lunes, noviembre 29, 2004
MODESTY BLAISE: LA MACHINE
Se trata de la primera aventura publicada en los periódicos británicos de uno de los grandes mitos de la comic-strip de todos los tiempos: Modesty Blaise. Yo tengo una debilidad enorme por Modesty Blaise porque Modesty fue el más imposible de todos los amores imposibles de mi vida. Yo no era más que un niño, y sucede que a veces los niños desarrollan extrañas fijaciones sentimentales condenadas al fracaso. Hay niños que a veces se enamoran de la actriz de moda o de la presentadora del telediario. Son niños, claro, y se enamoran de una belleza superlativa y lejana que les obliga a soñar con algo que no sea la miseria infantil, y en ese amor conciben un futuro, un mundo de sueños para escapar de la realidad. Enamorarse de la presentadora del telediario es algo infantil, no cabe duda, pero es un amor hacia una persona que convive con el niño en el mismo universo. Mi problema fue que yo era un niño, y Modesty Blaise era un personaje de los tebeos que nunca ha existido. Mi desolación amorosa no pudo ser mayor.
Hace poco pataleaba contra la espantosa edición de Steve Canyon, un clásico del cómic de prensa editado ahora por Checker. No merece la pena seguir hablando de ese desaguisado. Por el contrario, he descubierto que Titan Books se ha propuesto reeditar todo Modesty Blaise, y lleva dos tomos en la calle. Por supuesto, ya tengo el primero después de casi tres décadas buscando una edición digna de esta obra maestra del cómic que es Modesty Blaise, una obra que alcanzó una profundidad y madurez insólita todavía en un medio tan poco profundo y proclive a matices como es la narrativa gráfica. Modesty Blaise presenta una de las relaciones más profundas, llenas de misterio y camaradería, que ha existido entre hombre y mujer en los cómics de todos los tiempos. Y es, además, el elemento más interesante de toda la serie, nacida al socaire de James Bond (se ha querido ver con vulgaridad insultante en Modesty una 007 femenina) y superó con creces el ortopédico modelo de referencia creado por Ian Fleming.
Como Modesty es una obsesión personal, voy a hablar largo y tendido acerca de ella en el futuro, así que no merece la pena insistir más ahora. El primer volumen de Titan Books reedita las tres primeras historias de la serie, escritas por su creador Peter O´Donnell y dibujadas por Jim Holdaway, un genio de la plumilla y el pincel que tuvo la desgracia de morir a los 43 años y nos legó el inmenso vacío de un mundo sin la belleza de su arte. La Machine es la primera historia de la serie, y en ella veremos cómo sir Gerald Tarrant, del servicio secreto británico, decide extraer a Modesty Blaise de su voluntario retiro del mundo del hampa para que localice a los cerebros de La Machine, una red internacional ubicada en Francia dedicada al negocio del secuestro. Modesty acepta y vuelve a contactar a su amigo, confidente y mano derecha Willie Garvin para regresar a la vida agitada de los viejos tiempos, aunque esta vez actuando “del otro lado” para seguir divirtiéndose sin tener problemas con la ley. En esta primera historia se diseminarán algunos datos acerca de esta pareja de oro. Es la historia en que Willie Garvin suelta su declaración de afectos sobre Modesty, la Princesa: “No es mi chica, es la Princesa. Hay que darle cualquier cosa que quiera al momento. Si alguna vez te pide mi cabeza sobre una bandeja, simplemente dásela”. Es también de antología la paliza que Willie propina a la Princesa en un restaurante con el fin de hacer creer a todo el mundo del hampa que Modesty Blaise tiene alguna razón para querer matar a su viejo socio. Esta será la llave que les conecte con La Machine.
Escrita con inteligencia por O´Donnell y realzada con gran exquisitez por Holdaway, La Machine es el comienzo de una leyenda del noveno arte. Gracias a Titan Books, la diversión y el placer va a estar asegurados por un buen tiempo.
Peter O´Donnell y Jim Holdaway, Modesty Blaise: La Machine. Incluido en Modesty Blaise: The Gabriel Set-Up. Titan Books. London, 2004. (****)
viernes, noviembre 26, 2004
MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES
El regreso de García Márquez a la ficción tras diez años de ausencia constituye una pequeña novela titulada Memoria de mis putas tristes. O mejor habría que llamarla nouvelle, para evitar ese adjetivo calificativo (pequeña) que aparentemente minimiza el aliento y trascendencia de una obra. En todo caso, esta nouvelle no es más pequeña que otras obras de García Márquez como El coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada. Su trascendencia artística la dirá el tiempo, no el bloguero.
El argumento de la novela ha sido aireado a los cuatro vientos, y cualquier lector de periódicos sabe de lo que hablamos: un hombre decide celebrar su nonagésimo cumpleaños pagándose la desfloración de una adolescente de quien acaba por enamorarse y que le crea, por primera vez y a sus noventa años, el infierno dulce de una fuerte dependencia afectiva. Da gusto que García Márquez regrese con una novela erótica, ya que de esto se trata en un sentido amplio. No consiste en una lectura onanista, pues no nos encontramos ante la clásica novela erótica que se desenvuelve por los senderos de la estimulación erótica. A pesar de ello, tanto el tema como las descripciones suntuosas están perfumadas de un emotivo erotismo y de una honda reflexión sobre la sexualidad en una vida humana, en concreto en la de este sabio triste. Este periodista retirado, viejo profesor de latines que dejó plantada a su novia en el altar y que durante toda su existencia vivió a la sombra de las mercenarias en flor (por vocación, ojo, no por desamor) se reencuentra ahora con un viejo apetito y el recuerdo de tantas noches durmientes en el Barrio Chino. Lo más interesante de esta novela, escrita con la delicadeza y ornamento a que estamos acostumbrados en García Márquez es esta reivindicación, casi victoriana, de la vida burdelera como una existencia paralela y liberadora de las miserias y mentiras institucionales de la vida. Recuerda sólo en el tema a aquel célebre libertino victoriano que escribió sobre todas las receptoras de sus orgasmos en My Secret Life, pero les diferencia la salubridad de la mirada: mientras para el viejo victoriano todos los amores eran prófugos, sucios y estimulantes por ello mismo, en García Márquez el recuerdo de las putas tristes de su vida está lleno de una luminosidad y plenitud que poco tienen que ver con la borrascosa doble moral victoriana, pero también se aleja de la creciente hipocresía de nuestra sociedad de lo políticamente correcto. La misma imagen del nonagenario besando incansablemente el cuerpo desnudo de la catorceañera tiene, aun si es producto de un realismo mágico, una fuerza ancenstral que se agradece en estos tiempos neovictorianos donde el puritanismo viene camuflado bajo la normas de la salud pública y del bien común.
A manera de anécdota, mencionar que este atractivo título sirvió a ese gran ideólogo de nuestro tiempo que es Vargas Llosa para escribir un zarpazo contra el castrismo titulado Las “putas tristes” de Fidel. No deja de tener su gracia maliciosa que para ello eligiera el título de García Márquez. Seguro que Gabo anda riéndose todavía.
miércoles, noviembre 24, 2004
ARCHIVO: LA PERDIDA.
El 6 de Septiembre de 1951, durante una fiesta en la casa de John Henry, dueño del bar The Bounty de la ciudad de México, se produjo uno de los episodios más tristemente célebres de la historia de la literatura norteamericana del siglo XX. William Burroughs, el gurú de la generación beatnik a la que pertenecieron Jack Kerouac y Allen Ginsberg, tiene una idea luminosa inspirada por el alcohol y por una excesiva autoconfianza en su pericia con la pistola. Para animar a la concurrencia, acalorada y alegre, le pide a su segunda esposa, Joan Vollmer, que se preste a recrear como juego de salón la famosa hazaña de puntería de Guillermo Tell. Ni corta ni perezosa, Joan coloca un vaso sobre su cabeza y se aposta contra la pared del cuarto. Burroughs saca su pistola y efectúa el disparo.
William Burroughs pasó el resto de su vida pensando acerca de qué fue lo que falló, por qué aquel balazo —que un experto tirador como él no debía haber errado— no hizo añicos el vaso para regocijo de los festejantes, y en cambio, se incrustó en la frente de Joan, causándole la muerte instantánea. Este episodio es recreado pictóricamente en la primera parte de la novela gráfica La perdida —aunque sustituyendo vaso por manzana—, obra de una de las comiqueras estadounidenses más interesantes del momento, Jessica Abel, que con esta obra pretende hacer un homenaje a una ciudad enormemente amada por ella: México, D.F. Quien quiera saber más acerca de la muerte de Joan, y de las impresiones y efectos que ésta dejó en el autor de El almuerzo desnudo y Yonqui, bien haría en conseguir el excelente volumen The Letters of William S. Burroughs (1945-1959), que editó Oliver Harris en 1993 bajo el sello de la editorial Viking. En este libro hallará, además, sus impresiones sobre México, a la que el autor consideró en su día la ciudad de sus sueños —lógicamente, el idilio terminó con la muerte de Joan—, y sobre la cual escribió encendidos pasajes a amigos como el ya mencionado Kerouac, quien sobre sus experiencias capitalinas compondría más tarde el poemario Mexico City Blues. Pero seamos tristemente sinceros, Burroughs no era el cantor garcilasiano de un jardín bucólico, sino que su naturaleza a menudo feroz le impulsaba a amar de México cuanto México tiene de más terrible. A su manera, Burroughs era otro fugitivo de Estados Unidos.
