La expresión me gusta y es: "Siempre hay un último japonés armado en una isla de los mares del sur que no sabe que la guerra ha terminado". Siempre habrá un último japonés, o debería, pues tal debería ser la justicia universal. La guerra era la II Guerra Mundial, pero la metáfora es válida ayer y hoy.
El lunes falleció el periodista español Eduardo Haro Tecglen a los 81 años. Después de comer en un céntrico restaurante de Madrid, se derrumbó y más tarde entró en coma. Ese mismo día, como tantos otros después de tantos años, había aparecido su columna Visto/Oído en el diario español El País. Quienes me lean desde el lado americano de las turquesas cortinas no sabrán que esa columna, ubicada casi a escondidas en la página de Televisión y Radio (nada que ver), era la trinchera más beligerante que existía en ningún medio impreso en español contra la injusticia y el cinismo, contra la corrupción y estupidez de los gobernantes, contra la hipocresía insana de estos tiempos políticamente correctos; una columna que era una trinchera en favor del libre pensamiento, de la tolerancia absoluta, de los ideales de una vieja izquierda culta y radical hoy desaparecida para siempre, una columna escrita con una lucidez pasmosa y con un vitriólico sentido del humor. Yo me hice adicto a Haro a mediados de los noventa, y desde entonces no pude dejar de leer mientras pude su columna todos los días. Toleré malamente mis primeros años en México alejado de la lectura de Haro, y cuando El País comenzó a editar una edición internacional que yo recibía semanalmente por correo, Haro no aparecía por ninguna de sus páginas (¿era, quizá, demasiado rojo para convertirse en flamígera pluma internacional, o era la progresiva pérdida de valores de un periódico que empezó siendo rojo y con el tiempo se transformó en rosa?). El milagro de internet devolvió a Haro a mi lectura cotidiana. Su efecto ha sido siempre mitridático en mí (Mitrídates: uno de esos reyes exóticos contra quienes luchó el imperio romano; todos los días Mitrídates tomaba una pequeña medida de veneno para volverse paulatinamente inmune a una dosis mayor que pudiera matarle). Yo toleraba mal no beber cada día mi copa de veneno, que Haro nos servía a todos bien rico y frío, dentro de una columna que era como un caballito tequilero de palabras.
Y todo esto se ha acabado el lunes. Haro se derrumbó como se derrumbaron los izquierdistas ilustrados entre quienes se contó, como pereció aquel mundo extinguido de rojos incendiarios, de republicanos españoles, de luchas sociales por un mundo más igualitario. Todos perdieron la guerra y hoy están irremisiblemente muertos. Sólo ha triunfado el aspecto más materialista de la economía, levantándose ufano sobre continentes enteros conformados por pilas de cadáveres. Y el lunes, el último japonés apretó por última vez su gatillo. Su bala resonó cotidiana pero certera en el aire soporífero y selvático. Amado y aborrecido hasta extremos increíbles, Haro se ha ido sin despedirse de nadie y sin avisar, como merece la pena marcharse de este campamento de gitanos que es la vida. Ya nadie nos deleitará con aquel sarcasmo gélido, con aquella escritura concisa, sincera e hiriente que nos emponzoñaba de verdades para a la larga salvarnos y hacernos inmunes a la dolorosa verdad: mitridática.
El blog de Haro Tecglen, donde su familia vaciaba desde el año pasado toda su producción reciente y pasada, puede consultarse clicando aquí: El niño republicano.
El lunes falleció el periodista español Eduardo Haro Tecglen a los 81 años. Después de comer en un céntrico restaurante de Madrid, se derrumbó y más tarde entró en coma. Ese mismo día, como tantos otros después de tantos años, había aparecido su columna Visto/Oído en el diario español El País. Quienes me lean desde el lado americano de las turquesas cortinas no sabrán que esa columna, ubicada casi a escondidas en la página de Televisión y Radio (nada que ver), era la trinchera más beligerante que existía en ningún medio impreso en español contra la injusticia y el cinismo, contra la corrupción y estupidez de los gobernantes, contra la hipocresía insana de estos tiempos políticamente correctos; una columna que era una trinchera en favor del libre pensamiento, de la tolerancia absoluta, de los ideales de una vieja izquierda culta y radical hoy desaparecida para siempre, una columna escrita con una lucidez pasmosa y con un vitriólico sentido del humor. Yo me hice adicto a Haro a mediados de los noventa, y desde entonces no pude dejar de leer mientras pude su columna todos los días. Toleré malamente mis primeros años en México alejado de la lectura de Haro, y cuando El País comenzó a editar una edición internacional que yo recibía semanalmente por correo, Haro no aparecía por ninguna de sus páginas (¿era, quizá, demasiado rojo para convertirse en flamígera pluma internacional, o era la progresiva pérdida de valores de un periódico que empezó siendo rojo y con el tiempo se transformó en rosa?). El milagro de internet devolvió a Haro a mi lectura cotidiana. Su efecto ha sido siempre mitridático en mí (Mitrídates: uno de esos reyes exóticos contra quienes luchó el imperio romano; todos los días Mitrídates tomaba una pequeña medida de veneno para volverse paulatinamente inmune a una dosis mayor que pudiera matarle). Yo toleraba mal no beber cada día mi copa de veneno, que Haro nos servía a todos bien rico y frío, dentro de una columna que era como un caballito tequilero de palabras.
