Fin de semana tranquilito, como uno merece después de la agitada semana. Mi curso a profesores de bachilleres se desarrolló muy bien, un poco pesado por el horario intensivo, pero los maestros acabaron muy entusiasmados y me pidieron uno de griego y otro de literatura clásica para enero. Gracias a todos vosotros por los comentarios de apoyo ante tanta chamba y desentendimiento bloguero.
Este fin de semana he comenzado un nuevo volumen de relatos de Andrea Camilleri (El miedo de Montalbano). Me gusta mucho este socarrón escritor italiano. No solamente es un ágil narrador, sino que es de esos autores que introducen muy bien el humor dentro de sus relatos. Algo poco común en la novela negra, aunque tiene antecedentes tan clásicos como, por ejemplo, el francés Frederic Dard y su serie del comisario Sanantonio. Además, he rematado el tocho de tebeos Bonelli que me llegó recientemente en una caja. En España los edita Aleta, una edición más que correcta aunque con unas espantosas faltas de ortografía que afean el esfuerzo de esta pequeña editorial. He leído, concretamente, dos números de Dylan Dog, ese investigador de las pesadillas del que Umberto Eco dijo: "Hay tres obras que nunca me cansaría de leer: la Biblia, la Divina Comedia y Dylan Dog". Bueno, ya he dicho que los tebeos de Bonelli son los mejores cómics populares del mundo: tomitos de casi 100 páginas con historias bien desarrolladas, con buenos personajes y diálogos interesantes. Cómics que te duran en las manos entre una hora y hora y media, no como los tebeos de Marvel y DC que se leen en cinco minutos. En concreto, he disfrutado mucho con el volumen El espejo del alma, escrito por Paola Barbato y dibujado por Nicola Mari. Formidable tebeo. Yo a Dylan Dog lo estimo tanto que se lo perdono todo, incluso que no fume y sea abstemio (una vez fui a clase disfrazado de Dylan Dog, pero ningún alumno se dio cuenta; volveré a hacer lo mismo el próximo semestre, en Obras maestras de la narrativa gráfica).
Por lo demás, sigue haciendo un calor del demonio. El aire es una gabardina de fuego. Para cuando hace tanto calor como ahora (por encima de los 40 grados centígrados), los mexicanos tienen un dicho que me encanta: "Está planchando el Diablo". Plancha el diablo hubiera sido un maravilloso título para un western. Yo con el calor me llevo muy bien. Me encanta. Cuando era jovencito y tenía un carácter melancólico-depresivo le tenía pánico a la primavera y al verano, adoraba el invierno y el triste frío. Ahora no. Por mí podría hacer 50 grados, que los aguantaría bien, sobre todo cuando es este calor seco de Juárez, un sol furioso que mete alaridos por el cielo y que te mordisquea el cráneo con el mismo afán con que un perro roería un hueso. Pero agarras una buena sombra, y todo cambia. Te duchas, y al contrario de lo que pasa en Murcia, sales fresco y no sudado. En el estudio en que escribo no tengo aire acondicionado, ni la insistencia de Doña Maquila me persuade a colocar a mi lado un ventilador. Prefiero escribir y sudar, sentir cómo las gotas recorren mi espinazo y la camiseta se empapa con el simple acto físico de teclear en el ordenador. Me siento un animal tropical, una bestia furiosa del bosque, un lobo que regresa a la montaña después de esquilmar un rebaño, y eso me fascina. Además, sudar es bueno: ayuda a eliminar toxinas.
Mañana es la última semana de labores en la universidad. He concertado un par de reuniones con las dos primeras generaciones de estudiantes para presentarles la normatividad de las tesis, algo en lo que he trabajado en las últimos semanas. Veremos, además, qué más se tercia. Una cosa está también muy clara, a tenor de lo que dicen los periodiquillos locales: seguirá planchando el Diablo. Que planche a gusto, que a mí no me ha de faltar agua bien helada para combatirlo y cremoso gazpacho con mucho ajo para ahuyentar a los vampiros.