México como contraposición de Estados Unidos es un viejo tópico que se hunde en los orígenes remotos de las identidades nacionales. Sin ir más lejos, el consagrado western cinematográfico explotó la idea del México peligroso y agreste, donde todo era posible, frente a la idea de Estados Unidos como firme constructor de su destino glorioso. El tópico permanece inalterable, y desde los tiempos heroicos pintados por John Ford o Howard Hawks en sus vigorosas películas, la ciudad tampoco se ha convertido en la “tranquila aldea canadiense” que Burroughs advertía a Kerouac que no iba a encontrar cuando llegase a su casa en el número 212 de la calle Orizaba, en la colonia Roma, y refugio de beatniks. Esta novela gráfica de Jessica Abel presenta también a la comunidad norteamericana que, por razones de índole diversa, habita en la ciudad de México. “¿Puedes sentirte exiliado de un lugar del que no procedes?” La pregunta, de respuesta afirmativa, se la hace Carla Olivares, esta “perdida” joven norteamericana hija de padre mexicano y madre anglosajona que arriba a la ciudad de México en busca de sus raíces aztecas. La protagonista de nuestra novela conocerá allí a otros norteamericanos, y las conversaciones entre ellos dibujarán las diferencias sustanciales entre ambos países y culturas, así como el peso relevante que tiene en el recuerdo de muchos la escala mexicana de los beatniks, manifiestos chicos “malos” que, como los surrealistas, hallaron en México fuente de inspiración.
El primer puerto de Carla en México será un ex novio, Harry, en cuya casa —que la autora nos presenta como la misma donde Burroughs acabó con la vida de su esposa— habitará durante los primeros meses. Entre ellos dos se origina pronto la confrontación por las distintas visiones que ambos tienen de su país anfitrión: mientras Carla quiere profundizar en la mexicaneidad y ahondará en la cultura del país comenzando por aprender su idioma y cultivar la amistad de sus gentes, Harry se estanca en una superficialidad espantosa, y este niño bien hijo y nieto de banqueros permanecerá en la endogamia gringa, en el abuso recurrente de alcohol como pose intelectualoide y en el desprecio del país real frente al recuerdo ideal de Burroughs y Kerouac, autores cuya aventura mexicana imita de manera voluntariamente falsa. Carla profundiza en México y, al hacerlo, lo hace en sí misma aun consciente de que todo individuo es su cultura, y que la integración absoluta es imposible por muchas que sean las simpatías o afinidades.
El retrato que se ofrece de México es duro, pero no por ello truculento. Se mencionan en el álbum lo que todos ya sabemos: el secuestro express, la corrupción, la incompetencia policiaca, la inseguridad ciudadana, la incertidumbre de los taxis, la pobreza... Es una obra realista, no folklórica, donde se habla sin eufemismos de lo que cualquier persona medianamente informada del mundo sabe sobre la realidad mexicana; pero como reflexiona Carla, eso no pude frenarnos a la hora de gozar una ciudad que, como México, es una ciudad maravillosa. En la página 31, Carla hace una reflexión ecuánime sobre la vida en la capital azteca que, lejos del pesimismo absoluto de la fábula de Sileno y Midas, descarta cualquier posición apocalíptica: “Pero si ninguno de los sistemas de poder funciona, o no muy bien, entonces el día a día de la ciudad es, viéndolo de forma realista, como un acto de pura fe, un estar de acuerdo en no examinar el tejido de la vida demasiado de cerca por miedo a que no pueda resistirlo. Pero lo curioso es que resiste, resiste a pesar de los desgarrones y de las lágrimas”.
Jessica Abel, con su pincel cálido, suelto y aparentemente desgarbado en la mejor línea de los cómics independientes, hace un retrato afectuoso de algunos de los escenarios más llamativos de México: el Zócalo, Teotihuacan, las ruinas del Templo Mayor, el Parque México, e incluso la casa de Frida Kahlo —heroína de la protagonista—, y tampoco se olvida de plasmar en una delicada viñeta de resonancias pictóricas japonesas la gozosa explosión de las jacarandas en flor alumbrándolo todo. Abel, que residió durante una larga temporada en México, es una magnífica retratista de caracteres y ambientes que recrea a partir de la realidad con un cariño sentido, por medio de una narrativa visual ortodoxa y sin estridencias, a través de diálogos cargados de significación. La novela gráfica constará de cinco números, y en éste primero se hace apenas la presentación de los personajes principales y se exponen las alegrías y pesares del vivir cada día en el Distrito Federal. La editorial ha anunciado ya la aparición del segundo número de la serie —a casi un año de la aparición del primero—, y es una obra avalada, no sólo por la creciente fama de Jessica Abel desde la publicación de su afamada serie Artbabe, sino también por proceder de una casa editora tan importante como Fantagraphics Books, única editora norteamericana de pepines que nunca ha sido sospechosa de editar cómics para retrasados mentales.
Una buena oportunidad para catar el buen hacer de Jessica Abel es visitar su página web. En ella no sólo se encuentran fragmentos de los números 1 y 2 de La Perdida, sino también una estupenda galería de imágenes y una historia completa de escenario defeño, Xochimilco, donde podrá conocer a Carla Olivares, protagonista de esta obra.
Jessica Abel, La Perdida. Part One. Fantagraphics Books. Seattle, WA, 2001. 44 páginas en blanco y negro.
Jessica Abel, La Perdida. Part One. Fantagraphics Books. Seattle, WA, 2001. 44 páginas en blanco y negro.
Publicado en el semanario El Reto el 21 de junio de 2002.
martes, noviembre 23, 2004
LA EDAD DE BRONCE
La última vez que estuve en España fue en junio, y hasta entonces habían aparecido sólo cuatro números de una serie minoritaria, pero con gran éxito de crítica en Estados Unidos. Me refiero a La edad de bronce, de Eric Shanower. Este autor se fogueó como entintador en una serie tan buena como Nexus, editada por First y que en España sacó Ediciones B junto a otras joyitas de la fantasía heroica como Elric de Melniboné. Shanower acabó por dibujar Nexus, y luego pasó a otros menesteres donde sobre todo destacó The Enchanted Apples of Oz (primera entrega de una serie basada en la novela El mago de Oz, de Baum) y An Accidental Death, escrita por Ed Brubaker, por la que fue nominado a los premios Eisner. Desde 1998 escribe y dibuja La edad de bronce, que ya le ha proporcionado dos premios Eisner al mejor escritor y autor en 2001 y 2003 y que en Usa edita Image.
Los tres primeros números de la serie abarcan el arco argumental titulado Mil naves, han sido editados por Azake Ediciones, una de estas benditas editoriales jóvenes españolas que publican un material de alta calidad. Al menos cuando yo estuve allí en julio, no había aparecido sino el cuarto tomito de la serie, bajo el título de Sacrificio/1.
La serie ha captado la atención de cierta clase de público, y no es para menos. Shanower pretende escribir y dibujar todos los acontecimientos relativos a la guerra de Troya tras una gran investigación realizada a partir de las mismas fuentes literarias, pero también de la moderna arqueología y la literatura relacionada, que en los últimos veinte años ha sido muy reveladora y puede ofrecer una nueva versión cientifica acerca de quiénes fueron los verdaderos troyanos (la famosa cuestión homérica y las verdaderas razones de una guerra de Troya tendrán que seguir esperando, éste todavía no ha sido su siglo). Shanower está realizando un trabajo documentado, exquisitamente pulcro en cuanto a ejecución, y pretende, como Wolfgang Petersen en la película Troya, ofrecenos una versión “realista” del famoso ciclo heroico troyano. Su planificación es meticulosa, y aspira sobre todo a mostrarnos lo que debió ser la vida cotidiana de la guerra de Troya, con su elaboración de relaciones personales entre distintos personajes en lo que pretende ser el mayor fresco histórico jamás realizado sobre este épico comienzo de nuestra civilización. No cabe duda, a la luz de los tebeos publicados hasta el momento, de que lo va a conseguir: se trata de una obra meditada que aspira a decir la última palabra artística en cómic sobre la guerra más importante de todos los tiempos. Si bien algunos han reprochado a Hanower la frialdad de sus dibujos, éstos son consecuentes con el espíritu clasicista anglosajón que le anima, pues Hanower se inspira directamente en el estilo grafíco de ese clasicismo decimonónico que es tan frecuente en la Mitología de Bulfinch, por dar solo un ejemplo. El hieratismo de sus dibujos recuerda, sin embargo, la belleza del trazo a plumilla de artistas consagrados como Reed Crandall y los ilustradores pulp de los años 20 y 30.
Llama la atención que, como en la película Troya, tampoco aquí aparezcan los dioses del Olimpo. Se ve que eso es cosa de películas viejas tipo Harryhausen, y Shanower se une a la lista de los artistas racionalistas que a principios del siglo XXI quieren contarnos el viejo cuento sin mentiras, como un Paléfato gringo que desdeña las Historias increíbles. Tiene mucha razón al hacerlo, aunque decepciona un poco que olvidemos de manera tan poco galante a unos dioses sensuales y confusos en los que merecería la pena volver a creer como rechazo a los nuevos fanatismos religiosos, porque eran tan divinos y tan humanos en todas sus contradicciones como lo somos nosotros.
