Juan Filloy fue un venerable autor de las letras argentinas. Poco conocido fuera de las fronteras de este país, y considerado dentro de él un autor de culto que influyó sobre las generaciones más jóvenes (Julio Cortázar, por ejemplo), Juan Filloy no hizo mucho por darse a conocer durante los largos años que ejerció la judicatura en la ciudad de Río Cuarto, y a casi seis años de su muerte todavía no ocupa el lugar que merece en ningún Olimpo ni Parnaso. Sin embargo, Filloy escribió mucho, muchísimo, porque tuvo tiempo para hacer casi de todo, para vivir dos vidas incluso, ya que Filloy murió mientras dormía la siesta el 15 de julio de 2000, pocos días antes de cumplir, entérense, señores, 106 años. Ciento seis años que alcanzó leyendo mucho, escribiendo mucho, trabajando mucho y bebiendo media botella de vino con cada comida del día y echándose unos cuantos cigarrillos por jornada. Su longevidad también le dio el raro sobrenombre (pero más rara es la suerte de recibirlo) de "el hombre de tres siglos". Apenas ahora el nombre de Filloy comienza a trascender más allá de la hermosa Argentina y podemos empezar a leer algunas de sus obras (más de 60), que a él no le preocupó nunca publicitar: alejado de los gallineros literarios, durante casi treinta años no publicó nada, para que el espíritu provocador de su obra no interfiriera con su desempeño como honrado juez, bastión venerable de la sociedad. Muchos detalles incrementan el mito: el poderío gongorino y pulido de su prosa (se jactaba de ser el único autor que usaba todas las palabras del diccionario, y efectivamente, hay que leerle con el diccionario al lado), su pasión por los burdeles, el hecho singular de que todos los títulos de su producción (sesenta, en total) no tengan ni más ni menos que siete letras: Caterva, Op Oloop, ¡Estafen!, Finesse, Ignitus, etc. Rasgos de peculiaridad que sirven para calentar los fuegos del mito…
Recientemente terminé la lectura de una de sus novelas más emblemáticas: Caterva (Siruela, 2004). Toda una experiencia, y no voy a decir que siempre grata. Como en Rayuela (donde Caterva de Filloy es mencionada a manera de homenaje), los personajes hablan y hablan sobre lo divino y lo humano sin que uno entienda a veces muy bien hacia dónde van los personajes o la obra en su conjunto. Pero no importa, porque Filloy no es un autor lineal, y en Filloy el gusto de leerle debe proceder del gusto de dejarse llevar a ciegas montado en un tren que recorre túneles oscuros, sin saber a dónde ni para qué. Como un viaje en el tren de El guardagujas, de Arreola. Los protagonistas de Caterva, una bola de mendigos que vagan por la Argentina conversando sobre filosofía, moral, ética, literatura o la vida en general, tienen muchas reminscencias de aquel divino Max Estrella de Valle-Inclán. Como en Luces de bohemia, los personajes de Caterva son unos parias que tienen la boca llena de flores y que con su bella logorrea consuman el milagro de poder caminar sobre las aguas de los lodazales de la eterna Latinoamérica jodida. No en vano Valle-Inclán fue una de las grandes influencias de Filloy, que por tanto se sube al tren de los autores mayores, de los autores que beben del asianismo barroco que quedó consumado con Góngora y que se diseminó por el mundo para escándalo de poetas lerdos y befa de lectores gandules. Y como Valle, Filloy nos transporta a un mundo propio, no más argentino que filloyano, un lugar que nace de la realidad no para convertirla en su reflejo, sino para comérsela, crisalizarla y devolverla transformada, convertida en espejo donde puedan llegar a mirarse algunas criaturas que levantan los pies del cielo y de repente se transforman en ángeles.
Dos buenos enlaces sobre Filloy: una biografía con un listado de su obra y enlaces a capítulos de la misma, y sobre todo una gozosa e imprescindible entrevista con Filloy, el hombre de tres siglos.
Dos buenos enlaces sobre Filloy: una biografía con un listado de su obra y enlaces a capítulos de la misma, y sobre todo una gozosa e imprescindible entrevista con Filloy, el hombre de tres siglos.
4 comentarios:
El epílogo es de Mempo Giardinelli, ganador del premio Rómulo Gallegos, escritor argentino con una prolongada residencia en Méjico.
Desde que leí sobre él, busqué alguna de sus obras y es un total desconocido, cómo para no creerlo...
Espero ir mi próxima vacación a Argentina tras alguna obra suya.
Hola modestamente queria ampliar sobre la descripsion de este libro.
Mas que ser un puñado de vagabundos que "hablan de " filosofia, moral, etica..etc etc.. ELLOS son esa filosofia ..esa moral..
De sus propias vivencias nacen pasajes increibles. Por supuesto que tiene mucha enseñanza y Filloy..por la profundidad de las vivencias , creo que ha inventado poco, suenan a palabras vividas y obviamente a situaciones reales con personajes que han madurado sobre esas experiencias.
Ah, es que los grandes autores hacen vívido lo vivido y no vivido. De ahí esa sensación de verdad que tiene Filloy.
Saludos
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