domingo, octubre 31, 2004
SOLAS (1999)
Emotiva e intensa película. Transcurre tranquila como el agua que brota del canalillo de una fuente y gorgotea de manera natural y persistente, ligera pero honda. Se trata de una gran película que trata sobre la nada, sobre esa nada hiperbólica que encierran las vidas de los comunes mortales que nunca fueron más que una nada abonada desde la infancia, una nada silenciosa y resignada. El gran protagonista de la película es el silencio, la incomunicación que nos envuelve a casi todos los seres vivos y que nos engominola en un condón incomunicativo del que pocos pueden escapar. El tema es tan común que la magia de su narración no deja de ser realismo poético, lleno de símbolos tan contundentes sólo porque se encuentran en el momento justo de una narración cinematográfica. En el río sonoro y bronco de la vida, no serían más que paisajes intrascendetes de la soledad humana, una soledad genérica, indisimulada, ajena a los procedimientos de la narración literaria, vuelta a veces narración cinematográfica, y entonces adquiere un sentido oracular y revelador. Solas no es más que la historia de una anciana de pueblo (María Galiana) que llega a Sevilla para atender a su marido hospitalizado (hosco Paco de Osca) y allí ocupa un cuarto en casa de su hija María (Ana Fernández), una mujer resentida que acusa todavía las consecuencias de una educación violenta y un entorno familiar autoritario donde sólo la madre pareció convertirse en modelo de una resignación bondadosa que hoy nos resulta anticuada y hasta censurable. La relación de esta última con un vecino anciano, quien al final de su vida es iluminado por un sueño de ser útil todavía, cambia la vida de éste y de María.
Obra profunda y emotiva sobre un aspecto terrible de la realidad de nuestras vidas, es endulzada por unas interpretaciones absolutamente convincentes donde destaca María Galiana, profesora de instituto hasta entonces y lanzada con esta película (y a sus años) al estrellato. ¿Quién dijo que a los sesenta años no puede volver a empezar la vida? Solas no es un drama acartonado, sino un filete de vida. La vida de muchos seres anónimos sin licencia para matar.
Solas (1999). Dirección y guión de Benito Zambrano. Fotografía de Tote Trenas. Música de Antonio Meliveo. Con María Galiana, Ana Fernández, Carlos Álvarez-Novoa, Antonio Dechent, Paco de Osca, Juan Fernández. España, 98 m. (****)
viernes, octubre 29, 2004
ANTÍGONA: LOS MUERTOS TODAVÍA NOS EXPLICAN
Reseña del montaje teatral Antígona. Publicada hoy en el número 259 de el semanario El Reto.
Antígona: los muertos todavía nos explican
Sófocles, el autor de Antígona, fue uno de aquellos griegos que combatieron en Salamina y murió nonagenario después de haber tenido una de las vidas más plenas y dichosas que pueden ser vividas. En una de sus siete tragedias conservadas, Antígona, planteó el conflicto entre el derecho natural y el derecho legal, entre justicia y despotismo. El rey de Tebas, Creón, dictamina que el cadáver de Polinices (quien pertenecía a la anterior familia real) no puede ser enterrado so pena de muerte. Antígona, hermana de Polinices, opta por la muerte tras violar la ley y enterrar a su hermano para enfrentarse al déspota que gobierna apelando siempre al bien común de los ciudadanos.
Veinticinco siglos después, la actriz y directora juarense Perla de la Rosa se une desde esta ciudad a quienes siglo tras siglo han ondeado la bandera de Antígona en nombre de nuestra dignidad. De la Rosa escribió Antígona: las voces que incendian el desierto basándose en las piezas de Sófocles, Anouilh y Brecht y ha dirigido uno de los mejores montajes políticos que se recuerdan en Juárez durante una década. Para ello, como es natural, ha tenido que asumir el riesgo de transformar una premisa de la obra: Polinices pasa a ser una obrera asesinada cuyos restos rumian su rabia, junto con los de otras víctimas, en la morgue de Tebas. El rey Creón se niega a devolver esos restos para que su hermana Antígona les dé justa sepultura. Creón prohibe la sepultura para negar la existencia de un asesinato sistemático de mujeres que manchan el buen nombre de Tebas. A pesar de que con la adaptación quedan elementos dispersos que nunca podrán ser entendidos por el espectador no versado en los clásicos (¿De qué sirve en este contexto hablar del linaje de un tal Edipo? ¿Por qué Creón asegura que Antígona tiene sangre real? ¿Por qué se enamoraría el hijo del rey de la hermana de una simple obrera?), el montaje consigue con fuerza sus objetivos: reflejar el conflicto entre lo justo y lo legal, encarnado en este caso en un tirano megalómano (excelente Marco Antonio García interpretando con gran fuerza al rey Creón) y plantear el debate, no menos importante, entre quienes luchan por la verdad y la justicia y quienes prefieren vivir acatando las leyes de los tiranos (representado en el agón trágico entre Antígona y su hermana Ismene).
La dirección de Perla de la Rosa es excelente, como también la capacidad de César Cabrera para diseñar una escenografía sugerente y poco recargada donde el diseño de iluminación de Daniel Miranda crea a veces angustiosas atmósferas. Esta Antígona brinda a Juárez la fuerza y belleza de la tragedia antigua: el diálogo entre Antígona e Ismene es una de las cumbres de la literatura dramática clásica, de la cual María de la Luz Delgado (vigorosa y convincente Antígona) y Amalia Molina (siempre elegante, firme y precisa) salen muy airosas, dando un sonoro bofetón en el rostro a quienes creen que en Juárez no se cultiva el talento teatral.
Antígona es una obra moderna y antigua a la que escenografía y vestuario conceden un aire extraño, como si la historia transcurriese en un universo paralelo o en una Tebas post-apocalíptica. El coro clásico, la conciencia de la vieja y moderna polis, es evocado con acierto en su personaje por Perla de la Rosa, actriz que en este montaje luce más en las labores de su arriesgada y conseguida dirección. Hay escenas que quedarán prendidas en la retina durante un buen tiempo: Antígona buscando el cadáver de su hermana en la tenebregosa morgue, o Creón descendiendo de las alturas dentro de un simbólico y gigantesco tambo de basura plateado para arengar a los ciudadanos, son momentos de gran intensidad que sólo actores diestros pueden resolver sin que se descubra la trampa y el cartón. Algunas partes captan enseguida el interés del espectador por su cercanía con nuestro entorno, como es la escena inicial donde Isabel y Elena hallan el cadáver de su hermana (Liliana González y Gabriela Beltrán transmiten vívidamente la angustia de sus personajes, y nos contagian de ella), mientras que otras consiguen ese famoso distanciamiento mediante el cual, asistiendo a una representación donde se nos habla de viejos relatos griegos, se consigue que las historias antiguas nos transmitan historias y sentimientos de esta ciudad que habitamos. Perla de la Rosa y el resto del elenco (Cecilia Bueno, Valta Ortega y Gabriel Reyes completan un reparto entrenado) pueden estar contentos: han vuelto a demostrar que los muertos todavía nos explican. Esos muertos del siglo V ateniense en cuyos ojos todavía podemos ver reflejados a nuestros tiranos y a nuestras muertas sembradas en el desierto.
Antígona: las voces que incendian el desierto. Autoría y dirección de Perla de la Rosa. Compañía Telón de Arena. Hasta el 7 de noviembre en el Teatro de la Asegurada (Calles Panamá y 20 de noviembre). Para más información, consulta http://telondearena.com/.
Antígona: los muertos todavía nos explican
La vida del poeta trágico ateniense Sófocles recorre todo el siglo V a. C. No fue un siglo cualquiera dentro del curso de la Historia, sino el siglo en el que se asentaron las bases de nuestra civilización, que llamamos “occidental”. Mexicanos, españoles, estadounidenses, franceses o italianos y etcétera compartimos rasgos de identidad cultural porque aquel siglo V vio florecer y expandirse los cimientos del mundo que hoy conocemos. La palabra “democracia” no existiría si no hubiera sido creada y ejercitada por los atenienses, y su crisis eterna no nos dolería tanto. Nuestro cine no sería como es si no tuviera sus raíces en la producción dramática de Esquilo, Sófocles y Eurípides y en el análisis teórico que sobre estos autores escribió Aristóteles. Nuestro arte de vanguardia no sería “vanguardista” en oposición a un canon clásico que expandió la Atenas del siglo V a.C. y que continúa vigente desde hace veinticinco siglos. Nuestras novelas no existirían si el trágico Eurípides no hubiese ejecutado la transición de la tragedia al melodrama en que se basaron las primeras novelas griegas. El derecho, la oratoria, la filosofía o la arquitectura no son así porque así se encuentren en la naturaleza, sino porque Atenas, durante el siglo V a.C., fue el crisol de todas ellas y las hizo universales. Y las hizo universales porque tuvo el poder en la mano para desarrollarlas e imponerlas como un progreso humano. Y sin embargo, todo esto estuvo a punto de no suceder nunca. Si en la primera gran guerra “mundial” de ese siglo V, la de los griegos comandados por la demócrata Atenas contra los persas, hubiesen vencido estos últimos (como aseguraban todos los pronósticos), Atenas no hubiese tenido más democracia, y sin democracia no hubieran podido desarrollarse el derecho, ni el arte, ni el drama, ni la filosofía. Nuestro canon clásico ya no sería el de orígenes atenienses, sino orientales, y todos nos identificaríamos mucho más con Bin Laden que con el David de Miguel Angel. A pesar de que la historia-ficción no es ciencia, y sólo un novelista deicida emprendería la escritura de una historia de nuestra civilización si en aquella batalla de Salamina (480 a.C.) hubiesen vencido los persas, lo cierto es que sin aquellos griegos de Salamina nosotros no seríamos como somos. Sencillamente, no existiríamos.