Eric Shanower, La edad de bronce (Age of Bronze). Arzake Ediciones. (***).
domingo, noviembre 21, 2004
NORTH BY NORTHWEST
North by Northwest es una película teocrática sin dioses. Roger Thornhill, interpretado por Cary Grant, es víctima inocente de un destino manipulado por una voluntad superior, la de unos dioses caprichosos que rigen la vida de los hombres y a quienes Hitchcock niega toda represesentación cinematográfica. Si en películas teocráticas con dioses (entre las cuales las dos olímpicas de Harryhausen serían un buen ejemplo) los dioses aparecen para mover los muñequitos que representan a los hombres, en North by Northwest sólo una casualidad obstinada parece manipular el destino de este trágico cómico interpretado por Cary Grant, este publicista posiblemente aburrido cuyas dos ex esposas parecen haberse conjurado para convencer a un espía sofisticado como Vandamm (interpretado por James Mason) de que este individuo que pasa la vida rehuyendo y buscando a su propia madre es un científico de postín disputado por los dos magnates del hielo durante la Guerra Fría. Thornhill tendrá que ser secuestrado y perseguido por la policía de todo el país para librarse del faldón materno y encontrar (entre tanto tiroteo, carrera y avionazo) a la mujer de su vida (Eve Marie Saint radiante como un sol y con un lado oscuro tan latente como el de la luna). Hitchcock no realizó aquí una película de suspense, sino un filme teocrático donde la voluntad divina se disimula tras un azar persistente que lo envuelve todo. En el fondo, North by Northwest es una película de humor, un capítulo de Fantasy Island donde la suprema inteligencia de Hitchcock vuelve a conducirnos por donde él quiere, juega con sus personajes con la veleidad de un dios caprichoso y nos envuelve en una trama llena de fino humor, acción y escenas antológicas (la famosa escena de la carretera y la avioneta no ha perdido un ápice de su fuerza desde que se rodó). El compositor Bernard Herrmann, músico perfecto para cineastas demiurgos, confecciona una partitura que en esta ocasión insiste en la idea de que todos somos juguetes de un Azar convertido en divinidad suprema. Fortuna regina mundi.
Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Dirección: Alfred Hitchcock. Guión de Ernest Lehman. Fotografía de Robert Burks. Banda sonora de Bernard Herrmann. Montaje de George Tomasini. Créditos de Saul Bass. Diseño de producción de Robert F. Boyle. Dirección artística de William A. Horning y Merrill Pye. Decorados de Henry Grace y Frank R. McKelvy. Maquillaje de Sydney Guilaroff (estilista) y William Tuttle (maquillaje).Con Cary Grant, Eve Marie Saint, James Mason, Jessie Royce Landis, Leo G. Carroll, Martin Landau. MGM. USA. 136 m. (****).
Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Dirección: Alfred Hitchcock. Guión de Ernest Lehman. Fotografía de Robert Burks. Banda sonora de Bernard Herrmann. Montaje de George Tomasini. Créditos de Saul Bass. Diseño de producción de Robert F. Boyle. Dirección artística de William A. Horning y Merrill Pye. Decorados de Henry Grace y Frank R. McKelvy. Maquillaje de Sydney Guilaroff (estilista) y William Tuttle (maquillaje).Con Cary Grant, Eve Marie Saint, James Mason, Jessie Royce Landis, Leo G. Carroll, Martin Landau. MGM. USA. 136 m. (****).
viernes, noviembre 19, 2004
HELENA DE TROYA
Película caramelo de los años 50 dirigida por Robert Wise y rodada en Italia (Sergio Leone fue director de la segunda unidad). La mayor curiosidad de Helena de Troya reside en presentar a los griegos como los malos de la película. Menelao es un gordinflas apocado a quien Helena desprecia, Ulises un barbián taimado y sarcástico, y Aquiles un histérico paranoide. Todos los gloriosos helenos son una banda de sabandijas, y los troyanos unos mártires por acoger entre sus muros el amor puro y popoff de Paris y Helena. Llama la atención comprobar cuánto se basó la reciente Troya de Wolfgang Peterson en esta versión cincuentera de la famosa guerra de Troya que aún no ha terminado. La recreación histórica es, sin embargo, mucho menos precisa y documental que en el film de Petersen, ya que a veces presenta vestimentas y maquinarias de guerra claramente romanas. Stanley Baker resulta muy efectivo y sólido en su interpretación de Aquiles, mientras que la guapetona Helena elegida para la ocasión (Rossana Podestà) entusiasma al principio de la película, pero acaba por empalagar. La jovencísima Brigitte Bardot interpreta a una pizpireta troyana, ajena todavía a su triste destino de fustigadora de machos y salvaguarda de focas. Sin duda, lo mejor de todo el film son las escenas de masas, donde sin efectos especiales se recrean las batallas con pulso vibrante. Una majestuosa banda sonora de Max Steiner se erige como la mayor delicia de toda esta película en warnercolor y cinemascope.
Helena de Troya (Helen of Troy, 1956). Dirección: Robert Wise. Guión de Hugh Gray y John Twist. Fotografía de Harry Stradling Sr. Banda sonora de Max Steiner. Montaje de Thomas Reilly. Vestuario de Roger K. Furse.
Con Rossana Podestà, Jacques Sernas, Cedric Hardwicke, Stanley Baker, Niall MacGinnis, Nora Swinburne, Robert Douglas, Brigitte Bardot, Eduardo Ciannelli, Marc Lawrence. Warner Bros. 118 m. (***)
jueves, noviembre 18, 2004
SOMBRA DE LA SOMBRA
Rica y polícroma novela. La trama gira alrededor de cuatro individuos (un poeta, un periodista, un chino y un abogado) que se reúnen todos las tardes en el restaurante del hotel Majestic para jugar al dominó. La fértil imaginación de Taibo II no tardará en involucrarlos a todos en una serie de asesinatos y oscuras tramas políticas donde reaparecerá Sebastián San Vicente, anarquista español (de Gijón, como Taibo II) protagonista de esa vibrante biografía novelada que es De paso, también del mismo autor. Los protagonistas de Sombra de la sombra se reunirán veinte años después (siguiendo esa tradición instaurada por Dumas) para protagonizar Regresamos como sombras, novela que Taibo II considera la mejor de toda su producción.
El encanto particular de esta obra procede de su protagonista coral, esos cuatro jugadores involucrados en tramas oscuras de un país difícil que atraviesa momentos difíciles, en la recreación de sus existencias complejas y en la introspección detenida que el autor hace de su vida y de su pensamiento. La gran virtud de Taibo II en esta obra es la de haber creado cuatro mosqueteros interesantes a los que seguimos con gusto a través del México de los años 20, una urbe del pasado enquistada hoy en la megápolis más grande del mundo. La segunda gran virtud de Taibo II es el ya mencionado ritmo jazzístico, ágil y muy versátil en el arte de alcanzar momentos climáticos. En capítulos generalmente cortos (entre una y diez páginas) Taibo II desgrana las vidas agitadas de estos tipos tan duros como el tiempo y el país en que les tocó vivir. En Regresamos como sombras Taibo II los retomará para involucrarlos en sórdidas intrigas de la II Guerra Mundial. Caerá algún día (hace un mes acompañé a Taibo II durante una comida en un restaurante chino de la ciudad; eso caerá otro día).
Paco Ignacio Taibo II, Sombra de la sombra. Ediciones B. Barcelona, 1989 [Colección Cosecha Roja, 17]. 247 pp.
martes, noviembre 16, 2004
EL GATO FÉLIX
El primer gato de mi vida fue Don Gato (Top Cat), aquel cartón de Hanna Barbera. Me hacía cierta gracia, sobre todo por aquel doblaje mexicano de la edad de oro. Sin embargo, el gato más importante de mi vida fue el gato Fritz, aquel gato follador y marihuano creado por Robert Crumb en los tiempos de la contracultura, el amor libre y toda aquella felicidad que eclosionó en mayo del 68 y de la que heredamos este mundo de ilusiones en ruinas. Fritz era, en realidad, un epígono del primer minino de los mass media, este gato Félix creado por Pat Sullivan de quien ayer vi un dvd que contenía ocho cortos vintage, o sea: más viejos que la luna, en blanco y negro y sin diálogos.
Fue una hora y media de enorme disfrute, claro. Posiblemente hoy parecerían aburridos a cualquier niño, y no por las marrullerías del gatito en sí, sino por el blanco y negro de los años veinte, la ausencia de diálogos, la música de big band y unas alusiones a conflictos de una época desaparecida. El más moderno de los ocho cortos databa de 1930 (April Maze), y el más viejo de 1924. Estupendo Felix Finds Out, que transcurre en plena ley seca americana. Félix investiga de dónde procede el brillo de la luna, descubre un garito donde venden licor clandestino etiquetado como Moonshine, se bebe una botella y agarra una cogorza fenomenal. En All Puzzled, Félix viaja hasta Rusia para descubrir la solución a una cuestión del crucigrama: "Abunda sobre todo en Rusia". Lo más curioso de esos antiquísimos cortos de Félix es que de tan viejos parecen modernos, ya que en muchos la imposibilidad de introducir diálogos es resuelta por medio del viejo bocadillo comiquero de toda la vida. O sea, que este primitivo Félix viene a ser una versión matusalénica del supermoderno dvd-cómic que ahora está cobrando tanto auge. Y es que todo es cíclico, y aunque ya dijo el sabio que nunca nos lavaremos los pies dos veces en el mismo río, todo va y viene, viene y va. Bah.
A propósito: la respuesta correcta a la cuestión "Abunda sobre todo en Rusia" no era "vodka", sino "problemas". Moraleja: ni Rusia ni el gato Félix han cambiado sustancialmente en todas estas décadas. ¿No es hermoso vivir en un mundo tan resistente al cambio?
