Se trata de un antiquísimo proverbio etrusco que heredaron los romanos. Viajar solo no es que sea aburrido, porque en el viaje siempre hay también un viajar interno, pero lo que se contempla de nuevo o lo que se ve por primera vez carece del encanto del comentario posible, de la confrontación con otra idea que es el sedimento de lo que vieron otros ojos. En el viaje conviene viajar acompañado (como en la huída conviene huír solo), porque en el viaje de placer el tiempo se relaja, las obligaciones de la vida cotidiana desaparecen y hasta los poros parecen abrirse para ser más receptivos. También el estómago se convierte en fondeadero de golosinas nuevas, el apetito se incrementa y uno parece no cansarse nunca de comer aquello que sólo durante el viaje es posible encontrar para ser saboreado en un lugar adonde el regreso siempre es incierto.
Mañana me beberé el charco y volveré a cruzar las turquesas cortinas. Es un viaje largo que ya conozco bien, he establecido con el tiempo un reglamento interno de rutinas y de actividades que no me permiten el aburrimiento. Leeré un libro, repasaré los textos que viajan conmigo en la memoria, supervisaré algún escrito con rotulador rojo, dormiré a malas penas hasta que me despierten las turbulencias en mitad del Atlántico... Coincidiré con alguien junto a mi asiento con quien intentaré no conversar mucho más de lo escrupulosamente correcto...
El hombre que viaja solo tiene a un tonto por compañero. Llegaré a Madrid a mediodía del jueves. Volveré a ver rostros conocidos, revisitaré calles y lugares queridos, hurgaré en librerías para llenar mis alforjas de libros y tebeos... Pan para la imaginación. Afortunadamente, el viernes tengo una cita con un buen contertulio del foro del Capitán Trueno. La presencia de Carlos Álvarez durante unas horas me hará menos tonto de lo que ya es un hombre que viaja solo, aunque sea en su propia tierra. Porque en el viaje conviene viajar acompañado; pero en la huída, en la huída conviene huír solo. Siempre solo.
martes, junio 29, 2004
lunes, junio 28, 2004
TARTESSOS, DE SANTIAGO GIRÓN Y PACO NÁJERA
No hace muchos días que el dibujante jienense Paco Nájera ha concluido las sesenta páginas de La ruta del estaño, primer álbum a color de la serie Tartessos, una obra singular escrita por Santiago Girón que debería convertirse en parteaguas dentro del cómic español. Hasta ahora, quienes hemos visto algunas muestras del trabajo realizado hemos podido comprobar su excelente factura. Por medio de esta historia, Girón y Nájera crean una serie singular dentro del panorama comiquero español: una recreación del mítico reino de Tartessos que no sólo divulgue nuestra historia antigua (para lo cual los artistas se tomarán todas las necesarias licencias, aunque sin abusar de anacronismos), sino que se convierta en una serie de humor que, más allá del éxito arrollador de las publicaciones de El Jueves y las reediciones y secuelas de la escuela Bruguera, venga a aportar un soplo de aire fresco donde se conjugue humor y aventura para toda la familia, cultura y arte. No en vano Nájera y Girón son autores de cómic con muchos años de bagaje a las espaldas y conocimiento de su oficio, y han apostado por una fórmula difícil que, si bien es heredera del gran clásico Astérix, pretende desmarcarse desde el principio de antecedentes notorios para convertirse en una obra singular, muy personal y muy necesaria dentro de un mercado excesivamente rebosante de material extranjero; un mercado en el que, desgraciadamente, los clásicos de nuestro tebeo (que tan bien reflejaban nuestra idiosincracia) han desaparecido desde mucho tiempo atrás. Como muchas obras de hoy serán los clásicos de mañana, es de agradecer que Tartessos llegue para convertirse en una apuesta por un nuevo concepto en el tebeo de humor y aventuras español. Un tebeo que sea historia, pero también arte y divertimento.
Hasta ahora las muestras que hemos visto del trabajo de Nájera y Girón permiten esperar lo mejor: un guión fresco lleno de aventura e ingenio que se inspira en las Historias de Heródoto para pronto deslindarse del griego y buscar horizontes más propios y menos académicos. El dibujo de Paco Nájera, de trazo vigoroso, redondeado y amable, demuestra un ojo certero para llenar la viñeta de detalles sin recargarla y una gran habilidad para crear con gran soltura personajes que se definen al primer golpe de vista, ya sean protagónicos o secundarios.
Deseamos ver pronto editado el primer álbum de Tartessos, y esperamos que sus personajes, de singular carisma y encanto, lleguen a ser por lo menos tan longevos como algunos de los grandes personajes europeos del cómic histórico, y que Tartessos y se una a la generación de futuros clásicos de los tebeos españoles.
Para saber más sobre la serie Tartessos, visita la página http://usuarios.arsystel.com/chungo/indexx.htm
Hasta ahora las muestras que hemos visto del trabajo de Nájera y Girón permiten esperar lo mejor: un guión fresco lleno de aventura e ingenio que se inspira en las Historias de Heródoto para pronto deslindarse del griego y buscar horizontes más propios y menos académicos. El dibujo de Paco Nájera, de trazo vigoroso, redondeado y amable, demuestra un ojo certero para llenar la viñeta de detalles sin recargarla y una gran habilidad para crear con gran soltura personajes que se definen al primer golpe de vista, ya sean protagónicos o secundarios.
Deseamos ver pronto editado el primer álbum de Tartessos, y esperamos que sus personajes, de singular carisma y encanto, lleguen a ser por lo menos tan longevos como algunos de los grandes personajes europeos del cómic histórico, y que Tartessos y se una a la generación de futuros clásicos de los tebeos españoles.
Para saber más sobre la serie Tartessos, visita la página http://usuarios.arsystel.com/chungo/indexx.htm
viernes, junio 25, 2004
MUERTOS DE RISA.
Omar Corral me invitó el sábado pasado a rodar una escena de su nuevo corto en un despacho del CEMA (CEntro Municipal de las Artes), un bonito edificio del año del catapún en el centro histórico de Juaritos, detrás de lo que fue la Plaza de Armas (desde que la han ocupado los vendedores ambulantes, ya no hay plaza de armas; ahora es algo así como un campamento de gitanos dibujado por Bernie Wrightson). El rodaje, bien, gracias, dije mis textos como buenamente pude y sin mirar casi nunca el texto (se me pidió que no lo memorizase y lo camuflé entre el papeleo del escritorio de mi personaje). Después me regala una copia en deuvedé de Muertos de risa, película rodada por Alex de la Iglesia en 1999. Acabo de verla, y me ha encantado (gracias, Omar).
Los cómicos son muy importantes en todas las sociedades, y esta película habla de ellos. En España el cómico de la tele instaura dichos y gracejos populares que luego la gente repite una y otra vez por todas partes: en el trabajo, en el ligoteo, en el seno familiar... El español imita al cómico de la tele en sus dimes y diretes para sentirse integrado en la sociedad. Complementa su inserción social con conocimientos de fútbol, que es un deporte que permite hablar de algo sin tener que hablar del tiempo. Muertos de risa habla de dos cómicos de la tele que recurren a la bofetada como gag fundacional del éxito. El público les ama, pero ellos se odian a muerte. El Gran Wyoming (Bruno) es el payaso listo, y Santiago Segura (Nino) interpreta al payaso de las bofetadas. Como sabemos por León Felipe, el payaso de las bofetadas era don Quijote, y don Quijote era España; y España, al reírse de Nino, se ríe de sí misma mientras, como el propio Nino, deja atrás la timidez, el provincianismo y la falda materna para convertirse en país asertivo, con relevancia histórica y protagonista en la sociedad de naciones.
Es de agradecer a Alex de la Iglesia su humor negro y su mirada tierna, pero sin nostalgias, de la España casposa que todos llevamos en el alma, esa España de curas, paletos y legionarios que ya no duele porque afortunadamente la hemos dejado atrás (¿de veras?). España ya no es la misma, como bien sabe de la Iglesia: la gasolina que antes servía para incendiar garitos de carretera que sirviesen de tumba a la cabra amada por una tropa de legionarios, ahora sirve para incendiar a ex esposas o novias que ejercen su derecho a no ser el payaso de las bofetadas y se convierten en tumba de un amor. Como Nino y Lampedusa saben bien, es necesario que todo cambie para que todo siga igual.
El humor negro de la película es siempre muy español, y como tal, es goyesco. La película prácticamente se abre con una recreación de la célebre pintura negra de Goya donde dos hombres enterrados de la cintura a los pies se asesinan a garrotazos. Bruno y Nino, en el Museo del Prado moderno que es Prado del Rey, se acribillan a balazos tendidos sobre el suelo, igualmente inmóviles, igualmente en movimiento para no llegar a ninguna parte, salvo al presente.
Ocurre a veces que el presente se trata del pasado enterrado en los ojos de un ciego.
Los cómicos son muy importantes en todas las sociedades, y esta película habla de ellos. En España el cómico de la tele instaura dichos y gracejos populares que luego la gente repite una y otra vez por todas partes: en el trabajo, en el ligoteo, en el seno familiar... El español imita al cómico de la tele en sus dimes y diretes para sentirse integrado en la sociedad. Complementa su inserción social con conocimientos de fútbol, que es un deporte que permite hablar de algo sin tener que hablar del tiempo. Muertos de risa habla de dos cómicos de la tele que recurren a la bofetada como gag fundacional del éxito. El público les ama, pero ellos se odian a muerte. El Gran Wyoming (Bruno) es el payaso listo, y Santiago Segura (Nino) interpreta al payaso de las bofetadas. Como sabemos por León Felipe, el payaso de las bofetadas era don Quijote, y don Quijote era España; y España, al reírse de Nino, se ríe de sí misma mientras, como el propio Nino, deja atrás la timidez, el provincianismo y la falda materna para convertirse en país asertivo, con relevancia histórica y protagonista en la sociedad de naciones.
Es de agradecer a Alex de la Iglesia su humor negro y su mirada tierna, pero sin nostalgias, de la España casposa que todos llevamos en el alma, esa España de curas, paletos y legionarios que ya no duele porque afortunadamente la hemos dejado atrás (¿de veras?). España ya no es la misma, como bien sabe de la Iglesia: la gasolina que antes servía para incendiar garitos de carretera que sirviesen de tumba a la cabra amada por una tropa de legionarios, ahora sirve para incendiar a ex esposas o novias que ejercen su derecho a no ser el payaso de las bofetadas y se convierten en tumba de un amor. Como Nino y Lampedusa saben bien, es necesario que todo cambie para que todo siga igual.
El humor negro de la película es siempre muy español, y como tal, es goyesco. La película prácticamente se abre con una recreación de la célebre pintura negra de Goya donde dos hombres enterrados de la cintura a los pies se asesinan a garrotazos. Bruno y Nino, en el Museo del Prado moderno que es Prado del Rey, se acribillan a balazos tendidos sobre el suelo, igualmente inmóviles, igualmente en movimiento para no llegar a ninguna parte, salvo al presente.
Ocurre a veces que el presente se trata del pasado enterrado en los ojos de un ciego.
jueves, junio 24, 2004
NOVEDADES DE FANTAGRAPHICS PARA JUNIO
Una de las grandes cosas de vivir en la frontera de México con Estados Unidos (con la ventaja de no tener que vivir en Estados Unidos) es poder recibir los libros y publicaciones de Fantagraphics Books. Los compras en Amazon con un buen descuento, lo mandas a la dirección de un buen cuate o cuata que viva del otro lado y que venga con frecuencia a Juaritos (gracias, Estelita Garfio), y hala, a ser feliz.
Acaba de llegarme el listado de novedades para Junio de Fantagraphics Books, editorial norteamericana que para muchos de nosotros es la más vanguardista e importante de Estados Unidos, y por supuesto, una de las grandes del mundo. Una gente que sigue empeñada en demostrarnos que el cómic es un arte superlativo, para lo cual despliega un amplio arsenal de talentos entre los que se cuentan un buen puñado de clásicos vivos, así como la reedición de grandes clásicos del tebeo, como es el caso de Krazy Kat o Peanuts (Carlitos, en España; Rabanitos, en México). A propósito de estos últimos cabe decir que Fantagraphics ha marcado un golazo con la reedición oficial de Peanuts, que a razón de dos años de dailies y sundays por volumen, publicarán completo durante los próximos... ¡doce años y medio! El primer volumen ya ha agotado su primera edición, y ha conseguido el sorprendente récord de figurar en la lista de libros más vendidos del suplemento literario del The New York Times. Algo que hasta hace poco sólo veíamos en un país como Francia. En España, desgraciadamente, estamos todavía muy lejos de ver algo así.
Entre las novedades de Junio se encuentra el número 23 de Eightball, donde el maestro de maestros Daniel Clowes publica sus obras por capítulos. Ya hablaré otro día de su entrañable Ghost World y de la contundente, compleja y genial David Boring.
La reedición de Prince Valiant llega a su fin con el tomo 50, que si bien no cierra la saga de Val, sí lo hace en el punto en que el gran Foster dejó la serie en manos de Cullen Murphy. Desde entonces, obvia entrar en detalles, la mítica serie no ha hecho sino hundirse a tan grandes niveles de profundidad como elevada fue su altura. A este respecto, uno se hace la pregunta de la gran novela de Horace McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos? En España todavía es posible encontrar el Príncipe Valiente en la correcta edición que hizo B cuando esta editorial mostraba interés en editar tebeos y contrataba a profesionales capacitados para ello. También obvia decir que nos hallamos todavía muy lejos, tanto en Estados Unidos como en Europa, de una edición que esté verdaderamente a la altura del gran clásico de todos los tiempos venidos y por venir.
De los Bros Hernández, adorados por muchos (entre quienes me cuento) llega el Love and Rockets número 10, con cincuenta páginas en esta ocasión; de Beto Hernández en solitario aparece el número 4 de Luba´s Comics and Stories. A pesar de que estoy siguiendo el nuevo Love and Rockets, creo que la calidad general de la revista ha decaído notoriamente desde que los Bros se prodigan demasiado en otras series relacionadas con sus personajes clásicos. ¿Cuál es el sentido de mantener entonces Love and Rockets en el mercado?
La Perdida, de Jessica Abel, llega al número 4 (de 5). Es una estupenda historia acerca de una chica mexicoamericana que viaja a México en busca de sus raíces. Pronto colgaré aquí un artículo sobre el número 1. Esperemos que La perdida sea editada algún día en España, aunque estos conflictos de identidad entre los gringos y los mex no interesan muchos por aquellos pagos.
Además, el número 13 de Meat Cake, de Dame Darcy; una novela gráfica de Mark Bodé en homenaje al mundo del Mago de Oz: The lizard of Oz; el número 3 de Raisin Pie, de Altergot y Bordeaux; finalmente, el número 2 de The Stuff of Dreams, la aclamada serie del clásico del underground Kim Deitch.
Y para postre, una rareza: un volumen dedicado al gran Jack Cole (autor del divertidísimo clásico Plastic Man) donde se recoge su arte como dibujante de chicas en el Playboy de los 50: The Classic Pin-up Art of Jack Cole.
Bueno, como es fácil comprobar por este rollo meramente catalográfico, hoy no tenía nada que contar. Saludos.
Para tener más información y ver algunas bonitas portadas mira la página de Fantagraphics:
http://www.fantagraphics.com/
Acaba de llegarme el listado de novedades para Junio de Fantagraphics Books, editorial norteamericana que para muchos de nosotros es la más vanguardista e importante de Estados Unidos, y por supuesto, una de las grandes del mundo. Una gente que sigue empeñada en demostrarnos que el cómic es un arte superlativo, para lo cual despliega un amplio arsenal de talentos entre los que se cuentan un buen puñado de clásicos vivos, así como la reedición de grandes clásicos del tebeo, como es el caso de Krazy Kat o Peanuts (Carlitos, en España; Rabanitos, en México). A propósito de estos últimos cabe decir que Fantagraphics ha marcado un golazo con la reedición oficial de Peanuts, que a razón de dos años de dailies y sundays por volumen, publicarán completo durante los próximos... ¡doce años y medio! El primer volumen ya ha agotado su primera edición, y ha conseguido el sorprendente récord de figurar en la lista de libros más vendidos del suplemento literario del The New York Times. Algo que hasta hace poco sólo veíamos en un país como Francia. En España, desgraciadamente, estamos todavía muy lejos de ver algo así.
Entre las novedades de Junio se encuentra el número 23 de Eightball, donde el maestro de maestros Daniel Clowes publica sus obras por capítulos. Ya hablaré otro día de su entrañable Ghost World y de la contundente, compleja y genial David Boring.
