viernes, junio 17, 2005

LA NOVELA PASIONAL


Recientemente terminé de leer con enorme gusto unos ejemplares de la serie La Novela Pasional. Ésta fue una de las muchas series eróticas que se editaron en la España de los años veinte, lo que quiere decir que ya son clásicas. Los títulos han sido: La insaciable, de Luis León (LNP, 2), Un hombre y dos mujeres, de Fernando de la Milla (LNP, 3) y El hombre que agotó el amor, de Aurelio García Carreras (LNP, 4). Son novelitas que se editaron en formato bolsilibro, con ilustraciones picantes y temas procaces. Al principio uno piensa que estas novelas (que rondan alrededor de las 60 páginas y se leen de una sentada) son antiguallas, tonterías inocentes que podían parecer escandalosas hace más de ochenta años, y hoy no. Es cierto que hoy no escandalizarían a muchos, sin duda, pero de inocentes no tienen nada, y tanto las situaciones como el lenguaje revelan la maravilla de descubrir que existió una literatura erótica basura cuyo redescubrimiento es sumamente gozoso. Hoy las reedita, en edición facsímil, la Editorial Renacimiento. Tanto La insaciable como Un hombre y dos mujeres tratan de personajes sexosos que por manipular a sus presas acaban experimentando un trágico final. Debía de ser, de manera razonable y sin prostituir el contenido, una concesión a la moral de la época que la novelita de marras tuviese, al fin y al cabo, una especie de enseñanza moral: mal muere quien folga mal. A veces, sin embargo, la brusca descripción de esa muerte, la rudeza del lenguaje incluso, desmienten cualquier intención moralizante y da a entender que la intención del autor incurre más bien en el humor negro, como en el párrafo final de La insaciable: No dijeron más... La muerte pasó su guadaña cortando dos hilos de una vez... Quedaron inmóviles aquellos cuerpos que tantas caricias se habían prodigado. En el rostro de él se dibujó una sonrisa de satisfacción; el de ella se desfiguró, contrayéndose con un gesto de rencor; con una mueca de odio y dolor se llevó una mano al coño...

Regocija enormemente la recreación de un lenguaje erótico muy español que carece, por su viveza y a veces procacidad, de la tirantez de las traducciones castellanas de los clásicos de la novela porno. Esta condición de jugueteo con el lenguaje produce que a veces, de manera más que voluntaria, los autores incurran claramente en la comedia, como es en el caso de El hombre que agotó el amor, donde su protagonista, el gordísimo mercero don Rosendo Peladilla de la Pirandela, aburrido de los ajamonados mimos conyugales, se convierte en un obeso y rijoso Ulises moderno que vaga como un poseso de un lado para otro de Madrid con el infructuoso deseo de mojar el churro; churro que acabará por mojar a altas horas de la noche en el cuarto de la sirvienta, donde gozará como un cochino hasta darse cuenta, oh maravilla, de que por arte de birlibirloque se ha beneficiado a su propia esposa. En la creencia de gozar a su sirvienta, disfrutó de la parienta con la dulzura de quien lo haría de una amante.

El lenguaje castizo, achulado a veces, es claramente pre-almodovariano (si tal cosa fuese posible), y confirma que el gran éxito de Pedro Almodóvar nace de una honda raigambre populachera que viene de muy lejos: ¡Chulo mío, te como!... ¡Que te come tu chula!... ¡Ay, mi hombre, que se metió en mi corazón como un tirabuzón! le dice la fulanota Marita a don Rosendo en El hombre... p. 17. Un poco más adelante, en la página 22 de la misma obra, el lenguaje es verbenero, y un don Rosendo hastiado de caricias se disculpa ante otra meretriz que a toda costa quiere llevarle al huerto: Lo siento mucho, pero esta tarde he vaciado todo el tarro de la calamocha. A veces, la recreación erótica de los detalles más prosaicos se impregna de greguería ramoniana para alcanzar toda su gracia y desplegar en lenguaje fino toda la sugerente delicatessen que precede a la fiesta taurina del lecho (ibidem, p. 26): Ahora veíala cabalgando la húmeda guitarra del bidet, enajenada completamente por su obsesión de vencer al graso mercero y por la importantísima faena de tualetearse la más íntima y no por esto menos ajetreada parte de su cuerpo.

He hecho tres citas de la novela que para mi gusto es la más divertida, esta parodia tocina y disparatada del vagabundeo de Ulises huyendo o cayendo en garras de mujeres, más o menos fatales, hasta llegar a su Penélope. Extasiado, Don Rosendo descubre que la dicha se encuentra allí donde creía encontrar la causa de su hastío; lo hará gracias al sugestivo embrujo de la fantasía, y después de vagar por un mundo de sonrisas verticales donde todas las sonrisas son la misma sonrisa, aunque todas las sonrisas sean distintas para el coleccionista de sonrisas.

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