Felix the Cat. Eight Full-Length Episodes. Golden Movie Classics. Genius Entertainment. (***)
lunes, noviembre 15, 2004
DANIEL GIL (1930-2004)
El domingo falleció Daniel Gil, aquel genial diseñador gráfico que desde 1966 ilustró todas las portadas de Alianza Editorial. Estas portadas eran con frecuencia una impresionante reflexión artística acerca del libro que se escondía debajo de ella. Diseñó 4000 cubiertas, y entre esas cuatro mil hubo de todo: desde la más humilde que reciclaba una foto o una pintura para ponerse al servicio de la obra de turno, hasta la recreación personal más extraña, elegante e inteligente de un texto literario que Daniel Gil nos presentaba envuelta en su arte. Nunca olvidaré, por ejemplo, su portada para la Tristana de Galdós. Desde que Daniel Gil abandonó Alianza, la estética editorial se ha deteriorado hasta grados de penosa bajeza. No es fácil sustituir a los grandes, y Gil fue uno de ellos. “La cubierta de un libro es como un cuadro”, dijo el gran diseñador cuando hace unos años recibió un homenaje con exposición de su obra en la Biblioteca Nacional. Reproduzco aquí, in memoriam, el cuadro fotográfico que supo pintar para una de las más famosas novelas de Jorge Amado.
domingo, noviembre 14, 2004
GERMINAL
Se ha vuelto un tópico asegurar que nuestros tiempos se caracterizan por una crisis de las ideas. Concretamente, el cine atraviesa, dicen, un periodo de falta de imaginación y de servilismo hacia los patrones prestablecidos. Prestablecidos sobre todo por Hollywood, a quien debimos durante la primera mitad del siglo XX la consolidación de un enorme canon del clasicimo cuyas influencias y orígenes no puedo analizar aquí por falta de tiempo y de espacio. Es difícil ser original cuando se han asimilado de manera más o menos consistente 25 siglos de civilización. La creación original se reduce, pues, no a la invención de nuevos temas o ambientes, sino a la fragmentación en piezas ínfimas de los sentimientos, ambientes y temas ya conocidos. La recombinación de los pequeños elementos redistribuidos y disfrazados conducen a la originalidad, que sería una nueva forma de contemplar lo antiguo. El ejemplo ya mencionado de Así es la vida, de Ripstein y Garciadiego, sería ilustrativo y modélico respecto a los mitos clásicos y sus hijos artísticos. Todo lo contrario, el colmo de la falta de imaginación que resulta ser la recreación por desdoblamiento la encontraríamos en cine en los remakes de Sabrina o Psicosis o en cualquier otro remake. El remake o refilmación sería la respuesta más desesperada y miserablemente imaginativa a la crisis de imaginación.
Otra aparente salida a esta crisis resulta acudir a la fuente Castalia de los grandes temas y personajes: la literatura. Los franceses son singularmente exitosos para esta filigrana elaborada y compleja que es “traducir” una novela en película, y sus resultados son con frecuencia enormemente gratificantes porque realizan un cine sincero y alejado del moralismo y la pacatería, sin ese maquillaje del pasado al que Hollywood nos tiene acostumbrados.
Tal es el caso de Germinal, basada en el conocido clásico francés de Emile Zolá, donde la solvencia de la historia se encuentra a prueba de bombas. Fue la película más cara rodada hasta la fecha en Francia (1993), ya que su coste ascendió a 160 millones de francos que, afortunadamente, fueron bien invertidos en este gran éxito de crítica y público. Si a esto añadimos un director más que eficiente y un equipo de actores absolutamente compenetrados en su trabajo y con sus personajes, el resultado no puede dejar de ser excelente.
La película sigue la novela fielmente, aunque restándole buena cantidad de su virulencia, que hubiera sido redundante en pantalla. Etienne Lantier llega hasta Montsou, en el norte de Francia, donde entra a trabajar en las minas y conoce de primera mano la explotación y miseria a la que los obreros están sometidos. Comprometidos con la causa socialista, ésta les conducirá a una guerra social que al final será sofocada por el ejército tras dejar un triste e inevitable reguero de cadáveres y de excesos por ambas partes en conflicto, tanto obreros como patrones.
En el fondo la película es un Novecento chiquito de 150 minutos, una emulación muy inspirada del espíritu de la gran película épica de Bertolucci pero pasada por el tamiz de la desesperanza, aunque no de la claudicación en las luchas sociales: la guerra nunca terminará, parece decirnos el naturalista Zolá, y sus victorias serán efímeras mientras la naturaleza humana no cambie. Sólo se nos obliga a no bajar la guardia jamás. Lejos del ingenuo y consolador mensaje de Novecento, Germinal es una película más dura que nos recuerda que la batalla de estos mineros por la dignidad es la batalla aparcada de muchos pueblos sobreexplotados que ahora se consuelan con telenovelas. Aun reconociendo que es mejor vivir en la telebasura que en China, la ejemplificante China parece seguir esperándonos al final del camino.
Germinal (Germinal, 1993). Dirección: Claude Berri. Guión de Claude Berri y Arlette Langmann basado en la novela homónima de Emile Zola. Fotografía de Yves Angelo. Música de Jean Louis Roques. Con Gérard Depardieu, Renauld, Miou-Miou, Jean Carmet, Jean-Roger Milo, Judith Henry, Laurent Terzieff, Jean-Pierre Bisson, Bernard Fresson, Jacques Dacqmine, Anny Duperey. Producción de Renn Productions / France 2 Cinema / DD Productions / Alternative Films / Nuova Artisti Associati. 158 m. Francia-Bélgica-Italia. (****)
viernes, noviembre 12, 2004
ARCHIVO: BUSCANDO A DIOS
Publicado en El Reto el 5 de julio de 2002.
Hitman, como les digo, es creación de Garth Ennis, y hasta donde tengo entendido lo sigue popularizando en México la editorial Vid, editorial vendepatrias donde las haya que publica en estas tierras un poco de lo más trillado que se imprime en el mundo, y principalmente, la producción para adolescentes de Estados Unidos. Su gran contribución al cómic mexicano ha residido, más recientemente, en exhumar a Memín Pinguín de su sarcófago zulú de Tepito y reimprimir la popular serie Lágrimas, Risas y Amor. Toda una declaración de principios de la más importante editora de cómics de este país.
Hitman es un personaje sin mucha originalidad, que se mueve dentro del universo tradicional de DC. Como su nombre indica, es un matón a sueldo que pierde los ojos en su primer episodio pero que, sin embargo, es compensado con otros superpoderes como la visión de rayos X y la telepatía. Se mueve entre las bambalinas de Ciudad Gótica, se cachondea de Batman, fuma como chacuaco y le pega a los tarros fríos de cerveza que da gusto verlo, sobre todo ahora con estos calorines de Juaritos. Se le nota la vibra de buena onda, y me hubiera gustado tener un amigo así cuando tenía quince años. Hitman fue el primer intento de DC de traspasar a algunos de sus artistas más originales al universo ortodoxo de su editorial. Digo ortodoxo porque en los años 90 DC emprendió una de las más agresivas y fructíferas renovaciones internas que se han visto en una editorial del ramo de Estados Unidos: no sólo remozó a los héroes de toda la vida —Superman, Batman, Wonder Woman, etcétera— sino que creó su propio sello para lectores adultos llamado Vértigo. De repente, Vértigo se convirtió en centro de atención de aficionados de todo el mundo con obras que transcurrían en universos distintos del oficial, bien escritas, con dibujantes que intentaban salirse de los manidos esquemas tradicionales y con unos artistas capaces de hacer de la portada de un pepín una pieza de museo. Vértigo nos devolvió a una fórmula que parecía extinguida de tebeo mensual, barato y de calidad, y quienes pudimos disfrutar —a través de la edición española o la original norteamericana— de series como The Sandman, Books of Magic o Hellblazer, amén de otros experimentos más o menos autoconclusivos, recobramos la esperanza en el medio como popular y adulto.
Como les digo, a la raza Hitman le parece chido. Yo no digo que no tenga su encanto, pero no consiguió llegar a la suela de los zapatos de la serie que aupó a Garth Ennis como guionista de interesantes posibilidades. Como fue editada dentro de la línea Vértigo, no ha llegado a México por motivos que no puedo facilitar aquí por razón de espacio; pero usted, que tiene la inmensa suerte de vivir tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, podrá adquirir alguno de sus tomos sólo con cruzar el riachuelo. He mencionado a Dios, y es que es de Dios de lo que estamos hablando. La serie se titula Preacher (Predicador), y parte de una premisa mucho más interesante que la mayor parte de las hollymemeces que inundan nuestros cines: Dios ha renunciado a su cargo y se ha marchado a la tierra —como el pagano Saturno— a vivir un humilde exilio, probablemente decepcionado de su creación. Como ustedes imaginarán, la noticia ha causado en el Cielo la peor de las reacciones y éste ha estallado en guerra civil. Enterado de todo esto, un sacerdote llamado Jesse Custer, que paulatinamente ha ido perdiendo su fe, emprende la búsqueda de Dios para pedirle explicaciones por sus actos, en compañía de su ex amante —una pistolera llamada Tulip— y, ver para creer, de un saludable y perverso vampiro irlandés. Y es que dime con quién andas y te diré quién eres. Pero eso sí, este apuesto sacerdote agraciado con el rostro de Johnny Depp, fumador empedernido y a veces un poco pisteador, es el héroe de nuestra serie, un héroe un tanto extravagante pero héroe al fin, y como tal, de satánico no tiene nada, como tampoco es sospechoso de ser uno de esos sacerdotes malandros que ejercen su castidad en la retaguardia de los jovencitos. El padre Jesse Custer es un ejemplar macho monógamo como Dios manda.
