Buscando a Dios.
¿Cómo demonios puede dimitir Dios?
Jesse Custer, en Preacher: Gone to Texas, pág. 114.
La chiquillería pepineca mexicana le tiene afición a un personaje de la editorial DC llamado Hitman. Lo escribe el guionista Garth Ennis, uno de esos escritores ingleses que las grandes casas comiqueras usacas comenzaron a importar desde los años ochenta para revitalizar el terruño imaginero, que se había anquilosado enormemente entre el género de espada y brujería y el de mutantes —a todo esto, fue otro inglés, Chris Claremont, quien logró que la serie más deficitaria de Marvel, Uncanny X-Men, se convirtiese en el tragaperras de millones de dólares que es ahora—. Pronto, nombres como Alan Moore —renovador del género de super héroes con su Watchmen—, Neil Gaiman —con The Sandman— y otros artistas, tanto guionistas como dibujantes, renovaron el espectro del pepín popular norteamericano que, como sabemos, tiene sus columnas de Hércules en las editoriales Marvel y DC, editoras de caracteres bien conocidos como Spider-Man o Batman. Sus columnas de Hércules y su Non plus ultra, pues aunque casas independientes como Fantagraphics Books producen un cómic adulto, arriesgado y señero que puede competir no pocas veces con la literatura sin dibujos, el mercado popular está copado por esos entrañables paladines, bobos y bellos, que pajarean en pijama por las azoteas.
¿Cómo demonios puede dimitir Dios?
Jesse Custer, en Preacher: Gone to Texas, pág. 114.
La chiquillería pepineca mexicana le tiene afición a un personaje de la editorial DC llamado Hitman. Lo escribe el guionista Garth Ennis, uno de esos escritores ingleses que las grandes casas comiqueras usacas comenzaron a importar desde los años ochenta para revitalizar el terruño imaginero, que se había anquilosado enormemente entre el género de espada y brujería y el de mutantes —a todo esto, fue otro inglés, Chris Claremont, quien logró que la serie más deficitaria de Marvel, Uncanny X-Men, se convirtiese en el tragaperras de millones de dólares que es ahora—. Pronto, nombres como Alan Moore —renovador del género de super héroes con su Watchmen—, Neil Gaiman —con The Sandman— y otros artistas, tanto guionistas como dibujantes, renovaron el espectro del pepín popular norteamericano que, como sabemos, tiene sus columnas de Hércules en las editoriales Marvel y DC, editoras de caracteres bien conocidos como Spider-Man o Batman. Sus columnas de Hércules y su Non plus ultra, pues aunque casas independientes como Fantagraphics Books producen un cómic adulto, arriesgado y señero que puede competir no pocas veces con la literatura sin dibujos, el mercado popular está copado por esos entrañables paladines, bobos y bellos, que pajarean en pijama por las azoteas.
Hitman, como les digo, es creación de Garth Ennis, y hasta donde tengo entendido lo sigue popularizando en México la editorial Vid, editorial vendepatrias donde las haya que publica en estas tierras un poco de lo más trillado que se imprime en el mundo, y principalmente, la producción para adolescentes de Estados Unidos. Su gran contribución al cómic mexicano ha residido, más recientemente, en exhumar a Memín Pinguín de su sarcófago zulú de Tepito y reimprimir la popular serie Lágrimas, Risas y Amor. Toda una declaración de principios de la más importante editora de cómics de este país.