Sófocles, el autor de Antígona, fue uno de aquellos griegos que combatieron en Salamina y murió nonagenario después de haber tenido una de las vidas más plenas y dichosas que pueden ser vividas. En una de sus siete tragedias conservadas, Antígona, planteó el conflicto entre el derecho natural y el derecho legal, entre justicia y despotismo. El rey de Tebas, Creón, dictamina que el cadáver de Polinices (quien pertenecía a la anterior familia real) no puede ser enterrado so pena de muerte. Antígona, hermana de Polinices, opta por la muerte tras violar la ley y enterrar a su hermano para enfrentarse al déspota que gobierna apelando siempre al bien común de los ciudadanos.
Veinticinco siglos después, la actriz y directora juarense Perla de la Rosa se une desde esta ciudad a quienes siglo tras siglo han ondeado la bandera de Antígona en nombre de nuestra dignidad. De la Rosa escribió Antígona: las voces que incendian el desierto basándose en las piezas de Sófocles, Anouilh y Brecht y ha dirigido uno de los mejores montajes políticos que se recuerdan en Juárez durante una década. Para ello, como es natural, ha tenido que asumir el riesgo de transformar una premisa de la obra: Polinices pasa a ser una obrera asesinada cuyos restos rumian su rabia, junto con los de otras víctimas, en la morgue de Tebas. El rey Creón se niega a devolver esos restos para que su hermana Antígona les dé justa sepultura. Creón prohibe la sepultura para negar la existencia de un asesinato sistemático de mujeres que manchan el buen nombre de Tebas. A pesar de que con la adaptación quedan elementos dispersos que nunca podrán ser entendidos por el espectador no versado en los clásicos (¿De qué sirve en este contexto hablar del linaje de un tal Edipo? ¿Por qué Creón asegura que Antígona tiene sangre real? ¿Por qué se enamoraría el hijo del rey de la hermana de una simple obrera?), el montaje consigue con fuerza sus objetivos: reflejar el conflicto entre lo justo y lo legal, encarnado en este caso en un tirano megalómano (excelente Marco Antonio García interpretando con gran fuerza al rey Creón) y plantear el debate, no menos importante, entre quienes luchan por la verdad y la justicia y quienes prefieren vivir acatando las leyes de los tiranos (representado en el agón trágico entre Antígona y su hermana Ismene).
La dirección de Perla de la Rosa es excelente, como también la capacidad de César Cabrera para diseñar una escenografía sugerente y poco recargada donde el diseño de iluminación de Daniel Miranda crea a veces angustiosas atmósferas. Esta Antígona brinda a Juárez la fuerza y belleza de la tragedia antigua: el diálogo entre Antígona e Ismene es una de las cumbres de la literatura dramática clásica, de la cual María de la Luz Delgado (vigorosa y convincente Antígona) y Amalia Molina (siempre elegante, firme y precisa) salen muy airosas, dando un sonoro bofetón en el rostro a quienes creen que en Juárez no se cultiva el talento teatral.
Antígona es una obra moderna y antigua a la que escenografía y vestuario conceden un aire extraño, como si la historia transcurriese en un universo paralelo o en una Tebas post-apocalíptica. El coro clásico, la conciencia de la vieja y moderna polis, es evocado con acierto en su personaje por Perla de la Rosa, actriz que en este montaje luce más en las labores de su arriesgada y conseguida dirección. Hay escenas que quedarán prendidas en la retina durante un buen tiempo: Antígona buscando el cadáver de su hermana en la tenebregosa morgue, o Creón descendiendo de las alturas dentro de un simbólico y gigantesco tambo de basura plateado para arengar a los ciudadanos, son momentos de gran intensidad que sólo actores diestros pueden resolver sin que se descubra la trampa y el cartón. Algunas partes captan enseguida el interés del espectador por su cercanía con nuestro entorno, como es la escena inicial donde Isabel y Elena hallan el cadáver de su hermana (Liliana González y Gabriela Beltrán transmiten vívidamente la angustia de sus personajes, y nos contagian de ella), mientras que otras consiguen ese famoso distanciamiento mediante el cual, asistiendo a una representación donde se nos habla de viejos relatos griegos, se consigue que las historias antiguas nos transmitan historias y sentimientos de esta ciudad que habitamos. Perla de la Rosa y el resto del elenco (Cecilia Bueno, Valta Ortega y Gabriel Reyes completan un reparto entrenado) pueden estar contentos: han vuelto a demostrar que los muertos todavía nos explican. Esos muertos del siglo V ateniense en cuyos ojos todavía podemos ver reflejados a nuestros tiranos y a nuestras muertas sembradas en el desierto.
Antígona: las voces que incendian el desierto. Autoría y dirección de Perla de la Rosa. Compañía Telón de Arena. Hasta el 7 de noviembre en el Teatro de la Asegurada (Calles Panamá y 20 de noviembre). Para más información, consulta http://telondearena.com/.
jueves, octubre 28, 2004
JASÓN Y LOS ARGONAUTAS
Siempre da gusto ver película de aventuras de las de antes. Me refiero a ese cine hollywoodense bien hecho que alcanzó su mayor gloria en los años 50, con genios como Raoul Walsh, Jacques Tourneur o Fritz Lang al frente de producciones para toda la familia, banda sonora deslumbrante, cinemascope y technicolor de colores irreales y rabiosos, guiones llenos de episodios trepidantes. Me refiero a películas como El hidalgo de los mares, de Walsh, o La mujer pirata, de Jacques Tourneur, por dar dos ejemplos entre cientos. Da gusto, de vez en cuando, recuperar alguna de estas joyas o joyitas que aún no se han visto, y gozarlas con la misma mirada limpia con que uno contempló estos filmes en la adolescencia. En este ocasión he visto Jasón y los argonautas, película célebre por los efectos especiales de Ray Harryhausen, un hombre que entre los años cincuenta y setenta colaboró en un puñado de films que todavía resisten bien el paso del tiempo. Estamos hablando, claro, de efectos especiales anteriores a la época digital: artesanales, realizados con mucho ingenio, paciencia y meticulosidad, moviendo laboriosamente las articulaciones de los muñequitos para filmarlos en tomas fijas que luego se llenarían de movimiento gracias al milagro de las 24 imágenes por segundo. Tienen esa calidez de los viejos tiempos, ese genio manual y ese talento infinito de este Prometeo hollywoodense que fue Ray Harryhausen.
En este caso la película retoma la mitología griega, que volvería a darle notables resultados en Furia de Titanes (Clash of the Titans, 1981). Los actores y la dirección no van más allá de lo correcto (destaca especialmente Nigel Green como Hércules), pero esto ya es bastante en una producción donde la gran estrella son los efectos especiales de Harryhausen: ese combate a espada de Jasón con un tropel de esqueletos, o Tritón surgiendo de las profundidades marinas para evitar que un alud de rocas hunda la nave Argo (ésta es mi escena favorita, junto a aquellas que reflejan la vida cotidiana en el Olimpo) tienen una contundencia primitiva que las emparenta directamente con la contundencia de los antiguos mitos. La épica banda sonora de Bernard Herrman y la fotografía en Eastmancolor otorgan al conjunto una majestuosidad que rezuma el sabor de toda una época desaparecida del mejor cine de serie B. La modosita Medea interpretada por Nancy Kovack es literalmente devorada por la despampanante Honor Blackman (Pussy Galore en Goldfinger), que presta su cuerpo y expresivo rostro a una Hera más graciosa y guapetona de como nos la presentan las fuentes literarias clásicas.
