El pasado miércoles el novelista
Martín Solares (Tampico, 1970) estuvo con nosotros en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez para presentar su nueva novela:
Los minutos negros. Durante la mañana platicamos ante los estudiantes de la novela negra y sus maravillas. Por la tarde,
Magali Velasco y yo mismo llevamos a cabo la presentación de su obra en el mismo auditorio. Ni que decir tiene que después de la presentación, el autor y nosotros fuimos a remojar el gaznate en algunas legendarias cantinas del centro histórico de Juárez, como el Kentucky y la Cucaracha, donde Martín demostró que no sólo es un gran novelista, sino un conversador infatigable y divertido, y un caricaturista destacado. Os dejo a continuación el texto que redacté para la presentación del libro
Los minutos negros. ¡Un saludo muy grande, Martín!
Los minutos negros, de Martín Solares
De entre todos los géneros populares que surgieron en revistas baratas denominadas pulps durante las primeras décadas del siglo XX, ha sido una variante de la novela policiaca denominada novela negra la que ha logrado una consagración más notoria. Ni el western, ni la ciencia-ficción, ni las novelas de aventuras selváticas han sobrevivido hasta nuestros días mucho más allá del corpúsculo reducido de sus admiradores más incondicionales, que son legión. La novela negra, antes al contrario, no solamente continúa llenando las librerías de todo el mundo con decenas de títulos nuevos cada mes, sino que ha logrado trascender la etiqueta de literatura de género para entrar a formar parte de la gran literatura, aquella desprovista de etiquetas formales de carácter reduccionista. Esto no quiere decir solamente que autores de la talla de Raymond Chandler, Jim Thompson o Patricia Highsmith sean referentes importantes de la cultura literaria del siglo XX, sino que las características del género, por lo demás tan atractivas, han ejercido un influjo tan poderoso durante décadas que hoy día no resulta muy complicado encontrar rasgos de novela negra en obras de autores no especializados en el género. Cuando en 1931 William Faulkner decidió escribir una obra comercial, escribió Santuario, una novela que trata sobre la violación de una adolescente llamada Temple Drake y donde se integran una multitud de elementos característicos de la novela negra. No va a ser el único caso, ya que la novela negra y sus elementos recurrentes viajan hoy libremente desde la literatura de género hasta aquella que engloba obras más ambiciosas salidas de la pluma de autores poco dados a encasillamientos, pero también en ellas hallaremos investigadores fracasados, instituciones corruptas, personajes mentalmente enfermos y consumidos por sus más bajas pasiones, el crimen desarrollado en todas sus variantes y hasta el rol que se le concede al mismo dinero, que pasa de ser valor supremo de nuestra civilización a supremo valor de corrupción de nuestra civilización.
Alejada por tanto del formato tradicional de investigador protagonista de su propia serie, la novela y el cine negros han ejercido una poderosa influencia en las letras del siglo XX que hoy se ve recreada y homenajeada continuamente en las páginas de toda clase de autores. Es por esto que Jorge Volpi, en sus elogiosas palabras dedicadas a la novela que hoy nos ocupa, Los minutos negros de Martín Solares, destaque precisamente que esta obra es “una novela negra que trasciende las fronteras del género y se convierte en un desopilante y negro retrato del norte del país”. Y es que en esto consiste la fascinación que el género popular más emblemático de la literatura del siglo XX ejerce hoy con más fuerza que nunca sobre escritores y lectores: en que sus coordenadas habituales están siendo recreadas en obras más ricas y complejas apartadas de los paradigmas previsibles y más o menos trillados para ser devueltas amplificadas y mejoradas a la misma novela negra, que hoy en día ha trascendido las limitaciones propias de lo que un día fue literatura de kiosco (a veces, reconozcámoslo, gloriosa literatura).
Los minutos negros es una obra que bebe de una de las ramificaciones más interesantes de la novela negra, la cop-novel o novela protagonizada por policías. Cualquier lector de novela negra puede citar referentes importantísimos en esta variante del género criminal, desde la serie del Distrito 87 escrita por Ed McBain hasta la hoy mundialmente famosa del Inspector Wallander, debida a la pluma de Henning Mankell. Sin olvidar nunca, cómo no, las novelas de las que surge, creo, la variante latinoamericana del género, esas historias terribles empapadas en un sórdido humor (negro, por supuesto) escritas por Chester Himes y protagonizadas por los no menos negros policías Sepulturero Jones y Eddy Ataúd.
