martes, noviembre 02, 2004

BESTIARIO, DE JUAN JOSÉ ARREOLA

Me ha dejado patidifuso y clavado en el sillón. Lo más sorprendente de este rarísimo Bestiario es cómo Juan José Arreola (1918-2001) pudo definir de manera tan plástica a estas fieras de zoológico por las que en general no mostramos ni el más mínimo interés: el mono, el oso, el hipopótamo, la cebra, la jirafa... Son animales que, sinceramente, me importan un bledo. O me importaban, mejor dicho, puesto que después de leer este Bestiario me vuelvo a dar cuenta de cómo el genio literario es capaz de consagrarse a lo más prosaico y producir lo más sublime. Después de leer estas recreaciones bestiales sobre animales simples y brutos, ¿habrá algo en este mundo que no pueda ser exaltado y transformado en gloria literaria? Cito algunos ejemplos, elegidos al más ecuánime azar: “El elefante viene desde el fondo de las edades y es el último modelo terrestre de maquinaria pesada, envuelto en su funda de lona”; sobre la cebra, “la cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada se entigrece. Presa en su enrejado lustroso vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida”; el hipopótamo: “Jubilado por la naturaleza y a falta de pantano a su medida, el hipopótamo se sumerge en el hastío”; del bisonte comienza su descripción con estas mágicas palabras: “Tiempo acumulado. Un montículo de tiempo impalpable y milenario”. Y éstos son sólo los comienzos de algunas descripciones de su Bestiario. Me ha dejado absolutamente estupefacto este gongorismo, lo más sublime aplicado la descripción de lo más simple y bestia. Un libro que sin duda voy releer varias veces a partir de ahora. Y en los molecillos mexicanos sólo cuesta 14 pesos, algo así como un euro y poco más de un dólar. Lo editan Planeta y Conaculta en la colección Ronda de clásicos mexicanos. El genial Arreola dictó esta obra a José Emilio Pacheco, y éste recuerda en el postfacio Amanuense de Arreola que las palabras salían de su boca como un chorro de perlas sin interrupción. Pacheco copiaba a mano mientras Arreola recibía aquella transfusión de belleza y gloria directamente de las musas. De entre todas las bestias de varia pelambre, Arreola no podía dejar de referirse a la mujer y al hombre, que gracias a su verbo milagroso quedaron definidos librando su eterna guerra de sexos en el retrato Insectiada. Lo reproduzco completito porque no me aguanto las ganas de transcribirlo letra a letra:

Pertenecemos a una triste especie de insectos, dominada por el apogeo de las hembras vigorosas, sanguinarias y terriblemente escasas. Por cada una de ellas hay veinte machos débiles y dolientes.

Vivimos en fuga constante. Las hembras van detrás de nosotros, y nosotros, por razones de seguridad, abandonamos todo alimento a sus mandíbulas insaciables.

Pero la relación amorosa cambia el orden de las cosas. Ellas despiden irresistible aroma. Y las seguimos enervados hacia una muerte segura. Detrás de cada hembra perfumada hay una hilera de machos suplicantes.

El espectáculo se inicia cuando la hembra percibe un número suficiente de candidatos. Uno a uno saltamos sobre ella. Con rápido movimiento esquiva el ataque y despedaza al galán. Cuando está ocupada en devorarlo, se arroja un nuevo aspirante.

Y así hasta el final. La unión se consuma con el último superviviente, cuando la hembra, fatigada y relativamente harta, apenas tiene fuerzas para decapitar al macho que la cabalga, obsesionado en su goce.

Queda adormecida largo tiempo triunfadora en su campo de eróticos despojos. Después cuelga del árbol inmediato un grueso cartucho de huevos. De allí nacerá otra vez la muchedumbre de las víctimas, con su infalible dotación de verdugos.

2 comentarios:

El Pobresor Gafapasta dijo...

Tienes razón. Arreola, dicen quienes le conocieron o vieron su programa de la tele, era un ser tan mágico como sus cuentos. Su relato El guardagujas es una estupenda parábola acerca de México

Flakushis dijo...

Corro a comprarlo mañana :)