viernes, junio 25, 2004

MUERTOS DE RISA.

Omar Corral me invitó el sábado pasado a rodar una escena de su nuevo corto en un despacho del CEMA (CEntro Municipal de las Artes), un bonito edificio del año del catapún en el centro histórico de Juaritos, detrás de lo que fue la Plaza de Armas (desde que la han ocupado los vendedores ambulantes, ya no hay plaza de armas; ahora es algo así como un campamento de gitanos dibujado por Bernie Wrightson). El rodaje, bien, gracias, dije mis textos como buenamente pude y sin mirar casi nunca el texto (se me pidió que no lo memorizase y lo camuflé entre el papeleo del escritorio de mi personaje). Después me regala una copia en deuvedé de Muertos de risa, película rodada por Alex de la Iglesia en 1999. Acabo de verla, y me ha encantado (gracias, Omar).

Los cómicos son muy importantes en todas las sociedades, y esta película habla de ellos. En España el cómico de la tele instaura dichos y gracejos populares que luego la gente repite una y otra vez por todas partes: en el trabajo, en el ligoteo, en el seno familiar... El español imita al cómico de la tele en sus dimes y diretes para sentirse integrado en la sociedad. Complementa su inserción social con conocimientos de fútbol, que es un deporte que permite hablar de algo sin tener que hablar del tiempo. Muertos de risa habla de dos cómicos de la tele que recurren a la bofetada como gag fundacional del éxito. El público les ama, pero ellos se odian a muerte. El Gran Wyoming (Bruno) es el payaso listo, y Santiago Segura (Nino) interpreta al payaso de las bofetadas. Como sabemos por León Felipe, el payaso de las bofetadas era don Quijote, y don Quijote era España; y España, al reírse de Nino, se ríe de sí misma mientras, como el propio Nino, deja atrás la timidez, el provincianismo y la falda materna para convertirse en país asertivo, con relevancia histórica y protagonista en la sociedad de naciones.

Es de agradecer a Alex de la Iglesia su humor negro y su mirada tierna, pero sin nostalgias, de la España casposa que todos llevamos en el alma, esa España de curas, paletos y legionarios que ya no duele porque afortunadamente la hemos dejado atrás (¿de veras?). España ya no es la misma, como bien sabe de la Iglesia: la gasolina que antes servía para incendiar garitos de carretera que sirviesen de tumba a la cabra amada por una tropa de legionarios, ahora sirve para incendiar a ex esposas o novias que ejercen su derecho a no ser el payaso de las bofetadas y se convierten en tumba de un amor. Como Nino y Lampedusa saben bien, es necesario que todo cambie para que todo siga igual.

El humor negro de la película es siempre muy español, y como tal, es goyesco. La película prácticamente se abre con una recreación de la célebre pintura negra de Goya donde dos hombres enterrados de la cintura a los pies se asesinan a garrotazos. Bruno y Nino, en el Museo del Prado moderno que es Prado del Rey, se acribillan a balazos tendidos sobre el suelo, igualmente inmóviles, igualmente en movimiento para no llegar a ninguna parte, salvo al presente.

Ocurre a veces que el presente se trata del pasado enterrado en los ojos de un ciego.

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