Jasón y los argonautas (Jason and the Argonauts, 1963). Dirección: Don Chaffey. Escrita por Beverly Cross y Jan Read. Fotografía en Eastmancolor de Wilkie Cooper. Música de Bernard Herrmann. Producción de Charles H. Schneer y Ray Harryhausen. Con Todd Armstrong (Jasón), Nancy Kovack (Medea), Gary Raymond (Acasto), Larurence Naismith (Argos), Niall McGuiniss (Zeus), Michael Gwynn (Hermes), Honor Blackman (Hera), Nigel Green (Hércules). USA-UK. 103 minutos. (***)
martes, octubre 26, 2004
MILO MANARA: LA METAMORFOSIS DE LUCIO
Como muchos otros españoles fagocitadores de tebeos, conocí a Milo Manara a principios de los años 80. En mi caso concreto, gracias a la excelente revista Tótem, verdadero parteaguas del tebeo de calidad europeo en España, casi todo prohibido durante el franquismo. Yo, personalmente, le descubrí por sus historias cortas y por El Clic, una buen tebeo que dignificaba el subgénero de la comedia erótica y que más tarde se ha convertido en aburrida y facilona serie tan llena de epígonos como Emanuelle, y cualitativamente degenerativa en proporción inversa al número romano que colea al final del título. Dibujante superdotado, sus chicas esplendorosas le dieron una justa fama universal y le marcaron claramente el camino de la felicidad. Después de obras maestras escritas por Hugo Pratt (Verano indio, Las aventuras de Giuseppe Bergman), de experimentos discutibles pero muy interesantes (Viaje a Tulum, escrita por Federico Fellini) y otras obras siempre muy bien dibujadas, Manara se dio cuenta de que lo suyo era tirar por el camino fácil, cliquear hasta el delirio y dibujar señoritas estupendas como Dios las trajo al mundo sin importar el guión ni el McGuffin. A veces, basta su mera presencia con los pinceles para que una obra se venda como churros (El arte del spanking). A vivir, que son dos días, parece haber pensado Manara. Y es que lo reprochable no es que se haya perdido en su propio laberinto de fantasías y fantasmas sexuales (como fue el caso de mi querido Guido Crepax), sino que se haya aficionado tanto al dinero fácil ganado con obra más fácil todavía.
Me había desinteresado por Manara durante al menos una década (aunque debo reconocer que su Clic II fue la primera obra que yo leí directamente en francés, y no por el francés para el francés) hasta que cayó en mis manos La metamorfosis de Lucio. Un tebeo de Manara basado en el gran clásico de la literatura latina, la novela El asno de oro de Apuleyo. Esto había que comprarlo, y eso hice.
Me acabo de chutar La metamorfosis de Lucio y me ha divertido enormemente. Del dibujo, mejor no hacer literatura: soberbio, como todo Manara. Este hombre es un especialista en dibujar chicas, pero sólo porque es un dibujante superdotado capaz de recrear en La metamorfosis de Lucio todo el mundo romano con una documentación y un realismo poético que le permiten a uno poder viajar en el tiempo y reencontrarse con una civilización desaparecida recreada con tanta naturalidad como si dibujara la nuestra, con sus ambientes y contrastes. Tira un poco de la postal de época, es cierto, pero el postalismo de Manara es gloria para la vista.
¿Y dónde queda Apuleyo? Bueno, en un tebeo de 56 páginas no se puede sintetizar la gloria de un clásico de la novela. Para eso, mejor recurrir al clásico, sobre todo en latín, o en las buenas traducciones de la Gredos o Cátedra. Olvídense de ver recreada la parte más famosa de la novela, la llamada fábula de Eros y Psique. Manara no se mete en berenjenales culteranos y se ciñe a la anécdota: Lucio quería transformarse en ave, y por imprudente acabó convertido en burro. El momento climático vendrá cuando el burro Lucio fornique con una bella matrona romana. ¿He dicho que este tebeo está escrito y dibujado por Manara? Pues sobran las explicaciones. Poco Apuleyo, mucho plebeyo, un costal de Pompeya y una miaja de Fellini para un tebeo regocijante, ciertamente intrascendente para la posteridad, pero exquisitamente dibujado.
Milo Manara, La metamorfosis de Lucio (La Métamorphose de Lucius, 1999). Edición en español de Norma Editorial (2000). Para ver más reproducciones originales de Verano Indio, clica aquí.
lunes, octubre 25, 2004
RETRATO DE GEORGE W. BUSH POR ALEX ROSS
Todos los emperadores y reyes han sido retratados por grandes pintores. Los grandes museos del mundo rezuman cretinos inmortalizados por grandes artistas plásticos. Y en honor a la verdad, no sólo cretinos, pues también ha habido emperadores y reyes memorables. Esta imagen circuló ayer lunes por internet. Yo la he tomado de La cárcel de papel, aunque ha sido reproducida en otras bitácoras, diarios o blogos. El artista es el gran Alex Ross, cuyo hiperrealismo molesta a muchos. Sin embargo, se trata de una de las referencias fundamentales del cómic norteamericano contemporáneo. Yo disfruté mucho con su Marvels, por ejemplo. Y es que Ross es más pintor que comiquero, más palaciego que pintor de ajenjo y ventolera de aspas de molino rojo. No en vano es el gran pintor de los grandes tebeos “pintados” de Marvel y DC, donde este artista cincela y relame la belleza de los grandes dioses de la moderna cultura popular. Esta imagen en concreto fue publicada hace pocos días en la revista nortemericana Village Voice. También un emperador como Bush merece un artista como Alex Ross.
domingo, octubre 24, 2004
ARCHIVO: EL TIEMPO DE LOS CARNICEROS
Dentro de poco padeceremos las consecuencias de las elecciones presidenciales en el Imperio. A estas alturas todavía no parece haber un claro ganador, pero lo que sí parece un hecho es que, gane Bush o gane Kerry, la situación en Irak va a continuar siendo un desastre y va a afectar nuestro futuro. En su momento publiqué mi opinión sobre lo que pensaba de la invasión de Irak. Quizá porque quise decir lo que en su momento sentí que debía ser dicho, estoy orgulloso de este artículo hasta el punto de ser lo único que salvaría de cuanto he publicado. Es un panfleto, sí, pero no me avergüenzo. Se trataba de hablar de tebeos para opinar sobre la invasión, así que no me costó trabajo encontrar a Spiegelman y Sacco como excusa. Los tebeos (o el cine, o la literatura) no son más que una excusa para hablar sobre la vida. Mi artículo El tiempo de los carniceros se publicó en el número 182 de el semanario El Reto, el 18 de abril de 2003. No he cambiado de opinión al respecto.
El tiempo de los carniceros.
Insensato aquel de los mortales que destruye sin dejar piedra sobre piedra ciudades, templos, tumbas, santuarios de los difuntos: por entregarlos a la soledad, él mismo consigue su posterior destrucción.
Eurípides, Troyanas, vv. 97-99.
Vivimos tiempos de cómic, señores, y nos gobiernan personajes de cómic, pero de cómic malo que apesta. Cuando en España vemos una película de buenos y malos —una hollymemez del tipo Schwarzenneger— pensamos: “Parece un cómic malo”; es decir, algo sin contenido sustancial, lleno de explosiones y balaceras, buenas piruetas y mejores tetas (las de la actriz mamasita de turno, lujoso florero y reposo del guerrero).
Eurípides, Troyanas, vv. 97-99.
Vivimos tiempos de cómic, señores, y nos gobiernan personajes de cómic, pero de cómic malo que apesta. Cuando en España vemos una película de buenos y malos —una hollymemez del tipo Schwarzenneger— pensamos: “Parece un cómic malo”; es decir, algo sin contenido sustancial, lleno de explosiones y balaceras, buenas piruetas y mejores tetas (las de la actriz mamasita de turno, lujoso florero y reposo del guerrero).
La horrible carnicería de Irak de la que estamos siendo testículos (etimológicamente, testículos quiere decir ‘testigos de la virilidad’, que en este caso es la virilidad de los carniceros) ya tiene un claro y descalabrado perdedor, y ese perdedor es Estados Unidos. No los Estados Unidos de los victoriosos carniceros, a quienes podemos reconocer fácilmente por lo mal dibujados que están, como los personajes de tebeo malo que son, sino los Estados Unidos de quienes han protestado contra esos mismos carniceros, los Estados Unidos de los derechos civiles. La legalidad internacional, la libertad de expresión y la dignidad de la vida humana son tres chicuelas que se fueron juntas al baño y todavía no vuelven; mientras tanto, el fantasma del senador McCarthy baila el aserejé por CNN.