La reedición de Prince Valiant llega a su fin con el tomo 50, que si bien no cierra la saga de Val, sí lo hace en el punto en que el gran Foster dejó la serie en manos de Cullen Murphy. Desde entonces, obvia entrar en detalles, la mítica serie no ha hecho sino hundirse a tan grandes niveles de profundidad como elevada fue su altura. A este respecto, uno se hace la pregunta de la gran novela de Horace McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos? En España todavía es posible encontrar el Príncipe Valiente en la correcta edición que hizo B cuando esta editorial mostraba interés en editar tebeos y contrataba a profesionales capacitados para ello. También obvia decir que nos hallamos todavía muy lejos, tanto en Estados Unidos como en Europa, de una edición que esté verdaderamente a la altura del gran clásico de todos los tiempos venidos y por venir.
De los Bros Hernández, adorados por muchos (entre quienes me cuento) llega el Love and Rockets número 10, con cincuenta páginas en esta ocasión; de Beto Hernández en solitario aparece el número 4 de Luba´s Comics and Stories. A pesar de que estoy siguiendo el nuevo Love and Rockets, creo que la calidad general de la revista ha decaído notoriamente desde que los Bros se prodigan demasiado en otras series relacionadas con sus personajes clásicos. ¿Cuál es el sentido de mantener entonces Love and Rockets en el mercado?
La Perdida, de Jessica Abel, llega al número 4 (de 5). Es una estupenda historia acerca de una chica mexicoamericana que viaja a México en busca de sus raíces. Pronto colgaré aquí un artículo sobre el número 1. Esperemos que La perdida sea editada algún día en España, aunque estos conflictos de identidad entre los gringos y los mex no interesan muchos por aquellos pagos.
Además, el número 13 de Meat Cake, de Dame Darcy; una novela gráfica de Mark Bodé en homenaje al mundo del Mago de Oz: The lizard of Oz; el número 3 de Raisin Pie, de Altergot y Bordeaux; finalmente, el número 2 de The Stuff of Dreams, la aclamada serie del clásico del underground Kim Deitch.
Y para postre, una rareza: un volumen dedicado al gran Jack Cole (autor del divertidísimo clásico Plastic Man) donde se recoge su arte como dibujante de chicas en el Playboy de los 50: The Classic Pin-up Art of Jack Cole.
Bueno, como es fácil comprobar por este rollo meramente catalográfico, hoy no tenía nada que contar. Saludos.
Para tener más información y ver algunas bonitas portadas mira la página de Fantagraphics:
http://www.fantagraphics.com/
miércoles, junio 23, 2004
FILM, DE SAMUEL BECKETT
Si un guión es el esqueleto de una película hablada, el guión de una película muda es su fantasma.
En la lectura de Film, guión de Samuel Beckett para su película del mismo título, hay cualquier cosa menos película, menos vida y acción. Buster Keaton no se enteraba de nada mientras lo rodaba, y yo tampoco mientras lo leía. Si soy tan tonto como Buster Keaton, estoy absuelto y puedo gritarlo sin vergüenza, sobre todo cuando Alberti escribió a propósito de una película de Keaton “yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. Si Buster Keaton era dos tontos, yo puedo ser cuatro tontos y medio para jactarme de ello con premeditación y alevosía. Ni más ni menos que el presidente Arbusto de los Estados Juntitos de Nacamérica.
El principio motriz de la película es el latinajo Esse est percipi, “ser es ser percibido” (p. 85), que también podríamos traducir como “existir es ser percibido”. Lo que no es conocido, no existe. La novela magistral que no se edita, no existe. La película que nadie ve, no existe. Esse est percipi. El blog que nadie lee, no existe. De la lectura de Film se deduce que la película parte de la obsesión de Beckett por el ojo (¿quizá el ojo de Bataille?) y de la importancia de la mirada. El genio ve lo sublime en los resquicios que nadie advierte en un plano general. Por eso el genio es la mirada, porque ve lo esencial donde los demás no ven nada; por eso no se estudia para ser genio, porque nadie puede enseñar a mirar de manera selectiva, reveladora, separando el grano de la paja.
Como no conozco el film Film, me abstengo de hacer juicio alguno acerca de un fantasma. Algún día veré la película, y es posible que entonces pueda apreciar la mirada selectiva de Beckett, aquella que le hizo ver el mundo con un ojo nuevo y revelador. Lo mejor del libro (Tusquets, colección Fábula 166) es el apéndice de Alan Schneider donde da cuenta de los avatares que supuso el rodaje y de la incomunicación entre Buster Keaton y Beckett, que parecían vivir en universos paralelos sin conexión ninguna. En la página 117 hay una foto en que Beckett escruta a Keaton con curiosidad de entomólogo; Keaton parece mirar a Beckett, pero en realidad le ignora como un sapo tendido sobre un nenúfar ignoraría a un entomólogo que le mirase con curiosidad de dramaturgo irlandés exiliado en Francia. El tiempo ha convertido la película en un clásico. Unos ven en ella un extravagante corto crepuscular de Buster Keaton; otros ven un extravagante paseo por el cine de Samuel Beckett. Todo es cuestión del ojo con que se mira. Esse est percipi.
martes, junio 22, 2004
FUMANDO CON SERGIO PITOL
Durante los días 17 y 18 ha tenido lugar en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez el XIII Encuentro Nacional de Escritores e Investigadores en la Frontera Norte. Homenaje a Sergio Pitol. Dejémoslo en “Homenaje a Sergio Pitol”; no para acabar antes, sino en honor a la verdad.
El día 17 el minotauro mexicano hizo de las suyas, así que Sergio Pitol no pudo llegar a Juárez sino hasta el final de la tarde. Al día siguiente me acerqué para que me firmase un ejemplar de su obra La pasión por la trama, un conjunto de ensayos literarios, a lo cual accedió con una afabilidad que ya quisiéramos en otros, y a continuación asistimos a la conferencia magistral de Teresa García Díaz. Asistieron unos cuantos profesores de literatura de la UACJ, unos cuantos alumnos de la licenciatura y muy pocos más. Sergio Pitol se encontraba en Ciudad Juárez, y Ciudad Juárez no hizo acto de presencia.
Tras la conferencia, llegó la hora de cafetizarse y nicotinizarse. Tomé mi café y encendí mi cigarrillo en el exterior del Centro Cultural Universitario. A pesar de ser un completo desconocido para él, Sergio Pitol se reunió conmigo fuera del edificio. Le pregunté por las molestias ocasionadas por el retraso de su vuelo: al parecer, cuando llegó al aeropuerto de Xalapa se encontró con que el minotauro mexicano, la fiera que recorre todas las instancias del país, le había dejado sin conexión con Ciudad Juárez, por lo que su billete de avión no existía. El incidente, felizmente resuelto al fin, no llegó a mayores, aunque le dejó una curiosa secuela:
—Es extraño —me confesó—. Tengo un hipo persistente desde ayer por la tarde. Un hipo que viene y va.
Sin embargo, no hipaba. Sus ojeras de veterano venerable resbalaban de sus ojos como globos cansados, y su chaqueta azul y pantalones grises un poco arrugados le daban un aspecto de viajero en tránsito, resignado pero cómodo.
—Imagino que es por la tensión del problema con los vuelos —sugerí.
—Sí —reconoció—. Lo que me extraña es que me las he visto en situaciones más complicadas... ¡y no me ha dado hipo! Esto es lo que me preocupa.
Se nos unió Manuel Sol Tlachi, ex alumno de Pitol en la Veracruzana, profesor de la misma institución y amigo del narrador, quien comenzó a hablarle de mi participación en el Retablo de la lujuria, la avaricia y la muerte, la obra de Valle-Inclán dirigida por Blanco Gil. Sergio Pitol exteriorizó su fastidio por no haber coincidido con la temporada de funciones. Entre cigarrillo y cigarrillo conversamos del montaje y de su pasión por el teatro (él creyó al principio de su carrera que sería dramaturgo), pero cómo su teatro nunca resultó de su agrado; confiesa, con esa humildad de los grandes narradores, que “carece de oído para los diálogos”. Resulta superfluo indicar que muchos matarían por tener la destreza que él llama carencia.
En realidad fue la sesión vespertina la que nos trajo interesantes momentos con Pitol. Algo que en el programa llamaron “taller” y que se extendió de seis a siete y media de la tarde. Leyó un fragmento de su libro El arte de la fuga, donde esbozaba una especie de ars poetica que resultó ser un cálido homenaje a sus maestros narrativos. Pitol se sentía a gusto: rodeado de amigos como Sol Tlachi, Russell Cluff o Laura Cázares, evocó muchos momentos de su experiencia literaria (término inmortalizado en una antología de Alfonso Reyes, a quien él evocó con honda nostalgia intelectual: “Nadie que no haya releído a Reyes puede decir que lo ha leído”); la confrontación entre la literatura y la redacción, términos no siempre equiparables: “No hay que confundir redacción con escritura: ésta tiene la intención de intensificar la vida”; algunas anécdotas acerca de la metaficción (término que hace muchos años desconocía Pitol, a pesar de conocer bien El Quijote, lo cual le hizo concluir que la terminología —volubilis mutabileque semper femina, digo yo— es siempre posterior a la realidad, que siempre ha estado ahí; la diferencia entre el espíritu del cuento y de la novela: “La novela abarca el tejido social, no así el cuento”. Para él, “nacido sobre todo para ser lector”, el hecho de escribir es una consecuencia natural de este designio lector, razón por la cual reescribe su obra continuamente, y las distintas ediciones de sus obras son distintas entre sí. Alguien, comentó entonces Laura Cázares, se tomó un día la molestia de comparar dos ediciones de una misma novela de Pitol, e hizo un listado del mobiliario desaparecido entre una edición y otra. También surgió en la charla (amistosa, informal, entre el narrador, los estudiantes y los académicos) el tema de la verdad de las mentiras, la separación entre realidad y ficción: “La mentira conduce a la verdad, la fantasía desemboca en la realidad”. Pitol, hombre versado en muchos idiomas y viajero infatigable, se atrabancó entonces con las palabras y pidió permiso para fumar un cigarrillo. Le dimos permiso a gritos. Fuma, reflexiona y recuerda, hasta que confiesa: “Y ya me cansé”.
Media hora más de café y galletas hasta que llegan las “autoridades” para la foto de clausura del Desencuentro Nacional de Escritores. Lucen lustrosos los espadones líricos y retóricos. Sergio Pitol, tránsfuga infinito, agradece con sencillez y cordial dulzura los halagos.
Un aroma de azufre invadió la sala de usos múltiples. Dos estudiantes emitieron un grito de sorpresa que trinchó el formalista sopor del fin de la tarde. El minotauro mexicano, que sorprendió a la concurrencia al llegar con una cámara de fotos, rogó a los fotografiandos que dijesen “patata”. A continuación se escuchó un flash. Las dentaduras perfectas de los miembros del presídium continuaron brillando durante unos segundos cuando la oscuridad se hizo y el laberinto se desmoronó sobre nuestras cabezas.
El día 17 el minotauro mexicano hizo de las suyas, así que Sergio Pitol no pudo llegar a Juárez sino hasta el final de la tarde. Al día siguiente me acerqué para que me firmase un ejemplar de su obra La pasión por la trama, un conjunto de ensayos literarios, a lo cual accedió con una afabilidad que ya quisiéramos en otros, y a continuación asistimos a la conferencia magistral de Teresa García Díaz. Asistieron unos cuantos profesores de literatura de la UACJ, unos cuantos alumnos de la licenciatura y muy pocos más. Sergio Pitol se encontraba en Ciudad Juárez, y Ciudad Juárez no hizo acto de presencia.
Tras la conferencia, llegó la hora de cafetizarse y nicotinizarse. Tomé mi café y encendí mi cigarrillo en el exterior del Centro Cultural Universitario. A pesar de ser un completo desconocido para él, Sergio Pitol se reunió conmigo fuera del edificio. Le pregunté por las molestias ocasionadas por el retraso de su vuelo: al parecer, cuando llegó al aeropuerto de Xalapa se encontró con que el minotauro mexicano, la fiera que recorre todas las instancias del país, le había dejado sin conexión con Ciudad Juárez, por lo que su billete de avión no existía. El incidente, felizmente resuelto al fin, no llegó a mayores, aunque le dejó una curiosa secuela:
—Es extraño —me confesó—. Tengo un hipo persistente desde ayer por la tarde. Un hipo que viene y va.
Sin embargo, no hipaba. Sus ojeras de veterano venerable resbalaban de sus ojos como globos cansados, y su chaqueta azul y pantalones grises un poco arrugados le daban un aspecto de viajero en tránsito, resignado pero cómodo.
—Imagino que es por la tensión del problema con los vuelos —sugerí.
—Sí —reconoció—. Lo que me extraña es que me las he visto en situaciones más complicadas... ¡y no me ha dado hipo! Esto es lo que me preocupa.
Se nos unió Manuel Sol Tlachi, ex alumno de Pitol en la Veracruzana, profesor de la misma institución y amigo del narrador, quien comenzó a hablarle de mi participación en el Retablo de la lujuria, la avaricia y la muerte, la obra de Valle-Inclán dirigida por Blanco Gil. Sergio Pitol exteriorizó su fastidio por no haber coincidido con la temporada de funciones. Entre cigarrillo y cigarrillo conversamos del montaje y de su pasión por el teatro (él creyó al principio de su carrera que sería dramaturgo), pero cómo su teatro nunca resultó de su agrado; confiesa, con esa humildad de los grandes narradores, que “carece de oído para los diálogos”. Resulta superfluo indicar que muchos matarían por tener la destreza que él llama carencia.
En realidad fue la sesión vespertina la que nos trajo interesantes momentos con Pitol. Algo que en el programa llamaron “taller” y que se extendió de seis a siete y media de la tarde. Leyó un fragmento de su libro El arte de la fuga, donde esbozaba una especie de ars poetica que resultó ser un cálido homenaje a sus maestros narrativos. Pitol se sentía a gusto: rodeado de amigos como Sol Tlachi, Russell Cluff o Laura Cázares, evocó muchos momentos de su experiencia literaria (término inmortalizado en una antología de Alfonso Reyes, a quien él evocó con honda nostalgia intelectual: “Nadie que no haya releído a Reyes puede decir que lo ha leído”); la confrontación entre la literatura y la redacción, términos no siempre equiparables: “No hay que confundir redacción con escritura: ésta tiene la intención de intensificar la vida”; algunas anécdotas acerca de la metaficción (término que hace muchos años desconocía Pitol, a pesar de conocer bien El Quijote, lo cual le hizo concluir que la terminología —volubilis mutabileque semper femina, digo yo— es siempre posterior a la realidad, que siempre ha estado ahí; la diferencia entre el espíritu del cuento y de la novela: “La novela abarca el tejido social, no así el cuento”. Para él, “nacido sobre todo para ser lector”, el hecho de escribir es una consecuencia natural de este designio lector, razón por la cual reescribe su obra continuamente, y las distintas ediciones de sus obras son distintas entre sí. Alguien, comentó entonces Laura Cázares, se tomó un día la molestia de comparar dos ediciones de una misma novela de Pitol, e hizo un listado del mobiliario desaparecido entre una edición y otra. También surgió en la charla (amistosa, informal, entre el narrador, los estudiantes y los académicos) el tema de la verdad de las mentiras, la separación entre realidad y ficción: “La mentira conduce a la verdad, la fantasía desemboca en la realidad”. Pitol, hombre versado en muchos idiomas y viajero infatigable, se atrabancó entonces con las palabras y pidió permiso para fumar un cigarrillo. Le dimos permiso a gritos. Fuma, reflexiona y recuerda, hasta que confiesa: “Y ya me cansé”.
Media hora más de café y galletas hasta que llegan las “autoridades” para la foto de clausura del Desencuentro Nacional de Escritores. Lucen lustrosos los espadones líricos y retóricos. Sergio Pitol, tránsfuga infinito, agradece con sencillez y cordial dulzura los halagos.
Un aroma de azufre invadió la sala de usos múltiples. Dos estudiantes emitieron un grito de sorpresa que trinchó el formalista sopor del fin de la tarde. El minotauro mexicano, que sorprendió a la concurrencia al llegar con una cámara de fotos, rogó a los fotografiandos que dijesen “patata”. A continuación se escuchó un flash. Las dentaduras perfectas de los miembros del presídium continuaron brillando durante unos segundos cuando la oscuridad se hizo y el laberinto se desmoronó sobre nuestras cabezas.
lunes, junio 21, 2004
EL OJO DE BATAILLE
A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. No sienten ninguna angustia cuando oyen el grito del gallo ni cuando se pasean bajo un cielo estrellado. Cuando se entregan “a los placeres de la carne”, lo hacen a condición de que sean insípidos.
Pero ya desde entonces no me cabía la menor duda: no amaba lo que se llama “los placeres de la carne” porque en general son siempre sosos; sólo amaba aquello que se califica de “sucio”. No me satisfacía tampoco el libertinaje habitual, porque ensucia sólo el desenfreno y deja intacto, de una manera u otra, algo muy elevado o perfectamente puro. El libertinaje que yo conozco mancha no sólo mi cuerpo y mi pensamiento, sino todo lo que es posible concebir, es decir, el gran universo estrellado que juega apenas el papel de decorado.
