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El resultado de la lectura ha sido agridulce, como por otra parte no deja de ser natural al reparar en el periodo histórico que comprende la antología de estos personajes de las tablas hispanas: fue el periodo de la posguerra más cruda, de la reconstrucción de la conciencia nacional (o construcción de la inconsciencia nacional, ¿qué prefieren?). El oscurantismo y revanchismo que tan bien reflejaron con sus fantasmas de tebeo El guerrero del antifaz estaban latentes, y la tortuosa andadura del arte no estuvo exenta de iconos del aquí no pasa nada. Resumiendo: deliciosa la lectura de Jardiel Poncela, a quien precisamente había ido a buscar. Tomo nota de que hay que releerle, hay que buscar sus obras y sus novelas, hay que ver si no estamos ante un genio minusvalorado hoy día. Y claro, lo mejor del volumen (parece hecho a propósito) lo conforman Buero Vallejo y Alfonso Sastre con sus aportaciones. En natural, porque en España el gran teatro posterior a la guerra civil lo hicieron, lo cincelaron, Buero y Sastre. La obra de Sastre, con menos sorpresas: caireles de poesía, llamaradas de vanguardia, pletórica de símbolos y ebria de signos. Contundente y bella. La obra de Buero, una magistral reivindicación de la grandeza de Jesús, el Cristo, pero perfectamente introducida en una trama de cuento policiaco que no hubiera desagradado a Agatha Christie. Portentosa. Buero fue el gigante tolerado por el sistema, y esto muchos se lo cobraron caro. Recuerdo haber escuchado en mis tiempos murciuniversitarios a un profesor llamar en clase "dinosaurio" a Buero para hacer reír a las estudiantitas chocholoco con su impune irreverencia de Mr. Krazy Kátedra.
Y en cuanto a los demás autores… Muy cálido y emotivo el texto de Medardo Fraile (antólogo del libro y con justa razón: su obra El hermano tuvo relevancia y posee un gran encanto) y de Samuel Ros, textos más que interesantes con diálogos muy bien escritos, pero las de Ruiz Iriarte y Calvo Sotelo sorprenden sobre todo por cómo ha pasado el tiempo sobre ellas y cómo hoy sólo podrían servir para, con cierta indulgencia por nuestra parte, amenizar alguna función de fin de curso en un instituto. O ni siquiera eso, porque vamos… Luego se quejarán de que la juventud no acude al teatro. Habrá que darles antes un teatro que no les espante. A pesar de todo, debo hacer una anotación final: lo peorcito de este volumen, ese estilo entre garbancero y costumbrista de algunos autores relegados hoy a la letra pequeña de los libros de texto continúa bien vivo a través, no podía ser de otra manera, de algunas seriecitas de televisión que perpetúan, con sus diálogos de mesa camilla, toda una tradición ñoña de las letras hispanas moldeada en los tiempos del tío Paco.
P.S: El cuadro Dama con sombrero, de Juan Barjola, que encabeza estas líneas es el que reproduce la portada de la edición de este libro de la editorial Cátedra.
Medardo Fraile (ed.), Teatro español en un acto (1940-1952). Cátedra. Madrid, 1994. [Letras Hispánicas, 303].
2 comentarios:
Sastre, nunca lo suficientemente bien ensalzado.
Como nieto de Jardiel, debo agradecerle sus amables palabras y su elogio.
Un saludo cordial.
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