Todas aquellas cosas por las cuales casi todos somos un poco americanos, digámoslo sin vergüenza, ahora no valen ni lo que cuesta un burrito de virutas de sarcófago irakí. Es de tebeo malo que haya comenzado esta carnicería con la monserga de que Hussein almacena armas de destrucción masiva que constituyen una amenaza mundial; es de tebeo malo que me quieran vender el cuento de que Hussein utiliza dobles para que los aliados “decapiten” huseínes como pollos mientras más huseínes se pasean por Bagdad en loor y olor de multitudes. Es propio de un mal tebeo que el artífice de esta carnicería de menudillos de irakíes contrate a guionistas tan malos para que le escriban diálogos llenos de manidas expresiones sacadas del cofre de la abuela como “ejes del mal”, o como“quien no está conmigo está contra mí”. Es de tebeo que Washington quiera disfrazar la matanza de civiles inocentes argumentando que Hussein los obliga a servir de escudos humanos. Es de tebeo malo hablar de bombas “inteligentes”, de guerra “ecológica” y de fuego “amigo” —bajo el cual ya han muerto once periodistas occidentales—. Es de tebeo malo que en nombre de la Libertad y de la Democracia (palabras que de tan manoseadas lucen ahora más sucias que un palo de gallinero) los carniceros nos quieran presentar esta miserable carnicería como la “liberación” de una nación, ciertamente oprimida por Hussein, pero también por las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a este pueblo desde la primera guerra del Golfo. Visto por televisión, recuerda a un mal tebeo contemplar a estos “aliados” diezmar irakíes como cuando en los tebeos malos y en las películas de los años cincuenta veíamos a las naves extraterrestres aniquilar norteamericanos y derrumbar sus edificios públicos. Ahora, curiosamente, los extraterrestres con sus maravillosas naves y sus misiles perfumados son ellos mismos, y resulta que la mayor parte de los norteamericanos se ha convertido en un pueblo extraterrestre, y nos pasó de noche. Ya hubo una película clásica que abordaba este tema: ‘The Invassion of the Body Snatchers’, del gran Don Siegel. Los extraterrestres suplantaban a los norteamericanos poco a poco, y un buen día te levantabas de la cama y te encontrabas con que tu propia esposa, pácatelas, había sido suplantada por una extraterrestre. Vivimos tiempos de cómic malo, de cine malo, de novelería barata, llenos de mentiras, lugares comunes y feos monos pintados en los papeles: el cristiano fundamentalista Bush —el Hombre que Nunca Debió Reinar—; el relamido Tony Blair; José María Aznar, tonto útil de este trío de mosqueteros que nos avergüenza a los españoles, a pesar de que el noventa y uno por ciento estemos en contra de esta guerra); el draculino Rumsfeld, conde de los Cárpatos pentagonales; un Colin Powell que parece escapado de la película I Walked With a Zombie; y la patibularia Condoleeza Rice, a quien alguien una vez dijo que qué bonitas piernas tienes. Y por supuesto, Saddam —o cualquiera de sus dobles, clones, siameses o sosias—, con ese aire que tiene siempre de pasado de cervezas y amanecido en cantinas. Aunque sea con Chirac, menos mal que siempre nos quedará París, que dijo Bogart en ‘Casablanca’. Vive la France!
Mas como aquí no queremos hablarles de malos cómics, pero es cierto que el derecho a la disidencia ha desaparecido en Estados Unidos, queremos poner énfasis en la realidad de que los carniceros no representan la mentalidad de todos los estadounidenses, y que entre ellos quedan ciudadanos comunes, pensadores y artistas quienes, por su punto de vista crítico y personal, sufren un ostracismo que, poco a poco, va convirtiéndose en costumbre sobre las ruinas del país que un día lo fue de la libertad. Y que toda esta barbarie suceda desde los Estados Unidos, y con la complacencia de una inmensa parte del pueblo norteamericano, debe preocuparnos porque, nos guste o no, Estados Unidos ha sido timón del bajel de nuestra civilización durante el siglo XX, y el hecho de que los fundamentalistas carniceros ondeen ahora la bandera de la muerte y de la represión debe inquietarnos. Vamos a mencionar a un par de artistas no alineados, francotiradores de la inteligencia cuya obra es de lectura siempre estimulante, pero mucho más en estas fechas. Prometo volver a ellos en el futuro.
Empecemos con el norteamericano Art Spiegelman, cuya obra maestra, ‘Maus’, ha sido el primer cómic de la historia en ganar el Premio Pulitzer de literatura en 1992. No es éste el momento adecuado para hacer un análisis de este fantástico cómic que transforma tu sangre en cubitos de hielo, pero sí una buena oportunidad para recomendar encendidamente su lectura en estos tiempos de ignominia y masacre. ‘Maus’, editada en dos tomos por Pantheon Books, es una obra sobre los recuerdos de los padres de Spiegelman, supervivientes de los campos de concentración nazis, quienes llegaron a Estados Unidos huyendo de los aullidos del espectro de sus recuerdos. Uno de los momentos más angustiosos de esta obra de fuerza demoledora narra, con vitriólica desolación que supura pus de vida, el suicidio de la madre de Spiegelman, ya en Estados Unidos, incapaz de continuar viviendo bajo el peso de sus recuerdos. Este grandioso artista, este narrador majestuoso y directo que eligió el cómic —el buen cómic, el gran cómic: intelectualidad y arte— como forma de expresión y sentido de su vida, recientemente se vio moralmente obligado a renunciar al ‘New Yorker’, prestigiosa revista literaria de Estados Unidos, al contemplar cómo ésta adoptaba una postura favorable a la guerra contra Irak. Ahora, desde un distanciamiento que le honra como a un gran norteamericano, está escribiendo y dibujando una novela gráfica donde analiza este tiempo de carniceros: “donde uno se siente amenazado igualmente por Bush y por Osama Bin Laden” (LA JORNADA, 16 de febrero).
Otro gran artista norteamericano es Joe Sacco, padre de un género que posiblemente ustedes no conocen: el cómic periodístico. Sacco es un periodista diferente porque es un artista singular: cuando quiere escribir sobre un conflicto, viaja a ese lugar, se mezcla entre la gente, convive con ella y toma notas. Cuando regresa a Estados Unidos, escribe y dibuja un cómic sobre lo que ha visto y vivido. Los resultados son puro periodismo, pero también puro arte. Tras vivir el horror de la guerra de Bosnia, Sacco publicó su magnífica ‘Gorazde. Zona protegida’, y de sus experiencias en Jerusalén, Cisjordania y la banda de Gaza nació una obra fundamental para entender el actual conflicto de Oriente Medio: ‘Palestina’, un volumen donde Sacco enfoca la mayor parte de las críticas contra el ejército israelí y los políticos que, con el carnicero Sharon a la cabeza, son artífices de la ignominia y de la muerte. Los resultados no se hicieron esperar en Estados Unidos, donde numerosas librerías boicotean la obra negándose a tenerla en sus estantes.
En este tiempo de carniceros no es cosa irrelevante o frívola hablar de cómics, como no debería serlo hablar de cualquier otro tema. Pero es verdad que ciertos hornos no están para ciertos bollos. Si usted quiere adentrarse en las densas páginas del tebeo de calidad, encierre a Superman y al Hombre Araña bajo siete llaves, porque éste no es tiempo para hablar de ellos, y seamos solidarios con las víctimas del espanto y de la infamia: no sólo con los irakíes que mueren como perros, sino también con las víctimas de la mordaza y el miedo en los Estados Unidos de América.
Art Spiegelman, ‘Maus I. My Father Bleeds History’; ‘Maus II. And my Troubles Began’. Pantheon Books. New York, 1992 (hay edición española en un solo tomo por Planeta-De Agostini).
Joe Sacco, ‘Palestina’. Fantagraphics Books. Seattle, 2001 (también hay edición española en Planeta-De Agostini).
jueves, octubre 21, 2004
INFLANDO BLOGOS
Hoy he pasado un gracioso ratón actualizando linkazos a otras bitácoras (o diarios) en la sección Un blogo, dos blogos, tres blogos... de la barra lateral. Un poco de todo, como debe ser. Hay blogos frescos y expansivos como buen champlán (El bar de Milena) y otros introspectivos (Desde el pasado a la eternidad, de Flor Ariana Garfio). Silvamán es un poeta y superhéroe juarense, valga la redundancia (en Ciudad Juárez todos los poetas son superhéroes). La Maga Kenia, misterioso personaje, es una Hécate con sentido del humor que debería publicar su blogo en pantalla de papel cuché. Noveno Arte es una bitácora con intereses gemelos: cine, literatura, tebeos (el noveno arte es el cómic, queridos). En El Blog Ausente podrás encontrar reseñas de las mejores películas entre la serie B y la Z, acompañadas de sus preciosos y muy curiosos carteles. Entre las rarezas y animales insólitos, podrás encontrar el blog de Quentin Tarantino, donde el peculiar director dicta de vez en cuando a su secretaria respuestas para sus fans. ¡A ver cuándo se anima David Lynch!