La serie regular usaca ya finalizó en su forma de comic-book mensual, pero la DC tiene la buena costumbre de reeditar sus obras en volúmenes que recopilan de forma coherente los llamados arcos argumentales —esto es, historias que se alargan durante varios meses hasta su conclusión—. Aquí vengo a invitar a los forofos de Hitman a que pasen un buen rato con los dos primeros tomos recopilatorios, Gone to Texas y Until the End of the World, donde se conocerá el “yo soy yo y mis circunstancias” de este sacerdote de cabellera negra, pantalón de mezclilla y alzacuellos forzosamente profesional. La aparición de Preacher vino a llenar el vacío creado con la cancelación de la prestigiosa serie The Sandman, que cerró puertas por el cansancio de su guionista Neil Gaiman —que ahora ha incursionado con éxito en la literatura fantástica— y que dejó a Vértigo sin título representativo. Como buena serie para adultos, ambas comparten un planteamiento interesante: en Sandman, la eterna reflexión sobre los vínculos mágicos entre sueño, vida y muerte; en Preacher, la eterna búsqueda de Dios y el conflicto personal de cada quien con el Gran Padre ausente. Como buenas series para adultos, también el desarrollo de sus tramas es lo menos elemental posible: ambas series hicieron de las referencias multiculturales una gran apuesta, y los lectores pueden disfrutar encontrando numerosas reminiscencias de todo tipo. En Sandman, principalmente literarias, mitológicas y cultistas —su peculiar adaptación del shakespeariano Sueño de una noche de verano ganó un importante premio literario nortemericano, lo que no ocurría desde el Pulitzer de Literatura concedido a la novela gráfica Maus, de Art Spiegelman—, y en Preacher, básicamente cinematográficas, roqueras y bastante cyberpunks. Pero no sólo hubo buenas críticas: de Gaiman algunos dijeron con desdén que era un señor con una gran biblioteca, y a Garth Ennis le reprocharon embarullarse en berenjenales teológicos que casi nunca conducían a nada bueno. Sin embargo, ¿acaso no es buena idea traer a Dios a la palestra como el Gran Ausente dramático de un mundo enloquecido? Aun incurriendo en una sana irreverencia, Preacher no deja de ser una serie religiosa aunque no tenga nada que ver con aquellas tiesas Vidas de Santos que en México editaba Novaro hace tropecientos mil años y que todavía hoy se pueden hallar en los tristes puestos de revistas de las centrales camioneras de la República. Es una serie religiosa porque presupone la existencia de Dios, pero también es una serie enormemente humana y desengañada que también presupone su cansancio, un cansancio que en el fondo no es más que el nuestro, claro, como cuando achacamos nuestros defectos a la herencia del padre.
Quien se acerque a Preacher con intenciones de encontrar un buen divertimento, lo hallará; es una especie de ensalada de lechuga, tomate, cebolla y remolacha, debidamente salpimentada y aliñada con tabasco; una mezcla de drama teológico, película gore, western al estilo Peckinpah y cine negro post-tarantiniano con buenas dosis de nicotina, sexo de road-movie y litros de alcohol. Los guiones de Ennis no son demasiado originales, pero sus diálogos son chispeantes y el conjunto tiene en general un aire fresco y divertido, que aporta a la cultura popular de medio mundo a un sacerdote entrañable, consecuente con sus principios más profundos y, también, hondamente desengañado con una feligresía hipócrita e inconsecuente. Aquí es donde Ennis lanza uno de sus muchos mensajes: la paradoja de que tantos y tantos miserables que se dicen creyentes, vivan comportándose como profundos ateos mientras muchos ateos viven de acuerdo a una ética que no repudiaría Dios.
La parte gráfica está desarrollada con corrección por el monero Steve Dillon, con la clásica composición de página de viñetas muchas veces sangradas —tajadas por un extremo que coincide con el corte de la hoja—, no pocas veces insertadas en viñetas más grandes y con un trazado del marco de viñeta grueso y temblón, que añade una tensión adicional al conjunto. Es el estilo que implantase con originalidad Howard Chaykin hace más de veinte años y que hoy es habitual.
Cabe destacar las magníficas portadas de Glenn Fabry. Las recopilaciones en tomos de DC las reproducen íntegras dentro del volumen, y merecen la pena. Si usted quiere ver un ejemplo de estas portadas, y del dramatismo general que transmite la serie, no deje de pasarse por la página web de DC, donde al pinchar en el rótulo de Vértigo le invitarán a disfrutar una soberbia preview animada de la serie Preacher donde se reproducen las portadas de los volúmenes recopilatorios en todo su esplendor.
Garth Ennis, Steve Dillon, Preacher: Gone to Texas. DC Comics Vértigo. 200 pp. New York, 1996 [Preacher, 1], 14.95 $; Preacher, Until the End of the World. DC Comics Vertigo. 256 pp. New York, 1997 [Preacher, 2], 14.95 $.
Buscando a Dios.
¿Cómo demonios puede dimitir Dios?
Jesse Custer, en Preacher: Gone to Texas, pág. 114.
La chiquillería pepineca mexicana le tiene afición a un personaje de la editorial DC llamado Hitman. Lo escribe el guionista Garth Ennis, uno de esos escritores ingleses que las grandes casas comiqueras usacas comenzaron a importar desde los años ochenta para revitalizar el terruño imaginero, que se había anquilosado enormemente entre el género de espada y brujería y el de mutantes —a todo esto, fue otro inglés, Chris Claremont, quien logró que la serie más deficitaria de Marvel, Uncanny X-Men, se convirtiese en el tragaperras de millones de dólares que es ahora—. Pronto, nombres como Alan Moore —renovador del género de super héroes con su Watchmen—, Neil Gaiman —con The Sandman— y otros artistas, tanto guionistas como dibujantes, renovaron el espectro del pepín popular norteamericano que, como sabemos, tiene sus columnas de Hércules en las editoriales Marvel y DC, editoras de caracteres bien conocidos como Spider-Man o Batman. Sus columnas de Hércules y su Non plus ultra, pues aunque casas independientes como Fantagraphics Books producen un cómic adulto, arriesgado y señero que puede competir no pocas veces con la literatura sin dibujos, el mercado popular está copado por esos entrañables paladines, bobos y bellos, que pajarean en pijama por las azoteas.
¿Cómo demonios puede dimitir Dios?
Jesse Custer, en Preacher: Gone to Texas, pág. 114.
La chiquillería pepineca mexicana le tiene afición a un personaje de la editorial DC llamado Hitman. Lo escribe el guionista Garth Ennis, uno de esos escritores ingleses que las grandes casas comiqueras usacas comenzaron a importar desde los años ochenta para revitalizar el terruño imaginero, que se había anquilosado enormemente entre el género de espada y brujería y el de mutantes —a todo esto, fue otro inglés, Chris Claremont, quien logró que la serie más deficitaria de Marvel, Uncanny X-Men, se convirtiese en el tragaperras de millones de dólares que es ahora—. Pronto, nombres como Alan Moore —renovador del género de super héroes con su Watchmen—, Neil Gaiman —con The Sandman— y otros artistas, tanto guionistas como dibujantes, renovaron el espectro del pepín popular norteamericano que, como sabemos, tiene sus columnas de Hércules en las editoriales Marvel y DC, editoras de caracteres bien conocidos como Spider-Man o Batman. Sus columnas de Hércules y su Non plus ultra, pues aunque casas independientes como Fantagraphics Books producen un cómic adulto, arriesgado y señero que puede competir no pocas veces con la literatura sin dibujos, el mercado popular está copado por esos entrañables paladines, bobos y bellos, que pajarean en pijama por las azoteas.
Hitman, como les digo, es creación de Garth Ennis, y hasta donde tengo entendido lo sigue popularizando en México la editorial Vid, editorial vendepatrias donde las haya que publica en estas tierras un poco de lo más trillado que se imprime en el mundo, y principalmente, la producción para adolescentes de Estados Unidos. Su gran contribución al cómic mexicano ha residido, más recientemente, en exhumar a Memín Pinguín de su sarcófago zulú de Tepito y reimprimir la popular serie Lágrimas, Risas y Amor. Toda una declaración de principios de la más importante editora de cómics de este país.
Hitman es un personaje sin mucha originalidad, que se mueve dentro del universo tradicional de DC. Como su nombre indica, es un matón a sueldo que pierde los ojos en su primer episodio pero que, sin embargo, es compensado con otros superpoderes como la visión de rayos X y la telepatía. Se mueve entre las bambalinas de Ciudad Gótica, se cachondea de Batman, fuma como chacuaco y le pega a los tarros fríos de cerveza que da gusto verlo, sobre todo ahora con estos calorines de Juaritos. Se le nota la vibra de buena onda, y me hubiera gustado tener un amigo así cuando tenía quince años. Hitman fue el primer intento de DC de traspasar a algunos de sus artistas más originales al universo ortodoxo de su editorial. Digo ortodoxo porque en los años 90 DC emprendió una de las más agresivas y fructíferas renovaciones internas que se han visto en una editorial del ramo de Estados Unidos: no sólo remozó a los héroes de toda la vida —Superman, Batman, Wonder Woman, etcétera— sino que creó su propio sello para lectores adultos llamado Vértigo. De repente, Vértigo se convirtió en centro de atención de aficionados de todo el mundo con obras que transcurrían en universos distintos del oficial, bien escritas, con dibujantes que intentaban salirse de los manidos esquemas tradicionales y con unos artistas capaces de hacer de la portada de un pepín una pieza de museo. Vértigo nos devolvió a una fórmula que parecía extinguida de tebeo mensual, barato y de calidad, y quienes pudimos disfrutar —a través de la edición española o la original norteamericana— de series como The Sandman, Books of Magic o Hellblazer, amén de otros experimentos más o menos autoconclusivos, recobramos la esperanza en el medio como popular y adulto.