Georges Bataille, Historia del ojo. Traducción de Margo Glantz. Ediciones Coyoacán. México, 1994, pp. 76-7.
Dicen que la novela erótica es un género en crisis. Dicen que la novela pornográfica ya no vende. Los adjetivos “erótico” y “pornográfico” se usan de manera indistinta para referirse al mismo género literario, aunque está claro que el primer adjetivo es claramente eufemístico y más recurrente. La gente asocia “pornografía” con carencia de refinamiento, con torpeza narrativa o visual, con películas de escasa o nula calidad y con fotografías de burdas y certeras intenciones. Por el contrario, el erotismo es un universo inabarcable lleno de matices a veces contrapuestos, y las ideas que se vierten dentro de un libro entre cópula y cópula pueden ser tan complejas como las de un ensayo. También la narración de acontecimientos o descripción de ambientes puede alcanzar un gran aliento poético. Autores ha habido que han incurrido directamente en el campo de lo claramente pornográfico: ideólogos como Sade y poetas como Bataille y Apollinaire. Por lo general, sus obras terribles las encontraremos altivas como tótems sosteniendo morralla en los estantes que las librerías dedican a la narrativa “erótica”.
Recientemente ha sido suspendido de manera indefinida el Premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, la más importante colección española dedicada a estos lúbricos entretenimientos. Argumentaba Luis García Berlanga, director de la colección, varias razones para la cancelación definitiva: que el erotismo se ha incorporado como un elemento más a la literatura tradicional; que escasean las obras donde se conjuguen la elevada calidad literaria con la alta temperatura lúbrica de sus escenas. No se detiene la colección La Sonrisa Vertical, advierte Berlanga, pero el premio anual de literatura se cancela de forma indefinida.
Yo no soy especialmente adicto a la narrativa “erótica” o “pornográfica”, aunque como lector omnívoro la he frecuentado. Recientemente he terminado una de sus grandes obras, escrita por el maestro Georges Bataille: Historia del ojo. El párrafo que he entresacado del libro refleja fielmente el espíritu de la obra, puesto que la explica. Esta idea del sexo como una sucesión de arrebatos maculados y mancilladores le conducirá a ver a los seres humanos y al mismo universo con los ojos predeterminados por una sola obsesión transgresora. En el sexo, Bataille advierte una especie de mística que conduce a la transformación del hombre y del mundo por medio de la degradación, y lo bello es sustituido por lo sucio a todos los niveles, no sólo en las relaciones entre personajes, sino también en su percepción del paisaje o del universo. En la página 76 escribirá que la Vía Láctea es “un extraño boquete de esperma astral y de orina celeste”, y en la página 111 volverá a la comparación urinaria para referirse a una Andalucía como nunca la vieron los Álvarez Quintero: “Amarillo país de tierra y cielo, infinito orinal inundado de luz solar”.
La Historia del ojo hace símbolo y anécdota de lo sucio, pero naturalmente no está sucia ni enferma del lenguaje. Salvo palabras puntuales que todos conocemos y que pertenecen a esa clase de vocabulario que nunca usaríamos con monjitas, Bataille escribe pulcra y bellamente, dejándose arrullar por su prosa fina y a veces turbulenta, pero siempre bien templada. Los personajes aman, gozan y sufren con esa turbulencia enfermiza y adolescente, con esa desesperación tan característica de la pubertad, cuando el amor y el deseo son sentidos con todos sus afilados cuchillos recorriendo —y a veces lacerando sin piedad— todo el sendero de la carne hipersensible. Los escenarios, a veces opresivos y siniestros, son el decorado de una novela erótica de terror gótico, entremezclando lujuria y sufrimiento, luz y oscuridad, pequeña vida y pequeña muerte, pavor y orgía... Una sucia obscenidad infantil sustentada por oraciones bien escritas y traducidas que a veces componen párrafos francamente majestuosos. En definitiva, literatura de altos vuelos sin etiquetas. Y como ejemplo de todo lo que he dicho, el final del capítulo IV, en la página 55:
Las dos muchachas se masturbaban con un gesto corto y brusco, una frente a la otra en la vociferante noche. Estaban casi inmóviles y tensas, con una mirada que el gozo inmoderado había vuelto fija. De pronto, como si un monstruo invisible arrancara a Marcela del barrote que su mano izquierda asía con fuerza, cayó de espaldas por el delirio, dejando el vacío frente a nosotros: sólo una ventana abierta e iluminada, agujero rectangular que penetraba en la noche opaca, y abría ante nuestros ojos rotos el día sobre un mundo compuesto de relámpagos y de aurora.
Pero ya desde entonces no me cabía la menor duda: no amaba lo que se llama “los placeres de la carne” porque en general son siempre sosos; sólo amaba aquello que se califica de “sucio”. No me satisfacía tampoco el libertinaje habitual, porque ensucia sólo el desenfreno y deja intacto, de una manera u otra, algo muy elevado o perfectamente puro. El libertinaje que yo conozco mancha no sólo mi cuerpo y mi pensamiento, sino todo lo que es posible concebir, es decir, el gran universo estrellado que juega apenas el papel de decorado.
Georges Bataille, Historia del ojo. Traducción de Margo Glantz. Ediciones Coyoacán. México, 1994, pp. 76-7.
Dicen que la novela erótica es un género en crisis. Dicen que la novela pornográfica ya no vende. Los adjetivos “erótico” y “pornográfico” se usan de manera indistinta para referirse al mismo género literario, aunque está claro que el primer adjetivo es claramente eufemístico y más recurrente. La gente asocia “pornografía” con carencia de refinamiento, con torpeza narrativa o visual, con películas de escasa o nula calidad y con fotografías de burdas y certeras intenciones. Por el contrario, el erotismo es un universo inabarcable lleno de matices a veces contrapuestos, y las ideas que se vierten dentro de un libro entre cópula y cópula pueden ser tan complejas como las de un ensayo. También la narración de acontecimientos o descripción de ambientes puede alcanzar un gran aliento poético. Autores ha habido que han incurrido directamente en el campo de lo claramente pornográfico: ideólogos como Sade y poetas como Bataille y Apollinaire. Por lo general, sus obras terribles las encontraremos altivas como tótems sosteniendo morralla en los estantes que las librerías dedican a la narrativa “erótica”.
Recientemente ha sido suspendido de manera indefinida el Premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, la más importante colección española dedicada a estos lúbricos entretenimientos. Argumentaba Luis García Berlanga, director de la colección, varias razones para la cancelación definitiva: que el erotismo se ha incorporado como un elemento más a la literatura tradicional; que escasean las obras donde se conjuguen la elevada calidad literaria con la alta temperatura lúbrica de sus escenas. No se detiene la colección La Sonrisa Vertical, advierte Berlanga, pero el premio anual de literatura se cancela de forma indefinida.
Yo no soy especialmente adicto a la narrativa “erótica” o “pornográfica”, aunque como lector omnívoro la he frecuentado. Recientemente he terminado una de sus grandes obras, escrita por el maestro Georges Bataille: Historia del ojo. El párrafo que he entresacado del libro refleja fielmente el espíritu de la obra, puesto que la explica. Esta idea del sexo como una sucesión de arrebatos maculados y mancilladores le conducirá a ver a los seres humanos y al mismo universo con los ojos predeterminados por una sola obsesión transgresora. En el sexo, Bataille advierte una especie de mística que conduce a la transformación del hombre y del mundo por medio de la degradación, y lo bello es sustituido por lo sucio a todos los niveles, no sólo en las relaciones entre personajes, sino también en su percepción del paisaje o del universo. En la página 76 escribirá que la Vía Láctea es “un extraño boquete de esperma astral y de orina celeste”, y en la página 111 volverá a la comparación urinaria para referirse a una Andalucía como nunca la vieron los Álvarez Quintero: “Amarillo país de tierra y cielo, infinito orinal inundado de luz solar”.
La Historia del ojo hace símbolo y anécdota de lo sucio, pero naturalmente no está sucia ni enferma del lenguaje. Salvo palabras puntuales que todos conocemos y que pertenecen a esa clase de vocabulario que nunca usaríamos con monjitas, Bataille escribe pulcra y bellamente, dejándose arrullar por su prosa fina y a veces turbulenta, pero siempre bien templada. Los personajes aman, gozan y sufren con esa turbulencia enfermiza y adolescente, con esa desesperación tan característica de la pubertad, cuando el amor y el deseo son sentidos con todos sus afilados cuchillos recorriendo —y a veces lacerando sin piedad— todo el sendero de la carne hipersensible. Los escenarios, a veces opresivos y siniestros, son el decorado de una novela erótica de terror gótico, entremezclando lujuria y sufrimiento, luz y oscuridad, pequeña vida y pequeña muerte, pavor y orgía... Una sucia obscenidad infantil sustentada por oraciones bien escritas y traducidas que a veces componen párrafos francamente majestuosos. En definitiva, literatura de altos vuelos sin etiquetas. Y como ejemplo de todo lo que he dicho, el final del capítulo IV, en la página 55:
Las dos muchachas se masturbaban con un gesto corto y brusco, una frente a la otra en la vociferante noche. Estaban casi inmóviles y tensas, con una mirada que el gozo inmoderado había vuelto fija. De pronto, como si un monstruo invisible arrancara a Marcela del barrote que su mano izquierda asía con fuerza, cayó de espaldas por el delirio, dejando el vacío frente a nosotros: sólo una ventana abierta e iluminada, agujero rectangular que penetraba en la noche opaca, y abría ante nuestros ojos rotos el día sobre un mundo compuesto de relámpagos y de aurora.
domingo, junio 20, 2004
100 BULLETS: FIRST SHOT, LAST CALL.
Había oído hablar mucho de la serie de Vértigo/DC Comics Cien balas, y ahora acabo de terminar el primer recopilatorio (trade paperback, que dicen los usacas) donde se reeditan los cinco primeros cuadernillos de la serie. Se titula First Shot, Last Call. Obtuve exactamente cuanto buscaba: un buen tebeo al que dedicarle dos agradables horas, dibujado con desenvoltura por Eduardo Risso y bien escrito por Brian Azzarello; un tebeo para pasar el rato como quien ve un par de episodios de una buena serie de televisión; un tebeo sin la carga cultural, simbólica, histórica o artística de otros, que hay que leer con la perspectiva del tiempo transcurrido y cierta cultura para hacer un ejercicio de abstracción que permita disfrutar más todavía. Cien balas es un buen tebeo de ahora bien contado. Ya está. No entiendo muy bien las causas del éxito gigantesco de la obra fuera de Estados Unidos, me parece que bebe sin demasiada originalidad de toda una larga tradición de novela realista del género negro. El primer tomo recopila cinco comic-books donde se desarrollan dos historias de venganza —éste parece ser el leit-motiv de la serie—. En la primera, una joven latina se venga de dos policías wasp que asesinaron a su marido e hijo. Recurre con ganas a todos los tópicos achacables a los latinos de origen mexicano que viven en Estados Unidos, y se lee sin más. Jim Steranko asegura en la introducción que “the creators know something about the underground corridors of urban life and what happens there”, pero a mí me da por pensar que han visto más películas que barrios.
La segunda historia nos cuenta el drama de Lee Dolan, quien vio cómo se hundía toda su existencia por la posesión de pornografía infantil en el disco duro de su ordenador. El misterioso Graves ofrece a los protagonistas un maletín que contiene la identidad y pruebas del culpable de sus desgracias, una pistola y cien balas no rastreables. Gracias a Graves, Dolan tendrá la oportunidad de vengarse de la vampiresa que, sin ni siquiera conocerle, implantó los archivos en su ordenador y le condujo al desastre existencial. Por sus aspectos mefistofélicos, es la historia que se lee con mayor gusto.
El volumen lo cierra un relato corto inspirado en la mejor tradición estética de Hill Street Blues. Como digo, un buen tebeo que se lee con gusto y cuyo rasgo más destacable resulta ser la ambigüedad moral de un paraíso de la justicia: aquél donde quienes han sufrido sin merecerlo pueden tomarse la justicia con su propia mano.
Para saber más de la serie, consultar la página oficial en
http://www.dccomics.com/features/100bullets/100bullets.html
Después de escribir estas líneas he descubierto una crítica en The Comics Journal que viene a decir lo mismo que yo, pero mejor expresado y en idioma de Chéspir. ¡Qué bien que no debo leer The Comics Journal para poder pensar por mí mismo!
http://www.tcj.com/3_online/w_review_bullets.html
La segunda historia nos cuenta el drama de Lee Dolan, quien vio cómo se hundía toda su existencia por la posesión de pornografía infantil en el disco duro de su ordenador. El misterioso Graves ofrece a los protagonistas un maletín que contiene la identidad y pruebas del culpable de sus desgracias, una pistola y cien balas no rastreables. Gracias a Graves, Dolan tendrá la oportunidad de vengarse de la vampiresa que, sin ni siquiera conocerle, implantó los archivos en su ordenador y le condujo al desastre existencial. Por sus aspectos mefistofélicos, es la historia que se lee con mayor gusto.
El volumen lo cierra un relato corto inspirado en la mejor tradición estética de Hill Street Blues. Como digo, un buen tebeo que se lee con gusto y cuyo rasgo más destacable resulta ser la ambigüedad moral de un paraíso de la justicia: aquél donde quienes han sufrido sin merecerlo pueden tomarse la justicia con su propia mano.
Para saber más de la serie, consultar la página oficial en
http://www.dccomics.com/features/100bullets/100bullets.html
Después de escribir estas líneas he descubierto una crítica en The Comics Journal que viene a decir lo mismo que yo, pero mejor expresado y en idioma de Chéspir. ¡Qué bien que no debo leer The Comics Journal para poder pensar por mí mismo!
http://www.tcj.com/3_online/w_review_bullets.html
jueves, junio 17, 2004
miércoles, junio 16, 2004
48 AÑOS DEL CAPITÁN TRUENO
Ya falta menos para que el 14 de mayo de 2006 nos levantemos al grito de "¡Santiago y cierra España!". Ese día El Capitán Trueno, maravillosa creación del cráneo privilegiado de Víctor Mora y del no menos simpar dibujante valenciano Ambrós, cumplirá 50 años. Un madurito interesante, que pensarán muchas. Y es que el Capitán Trueno, que siempre fue viril pero nunca fue "macho", ha gozado desde el principio del favor de esa (dicen que rara) criatura que es la lectora de tebeos.
Además de Ambrós, otros dibujantes hicieron de este personaje contestatario e idealista el mito de papel que es todavía, artistas como el gran Ángel Pardo, el gótico Fuentes Man o el excelente portadista Antonio Bernal entre el canon de los clásicos; entre los más modernos, Luis Bermejo, Jesús Redondo o últimamente Paco Nájera, han dibujado al Capitán con notable fortuna.
Los rumores acerca de una película de Filmax sobre el Capitán Trueno han sacudido recientemente la webera nacional. Incluso hemos podido contemplar, estupefactos, un promo de Filmax exhibido en Cannes. ¿Podremos ver al fin al Capitán Trueno llegar al galope para que gane el bueno? Y una vez resucitado, ¿se llevarán a cabo nuevas aventuras creadas con los nuevos bríos que merece? Porque el Capi no ha desaparecido nunca de los kioscos españoles, y todavía ahora la colección Fans de Ediciones B reedita un material clásico que ha permitido que la llama de la leyenda no se extinga. A pesar de todo, los aficionados, hartos de comer la ropa vieja de un cocido que ya se coció hace más de un cuarto de siglo, quisiéramos ver nuevas historias del personaje para prendarnos de nuevo de aquel aroma a papel y tinta fresca que cada semana nos embelesaba los sentidos con una nueva aventura de Trueno, Crispín y Goliath.
Sí, Santiago, cierra España. Pero ciérrala sólo al exceso de malos tebeos de otras latitudes que roban sitio en las librerías a nuestros clásicos. Ojalá que el Capitán Trueno sea un día el primero de una pléyade que resurja remozada de sus cenizas: el Jabato, el Inspector Dan, el Cachorro, el Sheriff King, el Corsario de Hierro, el Guerrero del Antifaz... Dicen que todo es cíclico en esta vida. ¿Volverán las oscuras golondrinas, o ésas no volverán?
Adjunto un artículo que publiqué acerca de la última historia oficial de la serie, escrita por Víctor Mora y dibujada por el artista jienense Paco Nájera. El Homenaje al Capitán Trueno se presentó en abril de 2003 en el Salón de Cómic de La Massana (Andorra). Este artículo se publicó en el semanario El Reto, de Ciudad Juárez (México), por lo que está destinado a un público desconocedor del legendario personaje español.