El novelista español Javier Marías y Eduardo Haro Tecglen vierten en su bitácora (o les vierten, como en el caso de los nietos de Haro) los artículos que publican en la prensa internacional. Eduardo Haro se encuentra entre lo poco rescatable en la actualidad de las páginas del periódico hoy llamado el Club de los Mejor Informados de Internet (previo pago VISA). El último vestigo de la verdadera izquierda en uno de los mejores periódicos de derechas del mundo (será porque vivir es de derechas, estar muerto de izquierdas).
Por último, he añadido un enlace en Literatura y Bibliotecas a la columna semanal de Arturo Pérez-Reverte, ese cartagenero vocinglero y lenguaraz que escribe libros tan disfrutables como La reina del sur o El club Dumas y que arremete contra cuanto no le gusta desde las páginas de El Semanal. Que no le callen nunca, aunque se equivoque o disparate. Suscribo aquí una y mil veces la frase de Voltaire: “No comparto lo que dices, pero daría mi vida por defender tu derecho a seguir diciendo lo que dices”.
martes, octubre 19, 2004
MATRIMONIO A LA ITALIANA
Tenía ganas de volver a recrearme con doña Sofía Loren y me enchufé este entretenimiento dirigido por Vittorio de Sica en 1963. La película fue candidata al Oscar, premio que no ganó. A pesar de contar con la siempre elegante (por decir poco) Sofía Loren y el atinadísimo Marcello Mastroianni, la película no pasa de ser una comedia sentimental bastante trasnochada sobre la puta de buen corazón que se enamora del gallardo calavera, la trae de manita sudada durante dos décadas y hasta le planta un hijo. Al final, cosa inverosímil a mi entender, la otrora puta buena (ahora matrona regenerada) consigue no sólo casarse por la iglesia con el gallardo calavera, sino que éste adopte a sus hijos. Si películas como esta fueron creíbles alguna vez, lamento haber crecido en estos tiempos cínicos. Como Sofía Loren es capaz de alegrar el ojo más beodo de cataratas, aquí pego este cromo de la bella donna.
Matrimonio a la italiana (Matrimonio all´italiana, 1963). Dirección: Vittorio de Sica. Guión de Renato Castellani, Antonio Guerra, Leo Benvenuti y Piero de Bernardi; basado en la obra de Eduardo De Filippo. Música de Armando Trovajoli. Fotografía de Roberto Gerardi. Con Sofía Loren, Marcello Mastroianni, Marilú Toló, Aldo Puglisi. Coproducción Italia-Francia. 95 minutos.
lunes, octubre 18, 2004
MULHOLLAND DRIVE
Había olvidado lo requetemuchisísimo que me gustaba David Lynch. Aparte de El hombre elefante (película que me encanta y que en su tiempo vio todo el mundo), Lynch consiguió estremecerme con su opera prima, Cabeza borradora, y luego continuó insuflándome su poderoso maleficio con otras películas como Terciopelo azul o Corazón salvaje. Incluso la problemática y no conseguida Dune tiene momentos de inspiración notables. Y sobre todo, fue el artífice de una de las historias más alucinantes jamás rodadas para ese formato popular que es la serie de televisión. ¿Cómo olvidar el embrujo de Twin Peaks y el misterio del asesinato de Laura Palmer? Muchos de los mejores momentos de mi época de universitario se los debo a Lynch. Ver Twin Peaks y su versión estándar para el cine que es Fuego camina conmigo puede ser toda una lección de civilización: uno comprende cómo es imposible compendiar en dos horas toda la magia exhuberante y la poesía atroz de su inolvidable serie. Ver Fuego camina conmigo es llorar. Lo llamo lección de civilización porque uno comprende que la herencia de nuestra cultura no es más que escombros de cuanto se perdió por el camino. Éste podría ser un ejemplo ilustrativo, y sobre todo, fácilmente contrastable.
Me habían alertado con respecto a Mulholland Drive: “Ininteligible. Irritante. Me fui enfadado a mi casa”. Incluso en los extras del deuvedé que he visto la misma Naomi Watts (excelente en su doblete de Betty y Diane) intentaba justificar la complejidad argumental de la película con razonamientos del tipo: “¿Quién quiere entenderlo todo? Somos adultos para interpretar por nosotros mismos. Llévate la película a casa y piensa en ella”. Bueno, yo estoy de acuerdo con estos argumentos, pero desgraciadamente el populacho quiere pensar por su cuenta lo menos posible. Quizá por esto mismo no abundan los directores intuitivos, poéticos y simbolistas como Lynch.
A pesar de los agoreros, he disfrutado mucho viendo Mulholland Drive. Incluso disiento de quienes la consideran película oscura e ininteligible, pues yo creo haberla entendido meridianamente. Está absolutamente claro que el epicentro de confusión procede de que una misma actriz interprete dos personajes, pero esto es comprensible a partir de que esos dos personajes encarnan un símbolo o arquetipo: la mujer, casi muchacha, que sueña con conquistar la fama hollywoodense y que se convierte en mujer (casi muchacha) enamorada, usada y olvidada por esa viuda negra maravillosa que es Rita/Camilla, interpretada por la paseña Laura Elena Harring, una mujer de bandera a quien David Lynch ya ha encumbrado al Olimpo de mujeres fatales de la historia del cine. Y no es para menos, oigan, vaya con mi vecina la del Chuco. Too much burrito fiesta.
Lógicamente, una película que proceda de Lynch tiene sus bemoles. Como Buñuel, Lynch es poeta antes que simple divulgador de miserias humanas. Lynch se expresa por medio de símbolos y de analogías extrañas que sólo es posible comprender en el conjunto de su obra, pues unas películas remiten a otras como es natural dentro de un universo poético y estético consecuente. A esto hay que añadir que la película iba para episodio piloto de serie de televisión, pero los panolis de la cadena ABC americana se hicieron pis encima cuando lo vieron. Como contestaron a Lynch que donde dije digo, digo diego, éste tuvo que hacer una carnicería con la historia completa para rodar una versión comprimida que se pudiera estrenar en cine. A pesar de tanto desaguisado, y a que existen numerosos símbolos y elementos oníricos y simbólicos que no se entienden en un primer visionado (y quizá no se entiendan nunca), la película es una gozada estética, y ganó con toda justicia numerosos premios internacionales.
Como siempre, todo remite al mito o al cuento popular. La narrativa de todo tiempo bebe de lo religioso y lo sagrado, así como de lo popular y lo prosaico. Hay algo en esta película de cuento popular invertido, y hasta corrupto: es fácil identificarse con la jovencita inocente que llega a la ciudad de los grandes sueños y allí conoce a una mujer misteriosa que la introduce en el misterio de una vida y de una muerte, que es, claro, el misterio de la Vida y de la Muerte. Cuando Blancanieves se acostó con la madrastra, nació Mulholland Drive. Una película inquietante, hermosa, llena de figuras poéticas, incomprensible en muchos aspectos, pero profunda y diáfana en su simple trascendencia.
jueves, octubre 14, 2004
EL GUSTO POR LA MALDAD
Esta reseña de Torpedo fue publicada en El Reto el 14 de junio de 2002.
El gusto por la maldad.
En los años cuarenta del siglo pasado se consolidó uno de los géneros cinematográficos que han dejado una de las estelas más brillantes en el firmamento de la gran cultura: el cine negro.
La expresión cine negro fue acuñada en Francia en la década de los sesenta para establecer la equivalencia entre esta clase de películas y su referente inmediatamente anterior, la novela negra, que durante la década de los veinte y los cuarenta produjo un puñado de gloriosas obras firmadas por autores considerados por la intelectualidad de la época como escritores de segunda fila —todos ellos publicaban en revistas baratas llamadas genéricamente pulp porque estaban editadas en oscuro papel de pulpa, el más barato del mercado—, pero a quienes hoy el tiempo ha hecho justicia hasta figurar en letras de molde dentro de la historia de la literatura del siglo XX: ciertos pájaros de cuenta llamados Horace McCoy, James M. Cain, Dashiell Hammet, Raymond Chandler, David Goodis o Jim Thompson, son autores que relumbran con una oscura pero cegadora luz desde los fosos literarios del siglo XX.
Las expresiones cine negro y novela negra son, como digo, la traducción castiza de los términos film noir y roman noir, que si bien han tenido traducción directa y lozana al español, no la han tenido al inglés. En inglés se dejan los términos en francés, ya que por algo los franceses fueron los descubridores y panegiristas de una gran cultura americana —el jazz; los cómics; la teoría cinematográfica de autores y la reivindicación de los géneros menores; la novela negra—, pero también acuñaron un término para referirse a la misma: hard-boiled, esto es, de difícil cocción, duro. El origen del término serie negra procede de la Francia de mediados de los años cuarenta, cuando un astuto editor llamado Marcel Duhamel decidió inaugurar una colección dedicada a los autores duros del panorama americano, y para ello creó una colección de portadas oscuras a la que bautizó como la Série Noire. Debido al éxito de la colección el término novela negra se hizo genérico, y al adquirir en Francia visos de gran literatura, pronto contagió al mundo entero.