Como les digo, a la raza Hitman le parece chido. Yo no digo que no tenga su encanto, pero no consiguió llegar a la suela de los zapatos de la serie que aupó a Garth Ennis como guionista de interesantes posibilidades. Como fue editada dentro de la línea Vértigo, no ha llegado a México por motivos que no puedo facilitar aquí por razón de espacio; pero usted, que tiene la inmensa suerte de vivir tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, podrá adquirir alguno de sus tomos sólo con cruzar el riachuelo. He mencionado a Dios, y es que es de Dios de lo que estamos hablando. La serie se titula Preacher (Predicador), y parte de una premisa mucho más interesante que la mayor parte de las hollymemeces que inundan nuestros cines: Dios ha renunciado a su cargo y se ha marchado a la tierra —como el pagano Saturno— a vivir un humilde exilio, probablemente decepcionado de su creación. Como ustedes imaginarán, la noticia ha causado en el Cielo la peor de las reacciones y éste ha estallado en guerra civil. Enterado de todo esto, un sacerdote llamado Jesse Custer, que paulatinamente ha ido perdiendo su fe, emprende la búsqueda de Dios para pedirle explicaciones por sus actos, en compañía de su ex amante —una pistolera llamada Tulip— y, ver para creer, de un saludable y perverso vampiro irlandés. Y es que dime con quién andas y te diré quién eres. Pero eso sí, este apuesto sacerdote agraciado con el rostro de Johnny Depp, fumador empedernido y a veces un poco pisteador, es el héroe de nuestra serie, un héroe un tanto extravagante pero héroe al fin, y como tal, de satánico no tiene nada, como tampoco es sospechoso de ser uno de esos sacerdotes malandros que ejercen su castidad en la retaguardia de los jovencitos. El padre Jesse Custer es un ejemplar macho monógamo como Dios manda.
La serie regular usaca ya finalizó en su forma de comic-book mensual, pero la DC tiene la buena costumbre de reeditar sus obras en volúmenes que recopilan de forma coherente los llamados arcos argumentales —esto es, historias que se alargan durante varios meses hasta su conclusión—. Aquí vengo a invitar a los forofos de Hitman a que pasen un buen rato con los dos primeros tomos recopilatorios, Gone to Texas y Until the End of the World, donde se conocerá el “yo soy yo y mis circunstancias” de este sacerdote de cabellera negra, pantalón de mezclilla y alzacuellos forzosamente profesional. La aparición de Preacher vino a llenar el vacío creado con la cancelación de la prestigiosa serie The Sandman, que cerró puertas por el cansancio de su guionista Neil Gaiman —que ahora ha incursionado con éxito en la literatura fantástica— y que dejó a Vértigo sin título representativo. Como buena serie para adultos, ambas comparten un planteamiento interesante: en Sandman, la eterna reflexión sobre los vínculos mágicos entre sueño, vida y muerte; en Preacher, la eterna búsqueda de Dios y el conflicto personal de cada quien con el Gran Padre ausente. Como buenas series para adultos, también el desarrollo de sus tramas es lo menos elemental posible: ambas series hicieron de las referencias multiculturales una gran apuesta, y los lectores pueden disfrutar encontrando numerosas reminiscencias de todo tipo. En Sandman, principalmente literarias, mitológicas y cultistas —su peculiar adaptación del shakespeariano Sueño de una noche de verano ganó un importante premio literario nortemericano, lo que no ocurría desde el Pulitzer de Literatura concedido a la novela gráfica Maus, de Art Spiegelman—, y en Preacher, básicamente cinematográficas, roqueras y bastante cyberpunks. Pero no sólo hubo buenas críticas: de Gaiman algunos dijeron con desdén que era un señor con una gran biblioteca, y a Garth Ennis le reprocharon embarullarse en berenjenales teológicos que casi nunca conducían a nada bueno. Sin embargo, ¿acaso no es buena idea traer a Dios a la palestra como el Gran Ausente dramático de un mundo enloquecido? Aun incurriendo en una sana irreverencia, Preacher no deja de ser una serie religiosa aunque no tenga nada que ver con aquellas tiesas Vidas de Santos que en México editaba Novaro hace tropecientos mil años y que todavía hoy se pueden hallar en los tristes puestos de revistas de las centrales camioneras de la República. Es una serie religiosa porque presupone la existencia de Dios, pero también es una serie enormemente humana y desengañada que también presupone su cansancio, un cansancio que en el fondo no es más que el nuestro, claro, como cuando achacamos nuestros defectos a la herencia del padre.
Quien se acerque a Preacher con intenciones de encontrar un buen divertimento, lo hallará; es una especie de ensalada de lechuga, tomate, cebolla y remolacha, debidamente salpimentada y aliñada con tabasco; una mezcla de drama teológico, película gore, western al estilo Peckinpah y cine negro post-tarantiniano con buenas dosis de nicotina, sexo de road-movie y litros de alcohol. Los guiones de Ennis no son demasiado originales, pero sus diálogos son chispeantes y el conjunto tiene en general un aire fresco y divertido, que aporta a la cultura popular de medio mundo a un sacerdote entrañable, consecuente con sus principios más profundos y, también, hondamente desengañado con una feligresía hipócrita e inconsecuente. Aquí es donde Ennis lanza uno de sus muchos mensajes: la paradoja de que tantos y tantos miserables que se dicen creyentes, vivan comportándose como profundos ateos mientras muchos ateos viven de acuerdo a una ética que no repudiaría Dios.
La parte gráfica está desarrollada con corrección por el monero Steve Dillon, con la clásica composición de página de viñetas muchas veces sangradas —tajadas por un extremo que coincide con el corte de la hoja—, no pocas veces insertadas en viñetas más grandes y con un trazado del marco de viñeta grueso y temblón, que añade una tensión adicional al conjunto. Es el estilo que implantase con originalidad Howard Chaykin hace más de veinte años y que hoy es habitual.
Cabe destacar las magníficas portadas de Glenn Fabry. Las recopilaciones en tomos de DC las reproducen íntegras dentro del volumen, y merecen la pena. Si usted quiere ver un ejemplo de estas portadas, y del dramatismo general que transmite la serie, no deje de pasarse por la página web de DC, donde al pinchar en el rótulo de Vértigo le invitarán a disfrutar una soberbia preview animada de la serie Preacher donde se reproducen las portadas de los volúmenes recopilatorios en todo su esplendor.
Garth Ennis, Steve Dillon, Preacher: Gone to Texas. DC Comics Vértigo. 200 pp. New York, 1996 [Preacher, 1], 14.95 $; Preacher, Until the End of the World. DC Comics Vertigo. 256 pp. New York, 1997 [Preacher, 2], 14.95 $.
jueves, noviembre 11, 2004
DIARIOS DE MOTOCICLETA
El viaje se halla detrás de muchas obras maestras de la narración humana. La gran literatura occidental nace con Homero, pero sobre todo nace con su Odisea, un periplo de diez años por un mediterráneo infestado de monstruos y de aventuras hasta llegar a casa. Durante el viaje el hombre madura, se transforma y evoluciona a medida que vaga por el mundo, y el mundo también lo conforma y moldea. Cada hombre tiene su viaje por la vida, cada mujer se convierte en el receptáculo errabundo de una existencia humana. El mismo hecho de nacer ya constituye el fin de un largo viaje.
El viaje iniciático, la odisea personal, ha resultado ser tan importante en el cine como en la literatura. Posiblemente porque el viaje iniciático es un reflejo de la vida, de ese viaje personal que a veces no es sólo en el tiempo, sino en el espacio. Algunas de las mejores películas de la historia del cine son viajeras, no estáticas. Al margen del subgénero conocido como road-movie o película de coche y carretera, muchas de las mejores películas de la historia del cine consisten en vagabundeos por un microuniverso, una búsqueda en pos de concluir una misión. Los ejemplos podrían ser múltiples, pero ahora me viene a las mientes The Searchers, de John Ford, donde Ethan vagabundea por el Oeste americano (el western es la épica moderna, y vivir en Ciudad Juárez forma parte de ella) en busca de su sobrina secuestrada por los indios. Ethan, hombre arrasado tras la experiencia de la guerra civil, ya no tiene objetivos en la vida salvo encontrar a una sobrina que tampoco le importa demasiado más allá del hecho de convertirla en excusa y misión para seguir viviendo.
También Diarios de motocicleta es una película itinerante y de iniciación, y en este caso nada menos que para recrear el primer viaje que Ernesto “Che” Guevara realizó por el subcontinente latinoamericano, un viaje en el que descubriría la enorme miseria e injusticia en que se ahoga este rico vergel secuestrado, hace cincuenta años tanto como hoy. Su viaje, ya lo sabemos, terminó a tiros en Bolivia con la inestimable colaboración de la CIA.
