viernes, noviembre 26, 2004

MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES

El regreso de García Márquez a la ficción tras diez años de ausencia constituye una pequeña novela titulada Memoria de mis putas tristes. O mejor habría que llamarla nouvelle, para evitar ese adjetivo calificativo (pequeña) que aparentemente minimiza el aliento y trascendencia de una obra. En todo caso, esta nouvelle no es más pequeña que otras obras de García Márquez como El coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada. Su trascendencia artística la dirá el tiempo, no el bloguero.

El argumento de la novela ha sido aireado a los cuatro vientos, y cualquier lector de periódicos sabe de lo que hablamos: un hombre decide celebrar su nonagésimo cumpleaños pagándose la desfloración de una adolescente de quien acaba por enamorarse y que le crea, por primera vez y a sus noventa años, el infierno dulce de una fuerte dependencia afectiva. Da gusto que García Márquez regrese con una novela erótica, ya que de esto se trata en un sentido amplio. No consiste en una lectura onanista, pues no nos encontramos ante la clásica novela erótica que se desenvuelve por los senderos de la estimulación erótica. A pesar de ello, tanto el tema como las descripciones suntuosas están perfumadas de un emotivo erotismo y de una honda reflexión sobre la sexualidad en una vida humana, en concreto en la de este sabio triste. Este periodista retirado, viejo profesor de latines que dejó plantada a su novia en el altar y que durante toda su existencia vivió a la sombra de las mercenarias en flor (por vocación, ojo, no por desamor) se reencuentra ahora con un viejo apetito y el recuerdo de tantas noches durmientes en el Barrio Chino. Lo más interesante de esta novela, escrita con la delicadeza y ornamento a que estamos acostumbrados en García Márquez es esta reivindicación, casi victoriana, de la vida burdelera como una existencia paralela y liberadora de las miserias y mentiras institucionales de la vida. Recuerda sólo en el tema a aquel célebre libertino victoriano que escribió sobre todas las receptoras de sus orgasmos en My Secret Life, pero les diferencia la salubridad de la mirada: mientras para el viejo victoriano todos los amores eran prófugos, sucios y estimulantes por ello mismo, en García Márquez el recuerdo de las putas tristes de su vida está lleno de una luminosidad y plenitud que poco tienen que ver con la borrascosa doble moral victoriana, pero también se aleja de la creciente hipocresía de nuestra sociedad de lo políticamente correcto. La misma imagen del nonagenario besando incansablemente el cuerpo desnudo de la catorceañera tiene, aun si es producto de un realismo mágico, una fuerza ancenstral que se agradece en estos tiempos neovictorianos donde el puritanismo viene camuflado bajo la normas de la salud pública y del bien común.

A manera de anécdota, mencionar que este atractivo título sirvió a ese gran ideólogo de nuestro tiempo que es Vargas Llosa para escribir un zarpazo contra el castrismo titulado Las “putas tristes” de Fidel. No deja de tener su gracia maliciosa que para ello eligiera el título de García Márquez. Seguro que Gabo anda riéndose todavía.

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