Tanto la novela como el cine negro eran una superación con creces del manido esquema, pero todavía popular en los tiempos que corren, de la clásica novela- problema al que bien sacaron su pringue autores como Agatha Christie, Stanley Gardner o S.S. Van Dine. Estos escritores presentaban crímenes que transcurrían en el alto mundo por el que suspiraban sus lectores y que generalmente eran resueltos por detectives geniales y extravagantes capaces de ver pruebas incriminatorias entre el grito de una lechuza en Birmingham y el asesinato de un aristócrata cometido en Stockton por medio de cerbatana malaya.
La novela negra, y su plasmación o influencia en algunas de las mejores películas de finales de los treinta y de toda la década de los cuarenta, presentaba con respecto a este modelo algunas variantes esenciales: los crímenes no transcurrían necesariamente en el Alto Mundo, y si lo hacían, los resolvía un detective remendón que ponía en la picota la higiene moral de las clases acomodadas; la novela negra, al contrario que la novela problema, que era pseudocientífica y eminentemente deductiva, hacía énfasis en los conflictos sociales y en la corrupción del sistema policiaco y legal, no siendo de extrañar cuando muchos de sus fundadores procedían de las filas de la izquierda nortemericana; la novela negra, al contrario que la novela-problema o novela-enigma, estaba escrita en un estilo ágil, duro y a menudo callejero al que, no en vano, buenos conocedores del inglés de Shakespeare supieron sacarle al idioma brillantes destellos de poesía urbana. Pero por encima de todo, la novela negra es grande porque sistemáticamente pone en duda la supuesta integridad del Sistema y la teórica bondad del ser humano. La novela-problema está directamente relacionada con la lógica filosófica, a la que manipula y homenajea, pero la novela negra está más relacionada con el aliento trágico de Edipo Rey y de Macbeth.
Desde aquel brillante periodo de pioneros hasta ahora, y consagrado el género como una de las grandes aportaciones del siglo XX, los arquetipos clásicos han ido evolucionando conforme la realidad de nuestro entorno se ha ido haciendo más dura, y en algunos casos los iconos clásicos de aquel tiempo han sido divertidamente parodiados —ahí tiene ¿Quién engañó a Roger Rabbit?—; pero lo que sí es cierto es que el género goza de muy buena salud, tanto en la novela como en el cine o el cómic. Su prestigio es tal que muchos autores serios no sólo han recurrido a sus registros elementales, sino que han desbordado las limitaciones que impone todo género para construir con ellos novelas que rebasan cualquier esquema hasta convertirse simple y llanamente en grandes novelas.
¿Es tan popular la novela negra en México como lo es en otras latitudes? Desgraciadamente, la respuesta es contundente: no. ¿Por qué? Quizá porque México vive inmerso en el universo de la novela negra, no como algo excepcional que viene a poner a prueba la limpieza del sistema, sino porque el sistema ya demostró hace tiempo haberse resquebrajado por todas partes. Muchos pensarán: ¿para qué voy a gastar el poco dinero que me queda después de pagarle a la Comisión Federal de Electricidad en comprar una novela donde me cuenten quién mató a quién entre las calles 28 de diciembre y la 34 de febrero, si para mi desgracia lo leo todos los días en los diarios? La reacción es lógica: no existe morboso gusto por la maldad libresca donde la maldad reina por todas partes; por otra parte, no es lo mismo. Cuando la constancia del crimen, de la corrupción y, en definitiva, de la imperfección humana abandonan la triste reiterada constancia de los diarios para transformarse en literatura, adquieren una dimensión poderosa y duradera que no tienen cuando son peregrina nota de las calamidades citadinas. Adquiere una repercusión, el arte las desprende de la grisedad de lo cotidiano para adquirir la contundencia de un martillo.
Antes he mencionado el gusto libresco por la maldad, e incluso, la parodia de los modelos clásicos de la novela negra. ¿Es posible la conciliación de ambas cosas? No sólo es posible, sino incluso cuando puede darse, es deseable, siempre y cuando parodiemos modelos que hoy están agotados y que responden a conflictos sociales y económicos ya lejanos. Lo contrario podría ser morboso e inquietante.
Basándose precisamente en los grandes autores de la novela negra y en la influencia que ésta tuvo en el mejor cine clásico de Estados Unidos tenemos a dos autores españoles que, desde hace más de veinte años, vienen haciéndose un hueco en las bibliotecas de los coleccionistas del mejor cómic mundial. Uno es guionista y se llama Enrique Sánchez Abulí; el otro es uno de los mejores moneros europeos y se llama Jordi Bernet. Ambos han creado la única serie europea cuyo éxito ha sido tan grande que por un tiempo consiguió tener su propio comic-book en Estados Unidos, un mercado casi absolutamente copado por los super heroicos volatineros. La serie se llama Torpedo, ha alcanzado su volumen número trece y éste se titula Cuba.
Torpedo nació como protagonista de su propia serie a principios de los años ochenta en historias autoconclusivas de siete u ocho páginas que se publicaban en la revista mensual Creepy, versión hispana del mítico título de la americana Warren Publishing que, en los años sesenta, se atrevió a publicar pepines para adultos desafiando al Comics Code Authority de siniestros orígenes macarthistas. Josep Toutain, el editor español de Creepy y referencia obligada de que hoy España sea uno de los grandes productores de la mejor narrativa gráfica del mundo —junto con Francia y Bélgica, Italia, Estados Unidos y Japón— queriendo dar un cambio de orientación a la revista y que ésta dejase de ser una publicación dedicada exclusivamente al género de terror, propuso al guionista Enrique Sánchez Abulí la creación de un personaje duro y sin concesiones dentro de la más auténtica tradición del género negro, y Abulí creó a Luca Torelli, conocido en el ambiente como Torpedo: un asesino a sueldo sin piedad, pudor ni respeto alguno por el ser humano. Un tipo capaz de violar, robar o matar sin un pestañeo. Pero además, Toutain guardaba un as en la manga: merced a sus muchos contactos y prestigio internacional —en los años sesenta, Toutain se hizo famoso por llegar a Estados Unidos con sus españolitos a colonizar el imperio y elevar notablemente el listón de la calidad—, había conseguido que toda una leyenda viviente del medio como Alex Toth se comprometiera a dibujar al personaje. Sin embargo, Toth sólo pudo dibujar las dos primeras historias, ya que la dureza de Torpedo (inusitada para la época) le planteó conflictos morales. Es entonces cuando el gran maestro se retira de Torpedo y éste es retomado a los pinceles (¡y qué pinceles!) por el catalán Jordi Bernet, segunda generación de moneros y, hoy, uno de los grandes maestros del dibujo europeo. Lo demás es historia: Torpedo se convierte en un boom, primero en España, luego en Francia y en el resto de Europa, hasta que en unos años consigue tener su propia revista en el mercado norteamericano.
Cuba es la última entrega del personaje, y de nuevo vuelve a hacerlo en el formato de historia larga, un formato que, para bien o para mal, se impuso cuando el personaje traspasó las fronteras y se convirtió en referencia internacional. Se trata de un relato de 46 páginas, editado con las características del formato europeo de álbum: buen papel, impresión de calidad en color y tapa dura por algo más de diez dólares. Torpedo y su compinche Rascal —el bufón oficial de la serie— llegan a Cuba con el encargo de asesinar a un gángster, ex amante de un capo de Nueva York. Después algunos cómicos encontronazos con el individuo y sus secuaces, el gángster será aniquilado por la guerrilla cubana comandada por Fortín, parodia de Castro. Por muy repulsivo que sea el personaje de Torpedo, en los últimos tiempos la dureza inicial ha ido desapareciendo para dejar paso al vodevil y a la parodia de las convenciones del género, característica que si bien está latente en toda la obra —ya que el escritor Enrique Sánchez Abulí es un maestro del retruécano y ha dado multitud de quebraderos de cabeza a los traductores— también es más acusada en los últimos tiempos. Abulí es mucho más que un guionista de pepines, es un escritor que en sus trabajos busca también una parodia de la cultura, tanto cinematográfica —ya evidente, a partir del tema— como literaria —alusiones paródicas a Kipling o a Graham Greene—. Los homenajes cinematográficos y al mismo medio comiquero (siendo uno de los mejores hallazgos de la obra el homenaje que hace el autor a los Dalton de la serie Lucky Luke, escrita en sus momentos de gloria por René Goscinny) no sólo son continuos, sino que engarzan los diversos episodios de un relato que, si bien no logra superar el prodigio de concisión que eran las historias cortas de Torpedo, sí sigue siendo una fuente de disfrute para el aficionado a la narrativa gráfica.