Hijos del Capitán Trueno
Una buena parte de la conciencia ética, política y moral del ciudadano medio de cualquier país se la debe éste a la cultura popular que consume desde la infancia hasta llegar a la edad adulta. El cine, la televisión, la canción o los libros que son leídos porque no se leen en el colegio ayudan a conformar la personalidad del futuro adulto. En no pocas ocasiones llegan a ser los elementos determinantes, ya que la oficialidad de las escuelas las convierte muchas veces en antipáticas, y el futuro adulto se educa a si mismo a través de otros medios que, vaya usted a saber por qué, se convierten en los que él considera portadores de su verdad. Como dijo Borges en una frase luminosa: “Debí desentenderme de mi educación para regresar a la escuela”. Hoy día, cuando sobre las instituciones de enseñanza pesa la seria duda de su verdadero valor educativo, deterioradas por la masificación y por infames políticas ministeriales, debemos volver nuestros ojos hacia el verdadero valor de la educación que proporcionamos a nuestros hijos por medio de la cultura popular, la única que posiblemente acabarán teniendo en estos tiempos de severo deterioro de la enseñanza institucional, que ya es casi irrecuperable.
La cultura popular se llama así porque es consumida masivamente por el pueblo. El cine, las series de televisión y los cómics instruían e instruyen al pueblo al tiempo que le deleitan entreteniéndole con historias que le hacen reír, meditar y soñar. También existió hasta hace muy poco una literatura popular, publicada en forma de revistas o bolsilibros e impresa en papel de la más baja calidad, como también en un tiempo el teatro fue cultura de masas. Cuando hoy nos enfrentamos a las grandes tragedias griegas lo hacemos con una estirada veneración que no podían compartir los atenienses del siglo V antes de Cristo, espectadores que se emocionaban hasta la catarsis con la desgracia de Medea o Edipo. Cuando hoy leemos estas obras no nos damos cuenta de que son la cultura popular de su tiempo, y que Esquilo, Sófocles o Eurípides no componían sus dramas para una élite culta, sino para el pueblo; ese legado está salpicado de aforismos filosóficos y preceptos morales que educaban al pueblo, pero que también eran los que el pueblo deseaba escuchar. “Las personas creeen que controlan su mente, pero es su mente quien las controla a ellas”. Fantástica reflexión, ¿verdad? ¿Se la debemos a Orestes? ¿A Hamlet? ¿A Segismundo? Frío, frío. En realidad fue Spider-Man en uno de sus mejores episodios, publicado en los años ochenta. No en vano estaba escrito por Ann Nocenti, una de las mejores narradoras que tuvieron los tebeos norteamericanos durante aquella década. Pero la frasecita, sea o no original de Nocenti, vale como si fuese de Eurípides.
La cultura popular es popular porque educa al pueblo, pero lo hace apelando a la sabiduría popular, la que corre de boca en boca porque forma parte de la conciencia colectiva. Los grandes héroes de la cultura popular educan al pueblo porque sintonizan con sus anhelos e inquietudes, bien sean de libertad o de sumisión. En la España de la transición democrática, en los años 70 una canción se hizo muy popular invocando en su estribillo a un personaje llamado el Capitán Trueno: “¡Ven, Capitán Trueno,/ y haz que gane el bueno!/ ¡Si el Capitán Trueno estuviera aquí/ nuestras cadenas caerían en mil!”
El Capitán Trueno es el mayor libertario de la historia popular española, un personaje de cómic que llegó por primera vez a los kioscos de la mano de Editorial Bruguera el 14 de mayo de 1956, en pleno franquismo, y se convirtió en el mayor éxito de ventas de su época: llegó a alcanzar una tirada semanal de 350.000 ejemplares, cifra muy elevada para su tiempo que no implica, sin embargo, idéntico número de lectores; en la España de la época —un país empobrecido que comenzaba a reponerse de las consecuencias de la guerra civil— cada cuaderno de aventuras era leído por un alto número de jóvenes, y no tan jóvenes, que intercambiaban sus colecciones de la semana ante la imposibilidad de poder comprar todos los títulos del mercado. En honor de la verdad, lo lectores reales de cada cuaderno se deberían de contar por millones. El título de la portada de aquel primer cuaderno de 17 x 24 centímetros, formato oficial de los cuadernos de aventuras de la época, era “¡A sangre y fuego!” y su creador intelectual fue el novelista catalán Víctor Mora, quien por razones políticas firmaba como Víctor Alcázar. Mora llegaría a convertirse en uno de los grandes escritores del cómic europeo y en una referencia fundamental de la literatura catalana. Su creador gráfico fue el gran dibujante Miguel Ambrosio Zaragoza, cuyo primer apellido y nombre artístico no contradicen su significado etimológico, de la palabra griega ambrosios: divino, maravilloso. Efectivamente, así llegó a ser de grande el vigoroso pincel de Ambrós.
El Capitán Trueno es un caballero español del siglo XII que, impulsado por la lectura de las obras de Platón y las leyendas artúricas, renuncia a sus derechos de sucesión en beneficio de su hermano menor y abandona el feudo paterno con objeto de vagar por el mundo para derrocar tiranos e instaurar —ya que no democracias, pues estamos en la segunda mitad del franquismo— sí consejos de ancianos sabios y prudentes que encauzarían la vida de sus pueblos. O a veces, también, monarquías de hombres justos. Sus compañeros eternos, sus alegres compadres en la busca de aventuras y causas justas serían el forzudo Goliath, hombre de orígenes humildes, y el adolescente Crispín, de sangre noble pero adoptado por el Capitán cuando toda su familia muere en el asalto a su castillo.
Y por supuesto, no podía faltar una mujer: Sigrid, reina de la mítica isla de Thule, que desde los primeros cuadernos de la serie se convertiría en la compañera sentimental del Capitán Trueno. Años más tarde Víctor Mora bromearía con la idea de que Trueno fue el primer español que se ligó a una nórdica, y lo hizo en el más apropiado de los momentos; en aquellos años de aperturismo del régimen franquista hacia el exterior, España comenzó a convertirse en la potencia turística que es hoy, y las primeras nórdicas que llegaron a sus playas producían en el españolito de la época notorios ataques de priapismo que fueron profusamente satirizados en el cine de la época.
Sin ningún género de dudas, el peor enemigo del Capitán Trueno llegó a España el mismo año que él veía la luz de aquel amanecer de la posguerra: la televisión, enemigo terrible que acabaría por detener su andadura el 12 de agosto de 1968, después de 618 cuadernos semanales. La estrechez de miras de la entonces todopoderosa Editorial Bruguera ayudó a que se interrumpiese la producción de nuevas historias del hoy todavía legendario personaje: el cuaderno semanal de diez páginas más portada había perdido mucho terreno frente a la cada vez más notoria presencia de la televisión; ésta había ganado una influencia ya irrecuperable para el cuadernillo semanal de aventuras, el cual hacía aguas por todas partes frente a la competencia de las series norteamericanas que, con su llamativo doblaje mexicano, captaban la atención del español medio. A partir de 1968 el declive del cuaderno semanal sería imparable, y Bruguera apostó por la reedición de los antiguos episodios de Trueno, primero en blanco y negro y después en color, siguiendo el prestigioso modelo del album francés. Por desgracia, siguieron un espantoso criterio que condujo a mutilar o suprimir viñetas y hasta páginas enteras, y a llevar a cabo este infame trabajo directamente sobre los originales, de los cuales hoy día no queda nada. Desde entonces el Capitán Trueno no ha estado ausente de los kioscos españoles, primero por medio de esta reedición a color de las viejas historias, y más tarde, a principios de los años ochenta, por medio de la creación de nuevas aventuras escritas por Víctor Mora y ejecutadas al pincel por diversos dibujantes. Este proyecto de nuevas historias de Trueno se vio interrumpido, a pesar del notorio éxito de ventas, por el hundimiento de Bruguera en primer lugar; y en segundo, cuando fue detenida la excelente serie de aventuras originales que puso en marcha Planeta-De Agostini al llegar Víctor Mora a un acuerdo con Ediciones B (dueña ahora de todo el patrimonio de la extinta Bruguera) para la enésima reedición del refrito a color de los setenta.
Desde entonces, como Trueno es una leyenda popular española, las reediciones no han tenido fin: al refrito de los setenta siguió la edición facsímil de los 618 cuadernos originales, lo que vino a dar al traste con los exorbitados precios de las reediciones piratas de la serie. Al finalizar la facsímil se procedió a la publicación de material adicional que había permanecido inédito durante décadas, centrado más bien en el dibujado por el excelente artista Francisco Fuentes Man y reeditado primero en tres lujosos tomos y luego a través de la colección Fans, que recientemente acaba de concluir su andadura. Mientras tanto, Ediciones B, poco interesada por la reedición del imponente catálogo clásico de Bruguera, redistribuye los fascículos de la colección Fans encuadernados en tapa dura, y unos y otros son fáciles de encontrar ahora mismo en cualquier librería especializada española.
Este ha sido un resumen a grandes rasgos de la historia del Capitán Trueno en las librerías españolas. Un análisis más detallado es aquí imposible, pero existe un libro donde el interesado puede encontrar un desarrollo pormenorizado de todo lo relacionado con el personaje, y a él me he remitido en la consulta de algunos datos: ‘El Capitán Trueno. Un héroe para una generación’, de José Antonio Ortega Anguiano (Ediciones Veleta. Granada, 2001), un libro imprescindible para el truenófilo que cuenta, además, con prólogo del cineasta Juanma Bajo Ulloa y con portada de un artista que nos obliga a hablar del último capítulo de la vida editorial del Capitán Trueno: el destacado dibujante español Paco Nájera. El pasado 26 de abril, al socaire de un homenaje a Víctor Mora, se presentó en el Salón de Cómic de La Massana (Andorra) la última entrega del nuevo Capitán Trueno: un homenaje de veinte páginas a color que incluye un nuevo cuaderno de la legendaria serie escrito para la ocasión por el gran Víctor Mora y dibujado con el trazo fuerte, pero también cálido y simpático, de este excelente dibujante español que es Paco Nájera. El cuaderno ha sido editado sin ánimo de lucro por los miembros del foro de internet http://www.capitan-trueno.com, fundado hace unos años por el entonces estudiante de instituto Alberto Álvarez Perea y alrededor del cual se han ido arremolinando poco a poco numerosos españoles enamorados de este personaje. Mezcla de santuario de culto al héroe y de tertulia del bar de la esquina —con ese eclecticismo tan propio del pueblo español, tan dado a sumar peras y manzanas— los miembros de este Foro apoyaron económicamente la edición de este cuaderno-homenaje que pronto se convertirá en codiciada pieza de coleccionista, y cuya existencia es debida al entusiasmo de tres de los miembros más destacados del foro: Paco Nájera, Álvarez Perea —quien en virtud de sus contactos con Ediciones B y de su amistad con Víctor Mora hizo posible que el escritor retomase la pluma y que la editorial dueña de los derechos de publicación del personaje permitiese la edición de una nueva aventura— y Elías Bravo, el buen doctor que disemina poemas y cuentos por el foro con el entusiasmo de un jovencito de espíritu, el mismo entusiasmo de aquellos que, cruzado el Rubicón de la vida, regresan una y otra vez a los queridos cómics y hacen de ellos un placer existencial. Además, el cuaderno viene completado por artículos debidos a estudiosos del personaje como Ortega Anguiano y Joan Pieras, además de una introducción realizada por Armonía Rodríguez, esposa de Mora. Citar aquí a los demás colaboradores del contenido del cuaderno sería tarea que ocuparía un espacio con el que no contamos.
Ahora que Ediciones B ha cerrado el último capítulo de la explotación del Capitán Trueno, cuando de acuerdo a todos los rumores parece que el impresionante fondo editorial de Ediciones B va a ser comprado por Planeta, la aparición de esta última entrega del héroe más famoso de la cultura popular española podría abrir la puerta a una nueva andadura editorial del personaje. Un personaje que, con su sonoro nombre, fue educador de los españoles y reflejó mejor que ningún otro aquellos sueños de libertad que deseaban ver cumplidos cuando terminase la larga noche del franquismo.
Además de Ambrós, otros dibujantes hicieron de este personaje contestatario e idealista el mito de papel que es todavía, artistas como el gran Ángel Pardo, el gótico Fuentes Man o el excelente portadista Antonio Bernal entre el canon de los clásicos; entre los más modernos, Luis Bermejo, Jesús Redondo o últimamente Paco Nájera, han dibujado al Capitán con notable fortuna.
Los rumores acerca de una película de Filmax sobre el Capitán Trueno han sacudido recientemente la webera nacional. Incluso hemos podido contemplar, estupefactos, un promo de Filmax exhibido en Cannes. ¿Podremos ver al fin al Capitán Trueno llegar al galope para que gane el bueno? Y una vez resucitado, ¿se llevarán a cabo nuevas aventuras creadas con los nuevos bríos que merece? Porque el Capi no ha desaparecido nunca de los kioscos españoles, y todavía ahora la colección Fans de Ediciones B reedita un material clásico que ha permitido que la llama de la leyenda no se extinga. A pesar de todo, los aficionados, hartos de comer la ropa vieja de un cocido que ya se coció hace más de un cuarto de siglo, quisiéramos ver nuevas historias del personaje para prendarnos de nuevo de aquel aroma a papel y tinta fresca que cada semana nos embelesaba los sentidos con una nueva aventura de Trueno, Crispín y Goliath.
Sí, Santiago, cierra España. Pero ciérrala sólo al exceso de malos tebeos de otras latitudes que roban sitio en las librerías a nuestros clásicos. Ojalá que el Capitán Trueno sea un día el primero de una pléyade que resurja remozada de sus cenizas: el Jabato, el Inspector Dan, el Cachorro, el Sheriff King, el Corsario de Hierro, el Guerrero del Antifaz... Dicen que todo es cíclico en esta vida. ¿Volverán las oscuras golondrinas, o ésas no volverán?
Adjunto un artículo que publiqué acerca de la última historia oficial de la serie, escrita por Víctor Mora y dibujada por el artista jienense Paco Nájera. El Homenaje al Capitán Trueno se presentó en abril de 2003 en el Salón de Cómic de La Massana (Andorra). Este artículo se publicó en el semanario El Reto, de Ciudad Juárez (México), por lo que está destinado a un público desconocedor del legendario personaje español.
Hijos del Capitán Trueno
Una buena parte de la conciencia ética, política y moral del ciudadano medio de cualquier país se la debe éste a la cultura popular que consume desde la infancia hasta llegar a la edad adulta. El cine, la televisión, la canción o los libros que son leídos porque no se leen en el colegio ayudan a conformar la personalidad del futuro adulto. En no pocas ocasiones llegan a ser los elementos determinantes, ya que la oficialidad de las escuelas las convierte muchas veces en antipáticas, y el futuro adulto se educa a si mismo a través de otros medios que, vaya usted a saber por qué, se convierten en los que él considera portadores de su verdad. Como dijo Borges en una frase luminosa: “Debí desentenderme de mi educación para regresar a la escuela”. Hoy día, cuando sobre las instituciones de enseñanza pesa la seria duda de su verdadero valor educativo, deterioradas por la masificación y por infames políticas ministeriales, debemos volver nuestros ojos hacia el verdadero valor de la educación que proporcionamos a nuestros hijos por medio de la cultura popular, la única que posiblemente acabarán teniendo en estos tiempos de severo deterioro de la enseñanza institucional, que ya es casi irrecuperable.
La cultura popular se llama así porque es consumida masivamente por el pueblo. El cine, las series de televisión y los cómics instruían e instruyen al pueblo al tiempo que le deleitan entreteniéndole con historias que le hacen reír, meditar y soñar. También existió hasta hace muy poco una literatura popular, publicada en forma de revistas o bolsilibros e impresa en papel de la más baja calidad, como también en un tiempo el teatro fue cultura de masas. Cuando hoy nos enfrentamos a las grandes tragedias griegas lo hacemos con una estirada veneración que no podían compartir los atenienses del siglo V antes de Cristo, espectadores que se emocionaban hasta la catarsis con la desgracia de Medea o Edipo. Cuando hoy leemos estas obras no nos damos cuenta de que son la cultura popular de su tiempo, y que Esquilo, Sófocles o Eurípides no componían sus dramas para una élite culta, sino para el pueblo; ese legado está salpicado de aforismos filosóficos y preceptos morales que educaban al pueblo, pero que también eran los que el pueblo deseaba escuchar. “Las personas creeen que controlan su mente, pero es su mente quien las controla a ellas”. Fantástica reflexión, ¿verdad? ¿Se la debemos a Orestes? ¿A Hamlet? ¿A Segismundo? Frío, frío. En realidad fue Spider-Man en uno de sus mejores episodios, publicado en los años ochenta. No en vano estaba escrito por Ann Nocenti, una de las mejores narradoras que tuvieron los tebeos norteamericanos durante aquella década. Pero la frasecita, sea o no original de Nocenti, vale como si fuese de Eurípides.
