Como en este bitácora gustamos poco de novedades, esta noche hemos visto Oliver Twist. Mas no la de Roman Polansky, calientita todavía y recién estrenada en los cines, sino la de Lon Chaney, vaya, una película muda de 1922 estelarizada por Jackie Coogan. Fue Coogan aquel niño inmortalizado para siempre en El chico, de Charles Chaplin, su descubridor y el creador de ese icono que tantas veces hemos visto reproducido en infinidad de sitios: Charlot y el Chico en tazas, en camisetas, en posavasos, en carteles (yo crecí en aquella época en que tan de moda estuvo colgar en la pared el cartel de Charlie Chaplin acompañado de Coogan en esa película llorona y genial). Coogan trabajó mucho durante toda su vida, pero nunca pudo trascender el mito creado durante su infancia gracias a aquel papel en el film de Chaplin.
Hacía mucho que no veía una película muda, más o menos un año, desde que me tragué la versión íntegra de Los nibelungos de Fritz Lang, que me dejó absolutamente turulato, tanto que no escribí aquí sobre ella porque hubiera dado para un ensayo, no para un blogo. El Oliver Twist de Frank Lloyd, su director y especialista en adaptaciones literarias, no es una de las maravillas del cine mudo, pero sigue siendo un producto de gran encanto, para empezar por sus fantásticos decorados, que recrean de manera expresionista y siniestra el Londres victoriano. Los trajes de los mendigos y desesperados que rondan por sus calles truculentas pudieron haber sido una fuente de inspiración para Gangs of New York, de Scorsese. Realmente se puede arañar la mugre y oler el sumidero del agua estancada en la callejuela. Es, en este aspecto, una de las versiones más crudas que se han hecho de esta celebérrima novela que tiene hasta versión musical y versión en dibujos animados (de Disney).
Y la mayor gracia reside en el binomio Coogan-Chaney. Por un lado, el niño prodigio de la época, nada cursi y más bien entrañable, con esa iluminación sobre su cabello que le concede, casi, un aire de santidad: el niño/niña que canceló una rara tradición, aquella de que todos los Oliver Twist hasta Coogan habían sido interpretados por chicas. Por otra parte, el versátil, teatral y deliciosamente expresionista Lon Chaney (el de la foto de arriba en este papel), no en vano llamado el Hombre de las mil caras, que aquí compone un Fagin espléndido, sórdido, miserable, malvado y cómico que todavía conmueve por su enorme poderío actoral.
Hoy día la historia de Oliver Twist, sin embargo, se nos antoja fresa. Los Oliver Twist del mundo nunca podrán tener la candorosa mirada de Jackie Coogan. Tengo ganas de ver cómo lo ha planteado Polansky. Por último: acabo de reparar de dónde sacó Buñuel su prueba final para el niño de Los olvidados: de Oliver Twist. Toda una lección de amargura del genio de Calanda, lo que me remite a lo ya dicho: Oliver Twist es hoy una historia fresa. ¿Nos engañaba Dickens, o nos hemos vuelto intolerablemente peores?
Oliver Twist (1922). Dirección : Frank Lloyd. Adaptación de Walter Anthony y Frank Lloyd sobre la novela de Charles Dickens. Fotografía de Glen MacWilliams y Robert Martin. Montaje de Irene Morra.
Intérpretes: Jackie Coogan, Lon Chaney, James A. Marcus, Aggie Herring, Nelson McDowell, Lewis Sargent, Joan Standing, Carl Stockdale, Edouard Trebaol. B/N. Muda. USA. (***, de 4).
Hacía mucho que no veía una película muda, más o menos un año, desde que me tragué la versión íntegra de Los nibelungos de Fritz Lang, que me dejó absolutamente turulato, tanto que no escribí aquí sobre ella porque hubiera dado para un ensayo, no para un blogo. El Oliver Twist de Frank Lloyd, su director y especialista en adaptaciones literarias, no es una de las maravillas del cine mudo, pero sigue siendo un producto de gran encanto, para empezar por sus fantásticos decorados, que recrean de manera expresionista y siniestra el Londres victoriano. Los trajes de los mendigos y desesperados que rondan por sus calles truculentas pudieron haber sido una fuente de inspiración para Gangs of New York, de Scorsese. Realmente se puede arañar la mugre y oler el sumidero del agua estancada en la callejuela. Es, en este aspecto, una de las versiones más crudas que se han hecho de esta celebérrima novela que tiene hasta versión musical y versión en dibujos animados (de Disney).
Y la mayor gracia reside en el binomio Coogan-Chaney. Por un lado, el niño prodigio de la época, nada cursi y más bien entrañable, con esa iluminación sobre su cabello que le concede, casi, un aire de santidad: el niño/niña que canceló una rara tradición, aquella de que todos los Oliver Twist hasta Coogan habían sido interpretados por chicas. Por otra parte, el versátil, teatral y deliciosamente expresionista Lon Chaney (el de la foto de arriba en este papel), no en vano llamado el Hombre de las mil caras, que aquí compone un Fagin espléndido, sórdido, miserable, malvado y cómico que todavía conmueve por su enorme poderío actoral.
Hoy día la historia de Oliver Twist, sin embargo, se nos antoja fresa. Los Oliver Twist del mundo nunca podrán tener la candorosa mirada de Jackie Coogan. Tengo ganas de ver cómo lo ha planteado Polansky. Por último: acabo de reparar de dónde sacó Buñuel su prueba final para el niño de Los olvidados: de Oliver Twist. Toda una lección de amargura del genio de Calanda, lo que me remite a lo ya dicho: Oliver Twist es hoy una historia fresa. ¿Nos engañaba Dickens, o nos hemos vuelto intolerablemente peores?
Oliver Twist (1922). Dirección : Frank Lloyd. Adaptación de Walter Anthony y Frank Lloyd sobre la novela de Charles Dickens. Fotografía de Glen MacWilliams y Robert Martin. Montaje de Irene Morra.
Intérpretes: Jackie Coogan, Lon Chaney, James A. Marcus, Aggie Herring, Nelson McDowell, Lewis Sargent, Joan Standing, Carl Stockdale, Edouard Trebaol. B/N. Muda. USA. (***, de 4).
2 comentarios:
No, pienso que de tanto verla y leerla, la historia de Oliver, ya se nos antoja "fresa".
Estamos tan acostumbrados a la sordidez de la vida que nos pasa como a los gitanos, que de tanto vivir en la mierda se acostumbran a ella.
¿A qué niño te refieres de los "Olvidados", al que abandona su padre?...es tremenda esa película, verdad?
Pues me refiero al protagonista, que sí, es abandonado por su padre y finalmente acaba en un reformatorio, pero el director le manda a por tabaco creyendo que volverá. No vuelve, pero porque se cruza con el Jaibo, y acaba muerto y en un basurero. Entre la mierda.
Por cierto que en Murcia hay muchos gitanos. NO todos vivían entre la mierda, algunos lo hacían muy bien. De hecho, muchos vestían mejor que la mayor parte de los profesores uninversitarios que conozco. DE todos modos, comprendo tu punto de vista: la mierda lo abarca todo y en ella chapoteamos, unos más que otros. Sobre todo los miserables de París, los gitanos de las chabolas, los cubanos de las novelas de Pedro Juan Gutiérrez, los brasileños de las favelas, los moros de la Medina de Fez, los habitantes de algunos barrios de Ciudad Juárez. La mierda es universal y por eso llega a ser también un gran paisaje literario.
Y tienes razón, uno al final se acostumbra a convivir entre la mierda,pero con mucha menos gracia que la mayor parte de los gitanos que he visto.
Un saludote.
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