Hitman es un personaje sin mucha originalidad, que se mueve dentro del universo tradicional de DC. Como su nombre indica, es un matón a sueldo que pierde los ojos en su primer episodio pero que, sin embargo, es compensado con otros superpoderes como la visión de rayos X y la telepatía. Se mueve entre las bambalinas de Ciudad Gótica, se cachondea de Batman, fuma como chacuaco y le pega a los tarros fríos de cerveza que da gusto verlo, sobre todo ahora con estos calorines de Juaritos. Se le nota la vibra de buena onda, y me hubiera gustado tener un amigo así cuando tenía quince años. Hitman fue el primer intento de DC de traspasar a algunos de sus artistas más originales al universo ortodoxo de su editorial. Digo ortodoxo porque en los años 90 DC emprendió una de las más agresivas y fructíferas renovaciones internas que se han visto en una editorial del ramo de Estados Unidos: no sólo remozó a los héroes de toda la vida —Superman, Batman, Wonder Woman, etcétera— sino que creó su propio sello para lectores adultos llamado Vértigo. De repente, Vértigo se convirtió en centro de atención de aficionados de todo el mundo con obras que transcurrían en universos distintos del oficial, bien escritas, con dibujantes que intentaban salirse de los manidos esquemas tradicionales y con unos artistas capaces de hacer de la portada de un pepín una pieza de museo. Vértigo nos devolvió a una fórmula que parecía extinguida de tebeo mensual, barato y de calidad, y quienes pudimos disfrutar —a través de la edición española o la original norteamericana— de series como The Sandman, Books of Magic o Hellblazer, amén de otros experimentos más o menos autoconclusivos, recobramos la esperanza en el medio como popular y adulto.
Como les digo, a la raza Hitman le parece chido. Yo no digo que no tenga su encanto, pero no consiguió llegar a la suela de los zapatos de la serie que aupó a Garth Ennis como guionista de interesantes posibilidades. Como fue editada dentro de la línea Vértigo, no ha llegado a México por motivos que no puedo facilitar aquí por razón de espacio; pero usted, que tiene la inmensa suerte de vivir tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, podrá adquirir alguno de sus tomos sólo con cruzar el riachuelo. He mencionado a Dios, y es que es de Dios de lo que estamos hablando. La serie se titula Preacher (Predicador), y parte de una premisa mucho más interesante que la mayor parte de las hollymemeces que inundan nuestros cines: Dios ha renunciado a su cargo y se ha marchado a la tierra —como el pagano Saturno— a vivir un humilde exilio, probablemente decepcionado de su creación. Como ustedes imaginarán, la noticia ha causado en el Cielo la peor de las reacciones y éste ha estallado en guerra civil. Enterado de todo esto, un sacerdote llamado Jesse Custer, que paulatinamente ha ido perdiendo su fe, emprende la búsqueda de Dios para pedirle explicaciones por sus actos, en compañía de su ex amante —una pistolera llamada Tulip— y, ver para creer, de un saludable y perverso vampiro irlandés. Y es que dime con quién andas y te diré quién eres. Pero eso sí, este apuesto sacerdote agraciado con el rostro de Johnny Depp, fumador empedernido y a veces un poco pisteador, es el héroe de nuestra serie, un héroe un tanto extravagante pero héroe al fin, y como tal, de satánico no tiene nada, como tampoco es sospechoso de ser uno de esos sacerdotes malandros que ejercen su castidad en la retaguardia de los jovencitos. El padre Jesse Custer es un ejemplar macho monógamo como Dios manda.