La cultura popular es popular porque educa al pueblo, pero lo hace apelando a la sabiduría popular, la que corre de boca en boca porque forma parte de la conciencia colectiva. Los grandes héroes de la cultura popular educan al pueblo porque sintonizan con sus anhelos e inquietudes, bien sean de libertad o de sumisión. En la España de la transición democrática, en los años 70 una canción se hizo muy popular invocando en su estribillo a un personaje llamado el Capitán Trueno: “¡Ven, Capitán Trueno,/ y haz que gane el bueno!/ ¡Si el Capitán Trueno estuviera aquí/ nuestras cadenas caerían en mil!”
El Capitán Trueno es el mayor libertario de la historia popular española, un personaje de cómic que llegó por primera vez a los kioscos de la mano de Editorial Bruguera el 14 de mayo de 1956, en pleno franquismo, y se convirtió en el mayor éxito de ventas de su época: llegó a alcanzar una tirada semanal de 350.000 ejemplares, cifra muy elevada para su tiempo que no implica, sin embargo, idéntico número de lectores; en la España de la época —un país empobrecido que comenzaba a reponerse de las consecuencias de la guerra civil— cada cuaderno de aventuras era leído por un alto número de jóvenes, y no tan jóvenes, que intercambiaban sus colecciones de la semana ante la imposibilidad de poder comprar todos los títulos del mercado. En honor de la verdad, lo lectores reales de cada cuaderno se deberían de contar por millones. El título de la portada de aquel primer cuaderno de 17 x 24 centímetros, formato oficial de los cuadernos de aventuras de la época, era “¡A sangre y fuego!” y su creador intelectual fue el novelista catalán Víctor Mora, quien por razones políticas firmaba como Víctor Alcázar. Mora llegaría a convertirse en uno de los grandes escritores del cómic europeo y en una referencia fundamental de la literatura catalana. Su creador gráfico fue el gran dibujante Miguel Ambrosio Zaragoza, cuyo primer apellido y nombre artístico no contradicen su significado etimológico, de la palabra griega ambrosios: divino, maravilloso. Efectivamente, así llegó a ser de grande el vigoroso pincel de Ambrós.
El Capitán Trueno es un caballero español del siglo XII que, impulsado por la lectura de las obras de Platón y las leyendas artúricas, renuncia a sus derechos de sucesión en beneficio de su hermano menor y abandona el feudo paterno con objeto de vagar por el mundo para derrocar tiranos e instaurar —ya que no democracias, pues estamos en la segunda mitad del franquismo— sí consejos de ancianos sabios y prudentes que encauzarían la vida de sus pueblos. O a veces, también, monarquías de hombres justos. Sus compañeros eternos, sus alegres compadres en la busca de aventuras y causas justas serían el forzudo Goliath, hombre de orígenes humildes, y el adolescente Crispín, de sangre noble pero adoptado por el Capitán cuando toda su familia muere en el asalto a su castillo.
Y por supuesto, no podía faltar una mujer: Sigrid, reina de la mítica isla de Thule, que desde los primeros cuadernos de la serie se convertiría en la compañera sentimental del Capitán Trueno. Años más tarde Víctor Mora bromearía con la idea de que Trueno fue el primer español que se ligó a una nórdica, y lo hizo en el más apropiado de los momentos; en aquellos años de aperturismo del régimen franquista hacia el exterior, España comenzó a convertirse en la potencia turística que es hoy, y las primeras nórdicas que llegaron a sus playas producían en el españolito de la época notorios ataques de priapismo que fueron profusamente satirizados en el cine de la época.
Sin ningún género de dudas, el peor enemigo del Capitán Trueno llegó a España el mismo año que él veía la luz de aquel amanecer de la posguerra: la televisión, enemigo terrible que acabaría por detener su andadura el 12 de agosto de 1968, después de 618 cuadernos semanales. La estrechez de miras de la entonces todopoderosa Editorial Bruguera ayudó a que se interrumpiese la producción de nuevas historias del hoy todavía legendario personaje: el cuaderno semanal de diez páginas más portada había perdido mucho terreno frente a la cada vez más notoria presencia de la televisión; ésta había ganado una influencia ya irrecuperable para el cuadernillo semanal de aventuras, el cual hacía aguas por todas partes frente a la competencia de las series norteamericanas que, con su llamativo doblaje mexicano, captaban la atención del español medio. A partir de 1968 el declive del cuaderno semanal sería imparable, y Bruguera apostó por la reedición de los antiguos episodios de Trueno, primero en blanco y negro y después en color, siguiendo el prestigioso modelo del album francés. Por desgracia, siguieron un espantoso criterio que condujo a mutilar o suprimir viñetas y hasta páginas enteras, y a llevar a cabo este infame trabajo directamente sobre los originales, de los cuales hoy día no queda nada. Desde entonces el Capitán Trueno no ha estado ausente de los kioscos españoles, primero por medio de esta reedición a color de las viejas historias, y más tarde, a principios de los años ochenta, por medio de la creación de nuevas aventuras escritas por Víctor Mora y ejecutadas al pincel por diversos dibujantes. Este proyecto de nuevas historias de Trueno se vio interrumpido, a pesar del notorio éxito de ventas, por el hundimiento de Bruguera en primer lugar; y en segundo, cuando fue detenida la excelente serie de aventuras originales que puso en marcha Planeta-De Agostini al llegar Víctor Mora a un acuerdo con Ediciones B (dueña ahora de todo el patrimonio de la extinta Bruguera) para la enésima reedición del refrito a color de los setenta.
Desde entonces, como Trueno es una leyenda popular española, las reediciones no han tenido fin: al refrito de los setenta siguió la edición facsímil de los 618 cuadernos originales, lo que vino a dar al traste con los exorbitados precios de las reediciones piratas de la serie. Al finalizar la facsímil se procedió a la publicación de material adicional que había permanecido inédito durante décadas, centrado más bien en el dibujado por el excelente artista Francisco Fuentes Man y reeditado primero en tres lujosos tomos y luego a través de la colección Fans, que recientemente acaba de concluir su andadura. Mientras tanto, Ediciones B, poco interesada por la reedición del imponente catálogo clásico de Bruguera, redistribuye los fascículos de la colección Fans encuadernados en tapa dura, y unos y otros son fáciles de encontrar ahora mismo en cualquier librería especializada española.
Este ha sido un resumen a grandes rasgos de la historia del Capitán Trueno en las librerías españolas. Un análisis más detallado es aquí imposible, pero existe un libro donde el interesado puede encontrar un desarrollo pormenorizado de todo lo relacionado con el personaje, y a él me he remitido en la consulta de algunos datos: ‘El Capitán Trueno. Un héroe para una generación’, de José Antonio Ortega Anguiano (Ediciones Veleta. Granada, 2001), un libro imprescindible para el truenófilo que cuenta, además, con prólogo del cineasta Juanma Bajo Ulloa y con portada de un artista que nos obliga a hablar del último capítulo de la vida editorial del Capitán Trueno: el destacado dibujante español Paco Nájera. El pasado 26 de abril, al socaire de un homenaje a Víctor Mora, se presentó en el Salón de Cómic de La Massana (Andorra) la última entrega del nuevo Capitán Trueno: un homenaje de veinte páginas a color que incluye un nuevo cuaderno de la legendaria serie escrito para la ocasión por el gran Víctor Mora y dibujado con el trazo fuerte, pero también cálido y simpático, de este excelente dibujante español que es Paco Nájera. El cuaderno ha sido editado sin ánimo de lucro por los miembros del foro de internet http://www.capitan-trueno.com, fundado hace unos años por el entonces estudiante de instituto Alberto Álvarez Perea y alrededor del cual se han ido arremolinando poco a poco numerosos españoles enamorados de este personaje. Mezcla de santuario de culto al héroe y de tertulia del bar de la esquina —con ese eclecticismo tan propio del pueblo español, tan dado a sumar peras y manzanas— los miembros de este Foro apoyaron económicamente la edición de este cuaderno-homenaje que pronto se convertirá en codiciada pieza de coleccionista, y cuya existencia es debida al entusiasmo de tres de los miembros más destacados del foro: Paco Nájera, Álvarez Perea —quien en virtud de sus contactos con Ediciones B y de su amistad con Víctor Mora hizo posible que el escritor retomase la pluma y que la editorial dueña de los derechos de publicación del personaje permitiese la edición de una nueva aventura— y Elías Bravo, el buen doctor que disemina poemas y cuentos por el foro con el entusiasmo de un jovencito de espíritu, el mismo entusiasmo de aquellos que, cruzado el Rubicón de la vida, regresan una y otra vez a los queridos cómics y hacen de ellos un placer existencial. Además, el cuaderno viene completado por artículos debidos a estudiosos del personaje como Ortega Anguiano y Joan Pieras, además de una introducción realizada por Armonía Rodríguez, esposa de Mora. Citar aquí a los demás colaboradores del contenido del cuaderno sería tarea que ocuparía un espacio con el que no contamos.
Ahora que Ediciones B ha cerrado el último capítulo de la explotación del Capitán Trueno, cuando de acuerdo a todos los rumores parece que el impresionante fondo editorial de Ediciones B va a ser comprado por Planeta, la aparición de esta última entrega del héroe más famoso de la cultura popular española podría abrir la puerta a una nueva andadura editorial del personaje. Un personaje que, con su sonoro nombre, fue educador de los españoles y reflejó mejor que ningún otro aquellos sueños de libertad que deseaban ver cumplidos cuando terminase la larga noche del franquismo.
martes, junio 15, 2004
LA VIDA CONYUGAL
Jacqueline Cascorro, la protagonista de este relato, conoció durante buena parte de su vida las experiencias conyugales de rutina: arrebatos, riñas, infidelidades, crisis y reconciliaciones. Todo cambió en un instante, cuando al quebrar con sus manos una pata de cangrejo y oír descorchar a sus espaldas una botella de champaña se dejó poseer por un pensamiento que la visitaría de manera intermitente, convirtiéndola, y ya para siempre, en una mujer de muy malas ideas.
Comienzo de la novela La vida conyugal, de Sergio Pitol.
Se trata de una obra que he leído con verdadero gusto. Publicada en 1991, pronto comenzó a hablarse de que esta obra cerraba una trilogía iniciada con El desfile del amor (Premio Herralde de Novela en 1984) y continuada por Domar a la divina garza (1989). En un lejano artículo publicado en los años 80, García Márquez aseguraba que hay narraciones con un título tan sugestivo que la narración no necesita ser escrita. Domar a la divina garza (título muy sugestivo, a mi entender)pertenece a esta clase de narraciones, aunque no viene de más tener también la novela colgando de él. La considerada trilogía es editada ahora en un solo tomo por Anagrama: Tríptico del Carnaval, que incluye prólogo de Antonio Tabucchi, el celebrado autor de Sostiene Pereira. El prólogo servirá, de seguro, para atraer a la obra de Pitol a muchos españoles que picotean poco por la literatura mexicana pero se hinchan a taquitos de carne molida espolvoreada con Old El Paso, el verdadero sabor de México (vaya timo).
He leído esta obra impulsado por cierta necesidad. Sergio Pitol va a acompañarnos jueves y viernes en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, así que no viene mal aprovechar para conocer a un autor del que tanto se habla y a quien se le va a rendir justo homenaje en el marco del Encuentro de Escritores en la Frontera Norte. Tampoco viene mal que hombre tan viajero visite también esta ciudad secuestrada y de tan mala fama a lo largo y ancho del mundo mundial.
La vida conyugal es una novela divertida. Jacqueline Cascorro (pronúnciese Cascorró, como a la chica le gusta) es una mujer joven y bella con inquietudes literarias que, harta de ser engañada por su marido una otra vez, decide emularle cuanto menos en este aspecto. Lo verdaderamente divertido de la novela es que no se conformará con disfrutar de sus amantes, sino que los persuade para asesinar a su marido, hecho en el que fracasará siempre y que la irá dejando cada vez más maltrecha físicamente y, por qué no decirlo, completamente fregada.
Es una obra que parte de un planteamiento cotidiano para introducirse por arte de birlibirloque en parodia de la novela negra, y una vez que chapotea en esas aguas, desenvolverse para nuestro placer en un terreno casi fársico. No sabemos si Jacqueline nos da más risa que pena y el final ejemplarizante de la novela nos deja con el regusto de que siempre hay un roto para un descosido y que, en el fondo de los fondos, el matrimonio que se engaña y se odia unido, permanece felizmente unido.
Hubiera querido continuar con la lectura de Domar a la divina garza, pero el capricho, ese dulce eros lector, me ha conducido a disfrutar otras viandas de negro sobre blanco.
Ya está muy próximo el jueves. Veremos qué nos cuenta el señor Pitol.
Comienzo de la novela La vida conyugal, de Sergio Pitol.
Se trata de una obra que he leído con verdadero gusto. Publicada en 1991, pronto comenzó a hablarse de que esta obra cerraba una trilogía iniciada con El desfile del amor (Premio Herralde de Novela en 1984) y continuada por Domar a la divina garza (1989). En un lejano artículo publicado en los años 80, García Márquez aseguraba que hay narraciones con un título tan sugestivo que la narración no necesita ser escrita. Domar a la divina garza (título muy sugestivo, a mi entender)pertenece a esta clase de narraciones, aunque no viene de más tener también la novela colgando de él. La considerada trilogía es editada ahora en un solo tomo por Anagrama: Tríptico del Carnaval, que incluye prólogo de Antonio Tabucchi, el celebrado autor de Sostiene Pereira. El prólogo servirá, de seguro, para atraer a la obra de Pitol a muchos españoles que picotean poco por la literatura mexicana pero se hinchan a taquitos de carne molida espolvoreada con Old El Paso, el verdadero sabor de México (vaya timo).
He leído esta obra impulsado por cierta necesidad. Sergio Pitol va a acompañarnos jueves y viernes en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, así que no viene mal aprovechar para conocer a un autor del que tanto se habla y a quien se le va a rendir justo homenaje en el marco del Encuentro de Escritores en la Frontera Norte. Tampoco viene mal que hombre tan viajero visite también esta ciudad secuestrada y de tan mala fama a lo largo y ancho del mundo mundial.
La vida conyugal es una novela divertida. Jacqueline Cascorro (pronúnciese Cascorró, como a la chica le gusta) es una mujer joven y bella con inquietudes literarias que, harta de ser engañada por su marido una otra vez, decide emularle cuanto menos en este aspecto. Lo verdaderamente divertido de la novela es que no se conformará con disfrutar de sus amantes, sino que los persuade para asesinar a su marido, hecho en el que fracasará siempre y que la irá dejando cada vez más maltrecha físicamente y, por qué no decirlo, completamente fregada.
Es una obra que parte de un planteamiento cotidiano para introducirse por arte de birlibirloque en parodia de la novela negra, y una vez que chapotea en esas aguas, desenvolverse para nuestro placer en un terreno casi fársico. No sabemos si Jacqueline nos da más risa que pena y el final ejemplarizante de la novela nos deja con el regusto de que siempre hay un roto para un descosido y que, en el fondo de los fondos, el matrimonio que se engaña y se odia unido, permanece felizmente unido.
Hubiera querido continuar con la lectura de Domar a la divina garza, pero el capricho, ese dulce eros lector, me ha conducido a disfrutar otras viandas de negro sobre blanco.
Ya está muy próximo el jueves. Veremos qué nos cuenta el señor Pitol.
lunes, junio 14, 2004
ARCHIVO: JIMMY CORRIGAN, UNA OBRA MAESTRA DE CHRIS WARE
La semana pasada apareció en Babelia, suplemento literario del diario El País, una crítica de la gran obra de Chris Ware, Jimmy Corrigan. El chico más listo del mundo. Esperemos que este empujoncito que supone ver un tebeo reseñado por el periódico de mayor tiraje de España sirva para que más españoles se gasten los casi 30 euros que vale una de las obras máximas que ha producido el cómic en los últimos diez años. Como yo publiqué en su momento una reseña de esta obra magna, ahí va de nuevo para que chapotee ahora durante un tiempo por los mares internáuticos.
Jimmy Corrigan: Elegía por el padre ausente.
Chris Ware (Omaha, 1967) no perdió el tiempo durante los siete años que invirtió en escribir y dibujar una de las grandes obras maestras del cómic norteamericano de la última década: Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo. Un título irónico, por supuesto. Ni el solitario y triste Jimmy Corrigan es el chico más listo del mundo, ni nada que se le parezca. Jimmy Corrigan es, por decirlo de manera contundente, una sombra de ser humano, un individuo enfermo de soledad crónica cuya inferioridad ante el mundo sólo es posible a partir de una naturaleza profundamente melancólica. Imagínense un individuo que un día encuentra sobre la mesa de su cubículo del trabajo un post-it que dice: “Durante seis meses estuve sentado del otro lado de este cubículo y nunca te diste cuenta. Adiós”.