Y todo esto se ha acabado el lunes. Haro se derrumbó como se derrumbaron los izquierdistas ilustrados entre quienes se contó, como pereció aquel mundo extinguido de rojos incendiarios, de republicanos españoles, de luchas sociales por un mundo más igualitario. Todos perdieron la guerra y hoy están irremisiblemente muertos. Sólo ha triunfado el aspecto más materialista de la economía, levantándose ufano sobre continentes enteros conformados por pilas de cadáveres. Y el lunes, el último japonés apretó por última vez su gatillo. Su bala resonó cotidiana pero certera en el aire soporífero y selvático. Amado y aborrecido hasta extremos increíbles, Haro se ha ido sin despedirse de nadie y sin avisar, como merece la pena marcharse de este campamento de gitanos que es la vida. Ya nadie nos deleitará con aquel sarcasmo gélido, con aquella escritura concisa, sincera e hiriente que nos emponzoñaba de verdades para a la larga salvarnos y hacernos inmunes a la dolorosa verdad: mitridática.
El blog de Haro Tecglen, donde su familia vaciaba desde el año pasado toda su producción reciente y pasada, puede consultarse clicando aquí: El niño republicano.
3 comentarios:
No estoy en absoluto de acuerdo contigo esta vez.
¿¿izquierda ilustrada???, por favor Ricardo, llevo leyendo lo que escribes hace tiempo, desde luego se nota, entre líneas, que te sostiene cierto pensamiento de izquierdas (¿debería llamarlo progresista?), pero decir lo que dices de este señor, pues como que no. No pensaba yo que te pudiera hacer tilin este señor.
Cuando veo escrito E. Haro-Tecglen lo asocio inmediatamente a sectarismo, intransigencia, persona anclada en 1936, retrógrado, inmovilista, pasado de rosca y de moda, mentecato, ignorante de la historia, insultante, maniqueo, felón, amargado, rencoroso, mentiroso, cínico, tergiversador, fantoche, descarado, desvergonzado, falto de moral, supurador de odio, mal escritor, peor columnista, .....
En otras palabras, este señor ha vertido en esa columna de la que hablas táles improperios y desvergonzadas mentiras sobre todo tipo de personas que le caían mal que es merecedor del más absoluto olvido.
No Ricardo, creo que quizás por anteponer tu buena voluntad has tenido una distorsión visual (leer) y mental (pensar)al desarrollar tu opinión sobre esta persona, que gracias a no sé quien, descanse en paz, en mucha paz, la que él no ha dado a los demás.
Amigo Jody:
Me ha encantado tu réplica. Es la mejor que podía recibir en respuesta a mi panegírico de Haro, que era muy sentida (echo de menos al viejito, de verdad, más lo echaré en el futuro).
Era amado y aborrecido, frase tópica que tú has demostrado en su cara complementaria a la mía. Me gusta. Yo sólo conocía a Haro por sus columnas, es verdad que muy sectarias, pero me encantaba ese estilo de otro tiempo, ese estilo de trinchera y olor de bombas (¿a qué puede oler Senderos de gloria, de Kubrick? Pues a eso...).
Tienes razón en considerarme más progresista que izquierdista. Yo nací en 1968, y soy hijo natural del derrumbe de las izquierdas. Si hubiese nacido en otro tiempo, teniendo en cuenta mis antecedentes familiares y mi formación, hubiera sido rojo. Ya no son tiempos, qué pena.
Haro era sobre todo una voz. Me gustaba lo que escribía, y no puedo discernir hasta qué punto era sincero o no. No lo conocí personalmente, así que me quedo sólo con el valor de su mensaje, que era grande al repetir una y otra vez verdades como templos que en estos tiempos nadie escribiría. Ya nadie lo hará después de él con esa gracia de estilete afilado. Y el mundo, que es mucho más grande que la pequeña España próspera y feliz, necesita muchos Haros en cada país.
Suelo ser víctima de mi buena voluntad. Siempre digo a mis estudiantes que la escritura es el la radiografía del alma, y que por ella se ve todo lo que realmente es quien escribe. No podía ser menos en alguien que tiene un blog donde fingiendo escribir sobre literatura escribe, en el fondo, sobre la vida. Me desnudo cada vez. Sin embargo, esta vez mi buena voluntad nada tiene que ver: eran muchos años leyendo a Haro, y lo echaré de menos. No hay buena voluntad que me engañe en este caso concreto.
Descanse en paz. Descansad en paz también, amigo Jody.
Un saludote.
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