Creo que uno de mis pocos descubrimientos literarios dichosos de los últimos años ha sido Philip K. Dick (en la imagen, retrato del autor por Robert Crumb). Autor perteneciente al género de la ciencia-ficción, su adscripción al mismo en tiempos ingratos le ha encerrado en el reducto disfrutable sólo por unos cuantos iniciados. Como siempre, es un error, porque K. Dick es uno de los escritores más disfrutables del siglo XX americano, un hombre cuya extraña percepción del mundo (visionario y paranoico en comunicación con Sivavni, divinidad por él descubierta o inventada) le impulsó a escribir un montón de cuentos y novelas donde sus criaturas se mueven en un universo conceptualmente complejo, lleno de extrañas y fantásticas evocaciones de universos paralelos y vínculos con mundos invisibles, pero siempre envolventes. Mucho se cita de él un gran clásico, famoso gracias a su adaptación cinematográfica (Blade Runner, 1982): “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. El film de Ridley Scott es una de mis grandes referencias cinéfilas personales, pero ni siquiera este gran film puede hacer más que evocar la complejidad y lirismo de K. Dick.
Los clanes de la luna alfana es mi última aventura con K. Dick. Aventura en toda regla, pues casi ningún autor consigue (y sí lo hace K. Dick) arrastrarme a mundos lejanos y abrumarme con su riqueza conceptual. En esta novela, científicos de la Tierra intentan hacerse con el control de una luna rebelde gobernada por una sociedad de enfermos mentales que renegaron en el pasado de continuar sus vínculos con la Tierra. Buen conocedor de las enfermedades mentales (que él también padecía) en esta novela elabora una confrontación entre el mundo de los “locos” y el de los “cuerdos”. No es una de sus grandes obras, pero empiezo a descubrir que cualquier lectura de K. Dick es, en estos tiempos de hambruna de imaginación, rebelión y poesía, una gran lectura. Muy recomendable.
1 comentario:
Oh, sí. Este profeta sin duda no ha alcanzado los oídos de las masas no porque carezca de fuerza, sino porque la necedad tapa los sentidos. De mis favoritos.
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