Se trata de un antiquísimo proverbio etrusco que heredaron los romanos. Viajar solo no es que sea aburrido, porque en el viaje siempre hay también un viajar interno, pero lo que se contempla de nuevo o lo que se ve por primera vez carece del encanto del comentario posible, de la confrontación con otra idea que es el sedimento de lo que vieron otros ojos. En el viaje conviene viajar acompañado (como en la huída conviene huír solo), porque en el viaje de placer el tiempo se relaja, las obligaciones de la vida cotidiana desaparecen y hasta los poros parecen abrirse para ser más receptivos. También el estómago se convierte en fondeadero de golosinas nuevas, el apetito se incrementa y uno parece no cansarse nunca de comer aquello que sólo durante el viaje es posible encontrar para ser saboreado en un lugar adonde el regreso siempre es incierto.
Mañana me beberé el charco y volveré a cruzar las turquesas cortinas. Es un viaje largo que ya conozco bien, he establecido con el tiempo un reglamento interno de rutinas y de actividades que no me permiten el aburrimiento. Leeré un libro, repasaré los textos que viajan conmigo en la memoria, supervisaré algún escrito con rotulador rojo, dormiré a malas penas hasta que me despierten las turbulencias en mitad del Atlántico... Coincidiré con alguien junto a mi asiento con quien intentaré no conversar mucho más de lo escrupulosamente correcto...
El hombre que viaja solo tiene a un tonto por compañero. Llegaré a Madrid a mediodía del jueves. Volveré a ver rostros conocidos, revisitaré calles y lugares queridos, hurgaré en librerías para llenar mis alforjas de libros y tebeos... Pan para la imaginación. Afortunadamente, el viernes tengo una cita con un buen contertulio del foro del Capitán Trueno. La presencia de Carlos Álvarez durante unas horas me hará menos tonto de lo que ya es un hombre que viaja solo, aunque sea en su propia tierra. Porque en el viaje conviene viajar acompañado; pero en la huída, en la huída conviene huír solo. Siempre solo.
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2 comentarios:
El hombre que viaja solo tiene a un tonto por compañero. Excepto si es consciente de que existe un viaje interior y no pierde el tiempo en banales charlas y reflexiona en silencio sobre lo que el viaje le revela. Excepto si sabe que a su llegada le esperan las mismas viejas calles y tesoros ocultos en viejas librerías y un par de amigos dispuestos a compartir unas cervezas.
El hombre que viaja solo tiene a un tonto por compañero. Excepto si su nombre es Ricardo Vigueras.
Carlos, impagable compañía: gracias por haberme hecho menos tonto de lo que ya soy. Pocas cosas son tan bellas en la vida como llegar a un puerto y encontrar buenos amigos con quien conversar acerca de navegaciones varias y de sus avatares. Es hermosa la antiquísima ley de la hospitalidad.
Ricardo.
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