La perfección de algunos cuentos de Pedro Juan Gutiérrez es tan grande que a veces uno sospecha si no se encontrará ante un producto de diseño. Por supuesto que en cierto modo ya lo es, de la manera en que todos los escritores que se toman a sí mismos como protagonistas de su literatura lo son. Ya lo era Blaise Cendrars, por ejemplo, que enseñó a Henry Miller el arte de hablar siempre en primera persona, de reinventarse y reinventar el mundo desde la primera persona. Ellos demostraron que no sólo la poesía era el reino superlativo del Yo, sino que también la prosa podía dejarse seducir por la desvergüenza del nudismo literario. No fueron los primeros, ni serían los últimos, como décadas más tarde lo demostró Charles Bukowski, cuya prosa desgarbada en cuentos de estructura ferrea podía producir relatos perfectos, como los que uno puede leer en volúmenes como Música de cañerías o Hijo de Satanás. Bukowski fue ejemplificación de malditismo en una sociedad puritana (en aquel tiempo la de Estados Unidos; hoy, todas las sociedades son puritanas).
Pero Bukowski era un maldito en Estados Unidos, un lugar donde se puede ser cómodamente maldito sin morir de hambre. Pedro Juan Gutiérrez no es un maldito porque sobrevive, templa y canta desde lo más hondo de la miseria cubana, un país que yo nunca he visitado ni quiero visitar porque me dolería verlo en el más lacerante de los abandonos. Pedro Juan Gutiérrez es un bendito con voz en una ruina de isla paradisíaca malbaratada por la obcecación de un individuo que ganó la revolución, pero perdió la guerra, y la obcecación de un tío Sam que ganó el gran premio de un concurso de retórica de baratillo pero perdió la autoridad moral. Cuba libre, por supuesto, pero de unos y de otros. No lo permitirán hasta que la isla entera huela a cadáver.
No soy capaz de entender cómo el régimen tolera a Pedro Juan Gutiérrez. ¿Será sólo porque su obra no circula dentro de la isla? ¿Será porque aparentemente no habla de política, cuando todo en su obra es política, porque toda la miseria nace de una sola confrontación violenta y cínica por la manipulación de ideas e ideales entre dos antagonistas irreconciliables? ¿Será porque Gutiérrez encarna el ideal de pícaro español y buscón profesional reconvertido en animal tropical que folla con toda clase de negras y mulatas, aunque sea entre los escombros y la cochambre infinita? Lo que más me gusta de Gutiérrez no es sólo que escriba muy bien, hasta el punto de ser un referente universal de idealismo y cinismo bien asimilados e irreductibles, sino porque cumple el mismo papel que en su día tuvo Bukowski, autor tan imitado hasta la saciedad como escasamente igualado. Y también porque es sucio y maneja una prosa altiva y grosera en un tiempo de escritores de sensibilidad poco bronca, aséptica y blandengue.
En Pedro Juan Gutiérrez todo es suciedad, sexo y hambre. En Pedro Juan Gutiérrez todo es tragicomedia, escatología e ideología. Si Bukowski era un maldito en los retretes de Disneylandia, Gutiérrez es un ángel que nada y sabe guardar la ropa entre las dos riberas del Aqueronte.
La página de Pedro Juan Gutiérrez, aquí.
Sobre Trilogía sucia de La Habana, acá.
Sobre Animal tropical, acullá.
La foto de portada pertenece a Uwe Ommer, gran fotógrafo de la belleza negra. Su página oficial, clicando aquí.
4 comentarios:
Suena a buen libro. Ahora mismo leo Factotum de Bukowski
cada vez mejor, tio
Jody Dito
Factotum es buena obra, aunque de Bukowski, la verdad es que lo mejor son los cuentos. Sus novelas, sin embargo, son muy divertidas.
Un saludote.
Pocos, muy pocos escritores valientes e independientes hay, qué gran verdad. Y que se atrevan a decirlo todo, apenas tres o cuatro. Se agradece que apuestes por uno de ellos.
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