El amor es una enfermedad, y Rompiendo las olas (1996), de Lars Von Trier, confirma esta visión del amor como una entrega que puede arrastrar a la perdición. El amor, cuando se corresponde con esos sentimientos puros y extremos que nos legaron los poetas y sobre los que hemos construido nuestras filosofías de andar por casa (la casa de la vida) es una calamidad. Y lo es porque en no pocas ocasiones niega la propia vida por la vida de un amor, una persona que se convierte en receptáculo de nuestras ilusiones. Algo así le pasa a la entrañable Bess, quien por su afán de amar al marido que se le queda inválido, que se le muere (y al final, ni más invalidez y muerte que la de Bess), es capaz de arrastrar hasta lo más inviolable que existe en el ser humano: la carnalidad del alma, o idea propia del amor físico. Alma y carne son los temas de esta película donde amor y enfermedad (hermanos, símiles) son los protagonistas. Los personajes son solamente títeres de esta dramatización de uno de los grandes conflictos de la vida. Von Trier compuso una película honda y hermosa que forma parte de su Trilogía de la bondad (junto con Los idiotas y Dancing in the Dark), y es que sin la bondad de Bess, prácticamente inencontrable en este mundo, no existiría película. La actriz Emily Watson compone un personaje complejo, tierno y arrebatador con una soprendente cantidad y calidad de matices. Está bien sorprenderse de vez en cuando con este avejentado y prostituido nickelodeón. Hoy por hoy, Von Trier me sorprende como nadie, y ya me estoy volviendo adicto después de haber visto casi toda su filmografía. Esto me atemoriza un poco, pues temo enamorarme de su obra. El amor es una enfermedad, y Rompiendo...
Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1996). Dirección: Lars Von Trier. Escrita por Lars Von Trier y Peter Asmussen. Fotografía de Robby Müller. Música no original, de varios grupos de los 60 y 70.
Con Emily Watson, Stellan Skarsgard, Katrin Kardlidge, Jean-Marc Barr, Adrian Rawlins, Jonathan Hackett, Sandra Voe.
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