Formado en la Universidad de Texas en Austin, Ware no tardó en llamar la atención en 1987 de Art Spiegelman, el gran gurú del cómic independiente norteamericano y autor de la prestigiosa obra Maus, única novela gráfica —hasta ahora— en ganar el premio Pulitzer de Literatura. En aquel tiempo, Spiegelman editaba la legendaria revista Raw, una de las más extrañas y radicales propuestas de la historieta independiente de todos los tiempos: editada en formato gigante, pronto aglutinó en sus páginas lo mejor de la producción adulta de los Estados Unidos: cómic e ilustración se batían en duelo dentro de sus páginas para regocijo de sus pocos y atípicos lectores. Proyecto poco comercial como era, no tuvo larga vida, y sus autores pronto emigraron hacia otros verdes valles, entre ellos, cómo no, la editorial Fantagraphics Books, que erre que erre sigue empeñada en demostrar que el cómic es un gran género literario y que sus posibilidades están aún por explotar. Si bien Chris Ware publicó alguna historieta en Raw, su trampolín vendría de la revista cuatrimestral escrita y dibujada por él solo desde su bastión de Fantagraphics Books, la exquisita The Acme Novelty Library, en cuyas páginas de papel cuché que rebosan colores de una paleta superdotada, nació y se desarrolló Jimmy Corrigan, un individuo de treinta y seis años que trabaja en un departamento de oficinas de Chicago y cuyas aficiones en la vida son soñar con la mujer que nunca tuvo, leer tebeos de Superman para soñar con ser el héroe que no es y aguardar, sentado junto a una ventana por la que la vida fluye y se le escapa, que el teléfono suene y su madre se dirija a él del otro lado. Y es que Jimmy Corrigan, como el propio Chris Ware, no conoció a su padre hasta el día en que recibió una carta y un billete de avión para que el chico volase a su encuentro. El encuentro con el padre desconocido concluirá con un desgraciado accidente en que éste pierde la vida y Jimmy Corrigan, otra vez, volverá a sumergirse en una existencia en la que la ausencia de un referente paterno lo vacía todo y una madre obsesiva llena a capazos de insistencia una vida cargada de frustraciones personales.
No es fácil leer esta obra. Serializada en The Acme Novelty Library durante siete años y publicada en un solo tomo por Pantheon Books, llega por fin a España de la mano del grupo Planeta-De Agostini. Son 380 páginas de una belleza gráfica deslumbrante, con un coloreado suntuoso y editada en un formato extraño para el mercado nortemericano: un volumen en formato apaisado de 21 cm. de largo por 17 de alto. Más propio del mercado español, que vivió una edad del oro del tebeo apaisado —y con cuya naturaleza, la del cuaderno de aventuras, la obra de Ware no tiene nada que ver—, es un objeto extraño y lujoso lleno de acertijos en sus, a veces, viñetas tan pequeñas que parecen una labor de orfebre —“Hacer las viñetas pequeñas ayuda a arrastrar adentro al lector”, ha dicho Ware—. Chris Ware tiene una concepción de los cómics como arte pictórico musical, en el que las emociones propiciadas por las imágenes marcan la intensidad y el ritmo de las palabras. Para Ware, son las imágenes las que deben contar la historia, y la minuciosidad minimalista de este autor es capaz de llenar cada viñeta diminuta de relevantes mensajes y emociones. El poeta norteamericano J. D. McClatchey ha dicho de él que Chris Ware es el Emily Dickinson de los cómics, y Ware, un poco azorado de que le repitan una y otra vez el halago, sólo es capaz de balbucer que siempre fue un pésimo lector de poesía, lo cual no deja de ser una paradoja cuando a continuación afirma que “los cómics son el equivalente visual de la poesía, ya que usas una amplia imaginería en un espacio muy reducido”. Fantasía, metáforas, simbolismo… Jimmy Corrigan en una compleja obra llena de tropos.
No es fácil leer Jimmy Corrigan. Si bien la trama principal narra el encuentro de Jimmy con su padre, acción ubicada en un pueblito de Michigan llamado Waukosha, la novela narra también la tormentosa relación de su abuelo con su propio padre, remontando el relato a los últimos años del siglo XIX en una serie de continuos flash-backs que entrelazan continuamente el pasado con el presente para contarnos la vida de los Corrigan como un río temporal donde fluyen los mismos sentimientos como peces rellenos de plutonio: la soledad, la indefensión y el abandono. No es fácil leer Jimmy Corrigan porque Ware nos hace enormemente vívidos estos sentimientos, y la intensa complejidad narrativa que conforma la estructura de la novela —la interfluencia continua entre la realidad y la fantasía, el presente y el pasado— nos obliga a no correr, a leer con detenimiento, a examinar cada viñeta, grande o pequeña, para analizar hasta sus mínimos rincones. No pocas veces están llenos de mensajes ocultos.
Hay algo de oriental en esta obra. Ahora que el manga ya es un habitual en las librerías de quienes gozamos de estas viandas y nombres como el de Isashi Sakaguchi o Katsuhiru Otomo son de referencia común, no es de extrañar que su influencia se haga notar en Occidente. Hay en Jimmy Corrigan ese ritmo lento y pausado de dramatismo ornamental que caracteriza al cómic japonés y a buena parte de su mejor cultura. El dibujo de Ware, de trazo depurado y perfeccionista en la tradición de la Línea clara francobelga, se adecúa perfectamente a la rotundidad de exposición de los sentimientos que aborda en su obra. Porque es una obra de sentimientos profundos en la que el genio del vigoroso pincel de Ware es capaz, y a menudo lo hace, de concederle a un vigoroso rascacielos la elegancia quebradiza de un cuello de cisne.
Jimmy Corrigan es una elegía al padre ausente, elegía nacida de la propia experiencia de su creador. Como Jimmy Corrigan, también Ware acudió a la cita con el padre desconocido e intercambiaron noticias de sus vidas durante una breve cena, haciendo imposible un nuevo encuentro la repentina muerte de aquél. Como recuerda Ware, pasó con el padre ausente el mismo tiempo que un lector puede invertir en leer esta obra. Esta obra maestra cuya lujosa edición de Pantheon Books (la cual ha sido respetada por Planeta en su edición española) tiene, aproximadamente, el mismo tamaño que la urna que hoy cobija sus cenizas.
Chris Ware, Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo. Planeta-De Agostini. Barcelona, 2003. Colección Trazado, 380 pp. 30 euros.
Jimmy Corrigan: Elegía por el padre ausente.
Chris Ware (Omaha, 1967) no perdió el tiempo durante los siete años que invirtió en escribir y dibujar una de las grandes obras maestras del cómic norteamericano de la última década: Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo. Un título irónico, por supuesto. Ni el solitario y triste Jimmy Corrigan es el chico más listo del mundo, ni nada que se le parezca. Jimmy Corrigan es, por decirlo de manera contundente, una sombra de ser humano, un individuo enfermo de soledad crónica cuya inferioridad ante el mundo sólo es posible a partir de una naturaleza profundamente melancólica. Imagínense un individuo que un día encuentra sobre la mesa de su cubículo del trabajo un post-it que dice: “Durante seis meses estuve sentado del otro lado de este cubículo y nunca te diste cuenta. Adiós”.
Formado en la Universidad de Texas en Austin, Ware no tardó en llamar la atención en 1987 de Art Spiegelman, el gran gurú del cómic independiente norteamericano y autor de la prestigiosa obra Maus, única novela gráfica —hasta ahora— en ganar el premio Pulitzer de Literatura. En aquel tiempo, Spiegelman editaba la legendaria revista Raw, una de las más extrañas y radicales propuestas de la historieta independiente de todos los tiempos: editada en formato gigante, pronto aglutinó en sus páginas lo mejor de la producción adulta de los Estados Unidos: cómic e ilustración se batían en duelo dentro de sus páginas para regocijo de sus pocos y atípicos lectores. Proyecto poco comercial como era, no tuvo larga vida, y sus autores pronto emigraron hacia otros verdes valles, entre ellos, cómo no, la editorial Fantagraphics Books, que erre que erre sigue empeñada en demostrar que el cómic es un gran género literario y que sus posibilidades están aún por explotar. Si bien Chris Ware publicó alguna historieta en Raw, su trampolín vendría de la revista cuatrimestral escrita y dibujada por él solo desde su bastión de Fantagraphics Books, la exquisita The Acme Novelty Library, en cuyas páginas de papel cuché que rebosan colores de una paleta superdotada, nació y se desarrolló Jimmy Corrigan, un individuo de treinta y seis años que trabaja en un departamento de oficinas de Chicago y cuyas aficiones en la vida son soñar con la mujer que nunca tuvo, leer tebeos de Superman para soñar con ser el héroe que no es y aguardar, sentado junto a una ventana por la que la vida fluye y se le escapa, que el teléfono suene y su madre se dirija a él del otro lado. Y es que Jimmy Corrigan, como el propio Chris Ware, no conoció a su padre hasta el día en que recibió una carta y un billete de avión para que el chico volase a su encuentro. El encuentro con el padre desconocido concluirá con un desgraciado accidente en que éste pierde la vida y Jimmy Corrigan, otra vez, volverá a sumergirse en una existencia en la que la ausencia de un referente paterno lo vacía todo y una madre obsesiva llena a capazos de insistencia una vida cargada de frustraciones personales.
No es fácil leer esta obra. Serializada en The Acme Novelty Library durante siete años y publicada en un solo tomo por Pantheon Books, llega por fin a España de la mano del grupo Planeta-De Agostini. Son 380 páginas de una belleza gráfica deslumbrante, con un coloreado suntuoso y editada en un formato extraño para el mercado nortemericano: un volumen en formato apaisado de 21 cm. de largo por 17 de alto. Más propio del mercado español, que vivió una edad del oro del tebeo apaisado —y con cuya naturaleza, la del cuaderno de aventuras, la obra de Ware no tiene nada que ver—, es un objeto extraño y lujoso lleno de acertijos en sus, a veces, viñetas tan pequeñas que parecen una labor de orfebre —“Hacer las viñetas pequeñas ayuda a arrastrar adentro al lector”, ha dicho Ware—. Chris Ware tiene una concepción de los cómics como arte pictórico musical, en el que las emociones propiciadas por las imágenes marcan la intensidad y el ritmo de las palabras. Para Ware, son las imágenes las que deben contar la historia, y la minuciosidad minimalista de este autor es capaz de llenar cada viñeta diminuta de relevantes mensajes y emociones. El poeta norteamericano J. D. McClatchey ha dicho de él que Chris Ware es el Emily Dickinson de los cómics, y Ware, un poco azorado de que le repitan una y otra vez el halago, sólo es capaz de balbucer que siempre fue un pésimo lector de poesía, lo cual no deja de ser una paradoja cuando a continuación afirma que “los cómics son el equivalente visual de la poesía, ya que usas una amplia imaginería en un espacio muy reducido”. Fantasía, metáforas, simbolismo… Jimmy Corrigan en una compleja obra llena de tropos.
No es fácil leer Jimmy Corrigan. Si bien la trama principal narra el encuentro de Jimmy con su padre, acción ubicada en un pueblito de Michigan llamado Waukosha, la novela narra también la tormentosa relación de su abuelo con su propio padre, remontando el relato a los últimos años del siglo XIX en una serie de continuos flash-backs que entrelazan continuamente el pasado con el presente para contarnos la vida de los Corrigan como un río temporal donde fluyen los mismos sentimientos como peces rellenos de plutonio: la soledad, la indefensión y el abandono. No es fácil leer Jimmy Corrigan porque Ware nos hace enormemente vívidos estos sentimientos, y la intensa complejidad narrativa que conforma la estructura de la novela —la interfluencia continua entre la realidad y la fantasía, el presente y el pasado— nos obliga a no correr, a leer con detenimiento, a examinar cada viñeta, grande o pequeña, para analizar hasta sus mínimos rincones. No pocas veces están llenos de mensajes ocultos.
Hay algo de oriental en esta obra. Ahora que el manga ya es un habitual en las librerías de quienes gozamos de estas viandas y nombres como el de Isashi Sakaguchi o Katsuhiru Otomo son de referencia común, no es de extrañar que su influencia se haga notar en Occidente. Hay en Jimmy Corrigan ese ritmo lento y pausado de dramatismo ornamental que caracteriza al cómic japonés y a buena parte de su mejor cultura. El dibujo de Ware, de trazo depurado y perfeccionista en la tradición de la Línea clara francobelga, se adecúa perfectamente a la rotundidad de exposición de los sentimientos que aborda en su obra. Porque es una obra de sentimientos profundos en la que el genio del vigoroso pincel de Ware es capaz, y a menudo lo hace, de concederle a un vigoroso rascacielos la elegancia quebradiza de un cuello de cisne.
Jimmy Corrigan es una elegía al padre ausente, elegía nacida de la propia experiencia de su creador. Como Jimmy Corrigan, también Ware acudió a la cita con el padre desconocido e intercambiaron noticias de sus vidas durante una breve cena, haciendo imposible un nuevo encuentro la repentina muerte de aquél. Como recuerda Ware, pasó con el padre ausente el mismo tiempo que un lector puede invertir en leer esta obra. Esta obra maestra cuya lujosa edición de Pantheon Books (la cual ha sido respetada por Planeta en su edición española) tiene, aproximadamente, el mismo tamaño que la urna que hoy cobija sus cenizas.
Chris Ware, Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo. Planeta-De Agostini. Barcelona, 2003. Colección Trazado, 380 pp. 30 euros.
jueves, junio 10, 2004
CUMBRES BORRASCOSAS
No seas pobre de espíritu, Heathcliff. Mírate al espejo y oye lo que tienes que hacer. ¿Ves esas arrugas que tienes entre los ojos, y esas espesas cejas que se contraen en lugar de arquearse, y esos dos negros demonios que jamás abren francamente sus ventanas, sino que centellean bajo ellas corridas, como si fueran espías de Satanás? Proponte y esfuérzate en suavizar esas arrugas, levantar esos párpados sin temor y convertir esos demonios en dos ángeles que vean siempre amigos en dondequiera que no haya enemigos indudables. No adoptes ese aspecto de perro cerril, que parece justificar la justicia de los puntapiés que recibe y que odia a todos tanto como al que le maltratara
Emily Brontë, Cumbres borrascosas. Capítulo VII.
El domingo terminé la lectura de "Cumbres borrascosas", la mítica novela de Emiliy Brontë publicada en 1847. Emily no pudo saborear las mieles de su éxito, pues murió de tuberculosis al año siguiente. Nacida en 1818, apenas llegó a vivir treinta años. "Cumbres borrascosas" es una de esas novelas que tenía pendientes desde que aprendí a leer, novela-mito que muchos hemos conocido por sus adaptaciones cinematográficas o televisivas. Es difícil encontrar a quien no haya oído hablar de esta obra; pero como en el caso de Don Quijote, de Sherlock Holmes o de Tarzán (por poner sólo tres ejemplos notorios), el conocimiento de las muy famosas almas atormentadas de Heathcliff y Catalina Earnshaw muchas veces no suele corresponder al conocimiento del original literario.
Mi primera "Cumbres borrascosas" vino a través de la televisión. Corrían y hasta volaban los años 70, y los Grandes Relatos de la primera cadena de RTVE nos obsequiaron con una producción de la BBC de la que guardo, principalmente, el recuerdo del entierro de Heathcliff. Sólo entonces las manos amantes de Catalina y el gitano atormentado se unieron para siempre bajo las primeras paletadas de tierra bajo la lluvia.
Mi segunda "Cumbres borrascosas" fue la de Laurence Olivier y Vivien Leigh, rodada en 1939. La vi hace tantos años que sólo conservo de ella un vago y grato recuerdo. Dirigida por William Wyler, fotografiada por Gregg Toland y con guión de Ben Hecht, me las veo y me las deseo para encontrarla en DVD. Una obra maestra, sin duda alguna, que volverá a caer un día.
Mi tercera "Cumbres borrascosas" vino a través del ojo de don Luis Buñuel y se tituló "Abismos de pasión", película mexicana con título invertido del original, pues contrapone "abismos" a "cumbres" y "de pasión" a "borrascosas". Ignoro si el cambio de título vino marcado por derechos de autor o por otras razones, pero a Buñuel le sirvió para contar también la misma historia con notorias variantes. Buñuel hizo milagros con esta adaptación, principalmente por el problema gordo que para él fueron los actores, quienes originalmente habían sido contratados para rodar... una comedia musical. A pesar de este descalabro actoral como pocas veces se ha visto en la historia del cine, la película es una de las mejores adaptaciones de la obra, principalmente porque recrea a la perfección el ambiente crispado y delirante de la novela original y que es, sin lugar a dudas, el gran protagonista de esta novela coral. La visita de Heathcliff a la tumba de Catalina sirvió a Buñuel para recrear un recuerdo de su juventud ante la tumba de Gustavo Adolfo Bécquer: el cabello del poeta sobresalía bajo la lápida y se retorcía, anhelante quizá, por regresar al mundo. Una escena impagable.
