estar ahí, quién sabe quién y dónde. Mañana volvemos con más flexiones y menos reflexiones, pero no esperen que les hable del nuevo Papa.
Dixi, et animam levavi. Porque para eso escribe uno.
2 comentarios:
No los mismos visitantes. Dos más, y unos cuantos que no dan la cara. Felicidades por el término de la tesis. Más admiración.
Saludos.
Gracias, Romelia e Isela por vuestras palabras. Nos seguimos leyendo.Seguro.
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