En el medio se dice que, cuando un guión es bueno, da igual que lo dibuje el hijo de cinco años del guionista porque el resultado será una buena obra. Es una exageración, claro, pero esconde dosis de verdad: si el medio es adulto, debe contar una historia que interese a adultos con un coeficiente intelectual normal, y esto es más importante que el dibujo. Cuando un guionista como Abulí cuenta, además, con un dibujante tan versátil con los trazos, sombras y volúmenes como lo es Bernet, los resultados son muy gratificantes. Existe entre ambos artistas una compenetración que, cuando se da entre artistas del medio, produce resultados excelentes, y éste es el caso, cuyo ejemplo climático sería la balacera entre mafiosos que se da en medio de un huracán, con todas las implicaciones de teatro del absurdo y homenajes cinematográficos que tienen lugar en apenas cuatro páginas: los hermanos Marx, Buster Keaton, Fellini...
Y tampoco puedo cerrar esta reseña sin mencionar un aspecto que ha dado fama mundial a Bernet: sus mujeres. Como decía el gran guionista francés Jean Michel Charlier, hay dibujantes que no saben dibujar mujeres, y dibujantes que aunque las dibujen bien no pueden inspirar nada con ellas, pero ese no es el caso de Bernet. Sus modelos, que son una estilización donde nada-falta-y-nada-sobra del prototipo impuesto por Rita Hayworth en los años cuarenta, no tienen desperdicio. Que Torpedo es un hijo de perra y un cerdo machista es algo en lo que todos estamos de acuerdo; en que las mujeres de Bernet son hermosas y justificarían por sí solas comprar sus tebeos si los guiones los escribiese su hijo de cinco años, también.
Enrique Sánchez Abulí y Jordi Bernet, Torpedo 1936: Cuba. Ediciones Glénat. Barcelona, 1996. [Serie Torpedo, 13].
martes, octubre 12, 2004
NO HAGAN RUIDO AL ENTRAR. BEBÉ DORMIDO.
Todavía hay buenas personas que insisten en traer criaturas a este valle de lágrimas. En este caso me toca muy de cerca, ya que el bebé que reposa en su colchón es Samuel Expósito Vigueras, mi sobrino. Nació el día 6 de octubre a las seis y diez de la tarde en la ciudad de Murcia, más allá de las turquesas cortinas. Sammy se adelantó por lo menos quince días. Se notaba que ya tenía ganas de divertirse con el tropel de juguetes que sus padres y su madrina le han comprado para que inicie su aprendizaje en esta vida, que comienza siempre con la muñequización. Seguramente le dijo a su madre y mi hermana: "Este arroz ya se coció. Aparta, que ahí voy". Y salió como una centella tocando el claxon para que todos se enterasen de su llegada.
Mientras el pequeño Samuel sigue durmiendo su largo sueño de los primeros días (esto de nacer es un follonazo), su hermana Selena cuida de él sin saber muy bien en qué lío la han metido sus padres. Ahora que se ha convertido en la mayor de la casa tendrá un montón de tareas en las que colaborar con sus papás. Venga, Selena, no te hagas la remolona, mujer, que tú también te vas a divertir.
Samuel saborea la primera chupeta de su vida y se anima a abrir los ojos de polluelo que no se entera todavía de qué trata todo esto. De momento los dos felices hermanos hacen buena pareja, ¿verdad?
Pues eso. Hoy no hay películas, ni libros ni tebeos. Estamos de alumbramiento a ambos lados de las turquesas cortinas, y un día es un día.
lunes, octubre 11, 2004
ROMPIENDO LAS OLAS
El amor es una enfermedad, y Rompiendo las olas (1996), de Lars Von Trier, confirma esta visión del amor como una entrega que puede arrastrar a la perdición. El amor, cuando se corresponde con esos sentimientos puros y extremos que nos legaron los poetas y sobre los que hemos construido nuestras filosofías de andar por casa (la casa de la vida) es una calamidad. Y lo es porque en no pocas ocasiones niega la propia vida por la vida de un amor, una persona que se convierte en receptáculo de nuestras ilusiones. Algo así le pasa a la entrañable Bess, quien por su afán de amar al marido que se le queda inválido, que se le muere (y al final, ni más invalidez y muerte que la de Bess), es capaz de arrastrar hasta lo más inviolable que existe en el ser humano: la carnalidad del alma, o idea propia del amor físico. Alma y carne son los temas de esta película donde amor y enfermedad (hermanos, símiles) son los protagonistas. Los personajes son solamente títeres de esta dramatización de uno de los grandes conflictos de la vida. Von Trier compuso una película honda y hermosa que forma parte de su Trilogía de la bondad (junto con Los idiotas y Dancing in the Dark), y es que sin la bondad de Bess, prácticamente inencontrable en este mundo, no existiría película. La actriz Emily Watson compone un personaje complejo, tierno y arrebatador con una soprendente cantidad y calidad de matices. Está bien sorprenderse de vez en cuando con este avejentado y prostituido nickelodeón. Hoy por hoy, Von Trier me sorprende como nadie, y ya me estoy volviendo adicto después de haber visto casi toda su filmografía. Esto me atemoriza un poco, pues temo enamorarme de su obra. El amor es una enfermedad, y Rompiendo...
Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1996). Dirección: Lars Von Trier. Escrita por Lars Von Trier y Peter Asmussen. Fotografía de Robby Müller. Música no original, de varios grupos de los 60 y 70.
Con Emily Watson, Stellan Skarsgard, Katrin Kardlidge, Jean-Marc Barr, Adrian Rawlins, Jonathan Hackett, Sandra Voe.
domingo, octubre 10, 2004
VIAJE AL FONDO DEL MAR
Dentro de muy poco, los niños ya no podrán ver esta película porque estará prohibida. Los meneos de cadera de Barbara Eden ya no son políticamente correctos en este mundo mundial de hipersensibilidades “de género”. Y no sólo esto: Walter Pidgeon y Peter Lorre fuman como chacuacos dentro de un submarino, imagínense. Para colmo, van a salvar al mundo destruyendo a beso de misil un cinturón de radiación que rodea la tierra, y esto les va a convertir en héroes. Madre mía, héroes que fuman... Sin excusas. Al calabozo, con Humphrey Bogart y Ricardo Vigueras.
La película, dirigida de manera anodina por Irwin Allen en 1961, parió una serie de televisión que muchos recuerdan con cariño y que yo no conozco. La peli es mona, aunque la pereza con que Allen la dirigió la ha vuelto tan vieja como los huesos de mi tatarabuelo. Recuerden, compadres, que viejo no es sinónimo de clásico. Uno no entiende qué hace aquí Joan Fontaine, gran dama del cine y Rebeca inolvidable dirigida por Hitchcock, interpretando la nada absoluta. Hasta Peter Lorre parece estar esperando la campana del recreo.
Hay una escena divertidísima. El almirante Nelson (Walter Pidgeon) defiende ante la ONU el bombardeo del cinturón radioactivo que ha elevado la temperatura de la tierra. La ONU le abuchea. Él, ni corto ni perezoso, los manda al carajo y afirma que sólo obedecerá órdenes del presidente de los Estados Unidos. Ya en 1961 la ONU valía menos que un duro de plomo. Aprendimos algo viendo Viaje al fondo del mar.
Viaje al fondo del mar (Voyage to the Bottom of the Sea, 1961). Dirección: Irwin Allen. Guión de Irwin Allen y Charles Bennett. Fotografía: Winton C. Hoch y John Lamb. Música: Paul Sawtell y Bert Shefter; canción de Frankie Avalon.
Con Walter Pidgeon, Joan Fontaine, Barbara Eden, Peter Lorre, Robert Sterling, Michael Ansara, Frankie Avalon. Color. Cinemascope. 105 minutos. Fox.
jueves, octubre 07, 2004
PALÉFATO Y LOS ALEGORISTAS
Pocas lecturas más divertidas en los últimos tiempos que la del griego Paléfato y sus secuaces, unos racionalistas que interpretaban los detalles más pintorescos de la mitología griega recurriendo a la alegoría con un sentido común aplastante. La lectura procede del valioso volumen de Sanz Morales ya mencionado al hablar de Partenio de Nicea. En este caso hablaremos de Paléfato, Heráclito y el llamado Anónimo Vaticano, donde se nos ofrecen interpretaciones alegoristas de los mitos. La identidad de Paléfato resulta escurridiza, pero se ha propuesto que fue un griego de Paros que vivió en tiempo de Alejandro Magno y fue discípulo de Aristóteles. Hay una noticia que relaciona a un tal Paléfato con Aristóteles, y en esta noticia hay mención explícita de que escribió una obra sobre relatos increíbles. A esto, además, se une el detalle de que Paléfato parece ser nombre parlante, ya que Aristóteles era aficionado a bautizar a sus discípulos con sobrenombres relacionados con sus inquietudes intelectuales. Paléfato vendría a significar “el que habla de cosas antiguas”.
