Desde que las películas de Santo, el enmascarado de plata, han entrado con ínfulas de venir a quedarse en las filmotecas, la pasión por la lucha libre mexicana y sus iconos no tiene fronteras. No es de extrañar, por eso, que los moneros mexicanos retomen una y otra vez a estos representantes de la cultura popular convertidos en verdaderos ídolos de la fantasía del pueblo, verdaderos superhéroes de la vida real en un país donde los buenos somos corderos para el banquete y los malos gobiernan desde todas las altas y bajas esferas; un país en el que todos los esfuerzos de los sucesivos ocupantes de la silla del águila se reducen a dos objetivos fundamentales: llenarse cuanto antes y mejor los bolsillos con las arcas públicas e insistir una y otra vez en que Estados Unidos debe abrir sus compuertas para que los problemas de México se solucionen por completo cuando ya todos nos hayamos marchado de él y el territorio nacional pueda ser subastado por E-Bay. Rafael Navarro nació en Sonora, México, en 1967, pero desde 1969 reside en Estados Unidos. No es de extrañar que Navarro, atraído desde niño por los tebeos, conjugara a la perfección el ingenio del mexicano con la riqueza de oportunidades del gringo.
Sonámbulo es un superhéroe mexicano de la línea hard-boiled, una mezcla de Santo y The Spirit que bebe tequila y resuelve casos rocambolescos a puñetazos con inconfundible sabor a circo, maroma y teatro. Sonámbulo, heredero de la pincelada ágil y vigorosa de Frank Robbins y no alejado de las influencias de un Darwyn Cooke, es un detective privado tan hijo de Chandler como de Blue Demon, un sobrino extraviado de Kalimán y de Jack Kirby. Un nieto mexicano de la escuela de Noel Sickles, por supuesto. Tuve la suerte de agenciarme hace poco los tres números de su arco argumental Mexican Stand-Off, y su lectura se lee de manera fluida y golosa como si de tres cócteles margarita se tratase. Con mucha sangrita, por supuesto. Sonámbulo es un cóctel muy efervescente y divertido donde se rastrean multitud de referencias a varias décadas de cultura popular, entre las que no falta ni el Borbah de Charles Burns ni la Elektra de Frank Miller. Y por supuesto, mucho México lindo y querido entremezclado con una buena representación de cuanto Estados Unidos ha tenido de más lindo y querible.
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