He pasado un par de días muy gratos echándole un vistazo a un libro sobre el gran ilustrador Alberto Vargas, quien por imperativos comerciales debió firmar durante una época simplemente como Varga. Precisamente, Varga es el título de este volumen compilado por Tom Robotham y editado en Estados Unidos por JG Press. Una breve introducción a su vida y obra de 23 páginas (trufada de interesantes fotos pero muy escasa de información) es el preámbulo para el verdadero festín de cien páginas de reproducciones de su obra pictórica perteneciente a los fondos de la revista Esquire.
Alberto Vargas, gran enamorado de la belleza femenina, nació en Arequipa, Perú, en 1896. Derramó sus primeras lágrimas en este valle de clítoris en el seno de una familia con viruta e inquietud artística. Su padre, que era fotógrafo, estimuló su vocación pictórica y le envió a estudiar en París, Italia y Suiza. Al llegar a Nueva York, Vargas se encandila con las neoyorquinas y decide que allí se queda, que a partir de entonces se va a convertir en el ensalzador de la mujer americana, que durante la primera mitad del siglo XX fue la mujer-mujer planetaria, el espejo hollywoodense en el que todas las mujeres del mundo querían mirarse. Muy contrariado, Papi Vargas le quita la pensión y le dice búscate la vida. Vargas se la busca y recala en Hollywood, donde da a conocer su gran pincel haciendo liebres: ejecuta retratos de las estrellas y diseña story-boards (entre ellos, el de ese biopic que hay que recuperar ya en DVD para la cultura general de los juaritas: Juárez, de William Dieterle). Cuando Vargas comenzó a lanzar arengas a los peones de los grandes estudios, éstos le pusieron en la lista negra, le acusaron de comunista y regresó a Nueva York, donde al poco tiempo comenzó a trabajar en la revista Esquire. Para Esquire trabajó dibujando "Varga chicks" que le convirtieron en un incono de aquel país y en musificador de dormitorio de muchos soldados durante la guerra mundial. Vargas, uno de esos artistas sensibles pero poco truchas para los negocios, firmó un contrato con Esquire que no tuvo la precaución de leer: Esquire le obligaba, a cambio de su salario chiquitito, a entregar toda la producción que fuese capaz de pintar durante la semana. Vargas acabó por demandar a "Maquila" Esquire, y, si bien ganó el pleito, éstos le condenaron al ostracismo y borraron su nombre de las "chicks". El gran sueño del imaginario colectivo masculino amerigringo se quedó sin padre padrone y sin padrote.
Alberto Vargas fue un "mitificador de la apariencia femenina en los medios", y esta mitificación no gusta a algunas queridas mujeres, pero creo que la contemplación del arte de Alberto Vargas no está de más en la casa del sibarita contemplativo, ya que la mujer es, entre otras muchas cosas muy destacadas (como la importancia de llamarse Condoleeza Rice), el sexto continente y la Atlántida añorada de atlantes perdidos.
Este volumen reúne una buena parte de su producción para Esquire, y como todo Vargas, merece la pena atesorar, mirar y remirar. Un poco sentimental la representación de este libro, eso es cierto, pero así era el glamour oficial de los años 40, en el cual Vargas se permitió, sin embargo, algunos atrevimientos. Entre 1960 y 1982 (fecha de su fallecimiento) fue un artista imprescindible en Playboy, esa revista de Hugh Heffner a la que tantos hombres debemos tantos sueños. El pincel de Vargas se volvió más valiente, más atrevido... Eran otros tiempos. Si algún día encuentro un volumen con su obra para Playboy, se lo haré saber, sin duda, seguro que anda por ahí. Mientras tanto, si quieren saber más, aquí les enlazo a unas páginas con ilustraciones sobre este adorador de la figura femenina y humana de género. El último link es su biografía, mucho más completa que la que acabo de exponer y que he escrito a vuelapluma a partir de la lectura del volumen Varga.
http://www.sfae.com/artists/vargas/
http://www.thepinupfiles.com/vargas1.html
http://exordio.com/1939-1945/personajes/a-vargas.html
Tom Robotham, Varga. JG Press, Massachussets, 2003.