Y es que en México ese personaje público que es el policía no goza de la reputación de que goza en otros países, como Estados Unidos, Suecia o Francia, donde la Policía puede ser protagonista de agridulces retratos de la sociedad donde, de una forma u otra, se cumple cierta clase de justicia. En México, como bien demuestra Solares en las páginas de su brillante novela, el policía pertenece a una ruda casta de personajes siniestros a medio camino entre la brutalidad de los héroes de la Iliada y la sordidez de los más compulsivos asesinos que acaban por inspirarnos piedad. Por eso esta novela resulta tan realista y tan creíble, porque el maquillaje de la realidad resulta mínimo. Es una novela en el interior de otra, pero ambas nos remiten a la misma historia. Los minutos negros nos cuenta toda la verdad sobre un asesino serial de niñas que perpetró sus crímenes a finales de la década de los 70 y aterroriza la ciudad de Paracuán, en el estado de Tamaulipas, un asesino impulsado por una ferocidad inusitada que pondrá en jaque a un cuerpo policiaco erosionado por la incompetencia y la corrupción. En el tiempo presente, un policía considerado por cuantos le conocen como individuo de pocas entendederas, Ramón Cabrera, apodado El Macetón, indaga el asesinato del joven periodista Bernardo Blanco, quien a su vez investigaba el asesinato de dos niñas en los años 70. Sus descubrimientos, que pondrán en peligro su vida, nos introducen en la segunda novela, la que transcurre en los años 70, donde el protagonista es otro policía de buenas intenciones, el joven músico venido a menos (es decir, a policía) Vicente Rangel, antihéroe absoluto y gran protagonista de la absorbente trama de esta obra donde todos los policías lucen sobrenombre de criminales y todos los crímenes quedarán impunes, como no podía ser menos en un thriller policiaco de corte realista que transcurre en una ciudad imaginaria de un México bastante real. Las tres partes en que está dividida la novela, Mil lagunas tiene tu memoria, La ecuación y La espiral, quedan aquí formidablemente engarzadas a través de pasillos temporales que viajan del presente al pasado, y de vuelta al presente para arrojar la triste conclusión de que, como asegura el tango, veinte años no es nada, y algunas lacras de la sociedad no parecen tener remedio. Los minutos negros trasciende las fronteras de la novela negra porque no es una novela de género, no encontramos en ella el descarnado esqueleto un tanto metálico que suele ser característico del mismo. Junto con los elementos representativos del género como puedan serlo la feroz crítica social y de las instituciones, el protagonismo de la figura del investigador, el retrato de ambientes y personajes sórdidos y la lucha del bien contra el mal que en el fondo conlleva toda novela negra, en Los minutos negros encontramos saltos temporales que fluyen habilidosamente por la narración, una estructura novelística compleja con decenas de personajes, la intromisión continua del mundo onírico en el mundo de la realidad y un marcado afán de hacer antes que nada literatura, y no periodismo de nota roja que satisfaga expectativas morbosas con el fin aparentemente legítimo de informar de la realidad. Coronan esta trepidante y absorbente experiencia literaria que es la lectura de Los minutos negros la aparición de algunos secundarios de lujo que ayudan a anclar la historia que nos narra la novela en un mundo mítico que trasciende la tragedia puntual y no castigada de las pobres niñas de Paracuán: la aparición del legendario B. Traven o, sobre todo, del no menos legendario doctor Alfonso Quiroz Cuarón, criminólogo de fama internacional que en su día fue llamado por la revista Time “el Sherlock Holmes mexicano”, remiten esta novela a un tiempo de grandes iconos que fueron contemporáneos de la forja del mito del México Bárbaro. Quizá sea el doctor Quiroz Cuarón el gran personaje emblemático de esta obra, trasunto en esta ocasión del protagonista de las novelas de caballerías, y a este respecto no deja de ser una coincidencia que Solares nos presente al genial doctor mientras muere antes de poder contar la verdad. Es en la muerte de este Quiroz Cuarón, casi centauro Quirón, donde de alguna manera encontramos la desesperanza de nuestro autor por ver resueltos multitud de asesinatos que implican a próceres de una sociedad que todavía tiene hundidas las botas en una cosmovisión más aristocrática que democrática.