Mi texto de presentación del libro
Cultura y creatividad infantil, leído el 22 de octubre de 2008 en el Centro Cultural Universitario. Me acompañaban en la mesa la directora y actriz
Perla de la Rosa y el escritor
Willivaldo Delgadillo.
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Es poco todo lo que se pueda escribir sobre la importancia de la imaginación en nuestras vidas y la trascendencia de la creatividad en la educación, que es una parte importante de la vida. Es por esto que todos los artículos del presente libro invitan a la reflexión. Como bien dice la Mtra. Teresa Montero en las primeras páginas de su artículo, la palabra creatividad no resulta bien entendida hoy día, pues la mayoría la asocia con el arte, y no con la originalidad en llevar a cabo los actos cotidianos de la vida como cocinar o arreglar un cuarto. Es decir, tenemos una visión aristocrática de la creatividad que daña nuestra calidad de vida, pues la asociamos con las élites intelectuales o artísticas. Recoge Montero la frase de Einstein: “La imaginación es más importante que el conocimiento científico”. ¿Por qué diría esto Einstein? Quizá porque él sabía que, en buena medida, el conocimiento futuro depende del estado de nuestra imaginación en el presente.
La malograda visión del arte y la literatura como una vía de adoctrinamiento ha dañado también a la literatura, dice Luis Carlos Salazar en sus páginas, pues la literatura no tiene la obligación de educar en las buenas costumbres y valores morales, sino “fomentar una educación de nuestra experiencia emotiva de manera que el lector desarrolle su sensibilidad” (p. 25). Los cuentos de hadas, recuerda Salazar, se dirigen a un público de niños, “no para mantenerlo en su estado infantil, sino para colocarlo ante las dificultades fundamentales del hombre” (p. 27). De ahí que las edulcoradas versiones de Disney constituyan un disparate educativo, pues resultan engañosas.
Montero se centra en las bondades de la educación en el arte plástico y Salazar en las virtudes de la enseñanza temprana de las bondades de la literatura. La erradicación sistemática del arte y la literatura de las aulas donde sufren, más que aprenden, los infantes producen resultados socialmente catastróficos y seres incompletos, desgraciados y disfuncionales, como muy bien explica Ricardo León en su apocalíptico (y verista) capítulo para este libro, donde llama a la educación “desgracia nacional globalizada”. León dibuja un escenario de masas adolescentes que se dejan llevar por la seducción de las imágenes con el arrobo de gatitos que sueñan, que miran pero son incapaces de analizar las imágenes que ven; seres incapaces de pensar por sí mismos cuya carencia de pensamiento racional es suplida por los mensajes oficiales que dictan gobiernos y multinacionales sin cuestionar su validez. Por último, Manuel Arroyo nos explica cómo es la naturaleza creadora y cuáles sus características. Desmonta Arroyo, y lo hace con toda razón, el mito del artista como un ser al margen de su tiempo y su sociedad, como si fuera un iluminado poseído por una divinidad, y nos dice: “La creatividad no se produce dentro de la cabeza de las personas, de forma aislada, sino en la interacción entre los pensamientos de una persona y un contexto sociocultural determinado” (p. 50).
La lectura de este precioso libro, deliciosamente ilustrado por dibujos de infantes, deja un agradable sabor de boca por todo lo que nos recuerda, nos desmiente y nos enseña, pero también deja una pregunta en el aire que quisiera poder discutir en esta mesa. Es verdad que necesitamos educar a nuestros estudiantes en la creatividad, pero, ¿todos pueden educarles? Cuando uno habla con los estudiantes en los corrillos de alumnos y éstos se pronuncian sobre sus profesores, no saben que, por lo general, aquellos profesores que más les agradan suelen ser los más creativos en su vida personal y diaria. El que dirige teatro, es que lo interpreta, el que escribe novela o cuento, o el que pinta, es una persona creativa que traslada la creatividad a la docencia de una forma natural. No podremos formar a los alumnos en la creatividad si los mismos profesores niegan la creatividad en sus vidas, pues muchos de ellos ni siquiera son lo suficientemente creativos para abrir un libro e imaginar el universo narrativo que les propone un autor cualquiera.
Debemos insistir en una preponderancia de la imaginación y la creatividad dentro de las aulas, pero antes debe estar dentro de las vidas de todos. Debemos conceder más importancia al ocio y a la creatividad en nuestra vida cotidiana. Debemos trabajar menos horas, y soñar más, dedicar más tiempo a nosotros mismos. Debemos recordarnos y recordar un derecho inviolable que se viola todos los días: el trabajo es tan sagrado como la vida privada, y en teoría, todos deberíamos tener una vida privada con horas suficientes para leer más, hacer más deporte, asistir a talleres de poesía o de pintura, o lo que a cada quien le venga mejor. Una sociedad donde hubiese un balance más equilibrado que hiciese feliz a ambas partes entre el ocio y el negocio. Todos y cada uno de nosotros nacimos con talento para algo que quizá hemos perdido, y con ello perdimos nuestra creatividad. Quizá podamos recuperarlo, pero si no es así, no debemos permitir que eso suceda más. Desde la infancia deberíamos reconocer al literato, al músico, al bailarín o al teatrista y alentarle en la composición de su propio mundo creativo. Eso debería acompañarle a lo largo de toda su formación en las aulas. Debemos recuperar el valor sagrado de las humanidades, porque sin ellas ya sabemos la clase de mundo degenerado y mercantilista que estamos construyendo, donde las personas no somos personas, sino números, mano de obra prescindible y reciclable. Donde un día los bancos se declaran en quiebra, se hunden las bolsas y al día siguiente todos somos más pobres y nos encontramos volteando a todos lados sin saber ni cómo ni cuándo.
Debemos reivindicar la importancia del ocio y la creatividad en las vidas de todos. Debemos erradicar desde YA la idea de que el espíritu creativo es un tarado, un “rarito”. Debemos sustituirla por la idea de que, quien ha ahogado la creatividad que da sentido a su vida, es un individuo mutilado.