En el camino de parangonarse con la literatura des-dibujada, el tebeo alcanza en su periodo de madurez nuevos formatos y géneros que hasta hace bien poco eran impensables. La literatura nos ha acostumbrado, desde antiguo, a la lectura de epistolarios y diarios. Podría citar, entre los primeros, el epistolario de don Francisco de Quevedo, y entre los segundos, los diarios de Anaís Nin. Son sólo dos ejemplos entre cientos. Sin embargo, ¿cuándo habíamos visto que un tebeo fuese el diario de su artista? Al contrario de lo que sucede con actores o estrellas del rock, la vida de los dibujantes de cómics suele ser bastante gris, siempre esclavizados delante del tablero de dibujo, así que uno puede plantearse con toda legitimidad: ¿por qué debería interesarme un volumen sobre las penas y alegrías de un pintamonas? La respuesta está en la misma tradición literaria: a veces, los diarios son interesantes en sí mismos porque el autor tiene un punto de vista interesante sobre su propia vida, si es que su propia vida no tiene las cualidades novelescas requeridas para convertirse en libro de éxito (lo cual casi nunca ocurre). Todo esto viene a cuento porque no puedo dejar de hablar de uno de los mejores cómics que he leído durante estos últimos doce meses. Si alguien me preguntara mi opinión, Diarios de Festival, de Ángel de la Calle, estaría entre los diez primeros.
Diarios de festival es el diario de Ángel de la Calle. Inmersos en la moda de los diarios pintados o carnets (Sfar, Trondheim, Gallardo…), de la Calle se une a este selecto círculo de autores y nos presenta esta memoria de sus múltiples actividades durante la gestación y transcurso de la XVIII Semana Negra de Gijón, principalmente, y también en otros festivales dedicados al tebeo donde este autor, principalmente durante el tiempo en que dibujaba estos Diarios, promocionaba su gran obra Modotti. Son muchos los elementos que hacen grande este proyecto intimista y pequeño que es, en apariencia, Diarios de festival. Por una parte, la descripción meticulosa de la vorágine laboral que hace posible uno de los mayores acontecimientos del verano, la Semana Negra de Gijón, donde de la Calle puede convivir y charlar con los mejores autores del momento; por otra parte, el espontáneo intimismo de esta obra: las esperas a que salga su hijo Sergio del colegio estimulan la reflexión y la creatividad de este autor, y esos momentos que podrían haber sido muertos en cafeterías obligadas por las circunstancias, se convierten en el crisol de reflexiones a veces hondas, a veces muy peregrinas, pero siempre nos entusiasman por su nada fingido tono de rebanada de vida; por último, tenemos el dibujo de esta obra: rápido, caricaturesco, los bocetos de Ángel de la Calle nos demuestran la madurez de este artista cuando dibuja sin querer ser preciosista o cuidadoso. No todos los diarios o carnets de dibujantes merecen igualmente la pena, e incluso alguno ha caído en mis manos que demuestra ser un verdadero engañabobos: puras pajas mentales dibujadas con las patas sin el más mínimo interés desde ningún punto de vista. Este puede ser el mayor riesgo de este nuevo género de la narrativa gráfica: que sus autores crean que emborronando cualquier cuaderno con sus discutibles ocurrencias o garabatos pueden tener presencia constante en el mercado con trabajos de tercer nivel sin demasiada autoexigencia. Desde este punto de vista, los Diarios de festival de Ángel de la Calle demuestran una coherencia interna, una concepción temática muy precisa y un acabado formal ligero y fresco, siempre intimista y reconfortante.
Ignoro si hoy todavía será posible encontrar en las librerías españolas los Diarios de Festival. Su primera edición constó de sólo 500 ejemplares y en él se nos advierte de que este libro nunca será reimpreso ni nuevamente editado. En definitiva, quienes ya lo tengan en sus manos guardan un valioso tesoro: el tesoro que resulta de mirar en el interior de un artista fecundo que contempla su entorno y su profesión con una mirada tierna y emotivamente humana.
Ángel de la Calle, Diarios de festival. AAHA. Dentro de la viñeta, 1. Gijón, febrero de 2006.
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