Este fin de semana he comenzado un nuevo volumen de relatos de Andrea Camilleri (El miedo de Montalbano). Me gusta mucho este socarrón escritor italiano. No solamente es un ágil narrador, sino que es de esos autores que introducen muy bien el humor dentro de sus relatos. Algo poco común en la novela negra, aunque tiene antecedentes tan clásicos como, por ejemplo, el francés Frederic Dard y su serie del comisario Sanantonio. Además, he rematado el tocho de tebeos Bonelli que me llegó recientemente en una caja. En España los edita Aleta, una edición más que correcta aunque con unas espantosas faltas de ortografía que afean el esfuerzo de esta pequeña editorial. He leído, concretamente, dos números de Dylan Dog, ese investigador de las pesadillas del que Umberto Eco dijo: "Hay tres obras que nunca me cansaría de leer: la Biblia, la Divina Comedia y Dylan Dog". Bueno, ya he dicho que los tebeos de Bonelli son los mejores cómics populares del mundo: tomitos de casi 100 páginas con historias bien desarrolladas, con buenos personajes y diálogos interesantes. Cómics que te duran en las manos entre una hora y hora y media, no como los tebeos de Marvel y DC que se leen en cinco minutos. En concreto, he disfrutado mucho con el volumen El espejo del alma, escrito por Paola Barbato y dibujado por Nicola Mari. Formidable tebeo. Yo a Dylan Dog lo estimo tanto que se lo perdono todo, incluso que no fume y sea abstemio (una vez fui a clase disfrazado de Dylan Dog, pero ningún alumno se dio cuenta; volveré a hacer lo mismo el próximo semestre, en Obras maestras de la narrativa gráfica).
Por lo demás, sigue haciendo un calor del demonio. El aire es una gabardina de fuego. Para cuando hace tanto calor como ahora (por encima de los 40 grados centígrados), los mexicanos tienen un dicho que me encanta: "Está planchando el Diablo". Plancha el diablo hubiera sido un maravilloso título para un western. Yo con el calor me llevo muy bien. Me encanta. Cuando era jovencito y tenía un carácter melancólico-depresivo le tenía pánico a la primavera y al verano, adoraba el invierno y el triste frío. Ahora no. Por mí podría hacer 50 grados, que los aguantaría bien, sobre todo cuando es este calor seco de Juárez, un sol furioso que mete alaridos por el cielo y que te mordisquea el cráneo con el mismo afán con que un perro roería un hueso. Pero agarras una buena sombra, y todo cambia. Te duchas, y al contrario de lo que pasa en Murcia, sales fresco y no sudado. En el estudio en que escribo no tengo aire acondicionado, ni la insistencia de Doña Maquila me persuade a colocar a mi lado un ventilador. Prefiero escribir y sudar, sentir cómo las gotas recorren mi espinazo y la camiseta se empapa con el simple acto físico de teclear en el ordenador. Me siento un animal tropical, una bestia furiosa del bosque, un lobo que regresa a la montaña después de esquilmar un rebaño, y eso me fascina. Además, sudar es bueno: ayuda a eliminar toxinas.
Mañana es la última semana de labores en la universidad. He concertado un par de reuniones con las dos primeras generaciones de estudiantes para presentarles la normatividad de las tesis, algo en lo que he trabajado en las últimos semanas. Veremos, además, qué más se tercia. Una cosa está también muy clara, a tenor de lo que dicen los periodiquillos locales: seguirá planchando el Diablo. Que planche a gusto, que a mí no me ha de faltar agua bien helada para combatirlo y cremoso gazpacho con mucho ajo para ahuyentar a los vampiros.
2 comentarios:
Ahora que lo dices, recuerdo que una vez me quedé pensando profundamente por qué te veías tan cool una vez que fuiste con una camisa roja y el saco / blazer negro.
Alumn@
Ya me preguntaba por qué había quedado tan bien una película de Michele Soavi conocida en España como "Mi Novia es un Zombi" (y cuyo título original versa "Dellamorte Dellamore"). El autor de la novela gráfica es nada menos que Tiziano Sclavi, el autor de "Dylan Dog." Y no valla yo a echar la mala suerte, pero parece ser que el diablo ya terminó de planchar.
Abrazos.
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