Y al fin, la novela. Más vale tarde que nunca, al fin y al cabo uno lee siguiendo los criterios del gusto y del capricho, no los de la cronología histórica. Sin embargo, lamento haber llegado tan tarde a esta novela. ¿Por qué diablos no la leí con veinte años? En aquel tiempo me hubiera identificado con el atormentado y diabólico Heathcliff, capaz no sólo de amar más allá de la muerte, sino de odiar a sus enemigos más allá de la vida de éstos y proyectar este odio en la destrucción sistemática de sus descendientes. El clima de fanatismo, odio, miedo y desesperación es, como he dicho, el gran protagonista de esta novela de romanticismo extremo, y por ello mismo, más allá de la moral y del buen gusto.
Nada más finalizar el libro de Brontë vi la última adaptación al cine (1992), dirigida por Peter Kosminsky y protagonizada por Ralph Fiennes y Juliette Binoche. Libro-mito, como digo, que conocemos todos y no todos hemos leído, cada época necesita su adaptación al cine. El conjunto es lánguido, pero no romántico. Carece de la expresividad extrema de los sentimientos originales: en vez de atormentados, los personajes parecen siempre enfadados, y la cinematografía a veces incurre en el vicio hollywoodense de convertir la película en una recopilación de lindas postales. Los personajes, desgraciadamente, le quedan grandes a unos actores de cuya excelente trayectoria, paradójicamente, todos tenemos constancia. La delicada música de Ryuichi Sakamoto queda muy apropiada, pero no sólo de música viven los muertos que moran Cumbres Borrascosas.
Y es que, desgraciadamente, uno se pregunta si será posible rodar una versión de "Cumbres Borrascosas" que pueda ser fiel al alma torturada y romántica de sus protagonistas en un tiempo tan pragmático y materialista, frívolo y liviano como éste.
Emily Brontë, Cumbres borrascosas. Capítulo VII.
El domingo terminé la lectura de "Cumbres borrascosas", la mítica novela de Emiliy Brontë publicada en 1847. Emily no pudo saborear las mieles de su éxito, pues murió de tuberculosis al año siguiente. Nacida en 1818, apenas llegó a vivir treinta años. "Cumbres borrascosas" es una de esas novelas que tenía pendientes desde que aprendí a leer, novela-mito que muchos hemos conocido por sus adaptaciones cinematográficas o televisivas. Es difícil encontrar a quien no haya oído hablar de esta obra; pero como en el caso de Don Quijote, de Sherlock Holmes o de Tarzán (por poner sólo tres ejemplos notorios), el conocimiento de las muy famosas almas atormentadas de Heathcliff y Catalina Earnshaw muchas veces no suele corresponder al conocimiento del original literario.
Mi primera "Cumbres borrascosas" vino a través de la televisión. Corrían y hasta volaban los años 70, y los Grandes Relatos de la primera cadena de RTVE nos obsequiaron con una producción de la BBC de la que guardo, principalmente, el recuerdo del entierro de Heathcliff. Sólo entonces las manos amantes de Catalina y el gitano atormentado se unieron para siempre bajo las primeras paletadas de tierra bajo la lluvia.
Mi segunda "Cumbres borrascosas" fue la de Laurence Olivier y Vivien Leigh, rodada en 1939. La vi hace tantos años que sólo conservo de ella un vago y grato recuerdo. Dirigida por William Wyler, fotografiada por Gregg Toland y con guión de Ben Hecht, me las veo y me las deseo para encontrarla en DVD. Una obra maestra, sin duda alguna, que volverá a caer un día.
Mi tercera "Cumbres borrascosas" vino a través del ojo de don Luis Buñuel y se tituló "Abismos de pasión", película mexicana con título invertido del original, pues contrapone "abismos" a "cumbres" y "de pasión" a "borrascosas". Ignoro si el cambio de título vino marcado por derechos de autor o por otras razones, pero a Buñuel le sirvió para contar también la misma historia con notorias variantes. Buñuel hizo milagros con esta adaptación, principalmente por el problema gordo que para él fueron los actores, quienes originalmente habían sido contratados para rodar... una comedia musical. A pesar de este descalabro actoral como pocas veces se ha visto en la historia del cine, la película es una de las mejores adaptaciones de la obra, principalmente porque recrea a la perfección el ambiente crispado y delirante de la novela original y que es, sin lugar a dudas, el gran protagonista de esta novela coral. La visita de Heathcliff a la tumba de Catalina sirvió a Buñuel para recrear un recuerdo de su juventud ante la tumba de Gustavo Adolfo Bécquer: el cabello del poeta sobresalía bajo la lápida y se retorcía, anhelante quizá, por regresar al mundo. Una escena impagable.
Y al fin, la novela. Más vale tarde que nunca, al fin y al cabo uno lee siguiendo los criterios del gusto y del capricho, no los de la cronología histórica. Sin embargo, lamento haber llegado tan tarde a esta novela. ¿Por qué diablos no la leí con veinte años? En aquel tiempo me hubiera identificado con el atormentado y diabólico Heathcliff, capaz no sólo de amar más allá de la muerte, sino de odiar a sus enemigos más allá de la vida de éstos y proyectar este odio en la destrucción sistemática de sus descendientes. El clima de fanatismo, odio, miedo y desesperación es, como he dicho, el gran protagonista de esta novela de romanticismo extremo, y por ello mismo, más allá de la moral y del buen gusto.
Nada más finalizar el libro de Brontë vi la última adaptación al cine (1992), dirigida por Peter Kosminsky y protagonizada por Ralph Fiennes y Juliette Binoche. Libro-mito, como digo, que conocemos todos y no todos hemos leído, cada época necesita su adaptación al cine. El conjunto es lánguido, pero no romántico. Carece de la expresividad extrema de los sentimientos originales: en vez de atormentados, los personajes parecen siempre enfadados, y la cinematografía a veces incurre en el vicio hollywoodense de convertir la película en una recopilación de lindas postales. Los personajes, desgraciadamente, le quedan grandes a unos actores de cuya excelente trayectoria, paradójicamente, todos tenemos constancia. La delicada música de Ryuichi Sakamoto queda muy apropiada, pero no sólo de música viven los muertos que moran Cumbres Borrascosas.
Y es que, desgraciadamente, uno se pregunta si será posible rodar una versión de "Cumbres Borrascosas" que pueda ser fiel al alma torturada y romántica de sus protagonistas en un tiempo tan pragmático y materialista, frívolo y liviano como éste.
martes, junio 08, 2004
LA ATLÁNTIDA EN CÁDIZ, OZÚ.
Ayer nos sorprendió la noticia de que un equipo de científicos de la Universidad alemana de Wuppertal creen haber hallado indicios de que la antigua Atlántida platónica puede estar sumergida frente a las costas de Cádiz. Podría tratarse de una sección de costa que desapareció por una inundación entre 800 y 500 a.C., y acerca de la cual recogió la noticia don Platón. Fecha extremadamente tardía, a mi juicio, para el surgimiento de un mito en el que pudiese creer Platón.
De vez en cuando surge algo así. Cosa curiosa que el menos mito de los mitos griegos sea el único que vive y colea hasta el punto de que todavía hay gente que lo anda buscando como realidad del pasado. Quizá porque es un mito posiblemente inventado por Platón, lo cual lo invalida como verdadero “mito” cultural, y no sabemos con qué fines lo hizo. Es curioso que todos en su argumento particular de su Atlántida propia argumenten que Platón se había equivocado en la verdadera ubicación de la Atlántida, cuando a lo mejor fue sólo un cuentista. ¿Por qué un murciano célebre tan bien informado como Platón iba a estar equivocado? Y nunca dejará de ser digno de sospecha que el primer usuario de la palabra "mitología" en toda la Historia fuese Platón, y para él esta palabra sólo significaba "narración de cuentos".
De cualquier modo, a menos que estos señores demuestren lo contrario, las teorías más recientes relacionan este "mito" cultural (si realmente es tal, y no una invención de Platón, y puro cuento) con la explosión de la isla de Santorini y el fin de la civilización cretense, con la que el “cuento” o “mito” de Platón guarda numerosas analogías.
Que conste que el tema me apasiona desde chiquito. ¡Que nunca decaigan las conjeturas e investigaciones!
De vez en cuando surge algo así. Cosa curiosa que el menos mito de los mitos griegos sea el único que vive y colea hasta el punto de que todavía hay gente que lo anda buscando como realidad del pasado. Quizá porque es un mito posiblemente inventado por Platón, lo cual lo invalida como verdadero “mito” cultural, y no sabemos con qué fines lo hizo. Es curioso que todos en su argumento particular de su Atlántida propia argumenten que Platón se había equivocado en la verdadera ubicación de la Atlántida, cuando a lo mejor fue sólo un cuentista. ¿Por qué un murciano célebre tan bien informado como Platón iba a estar equivocado? Y nunca dejará de ser digno de sospecha que el primer usuario de la palabra "mitología" en toda la Historia fuese Platón, y para él esta palabra sólo significaba "narración de cuentos".
De cualquier modo, a menos que estos señores demuestren lo contrario, las teorías más recientes relacionan este "mito" cultural (si realmente es tal, y no una invención de Platón, y puro cuento) con la explosión de la isla de Santorini y el fin de la civilización cretense, con la que el “cuento” o “mito” de Platón guarda numerosas analogías.
Que conste que el tema me apasiona desde chiquito. ¡Que nunca decaigan las conjeturas e investigaciones!
sábado, junio 05, 2004
HARRYPOTTERPATÍA
El mundo de los adultos recela de Harry Potter. Ayer se estrenó la tercera entrega cinematográfica, dirigida en esta ocasión por el mexicano Alfonso Cuarón. No es un Harry Potter mexicano, sin embargo. Como antes los franceses y alemanes se marchaban a Hollywood a rodar películas que no tenían nada de francesas ni de alemanas (salvo, quizá, la mirada del extraño, que no sé si es algo que Cuarón posee), ahora algunos cineastas mexicanos hacen bien en aprovechar a la vaca babilonia hollywoodense en su propio beneficio. Esperemos que Iñárritu, Cuarón, Arau y del Toro expriman las ubres de la vaca babilónica y esto les sirva para desarrollar en el futuro proyectos más personales.
Pero es verdad que el mundo de los adultos recela de Harry Potter. Esta harrypotterpatía que sufren y gozan los chamacos desde la infancia a la adolescencia (y aún más allá, me consta, en algunos jóvenes adultos)inspira cierta desconfianza entre los adultos lectores de la vieja guardia. Yo pertenezco, también, a la última generación que se crió leyendo a Salgari, Julio Verne y hasta a Enid Blyton (sólo en este último caso prefiero a J.K. Rowling), pero a partir de ahora los lectores del futuro serán herederos del Harry Potter y de la harrypotterpatía. Me parece bien.
Hace poco acabé la lectura del primer volumen de la saga: "Harry Potter y la piedra filosofal". Me gustó, vaya, aunque lamenté haber llegado tan tarde a una lectura semejante. Esto no lo puede evitar nadie, son cosas de la vida. Uno puede leer Harry Potter y disfrutarlo, apreciar sus valores y sopesar favorablemente sus virtudes, pero no puede ya dejarse arrastrar por él. ¿Qué pasa? No pasa nada, sólo ha pasado el tiempo, y hay libros que nunca se podrán amar después de cierta edad y cierto bagaje de lecturas.
Comprendo y celebro que los niños, adolescentes y jóvenes adoren a Harry Potter. Es una versión actualizada e inteligente de viejos cuentos populares y antiguos mitos. La mayor virtud de Rowling es ésta: saber entremezclar el mito y el cuento popular para conseguir el efecto eterno: la fascinación.
G.S. Kirk escribía en su célebre obra "El mito y su significado en las distintas culturas" que la diferencia entre el cuento popular y el mito era (entre otras)que el mito habla de personajes perfectamente ubicados en el espacio y en el tiempo (aunque sea un tiempo mítico) con relaciones familiares perfectamente establecidas (Héctor, Hércules, Júpiter) mientras que en el cuento el personaje era más bien genérico (Pedro y el lobo, el leñador, el príncipe...); también aseguraba que los cuentos populares apelaban a las preocupaciones, ansiedades y miedos de la gente común (la madrastra, la bruja, el bosque oscuro y desconocido...) mientras que los mitos eran relatos de índole aristocrática que ignoraban al pueblo y sus inquietudes.
Esta inteligente mezcla la tiene Harry Potter: es un ceniciento que nace para ser un gran mago. Huérfano y aborrecido por sus tíos, conseguirá escapar a este triste destino para ingresar en una Escuela de Magia donde, como en los buenos mitos del Olimpo griego, las relaciones de poder se encuentran bien delineadas y definidas. Esto es sólo un par de ejemplos entre muchos que aquí no hay tiempo de exponer (me esperan unos deliciosos ñoquis humeantes en la mesa, y me gruñen las tripas).
Me parece bien para un mundo de lectores futuros que exista la harrypotterpatía, que los niños devoren los libros y acudan a ver las películas. Yo seguiré prefiriendo a Sandokán, por viejo nada más, porque llegué tarde a esta fiebre, pero no importa.
Un día llegará en que Harry Potter sea la referencia de millones de lectores en el mundo que amaron los libros gracias a él. Otro llegará en que otro personaje le relegue al estante de los libros olvidados o de los clásicos (imposible es decirlo ahora).
Cuando este relevo ocurra, muchos entonces se harán la hitchcockina pregunta: "¿Pero quién mató a Harry?".
Pero es verdad que el mundo de los adultos recela de Harry Potter. Esta harrypotterpatía que sufren y gozan los chamacos desde la infancia a la adolescencia (y aún más allá, me consta, en algunos jóvenes adultos)inspira cierta desconfianza entre los adultos lectores de la vieja guardia. Yo pertenezco, también, a la última generación que se crió leyendo a Salgari, Julio Verne y hasta a Enid Blyton (sólo en este último caso prefiero a J.K. Rowling), pero a partir de ahora los lectores del futuro serán herederos del Harry Potter y de la harrypotterpatía. Me parece bien.
Hace poco acabé la lectura del primer volumen de la saga: "Harry Potter y la piedra filosofal". Me gustó, vaya, aunque lamenté haber llegado tan tarde a una lectura semejante. Esto no lo puede evitar nadie, son cosas de la vida. Uno puede leer Harry Potter y disfrutarlo, apreciar sus valores y sopesar favorablemente sus virtudes, pero no puede ya dejarse arrastrar por él. ¿Qué pasa? No pasa nada, sólo ha pasado el tiempo, y hay libros que nunca se podrán amar después de cierta edad y cierto bagaje de lecturas.
Comprendo y celebro que los niños, adolescentes y jóvenes adoren a Harry Potter. Es una versión actualizada e inteligente de viejos cuentos populares y antiguos mitos. La mayor virtud de Rowling es ésta: saber entremezclar el mito y el cuento popular para conseguir el efecto eterno: la fascinación.
G.S. Kirk escribía en su célebre obra "El mito y su significado en las distintas culturas" que la diferencia entre el cuento popular y el mito era (entre otras)que el mito habla de personajes perfectamente ubicados en el espacio y en el tiempo (aunque sea un tiempo mítico) con relaciones familiares perfectamente establecidas (Héctor, Hércules, Júpiter) mientras que en el cuento el personaje era más bien genérico (Pedro y el lobo, el leñador, el príncipe...); también aseguraba que los cuentos populares apelaban a las preocupaciones, ansiedades y miedos de la gente común (la madrastra, la bruja, el bosque oscuro y desconocido...) mientras que los mitos eran relatos de índole aristocrática que ignoraban al pueblo y sus inquietudes.
Esta inteligente mezcla la tiene Harry Potter: es un ceniciento que nace para ser un gran mago. Huérfano y aborrecido por sus tíos, conseguirá escapar a este triste destino para ingresar en una Escuela de Magia donde, como en los buenos mitos del Olimpo griego, las relaciones de poder se encuentran bien delineadas y definidas. Esto es sólo un par de ejemplos entre muchos que aquí no hay tiempo de exponer (me esperan unos deliciosos ñoquis humeantes en la mesa, y me gruñen las tripas).
Me parece bien para un mundo de lectores futuros que exista la harrypotterpatía, que los niños devoren los libros y acudan a ver las películas. Yo seguiré prefiriendo a Sandokán, por viejo nada más, porque llegué tarde a esta fiebre, pero no importa.
Un día llegará en que Harry Potter sea la referencia de millones de lectores en el mundo que amaron los libros gracias a él. Otro llegará en que otro personaje le relegue al estante de los libros olvidados o de los clásicos (imposible es decirlo ahora).
