Distinguido senado: como les contaba el otro día, Alex Raymond y Harold Foster fueron, durante los años 30 y hasta mucho después, los grandes maestros y referencia absoluta del cómic realista mundial. En otro orden, la escuela de Noel Sickles se convirtió en universal gracias a la expansión mundial de Terry y los piratas, de Milton Caniff, estilo expresionista y cuadrangular que hoy encontramos todavía en epígonos suyos como Jordi Bernet, Darwyn Cooke, Mike Mignola o John Romita Jr (entre muchos otros, y los que vendrán…). Y es que Foster y Raymond han compartido un destino casi indisoluble en la memoria de los aficionados al medio, tan indisoluble, que incluso los buenos conocedores de este arte, aquellos que más han hecho por dignificarlo, pueden meter la pata al escribir cosas como ésta:
Pueden consultarlo en la página 293 de la reciente edición de Historia social del cómic, de Terenci Moix (Ediciones B, marzo 2007, colección Bruguera Ensayo), texto pionero en la historia del análisis del tebeo en España, sin duda una obra de referencia ineludible, una antorcha en tiempos oscuros, una tarde de merienda en un campo de concentración, pero también un tanto desfasado por el enfoque marxista de gauche divine que imprime Moix a una obra que, insisto, leída con los ojos de la contemporaneidad, sigue siendo muy valiosa, además de amena. Ni que decir tiene que el coche en que viajaba Raymond no era el de Harold Foster, sino el de Stan Drake, autor de The Heart of Juliet Jones, como pueden leer en este recorte de prensa de la época, y que he tomado del libro Alex Raymond, por Salvador Vázquez de Parga (Toutain Editor, 1982):
Todos tenemos despistes como éste, pero no cabe duda de que verba volant, scripta manent. La obra de Moix es un clásico, y como tal se le debe tener un respeto, a pesar de ese tonillo de coña marinera con que a veces Moix se aproxima a algunos iconos del medio, y a pesar también de insistir un poquito en visiones trasnochadas y un poco morbosuelas a las que hoy nadie en su sano juicio concedería credibilidad (propagadas por el nefasto Dr. Wertham, ya saben ustedes: que Robin era el efebo de Batman y cosas así). Y como clásico pionero que fue, se le puede perdonar, incluso, que diga esas cosas tan suuuuuuuuuucias de mi adorada Modesty Blaise que el pudor me impide reproducir aquí, y que bueno, viniendo de alguien que se pirraba por las cantantes gordas de ópera y/o similares, son perfectamente comprensibles.
Yo me pregunto, tantas décadas después de la primera edición de este clásico que todo aficionado al medio debe leer: ¿Moix nunca se dio cuenta de su gazapo? Y lo que es peor: ¿nadie se ha dado cuenta en Ediciones B, empresa a la que ya muchos llaman la Cancerbera Garbancera de Bruguera? ¿Hay especialistas en las editoriales que relean estas obras clásicas para ponerlas al día y corregir lapsus mentis aut calami?