Paléfato afirma en la introducción a su opúsculo Sobre fenómenos increíbles que muchas de las leyendas de la mitología son patrañas y distorsiones de la realidad. Paléfato presume de haber visitado personalmente los lugares donde transcurrió la acción y haber sostenido conversaciones reveladoras con los más ancianos del pueblo, quienes le contaron las cosas tal como sucedieron, no como se recuerdan. Esto conducirá a Paléfato a volver a contar los mitos después de insistir machaconamente en cada fábula: “Esta es la verdad”.
Lo divertido de Paléfato es que sus interpretaciones resultan tan prosaicas y ramplonas que su explicación me ha producido verdaderas alharacas de júbilo. Así, Medea no era una bruja que hervía a los ancianos y los rejuvenecía, sino que fue la inventora del baño a vapor tonificante y el tinte para el pelo (XLIII, Sobre Medea); Pandora no fue moldeada de barro, sino que era una griega muy rica y la primera mujer que se aplicaba mascarillas de barro para tonificar la piel (Sobre Pandora, XXXIV); las amazonas no eran mujeres guerreras, sino guerreros con falda larga que se rasuraban la barba y se ceñían el pelo. La explicación de Paléfato, que no pudo conocer a Margaret Thatcher ni a muchas de nuestras contemporáneas, era “que la capacidad de guerrear sea propia de mujer no ha sido verosímil nunca ni lo es en modo alguno ahora”.
Las explicaciones de Paléfato no dejan sin interpretación detalle alguno, y para todo hay una razón pragmática. Sin embargo, Paléfato no era ateo, pues nunca niega la existencia de los dioses (que da por cierta), sino la implicación de éstos en episodios fantásticos que nada tienen que ver con la gravitas de toda divinidad que se precie. Un ejemplo, en XLVII Sobre Marsias, donde Apolo y Atenea son los mismos dioses de siempre, pero Marsias es degradado de sátiro a campesino vulgar que halla el célebre aulós abandonado por Atenea. Por lo general, las explicaciones de Paléfato son divertidas porque resultan tan improbables y complicadas como la misma trama de la leyenda que pretende explicar. Son invenciones deconstructivistas, que perpetradas por sus epígonos llegaron a rozar el ridículo absoluto. Tal es el caso de la explicación por parte del Anónimo Vaticano del mito de Pasifae, la esposa de Minos que, bajo el disfraz de madera de una vaca construido por Dédalo, copuló con un toro y engendró al minotauro. Uno no puede leer el Anónimo Vaticano sin descuajeringarse sanamente de la risa: Pasifae, enamorada de un joven paisano suyo, convirtió a Dédalo en cómplice y colaborador de su pasión. Como tenía la costumbre de ser precavida antes de llevar algo a cabo, sólo cuando Dédalo le construyó una réplica bellísima y semejante punto por punto a una vaca viva, acudió ésta acto seguido a casa de éste, con el disfraz de vaca. Allí se unía a su amado, hasta que fue de dominio público. Lo que se cuenta es un mito”. Ahora me explico qué ocurre realmente cuando veo a una vaca tocando a la puerta de una casa.
Paléfato era un científico, un espíritu crítico respecto a las pinceladas legendarias y populares que enturbiaban la solemnidad de unos dioses a quienes no niega. Un pionero muy valioso del método exegético que, como sabemos, no puede explicarlo todo porque muchas veces ese todo carece de explicación completa. Hay un estufido chocarrero acerca del famoso cetáceo que obligaba a los troyanos a ofrendarle jóvenes que devoraba a cambio de no asolar su ciudad. Paléfato se pregunta con sorna: “¿Quién no sabe que es una insensatez que los hombres establezcan pactos con los peces?” En esto se nota que Paléfato era un antiguo, y no pudo escuchar a George W. Bush cuando dijo: “Creo que los seres humanos y los peces pueden coexistir pacíficamente” (27 de septiembre de 2000).
Hoy vivimos también tiempos de crisis en que todo es replanteable, como ya en su día hizo Paléfato. Es más: hoy día todo se palefatea.
martes, octubre 05, 2004
DE PASO
Sebastián, los hombre normales se enamoran una vez en su vida de una puta, los idealistas se dedican a regenerarlas; pero tú no tienes suficiente con eso, tenías que organizarlas.
Paco Ignacio Taibo, De paso (comienzo del capítulo Treintainueve).
Hago un alto en el camino entre la segunda y tercera novela que Valle-Inclán dedica a las guerras carlistas para leer De paso, del mexicano Paco Ignacio Taibo II. En este caso Taibo II (PIT II para amigos y enemigos en estos tiempos de siglas agresivas) ilumina la trayectoria en México de Sebastián San Vicente, un anarquista español que hizo las Américas y que de aquí fue corrido a culatazos de rifle. Ni en las cárceles mexicanas le quería el gobierno (un hombre de ideas en una cárcel, extranjero para colmo, era un riesgo innecesario). Obra de capítulos breves y ritmo cinematográfico, se halla a medio camino entre la novela histórica ortodoxa y la novela negra atmosférica, en la cual Taibo II fue un pionero de la narrativa en español. Taibo II desgrana las actividades de San Vicente por medio de destellos iluminadores, retazos de vida desperdigados y reunidos en un libro que tiene su mayor virtud en integrar con fortuna la crónica periodística, el relato de acción y la reflexión introspectiva con ese dinamismo que el jazz imprimió en la literatura durante todo el siglo XX (y lo que queda de éste). Una obra muy interesante sobre uno de los españoles heterodoxos que no sembraron las Américas de tienditas de abarrotes, sino de ideales, dinamita, plomo caliente y un poco de heroísmo fatalista y resignado.
Paco Ignacio Taibo, De paso (comienzo del capítulo Treintainueve).
Hago un alto en el camino entre la segunda y tercera novela que Valle-Inclán dedica a las guerras carlistas para leer De paso, del mexicano Paco Ignacio Taibo II. En este caso Taibo II (PIT II para amigos y enemigos en estos tiempos de siglas agresivas) ilumina la trayectoria en México de Sebastián San Vicente, un anarquista español que hizo las Américas y que de aquí fue corrido a culatazos de rifle. Ni en las cárceles mexicanas le quería el gobierno (un hombre de ideas en una cárcel, extranjero para colmo, era un riesgo innecesario). Obra de capítulos breves y ritmo cinematográfico, se halla a medio camino entre la novela histórica ortodoxa y la novela negra atmosférica, en la cual Taibo II fue un pionero de la narrativa en español. Taibo II desgrana las actividades de San Vicente por medio de destellos iluminadores, retazos de vida desperdigados y reunidos en un libro que tiene su mayor virtud en integrar con fortuna la crónica periodística, el relato de acción y la reflexión introspectiva con ese dinamismo que el jazz imprimió en la literatura durante todo el siglo XX (y lo que queda de éste). Una obra muy interesante sobre uno de los españoles heterodoxos que no sembraron las Américas de tienditas de abarrotes, sino de ideales, dinamita, plomo caliente y un poco de heroísmo fatalista y resignado.
lunes, octubre 04, 2004
PROHIBIDO DUCHARSE. IN MEMORIAM JANET LEIGH
Ayer falleció una gran dama del cine: Janet Leigh (1927). Protagonista de películas de tan hondo recuerdo como Sed de mal, de Orson Welles (1958) y Psicosis, de Alfred Hitchcock (1960), Leigh es recordada sobre todo por la famosa escena de la ducha en Psicosis, donde la bella ladrona cae acuchillada por el demente Norman Bates que interpretó Anthony Perkins. Esta escena, imitada hasta la saciedad durante años, ha permanecido en la retina colectiva como una de las cumbres del terror cinematográfico. Hitchcock fundió en ella indefensión, miedo y erotismo en un momento fílmico sublime al que la música del siempre grandioso Bernard Herrmann contribuyó con su batuta electrizante. No fue la única osadía que se permitió Hitchcock en Psicosis. Matar a la estrella (que no era otra sino Leigh) en mitad de la película fue un golpe de efecto para la época. No lo había sido menos abrir el filme con Janet Leigh levantándose de la cama después de un envidiable acostón disfrutado con John Gavin en una habitación de motel. Fiel a mi carácter más erótico que tanático, adjunto unas imágenes de la primera escena de Psicosis. Hoy todas las duchas del mundo están de luto. Hasta siempre, Janet Leigh.
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