Cuando este relevo ocurra, muchos entonces se harán la hitchcockina pregunta: "¿Pero quién mató a Harry?".
miércoles, junio 02, 2004
ARCHIVO: GILBERT ROLAND, UN JUARENSE EN EL LIMBO
Como no necesito hacer patria, puesto que mi patria hace patria por ella misma mejor de lo que yo podría, hoy prefiero quedarme de este lado de las turquesas cortinas.
Siempre me ha sorprendido que una ciudad como Juárez, tan famosa por sus calamidades, no haga más proselitismo de sus virtudes, que también las tiene, y de sus hijos más aventajados. En una ciudad como ésta, salpicada de avenidas, calles, plazas y callejones de nombres ridículos, no hay ni una sola mención de Gilbert Roland, estrella que lo fue del mejor cine clásico hollywoodense y juarense fugitivo. Para intentar paliar un poco este desaguisado, adjunto a continuación un artículo sobre Roland que publiqué en agosto de 2003 en el semanario El Reto. Su título, como el de este mensaje, lo dice todo.
Gilbert Roland: un juarense en el limbo.
Ciudad Juárez, sin ser Florencia, es también una ciudad de estatuas. Tenemos estatuas diseminadas por toda esta difusa piel de arena: a los Niños Héroes, a Tin Tan, al Centauro del Desierto, etc. Muy merecidas, sin duda, por la relevancia histórica de los representados. Tenemos también, eso sí, algunos adefesios que, sin ton ni son, han ido apareciendo por aquí y allí como sarpullidos de piedra o metal cuya fealdad considero poco menos que indiscutible. Otras, como la de Diógenes el Cínico, son afortunadas pero sorprendentes. Lejos de querer desdeñar la estatua del bueno de Diógenes, lo que me extraña es que nuestras autoridades locales quisieran consagrar estatua pública a uno de los personajes más irreverentes y ácratas de la historia de la Humanidad. Aquel filósofo Diógenes, nada menos, que vivía dentro de un barril y que cuando sentía los ardores de falta de hembra se desahogaba con una sola mano a la vista de todos en el ágora de Atenas para exclamar al final bien alto: “¡Ojalá que frotándome la barriga también se me quitara el hambre!” Aquel Diógenes que vagabundeaba por las calles de Atenas con un candil, confesando a quienes se encontraba: “Busco un hombre” tiene una merecida estatua entre la Panamericana y la Teófilo Borunda, frente a un moderno hotel. Diógenes permanece rígido e inmortal con su candil, en actitud de buscar un hombre, hombre que vino a encontrar por fin, después de tantos siglos de errancia, en Teófilo Borunda, quien desde la otra acera le saluda con la mano en actitud de estar diciéndole: “¡Diógenes, menso, que estoy aquí!”. Como digo, Diógenes fue uno de los grandes filósofos ácratas de la Historia, y por ello mismo merece una estatua en Juárez como el que más, aunque no se entienda muy bien su significado. ¿Acaso las autoridades entendieron mal la anécdota y pensaron que los pobres se animarían a congregarse en su presencia para frotarse la barriga y que se les quitara el hambre?
Me dio por pensar en esto de las estatuas bonitas o feas, propias e impropias, cuando el otro día repasaba en deuvedé una de las mejores películas que han abordado el mundo del cine desde dentro: Cautivos del mal, de Vincente Minnelli (The Bad and the Beautiful, 1952). En ella aparece un grandísimo secundario del cine clásico americano llamado Gilbert Roland, nombre que me sonaba desde niño porque mi abuela Juana sostenía haberse enamorado de mi abuelo Paco porque “parecía un Gilbert Roland”. Roland fue un famoso actor de Hollywood que, a pesar de su afrancesado nombre artístico, nació Luis Antonio Dámaso de Alonso en Ciudad Juárez en 1905. Gilbert Roland, en esta su ciudad de estatuas bonitas o feas, propias o impropias, es un vaquero sin estatua, un juarense en el limbo. ¿Hasta cuándo? La merece a pesar de que él, hijo de un torero juarense que escapó de la ciudad con su familia tras el estallido revolucionario en 1910 y llegó a Los Angeles, no debió de guardar recuerdos demasiado precisos de su ciudad natal. Es posible que no volviera jamás a ella, y hasta cabe dentro de lo probable que, al contrario de Anthony Quinn, le importase muy poco su origen chihuahuense; sin embargo, ¿qué me dicen de Diógenes, que ni siquiera era de aquí?
Gilbert Roland comenzó a interpretar pequeños papeles en Hollywood en 1920, y en 1925 tuvo su primera oportunidad junto a la gran estrella Clara Bow en The Plastic Age, película en la que los dos jóvenes se hicieron amigos y amantes. El cataclismo que para muchas grandes estrellas supuso la llegada del cine sonoro no afectó a este juarense emigrado; al contrario que muchos divos de voz endeble o con serios problemas de dicción, pudo remontar con buen timbre y mejor presencia los primeros años del cine sonoro. Secundario siempre, pero siempre entre los más grandes, su acento guadalupano y su aspecto de latin-lover le proporcionaron un lugar en la cumbre, aunque en honor a la verdad debamos reconocer que el actor Roland siempre estuvo unos escalones por debajo del chihuahuense de Hollywood por antonomasia, Anthony Quinn. Sin embargo, la sustanciosa y longeva carrera de Roland en personajes de carácter y secundarios magníficamente cincelados le hizo también compartir cartel y pantalla de plata con una fantástica lista de nombres que le convierte en el más trascendente actor juarense: Mae West, Cary Grant, Errol Flynn, Bette Davis, John Garfield, Paul Muni, Charles Laughton, James Stewart, Spencer Tracy, Sidney Greenstreet, y un largo etcétera. Fue dirigido por grandes directores como William Dieterle, precisamente en el biopic de don Benito interpretado por Paul Muni, Juárez (1939), o John Ford en Cheyenne Autumn (1964). Precisamente fue en el western donde más destacó Roland, que tocó sin embargo todos los géneros del cine, y a partir de 1946 rodó como protagonista varias películas de Cisco Kid, el legendario charro mexicano que, en la larga frontera entre los dos países, se dedica a desfacer entuertos con mejor suerte que Don Quijote, pero también acompañado de un Sancho, que en su caso se llamaba Pancho. Fue en el western donde Roland explotó su imagen de vaquero juarense por los estudios de Hollywood.
Cautivos del mal, de Minnelli (padre de Liza) sigue siendo una de las grandes películas que tratan el tema del cine dentro del cine. Está estelarizada por el electrizante Kirk Douglas en su época de esplendor y tiene a Lana Turner en su momento más turgente: una belleza vulgar, olorosa y etílica. Hay algo en ella que, a pesar de tanta delicuescencia, conmueve por su zafiedad primitiva y frágil.
Roland interpreta una versión de su propia leyenda al caracterizar a Gaucho, un latin-lover de la pantalla grande que seduce a la esposa del importante literato recién llegado a Hollywood (interpretados por Gloria Grahame y Dick Powell) y huye al fin con ella, con la desgraciada consecuencia de matarse en la avioneta fugitiva. Guillermo Cabrera Infante recordaría este papel de Roland como su más alto destino, pues comentaba que Gaucho moría entre los brazos (y posiblemente, entre las piernas) de la Grahame, que fue una de las mujeres más bellas del mundo. Gaucho no era un personaje demasiado profundo; antes bien, fue compuesto frente al espejo sin grandes esfuerzos: alegre calavera, simpático amigo de todos, Gaucho Roland baila todo el tiempo, como el patriarca de una dinastía de obreros de maquila que no fue, cuyos epígonos hubiesen bailado hoy las alegres tonadas de La Zeta con tanto desparpajo como su bisabuelo.
Por todo esto y mucho más exijo desde esta tribuna que Ciudad Juárez recuerde a uno de sus más grandes hijos con una colonia o avenida que lleven su nombre, y con una nueva estatua que le redima del limbo en que se encuentra su memoria. Me gustaría ver a Roland desenfundando su pistola entre Diógenes el Cínico y Teófilo Borunda. Al pasar a su lado, yo también le saludaría con la mano y le diría: “¡Hasta la vista, abuelo!”
Siempre me ha sorprendido que una ciudad como Juárez, tan famosa por sus calamidades, no haga más proselitismo de sus virtudes, que también las tiene, y de sus hijos más aventajados. En una ciudad como ésta, salpicada de avenidas, calles, plazas y callejones de nombres ridículos, no hay ni una sola mención de Gilbert Roland, estrella que lo fue del mejor cine clásico hollywoodense y juarense fugitivo. Para intentar paliar un poco este desaguisado, adjunto a continuación un artículo sobre Roland que publiqué en agosto de 2003 en el semanario El Reto. Su título, como el de este mensaje, lo dice todo.
Gilbert Roland: un juarense en el limbo.
Ciudad Juárez, sin ser Florencia, es también una ciudad de estatuas. Tenemos estatuas diseminadas por toda esta difusa piel de arena: a los Niños Héroes, a Tin Tan, al Centauro del Desierto, etc. Muy merecidas, sin duda, por la relevancia histórica de los representados. Tenemos también, eso sí, algunos adefesios que, sin ton ni son, han ido apareciendo por aquí y allí como sarpullidos de piedra o metal cuya fealdad considero poco menos que indiscutible. Otras, como la de Diógenes el Cínico, son afortunadas pero sorprendentes. Lejos de querer desdeñar la estatua del bueno de Diógenes, lo que me extraña es que nuestras autoridades locales quisieran consagrar estatua pública a uno de los personajes más irreverentes y ácratas de la historia de la Humanidad. Aquel filósofo Diógenes, nada menos, que vivía dentro de un barril y que cuando sentía los ardores de falta de hembra se desahogaba con una sola mano a la vista de todos en el ágora de Atenas para exclamar al final bien alto: “¡Ojalá que frotándome la barriga también se me quitara el hambre!” Aquel Diógenes que vagabundeaba por las calles de Atenas con un candil, confesando a quienes se encontraba: “Busco un hombre” tiene una merecida estatua entre la Panamericana y la Teófilo Borunda, frente a un moderno hotel. Diógenes permanece rígido e inmortal con su candil, en actitud de buscar un hombre, hombre que vino a encontrar por fin, después de tantos siglos de errancia, en Teófilo Borunda, quien desde la otra acera le saluda con la mano en actitud de estar diciéndole: “¡Diógenes, menso, que estoy aquí!”. Como digo, Diógenes fue uno de los grandes filósofos ácratas de la Historia, y por ello mismo merece una estatua en Juárez como el que más, aunque no se entienda muy bien su significado. ¿Acaso las autoridades entendieron mal la anécdota y pensaron que los pobres se animarían a congregarse en su presencia para frotarse la barriga y que se les quitara el hambre?
Me dio por pensar en esto de las estatuas bonitas o feas, propias e impropias, cuando el otro día repasaba en deuvedé una de las mejores películas que han abordado el mundo del cine desde dentro: Cautivos del mal, de Vincente Minnelli (The Bad and the Beautiful, 1952). En ella aparece un grandísimo secundario del cine clásico americano llamado Gilbert Roland, nombre que me sonaba desde niño porque mi abuela Juana sostenía haberse enamorado de mi abuelo Paco porque “parecía un Gilbert Roland”. Roland fue un famoso actor de Hollywood que, a pesar de su afrancesado nombre artístico, nació Luis Antonio Dámaso de Alonso en Ciudad Juárez en 1905. Gilbert Roland, en esta su ciudad de estatuas bonitas o feas, propias o impropias, es un vaquero sin estatua, un juarense en el limbo. ¿Hasta cuándo? La merece a pesar de que él, hijo de un torero juarense que escapó de la ciudad con su familia tras el estallido revolucionario en 1910 y llegó a Los Angeles, no debió de guardar recuerdos demasiado precisos de su ciudad natal. Es posible que no volviera jamás a ella, y hasta cabe dentro de lo probable que, al contrario de Anthony Quinn, le importase muy poco su origen chihuahuense; sin embargo, ¿qué me dicen de Diógenes, que ni siquiera era de aquí?
Gilbert Roland comenzó a interpretar pequeños papeles en Hollywood en 1920, y en 1925 tuvo su primera oportunidad junto a la gran estrella Clara Bow en The Plastic Age, película en la que los dos jóvenes se hicieron amigos y amantes. El cataclismo que para muchas grandes estrellas supuso la llegada del cine sonoro no afectó a este juarense emigrado; al contrario que muchos divos de voz endeble o con serios problemas de dicción, pudo remontar con buen timbre y mejor presencia los primeros años del cine sonoro. Secundario siempre, pero siempre entre los más grandes, su acento guadalupano y su aspecto de latin-lover le proporcionaron un lugar en la cumbre, aunque en honor a la verdad debamos reconocer que el actor Roland siempre estuvo unos escalones por debajo del chihuahuense de Hollywood por antonomasia, Anthony Quinn. Sin embargo, la sustanciosa y longeva carrera de Roland en personajes de carácter y secundarios magníficamente cincelados le hizo también compartir cartel y pantalla de plata con una fantástica lista de nombres que le convierte en el más trascendente actor juarense: Mae West, Cary Grant, Errol Flynn, Bette Davis, John Garfield, Paul Muni, Charles Laughton, James Stewart, Spencer Tracy, Sidney Greenstreet, y un largo etcétera. Fue dirigido por grandes directores como William Dieterle, precisamente en el biopic de don Benito interpretado por Paul Muni, Juárez (1939), o John Ford en Cheyenne Autumn (1964). Precisamente fue en el western donde más destacó Roland, que tocó sin embargo todos los géneros del cine, y a partir de 1946 rodó como protagonista varias películas de Cisco Kid, el legendario charro mexicano que, en la larga frontera entre los dos países, se dedica a desfacer entuertos con mejor suerte que Don Quijote, pero también acompañado de un Sancho, que en su caso se llamaba Pancho. Fue en el western donde Roland explotó su imagen de vaquero juarense por los estudios de Hollywood.
Cautivos del mal, de Minnelli (padre de Liza) sigue siendo una de las grandes películas que tratan el tema del cine dentro del cine. Está estelarizada por el electrizante Kirk Douglas en su época de esplendor y tiene a Lana Turner en su momento más turgente: una belleza vulgar, olorosa y etílica. Hay algo en ella que, a pesar de tanta delicuescencia, conmueve por su zafiedad primitiva y frágil.
Roland interpreta una versión de su propia leyenda al caracterizar a Gaucho, un latin-lover de la pantalla grande que seduce a la esposa del importante literato recién llegado a Hollywood (interpretados por Gloria Grahame y Dick Powell) y huye al fin con ella, con la desgraciada consecuencia de matarse en la avioneta fugitiva. Guillermo Cabrera Infante recordaría este papel de Roland como su más alto destino, pues comentaba que Gaucho moría entre los brazos (y posiblemente, entre las piernas) de la Grahame, que fue una de las mujeres más bellas del mundo. Gaucho no era un personaje demasiado profundo; antes bien, fue compuesto frente al espejo sin grandes esfuerzos: alegre calavera, simpático amigo de todos, Gaucho Roland baila todo el tiempo, como el patriarca de una dinastía de obreros de maquila que no fue, cuyos epígonos hubiesen bailado hoy las alegres tonadas de La Zeta con tanto desparpajo como su bisabuelo.
Por todo esto y mucho más exijo desde esta tribuna que Ciudad Juárez recuerde a uno de sus más grandes hijos con una colonia o avenida que lleven su nombre, y con una nueva estatua que le redima del limbo en que se encuentra su memoria. Me gustaría ver a Roland desenfundando su pistola entre Diógenes el Cínico y Teófilo Borunda. Al pasar a su lado, yo también le saludaría con la mano y le diría: “¡Hasta la vista, abuelo!”
martes, junio 01, 2004
TRAS LAS TURQUESAS CORTINAS
Aprovecho que hoy me hallo más solo que la una para lanzar un grito al ciberespacio y crear este "blog". No sé cuál debería ser la palabra en español para designar a un "blog", pero me consuela pensar que con el tiempo acabaré por descubrirla.
Mi intención al crear esta página ha sido la de ir arrojando algunos de mis escritos u opiniones relacionados con mis mayores temas de interés: el cómic, el cine, la literatura y el teatro, aunque no precisamente por ese orden. Cada una a su tiempo, estas artes han sido predominantes en algún momento de mi vida. Incluso se han vuelto amantes celosas y posesivas. Deja abiertas las ventanas de tu cabeza y entrará el viento de la locura a remover tu mundo de pequeños objetos.
Advierto de que el título de este diario abierto no se corresponde con el de ningún novelón libertino victoriano. Las "turquesas cortinas" son paráfrasis del verso de un poeta de nuestro Siglo de Oro por el que siento especial debilidad. Aluden más bien a mi condición de español y de transterrado.
Dicho lo cual, es tiempo de devolver su elocuencia al silencio.
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