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Y es que el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez está de actualidad en el mundo entero. Allá donde yo vaya, todo el mundo me pregunta qué pienso de los crímenes, y por supuesto, antes de que yo dé mi propia opinión, todo el mundo me proporciona su versión de los hechos sin que le importe un pito la mía. Que si el narco, que si los gringos, que si la policía, que si un asesino en serie, que si tráfico de órganos… Cada uno cuenta la versión que más le gusta a él y su fantasía la da por buena. En Murcia, por ejemplo, hay muchos padres de familia que no saben ni dónde anda su hija los sábados por la noche, pero lo saben todo, todo, todo sobre los crímenes de una urbe mexicana llamada Ciudad Juárez.
Y es que el silencio de las autoridades locales (por incompetencia, insensibilidad, complicidad o vaya usted a saber de qué tequila toman) ha generado un mito. El mismo silencio oficial que envolvió los crímenes de Jack el Destripador envuelve ahora los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. El mismo silencio que favorece la conjetura, la fantasía y hasta el morbo fabrica el mito, ya que los mitos, desde que el mundo es mundo, siempre han pretendido proporcionar una respuesta a lo que desconocemos. Así como todavía hoy se escriben libros y se producen películas sobre Jack el Destripador, los productos artísticos sobre los feminicidios no han hecho más que empezar. Créanme si les digo que nos moriremos todos nosotros, y el mito seguirá engendrando películas, novelas, investigaciones, documentales… Lo menos que podrían hacer quienes han gobernado Juárez es no enfadarse porque tal cosa suceda, y dejar de rebuznar con el argumento de que “tanto hablar de las muertas da mala imagen a la ciudad”.
Por supuesto hay hijos de mala madre (¡y hasta hijas de mala madre!) que insisten en que ya estuvo, que venga, que sí, que es verdad que estuvo gacho, pero que ya se ha hablado mucho del tema, que vamos a dejarlo porque ya es “aburrido”, que está “muy trillado” hablar de “las muertas de Juárez” (hago un inciso para declarar que odio esta expresión, me recuerda una marca comercial como si hablásemos de “las muñecas de Famosa”; como si esas pobres víctimas hubieran venido a esta vida para ser sólo eso, seres sin rostro, burdas etiquetas, fríos números, sólo “muertas de Juárez”, y no seres humanos que tenían un pasado, una vida que vivir, ilusiones que las animaban a seguir adelante cada día mientras las pobrecillas soñaban con un futuro que acabó en pudridero de sueños)… Yo no sé qué clase de inconsciente puede pensar que ya no hay que hablar del tema porque ya no es guay, pero desde luego, no soy ninguno de ellos. Así lo he dicho esta mañana en mi clase de Mitología cuando ha salido el tema (quién sabe cómo: discutíamos los deberes del gobernante a partir de la lectura de Edipo Rey). He dicho claramente que para mí el tema ni está trillado, ni lo estará, ni lo estaría si una sola de las alumnas presentes en esa misma clase apareciese violada y asesinada en un campo baldío. En este momento todas las chicas han saltado de sus asientos y han proferido al unísono un grito de horror. Está claro que tampoco a ellas el tema de los feminicidios de Juárez les resulta indiferente. Ni a mí, ni a ellas ni a las familias de las víctimas masacradas. Que así sea hasta que quienes tienen la responsabilidad y se comportan como cómplices suelten la sopa y den nombres y apellidos para que rueden cabezas. Y si tal cosa sucediere algún día, ya nos lameremos solos las heridas durante el resto de nuestras vidas.
Por lo pronto, bienvenida Peggy Adam. Bienvenidos los que vengan a poner el grito en el cielo una vez más. Hasta el fin de los tiempos, si es necesario.
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