La serie regular usaca ya finalizó en su forma de comic-book mensual, pero la DC tiene la buena costumbre de reeditar sus obras en volúmenes que recopilan de forma coherente los llamados arcos argumentales —esto es, historias que se alargan durante varios meses hasta su conclusión—. Aquí vengo a invitar a los forofos de Hitman a que pasen un buen rato con los dos primeros tomos recopilatorios, Gone to Texas y Until the End of the World, donde se conocerá el “yo soy yo y mis circunstancias” de este sacerdote de cabellera negra, pantalón de mezclilla y alzacuellos forzosamente profesional. La aparición de Preacher vino a llenar el vacío creado con la cancelación de la prestigiosa serie The Sandman, que cerró puertas por el cansancio de su guionista Neil Gaiman —que ahora ha incursionado con éxito en la literatura fantástica— y que dejó a Vértigo sin título representativo. Como buena serie para adultos, ambas comparten un planteamiento interesante: en Sandman, la eterna reflexión sobre los vínculos mágicos entre sueño, vida y muerte; en Preacher, la eterna búsqueda de Dios y el conflicto personal de cada quien con el Gran Padre ausente. Como buenas series para adultos, también el desarrollo de sus tramas es lo menos elemental posible: ambas series hicieron de las referencias multiculturales una gran apuesta, y los lectores pueden disfrutar encontrando numerosas reminiscencias de todo tipo. En Sandman, principalmente literarias, mitológicas y cultistas —su peculiar adaptación del shakespeariano Sueño de una noche de verano ganó un importante premio literario nortemericano, lo que no ocurría desde el Pulitzer de Literatura concedido a la novela gráfica Maus, de Art Spiegelman—, y en Preacher, básicamente cinematográficas, roqueras y bastante cyberpunks. Pero no sólo hubo buenas críticas: de Gaiman algunos dijeron con desdén que era un señor con una gran biblioteca, y a Garth Ennis le reprocharon embarullarse en berenjenales teológicos que casi nunca conducían a nada bueno. Sin embargo, ¿acaso no es buena idea traer a Dios a la palestra como el Gran Ausente dramático de un mundo enloquecido? Aun incurriendo en una sana irreverencia, Preacher no deja de ser una serie religiosa aunque no tenga nada que ver con aquellas tiesas Vidas de Santos que en México editaba Novaro hace tropecientos mil años y que todavía hoy se pueden hallar en los tristes puestos de revistas de las centrales camioneras de la República. Es una serie religiosa porque presupone la existencia de Dios, pero también es una serie enormemente humana y desengañada que también presupone su cansancio, un cansancio que en el fondo no es más que el nuestro, claro, como cuando achacamos nuestros defectos a la herencia del padre.
Quien se acerque a Preacher con intenciones de encontrar un buen divertimento, lo hallará; es una especie de ensalada de lechuga, tomate, cebolla y remolacha, debidamente salpimentada y aliñada con tabasco; una mezcla de drama teológico, película gore, western al estilo Peckinpah y cine negro post-tarantiniano con buenas dosis de nicotina, sexo de road-movie y litros de alcohol. Los guiones de Ennis no son demasiado originales, pero sus diálogos son chispeantes y el conjunto tiene en general un aire fresco y divertido, que aporta a la cultura popular de medio mundo a un sacerdote entrañable, consecuente con sus principios más profundos y, también, hondamente desengañado con una feligresía hipócrita e inconsecuente. Aquí es donde Ennis lanza uno de sus muchos mensajes: la paradoja de que tantos y tantos miserables que se dicen creyentes, vivan comportándose como profundos ateos mientras muchos ateos viven de acuerdo a una ética que no repudiaría Dios.
La parte gráfica está desarrollada con corrección por el monero Steve Dillon, con la clásica composición de página de viñetas muchas veces sangradas —tajadas por un extremo que coincide con el corte de la hoja—, no pocas veces insertadas en viñetas más grandes y con un trazado del marco de viñeta grueso y temblón, que añade una tensión adicional al conjunto. Es el estilo que implantase con originalidad Howard Chaykin hace más de veinte años y que hoy es habitual.
Cabe destacar las magníficas portadas de Glenn Fabry. Las recopilaciones en tomos de DC las reproducen íntegras dentro del volumen, y merecen la pena. Si usted quiere ver un ejemplo de estas portadas, y del dramatismo general que transmite la serie, no deje de pasarse por la página web de DC, donde al pinchar en el rótulo de Vértigo le invitarán a disfrutar una soberbia preview animada de la serie Preacher donde se reproducen las portadas de los volúmenes recopilatorios en todo su esplendor.
Garth Ennis, Steve Dillon, Preacher: Gone to Texas. DC Comics Vértigo. 200 pp. New York, 1996 [Preacher, 1], 14.95 $; Preacher, Until the End of the World. DC Comics Vertigo. 256 pp. New York, 1997 [Preacher, 2], 14.95 $.
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