Crucé el charco el pasado 11 de junio en buena compañía lectora. Las turquesas cortinas se abrieron de nuevo mientras yo me hallaba en mitad de la selva ensimismado en los relatos truculentos de Horacio Quiroga. Ciertas personas me han hablado con pasión de este autor, y yo me pregunto por qué demonios no le he conocido hasta tan viejo. Bueno, la pregunta se responde fácilmente: mi educación eurocéntrica durante infancia y adolescencia, y más tarde mi licenciatura en Filología Clásica, me obligaron a perderme grandes lecturas de autores latinoamericanos. Pasé mi adolescencia leyendo autores españoles que no revisitaré jamás (no daré nombres), y sin embargo me perdí lecturas como la de Quiroga. En los planes de estudio que yo seguí (y eran mejores que los actuales) había que leer a tal o cual porque habían sido escritores españoles destacados según la cronología temporal, pero quedaron fuera grandes autores latinoamericanos, ingleses, y de otras nacionalidades. Toda esta fijación ombliguista ha degenerado, entre otros “partos de los montes”, en los estudios “de género” y los estudios “regionales”, que se pueden resumir de la siguiente manera: debo dedicar más tiempo a estudiar la pelusa de mi ombligo que a analizar los piercings de zafiro que lucen algunas muñeconas mejor agraciadas.
Pues que crucé el charco leyendo los Cuentos de Quiroga. La edición de Cátedra, para ser más exactos, una antología que contiene una buena introducción de Leonor Fleming, donde esta profesora da buena cuenta de la personalidad de este individuo extraño, uruguayo de nacimiento y argentino por formación, que nació y creció entre algodones (y fue bohemio en París, fue diplomático...) hasta que una extraña obsesión le condujo a la selva y a una vívida vida de ensimismamiento en un ambiente peligroso y hostil. Quiroga estuvo marcado por la sonrisa de la oscura dama, que diría Dylan Dog: la muerte accidental de su padre de un balazo; el suicidio de su padrastro; las muertes prematuras de sus hermanos Pastora y Prudencio; él mismo mató accidentalmente a su amigo Federico Ferrando; y posteriormente, el suicidio de su segunda esposa. Quiroga mismo se suicidaría en 1937, y a este deceso seguirían tiempo después los suicidios de sus hijos Eglé y Darío. Quiroga, hombre atormentado por la muerte y la visión violenta de la vida que encarnaba la selva, arrastró a su esposa e hijos a una vida hostil y a una pesadumbre existencial que no soportarían sus nervios.
La virulencia de sus cuentos y el horror que muchos de ellos respiran eran hijos de dos modelos fundamentales sin los cuales Quiroga no sería el Quiroga que ahora podemos leer: Edgar Allan Poe y Jack London. El tenebrismo de Poe es tenebrismo formal quiroguiano, pero sobre todo es Jack London su gran influencia. De hecho, no se entienden algunos de sus cuentos y relatos sin el antecedente de Jack London, uno de mis escritores de cabecera y a cuyos relatos le debo buena parte de mi conocimiento de la lengua inglesa: no se concibe La insolación (1908) sin el antecedente de Encender un fuego, de London, ni Anaconda parece posible sin los antecedentes lundineses de La llamada de la selva y Colmillo blanco.
Mi única decepción ante Quiroga es precisamente la de descubrir tan tarde a un Jack London uruguayo con grandes méritos propios, pero cuyas obsesiones, temáticas y angustias son muy parecidas a las del gran escritor norteamericano que fue también un prodigioso novelista (El lobo de mar, Martin Eden, John Barleycorn...), además de cuentista (Encender un fuego, Una odisea del norte y un largo et cetera). Debo recordar que también London se suicidó. Queda, eso sí, mi inmenso respeto ante este maestro de la lengua española que me hizo reflexionar en mitad del Atlántico acerca de una obsesión común: la fascinación por la selva. Me sentí identificado con Quiroga: un educado hombre de mundo que voluntariamente abandona la civilización para hundirse en la selva y en sus crueles condiciones de vida donde sólo se puede responderse a the call of the wild, que debemos traducir como la llamada de lo salvaje más que de la selva. Sólo difiero, eso sí, en la clase de selva: yo prefiero las crueles selvas urbanas. Gracias, Quiroga. Ahora me entiendo un poco mejor. Gracias también a quienes me han recomendado su lectura.
Pido disculpas por la extensión de este blogo. Mis mejores blogos me salen cuando no tengo nada que decir (como en el caso de Sartre, hace unos días: escribí en cinco minutos todo lo que tenía que decir). Creo que cerraré esta bitácora y abriré otra donde sólo escribiré sobre temas en los que soy profundamente ignorante, como una forma de demostrar que la literatura es comunicación, incluso cuando no existe nada que comunicar.
3 comentarios:
Ni yo sabía tanta tragedia en la vida de este escritor. Apenas recuerdo sus cuentos, pues los leí hace años. Creo que la prisa por vivir nos obliga a perder ciertas lecturas y aventuras (en las selvas).
Ego.
Recomendados de Quiroga: "El techo de incienso", un relato un tanto autobiográfico sobre la experiencia de la vida en el monte y la lucha del protagonista por obtener lo que denomina básico: un lugar seco donde dormir.
La serie de cuentos urbanos de Quiroga, difíciles de conseguir, publicados por Editorial Sur allá por las kalendas... "Mousse de chocolate" e "Historia de una mano y un pie".
Recién descubierto este blog, voy a seguirlo con interés.
Unos posteos muy interesantes.
Saludos.
Publicar un comentario