El director de la película, Walter Salles (laureado por Estación Central de Brasil, 1998, y director de tres películas más), se ha basado de manera muy fiel en los diarios que Guevara escribió durante su primera incursión latinoamericana y, como bien ha destacado la crítica, ha sabido mezclar con sabiduría el postalismo documental y las exigencias de este género cinematográfico a las de la narración de historias por medio de imágenes. El resultado es una película de naturaleza mixta, emocionante y llena de humor y camaradería donde por encima de todo brilla esa naciente conciencia de la miseria y segregación en que viven buena parte de los habitantes de América Latina. Es sobre todo por éstos que la película se gana al espectador mucho más allá de simpatías políticas: no se trata de un film político, sino de un film humanístico. Ernesto Guevara se convierte en los ojos que ven por los nuestros buena parte de la desgracia y miseria de nuestro amado subcontinente, y en esa conciencia creciente de intentar cambiar algo para paliarlo se irá ganando las simpatías de un espectador (queremos creer que bienintencionado) a quien le gustaría que alguien remediase cuanto nos da asco. Es una película sobre el Che antes de que éste se reinventase a sí mismo, y a pesar de que el joven Ernesto Guevara perdió para siempre su cruzada en Bolivia, es también una película del culto a la personalidad. El mensaje final podría ser que, si bien el Che perdió su guerra, muchos como él debiéramos tomar el camino de una sensibilidad humanitaria que hoy día parece trasnochada, o simplemente, condenada al fracaso. Gael García Bernal, imparable en su ascenso internacional, compone una sobria y contenida interpretación del joven Guevara como un individuo sensible e introspectivo, todo lo contrario del ideólogo exaltado que hubiera conducido la película a derroteros más previsibles. Como contrapunto de García Bernal tenemos al maravilloso actor argentino Rodrigo de la Serna, quien sostiene sobre sus hombros con magnetismo entrañable el cincuenta por ciento de una película sensiblemente dirigida y exquisitamente fotografiada que derrocha idealismo a raudales, pero también piedad por nuestra miserable y piojosa condición humana.
Diarios de motocicleta (Motorcycle Diaries, 2003). Dirección: Walter Salles. Guión de José Rivera, basado en los libros Notas de viaje, de Ernesto “Che” Guevara y Viajando con el Che, de Alberto Coronado. Fotografía de Eric Gautier. Banda sonora de Gustavo Santaolalla. Con Gael Garcia Bernal, Rodrigo de la Serna, Mia Maestro, Mercedes Moran, Jorge Chiarella, Gabriela Aguilera. 128 m. USA-Argentina-Chile-Perú. (***)
miércoles, noviembre 10, 2004
ASÍ ES LA VIDA
Hace un par de semanas concluimos el módulo que he impartido en la maestría en Cultura e investigación literaria. Mi módulo se llamaba Pervivencia de la cultura clásica en la literatura en español. Al principio iba a ser “pervivencia en la literatura española”, pero tuve ganas de concluir con el análisis del guión y luego la película de una obra maestra reciente del cine mexicano: Así es la vida, de Arturo Ripstein, una película deliciosamente escrita por Paz Alicia Garciadiego. Durante las seis semanas que duró el módulo buceamos en los mitógrafos griegos, en Ovidio, en Teócrito, en Garcilaso de la Vega, en Góngora (por primera vez hice un análisis completo de su Polifemo, estrofa a estrofa, verso a verso). Acabamos, y no podía ser de otra manera, con el teatro grecolatino. Analizamos primero la Medea de Eurípides, saltamos luego a la de Séneca, y por fin desembocamos en Así es la vida, de Ripstein-Garciadiego. Esta película es uno de los mejores ejemplos que conozco para demostrar ante dioses y hombres que la cultura clásica está hoy más viva que nunca (y esto, a pesar de los mercachifles y animales de bellota que ocupan los cargos públicos de los ministerios de Educación). Porque Así es la vida es una revisión de la Medea de Séneca, autor romano de I d. C. que a su vez escribió su Medea sobre la estructura de la de Eurípides. La Medea de Séneca es más bruja, su Jasón más víctima que victimario, pero curiosamente Ripstein y Garciadiego conectan mejor con las intenciones desmitificadoras de Eurípides, cuyo legendario agón entre Medea y Jasón fue considerado por Werner Jaeger una de las cumbres del realismo “burgués” ateniense del siglo V. Garciadiego consiguió uno de los más grandes prodigios que jamás se hayan producido al adaptar un clásico griego a la pantalla grande. Y es que Garciadiego toma a Séneca y lo recrea por contaminación, y no desdoblamiento: se inspira en él para escribir una Medea paralela, precisa en la transposición de todos los elementos míticos y teatrales atenienses, pero completamente distinta. En este caso, su Medea transcurre en una miserable vecindad del DF y nuestra Medea es una curandera y abortista con fama de bruja; su Jasón, un boxeador fracasado que se compromete en secreto con la hija adolescente de La Marrana, el “rey” de la vecindad. La trasposición del mito está tan bien ejecutada que la primera vez que vi la película en cine no percibí que estaba viendo la Medea hasta la mitad de la proyección, por más que el genio de Garciadiego traspone casi todos los elementos de la estructura trágica clásica: el prólogo, la párodos (el coro griego ha sido recreadoa con un naturalismo inteligentísimo), la sucesión de estásimos (el coro es aquí un trío que comenta la acción, como en la vieja Atenas) y episodios (con ricos monólogos dramáticos bien elaborados), los apartes para el público (las miradas a la cámara y su función como “ojo participante” del espectador en la acción), y hasta el éxodos con sacrificio final en la moderna skene que aquí es la azotea de la vecindad. El rey, el héroe, la maga, la princesa y la nodriza están tan bien traducidos a un ambiente tan cruel como es una vecindad del DF que adquieren toda su verosimilitud, y los razonamientos de Eurípides y Séneca en boca de estos personajes expresan un egoísmo y una fuerza que son eternos. Las interpretaciones de los actores principales (con Arcelia Ramírez, Patricia Reyes Spíndola y un prodigioso Ernesto Yáñez a la cabeza) son magistrales, naturalistas y convincentes.
Para que podamos hablar de una Medea hace falta mucho más que presentar a una mujer que asesina a sus hijos. La nueva Medea de Ripstein y Garciadiego roza el prodigio cuando, al ser tan fiel a la tragedia original y a la naturaleza del teatro clásico, sabe resultar también tan moderna, tan griega y tan mexicana al mismo tiempo, tan universal. Un milagro cinematográfico y cultural que hay que ver una y otra vez.
Así es la vida (2000). Dirección: Arturo Ripstein. Guión: Paz Alicia Garciadiego. Fotografía: Guillermo Granillo. Música: David Mansfield y Leoncio Lara. Con Arcelia Ramírez, Luis Felipe Tovar, Patricia Reyes Spíndola, Ernesto Yáñez, Francisca Guillén. México-España-Francia. 94 m. (****).
lunes, noviembre 08, 2004
STEVE CANYON EN FORMATO COMIC-BOOK
Habrá que seguir esperando a que alguien publique, por lo menos en Estados Unidos, una edición decente de Steve Canyon, el gran clásico de Milton Caniff, poco y mal conocido en su propio país y fuera del mismo. Descubrir por Amazon que la editorial Checker Book Publishing Group ha comenzado a reeditar la serie en Estados Unidos me animó a comprar el primer tomo, que comprende las tiras diarias y páginas dominicales publicadas en 1947. Al tener el primer volumen entre las manos, la decepción no pudo ser más grande. No sólo no publican las páginas dominicales a color, sino que el formato de edición elegido (comic-book) no vale para editar a los clásicos de las tiras de prensa norteamericana. Las tiras diarias quedan reducidas a miniaturas donde la mancha caniffiana y su sensual claroscuro se transforman en una olla de lentejas quemadas, una plasta artística que habría que analizar con paciencia y con lupa. Las páginas dominicales lucen un poco mejor, pero como el formato comic-book no permite reproducir más de cuatro tiras por página (y además varía el tamaño de reproducción de la tira), la dominical se queda casi siempre colgada entre páginas, y los editores han debido remontarla para que quepa en este formato enanito. La presentación, en definitiva, es un desastre absoluto difícilmente legible y nada disfrutable que no permitirá a las nuevas generaciones conocer este clásico en todo su esplendor, ni a los más viejos releerlo con la atención que merece. La mejor edición hasta la fecha, que yo conozca, es la española de Eseuve, pero está descatalogada y no es fácil de encontrar: reproducía dos tiras diarias por página en blanco y negro y su correspondiente placha dominical en dos páginas a color. Aunque no se publicó la obra completa, así es como se edita un clásico de las tiras de prensa.
Habrá que rastrear para tener, algún día, la versión de Eseuve de Steve Canyon. Mientras tanto, me olvido de los quince dólares invertidos en este tomo de Checker y renuncio a continuar esta versión enanita de Steve Canyon. Mejor nada que esto.
Milton Caniff, Steve Canyon: 1947. Checker Book Publishing. Ohio, 2003. 148 pp. (*)
domingo, noviembre 07, 2004
EL PERRO DE TERRACOTA
Mi primera novela de Andrea Camilleri. Sentía cierta reticencia a leer una de sus novelas porque estaba absolutamente convencido de que no me iba a gustar tanto como sus dos volúmenes de relatos policiacos, también protagonizados por el comisario Montalbano. Sus cuentos son la gloria pura: unas tramas depuradas que podrían ser la síntesis de novelas convencionales. Un lenguaje directo, unos policías entrañables (a veces, geniales en su rematada imbecilidad, como Catarella), un sentido del humor envidiable que parece contradictorio con la naturaleza de la novela negra, pero no lo es en estos tiempos cáusticos y de transición (el francés Frederic Dard fue el pionero de esta variación estilística del humor en la novela policiaca: escribió un puñado de novelas de éxito protagonizadas por el también comisario Sanantonio). Y sobre todo, esa rusticidad soleada y bronca de Sicilia, la isla donde transcurren las historias de Montalbano y que ha marcado con su peculiar idiosincracia toda la historia de la literatura: desde Teócrito a Camilleri pasando por la Mafia y el Polifemo de Góngora.
