La historia universal de la ramonidad tiene en dos ramones excelsos una de sus más altas cumbres: Ramón del Valle-Inclán y Ramón Gómez de la Serna, conocido también como Amón-Ra, o simplemente como Ramón, pues Ramón aglutinó en su proteica personalidad a los ramones que hasta entonces habían sido. Y cuando Ramón encontró a Ramón, surgió por arte y gracia de ambos una de las biografías más salás que he leído en mucho tiempo. Me refiero a la biografía Ramón María del Valle-Inclán, escrita por Ramón Gómez de la Serna.
El artífice de greguerías mil escribió diversas biografías a lo largo de su vida, y yo al menos tengo una más que ésta que nos ocupa: la de Edgar Allan Poe. No era Ramón biógrafo de alcurnia, aunque sí lo fue de altos vuelos. No era un encopetado académico, no tenía su brillante mente ni su candorosa, nunca afilada pluma, la intención de realizar una de esas biografías contrastadas y ultradocumentadas que hoy consumimos con enorme interés y provecho. Lo que hacía Ramón era otra cosa, era una refundición del anecdotario más sabroso con la más delicada intuición crítica, pero no de crítico de periódico, sino del crítico que todo gran escritor guarda dentro simplemente por ser escritor, pero también naturalmente por ser grande.
Gómez de la Serna conoció muy bien a Valle-Inclán. La grandeza de esta biografía reside precisamente en su liviandad. Es una biografía como aquellas que gustaban tanto a los antiguos: un poco a lo Suetonio, pero con muchísima más gracia que éste y sin la solemnidad de un Plutarco. Pero comparte con los grandes biógrafos antiguos el amor por el personaje tanto como el amor por la reflexión y el amor por la lengua en que escribían. Es una biografía llena de anécdotas personales, de leyendas inverosímiles, de grandeza de corazón, porque ante todo se nota en Ramón un gran respeto y amor por Valle-Inclán. Gómez de la Serna cristaliza la obra de Valle a través de su perceptiva gracia y galanura, la que debió tener a raudales el gordito y carismático autor de El circo o La Nardo. Es obra eminentemente literaria, no porque el biografiado sea un escritor, sino porque Gómez de la Serna era un grandísimo escritor cuya cabeza era una enorme chistera integrada llena de trucos y de conejos vertiginosos para saltar al papel impreso. Muchas de las anécdotas completamente falsas sobre cómo Valle-Inclán perdió su brazo fueron sistemáticamente inventadas por Ramón, y algunas son precisamente las que ilustran este artículo extraidas de un viejo tebeo de Editorial Novaro editado en México.
El imprevisible Valle, el cariñoso Valle, el violento Valle, el mitómano de sí mismo, el manco del espanto, el furibundo enemigo de Echegaray, el de las barbas de chivo, emerge del tonel de petróleo del tiempo con frescura, desparpajo, gracia vitriólica y mucho hachís. Se nos habla del Valle marido, del Valle papá, siempre del Valle ácrata, del Valle que prefirió ser pobre e independiente antes que acomodado y leal a intereses políticos o académicos. Sólo del cráneo privilegiado de este personaje singular hasta lo inverosímil podían surgir obras maestras espeluznantes como las Comedias Bárbaras, o toda una literatura completa como la hispanoamericana como cuando cinceló en Tirano Banderas a todo un continente.
Ramón y Ramón se encuentran por las callejuelas de Madrid a altas horas de la noche solitaria, sólo transitada por ellos y los gatos, y comparten paseos y charlas, y cuando la ocasión se presta, unas horchatas que producen sed en el lector hasta poder beberlas en la glorieta de Bilbao. Grandes ramones, hoy sin parangón en este tiempo persistente de mamones.
Encontré la biografía, en tapa dura y preciosa, de saldo en una librería de Madrid. Fue la mejor lectura de mi veranillo murciano, el de los dos litros de cerveza por día en discretos cafés, y el olor persistente (por más duchas al día que te des, tras leer los periódicos) de la evocación del río bravo de sangre que separa El Paso de Ciudad Juárez.
1 comentario:
Ahora mismo estoy llevando un curso de literatura peninsular, y me acordaba mucho de varias cosas que mencionas en el artículo, de las horchatas (aparecen también en "El árbol de la ciencia" de Baroja) y de tu lectura en clase de un fragmento de "La Rama Dorada" (el guardián del templo del bosque), hace ya algunos años, al leer "Numa, una leyenda" de Benet. Claro, también de "El Retablo..." Con lo del río, me acordé también del cerro de "la Biblia es la verdad" que menciona Cachi en uno de sus relatos. Sería acaso una señal de que la ciudad estaba, por su perversidad, destinada a la destrucción de antemano, desde tiempo atrás? Valle-Inclán sí atinó en anticiparse al Tirano Banderas...
Abrazos!
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