miércoles, octubre 19, 2005

AVE DEL PARAÍSO (1932)

David O. Selznick quería producir una película donde Dolores del Río y Joel McCrea se enamorasen en los mares del Sur. Telefoneó al prestigioso King Vidor y le entregó una comedia barata titulada Ave del paraíso.
-Haga el favor de leerse esta comedia y vuelva usted mañana -ordenó Selznick.
Al día siguiente, King Vidor regresaba con el semblante mohíno al despacho de Selznick.
-¿Podría salir una buena película de esta comedia?-quiso saber Selznick.
-No lo sé. No he podido terminar de leerla -confesó Vidor-. ¿La ha leído usted?
-Yo tampoco -sentenció con franqueza-. Desde que me dedico a este negocio de las películas no tengo tiempo para leer nada.
Pasó un ángel.
-Mire, Vidor -continuó Selznick, con cierto entusiasmo-. Me da igual el argumento de la película, sólo quiero juntos a Dolores del Río y a Joel McCrea, que usted ruede tres escenas de amor y que Dolores se precipite al final por el cráter de un volcán.

Mi paráfrasis de lo que cuenta Vidor en sus memorias fue el origen del film de 1932 Ave del paraíso, una película improvisada entre cocoteros a medida que se filmaba. El argumento es casi anecdótico: un yate norteamericano llega a una isla de los mares del sur, donde los nativos -todos buenos salvajes- salen a recibirlos en sus canoas con alborozo. Johnny (Joel McCrea) conoce a Lwana (Dolores del Río), que es la hija del rey de la isla, y entre ellos nace un amor prohibido. Ambos huyen, Johnny enseña inglés a Lwana, construyen una cabaña, se refocilan con sus cuerpos, beben leche de coco, contemplan las estrellas y pasean en barca. Son felices integrados en la naturaleza salvaje. El Indio Fernández imitó y superó algunos de estos topoi en María Candelaria, obra mucho más conseguida para gloria de Dolores del Río, que en ese film se convirtió en la mujer mítica y perfecta del beatus ille. Descubiertos en pecado, la furia del volcán reclama la sangre de la pecadora, y Lwana deberá arrojarse para aplacar la superstición de los lugareños.

Como sigue contando Vidor en sus memorias (A Tree Is A Tree), el guionista desarrollaba la mínima historia a marchas forzadas mientras Vidor y su equipo rodaban las tres escenas de amor. La película se convirtió en famosa por una de ellas: la del Río y McCrea bucean desnudos en una bellísima escena submarina. Vista hoy la escena, uno no puede evitar recrearse con la belleza del cuerpo de Dolores, pero el ajustado bañadorcito de McCrea arruina la sublime totalidad del momento. El tabú fálico se impuso sobre el delicado y poético naturalismo.

La ínfima trama ha envejecido enormemente este exitoso film que, rodado en preciosos escenarios naturales y con una evocadora y adecuada partitura de Max Steiner, sólo resiste el paso del tiempo como ensamblaje de las sólidas escenas rodadas por King Vidor. Al fin y al cabo, la simpleza resultante resultó un éxito, y Selznick obtuvo lo que quería. Revisitar hoy Ave del Paraíso en horarios intempestivos de madrugada sólo arroja la tristeza melancólica de un vacío, aquel que deja no haber podido acompañar a Dolores del Río en su vagabundeo marino, aunque fuese con taparrabos, tras la cola de aquella imposible sirena polinésica.
Ave del paraíso (Bird of Paradise, 1932). Dirección: King Vidor. Guión de Wells Root. Fotografía de Lucien N. Andriot, Edward Cronjager y Clyde de Vinna. Música de Max Steiner. Productor: David O. Selznick. Montaje de Archie Marshek.
Intérpretes: Dolores del Río, Joel McCrea, John Hallyday, Richard Gallagher, Bert Roach, Lon Chaney Jr. USA. B/N. 80 min. (**, de 4).

1 comentario:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.