En esta ocasión, Montalbano se ve involucrado en la investigación de varios casos, entre los cuales destaca el hallazgo en una cueva sellada de dos amantes abrazados que fueron asesinados medio siglo atrás. Un perro de terracota, un cuenco con monedas y otro con agua resultan ser todas las pistas de este amor de ultratumba que regresa del pasado para conmovernos.
No me he equivocado al leer El perro de terracota, pues se trata Camilleri en estado puro: giallo pedregoso, sarcástico, lleno de mafia y de reflexiones sobre la corrupción política siciliana. Tampoco me he equivocado al suponer que no podría superar cualquiera de sus cuentos: los cuentos son obras maestras, prodigios de imaginación y síntesis entregados al lector con gran generosidad. El perro de terracota es la fórmula a la que estamos más acostumbrados: cuatro o cinco cuentos entremezclados, salpimentados y convertidos en una buena novela, pero no en una obra maestra. Como quiera que sea, leer a Camilleri es siempre relajante y provechoso.
Andrea Camilleri, El perro de terracota. Traducción de María Antonia Menini Pagès. Ediciones Salamandra. Barcelona, 2003.
jueves, noviembre 04, 2004
MAAKIES
Tony Millionaire, autor de Maakies, es uno de los más originales artistas de la contemporánea comic-strip norteamericana. A pesar de esto (o quizá por ello mismo), sus tiras no se editan más que en media docena de semanarios estadounidenses, todos de criterio bastante abierto, como The Stranger de Seattle. Ya sabemos que hoy día la comic-strip usaca (y, por consiguiente, las páginas dominicales) es como un gato viejo y asmático que huele a muerto y del que se ríen los ratones. Da pena infinita asomarse por la página web de King Features Syndicate y rastrear entre las ruinas de las viejas glorias. Las páginas en que otrora relumbraron los maestros, hoy son escaparate de miserias.
Tony Millionaire es uno de los autores que, entre otros como Frank Cho (Liberty Meadows) o Bill Griffith (Zippy Cocopera) siguen manteniendo con cierta dignidad la tira de prensa. Se cuentan entre los últimos japoneses que libran una guerra perdida, pegando tiros en una isla casi desierta llena de barcos naufragados.
La imagen no viene de más, ya que la enloquecida tira de Millionaire, Maakies, es un esperpento donde se nos cuentan las patosidades y delirios del capitán Maak y su tripulación de despojos de la factoría Disney, unos tunantes cirróticos y perturbados que viajan por los siete mares del delirio, entre quienes destaca el perro Uncle Gabby un cuervo alcohólico al que le fascina volarse continuamente la tapa de los sesos. El dibujo es feísta, y a veces redunda en un tonto humor de urinario, pero se trata de una de las fantasías más mochales del moderno tebeo norteamericano, y merece la pena leerlo porque en su estética (que homenajea el espíritu underground inspirado en los clásicos de la comic-strip) hay mucho de humor baboso y salvaje, como de perro lleno de pulgas que se rasca y sufre, pero más disfruta cuanto más se rasca. La recopilación de sus tiras la edita Fantagraphics en un formato extravagante (12 centímetro de alto por 31 de largo, adecuado para editar tiras, a una por página), y quién sabe si algún día se editará en España. El volumen que he leído recoge las tiras de Maakies publicadas entre 2000 y 2002.
miércoles, noviembre 03, 2004
BOUNCER 3: LA JUSTICIA DE LAS SERPIENTES
Tercera entrega del western escrito por Alejandro Jodorowsky y dibujado por el espectacular Boucq. En esta ocasión, un amor del pasado de Naomie volverá para hundir la vida sentimental de Bouncer, que tras ser nombrado dueño del Saloon Infierno por sir Diablo quería rehacer su vida al lado de esta ex prostituta. El guión tiene fuerza y agilidad, y sobre todo pica, pero gusta, esa violencia tan propia de Jodorowsky casada tan bien con un género épico y cruel como es el western desde los años 70. Como siempre, los dibujos de Boucq son majestuosos y se llevan la palma, para qué nos vamos a engañar. Devoto de los bolsilibros de Silver Kane, Jodorowsky construye en Bouncer un microuniverso personal bien ensamblado, pero sería más disfrutable si los diálogos entre personajes y la introspección de los mismos fuera más elaborada y las entregas de la serie no se leyeran tan rápidamente. Leyendo ciertos tebeos caros europeos uno siente que preferiría leer Bonelli o manga, porque se queda con ganas de más historia y menos tebeo de boutique. O que regresara el estilo de los guionistas de antes (Charlier, Jacobs), con su verborrea literaria tan bien plantada, cuando un tebeo te duraba tres horas. Por supuesto, habrá que esperar meses hasta que veamos la continuación de este arco argumental que deja a Bouncer a las puertas de una venganza feroz. La venganza nos la comeremos fría.
Bouncer 3: La justicia de las serpientes (La Justice des Serpents, 2003; Les Humanoides Asocies, Geneve). Guión de Alejandro Jodorowsky. Dibujo de Boucq. Edición española de Norma Editorial. Barcelona, mayo 2004. 60 páginas. (***)
martes, noviembre 02, 2004
Juan José Arreola. Foto de Enrique Villaseñor tomada de Fotoperiodismo, una página muy recomendable acerca de este fantástico escritor mexicano.
BESTIARIO, DE JUAN JOSÉ ARREOLA
Me ha dejado patidifuso y clavado en el sillón. Lo más sorprendente de este rarísimo Bestiario es cómo Juan José Arreola (1918-2001) pudo definir de manera tan plástica a estas fieras de zoológico por las que en general no mostramos ni el más mínimo interés: el mono, el oso, el hipopótamo, la cebra, la jirafa... Son animales que, sinceramente, me importan un bledo. O me importaban, mejor dicho, puesto que después de leer este Bestiario me vuelvo a dar cuenta de cómo el genio literario es capaz de consagrarse a lo más prosaico y producir lo más sublime. Después de leer estas recreaciones bestiales sobre animales simples y brutos, ¿habrá algo en este mundo que no pueda ser exaltado y transformado en gloria literaria? Cito algunos ejemplos, elegidos al más ecuánime azar: “El elefante viene desde el fondo de las edades y es el último modelo terrestre de maquinaria pesada, envuelto en su funda de lona”; sobre la cebra, “la cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada se entigrece. Presa en su enrejado lustroso vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida”; el hipopótamo: “Jubilado por la naturaleza y a falta de pantano a su medida, el hipopótamo se sumerge en el hastío”; del bisonte comienza su descripción con estas mágicas palabras: “Tiempo acumulado. Un montículo de tiempo impalpable y milenario”. Y éstos son sólo los comienzos de algunas descripciones de su Bestiario. Me ha dejado absolutamente estupefacto este gongorismo, lo más sublime aplicado la descripción de lo más simple y bestia. Un libro que sin duda voy releer varias veces a partir de ahora. Y en los molecillos mexicanos sólo cuesta 14 pesos, algo así como un euro y poco más de un dólar. Lo editan Planeta y Conaculta en la colección Ronda de clásicos mexicanos. El genial Arreola dictó esta obra a José Emilio Pacheco, y éste recuerda en el postfacio Amanuense de Arreola que las palabras salían de su boca como un chorro de perlas sin interrupción. Pacheco copiaba a mano mientras Arreola recibía aquella transfusión de belleza y gloria directamente de las musas. De entre todas las bestias de varia pelambre, Arreola no podía dejar de referirse a la mujer y al hombre, que gracias a su verbo milagroso quedaron definidos librando su eterna guerra de sexos en el retrato Insectiada. Lo reproduzco completito porque no me aguanto las ganas de transcribirlo letra a letra:
Pertenecemos a una triste especie de insectos, dominada por el apogeo de las hembras vigorosas, sanguinarias y terriblemente escasas. Por cada una de ellas hay veinte machos débiles y dolientes.
Pertenecemos a una triste especie de insectos, dominada por el apogeo de las hembras vigorosas, sanguinarias y terriblemente escasas. Por cada una de ellas hay veinte machos débiles y dolientes.
Vivimos en fuga constante. Las hembras van detrás de nosotros, y nosotros, por razones de seguridad, abandonamos todo alimento a sus mandíbulas insaciables.
Pero la relación amorosa cambia el orden de las cosas. Ellas despiden irresistible aroma. Y las seguimos enervados hacia una muerte segura. Detrás de cada hembra perfumada hay una hilera de machos suplicantes.
El espectáculo se inicia cuando la hembra percibe un número suficiente de candidatos. Uno a uno saltamos sobre ella. Con rápido movimiento esquiva el ataque y despedaza al galán. Cuando está ocupada en devorarlo, se arroja un nuevo aspirante.
Y así hasta el final. La unión se consuma con el último superviviente, cuando la hembra, fatigada y relativamente harta, apenas tiene fuerzas para decapitar al macho que la cabalga, obsesionado en su goce.
Queda adormecida largo tiempo triunfadora en su campo de eróticos despojos. Después cuelga del árbol inmediato un grueso cartucho de huevos. De allí nacerá otra vez la muchedumbre de las víctimas, con su infalible dotación de verdugos.
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