Tras diversas interrupciones he concluido la lectura de este formidable ensayo del filósofo español Eugenio Trías sobre una de las grandes películas de la historia. En otra ocasión escribía aquí sobre otro valioso estudio. Sólo puedo acabar reconociendo que, a pesar de la multitud de veces que he visto Vértigo, lecturas como ésta me obligan a reconocer cuanto yo solito he conseguido aprehender de la complejidad de este rico film de Hitchcock, pero también mi gran limitación para haber llegado a profundidades más abismales. Desde su estreno en 1958, Vértigo no ha hecho sino crecer en el recuerdo de quienes pudieron verla en aquel tiempo. Como se sabe, Hitchcock la eligió para formar parte de una selección de sus filmes que consideraba adelantados a su tiempo y que, por tanto, debían ser reestrenados algunos años después de su fallecimiento para que continuaran dando dividendos a sus descendientes. Sabido es de todos que Hitch fue un hombre con un talento infinito, no sólo para el suspense, sino también para amasar dinero. Un hombre así no pudo resistirse a la tentación de seguir recogiendo millones después de muerto, y de causar expectación con cinco películas que nadie había podido ver en al menos quince años: Rope, The Man Who Knew Too Much, The Trouble With Harry, Vertigo y Rear Window. Cuando a mediados de los 80 se reestrenó aquel grupo de filmes que bajo el título genérico de Lo esencial de Hitchcock, el maestro debió de sonreír en su tumba al ver de nuevo las colas de espectadores expectantes ante las puertas de los cines. De entre todas ellas, Vértigo fue la que más me impactó, y lo sigue haciendo: cada vez que la veo, entro en ella con la misma veneración que si lo hiciera en una sagrada catedral incendiada de luz sobre la que se impusiera la música de un órgano que dulcifica las piedras de sus muros y aplasta a los hombres por el simple capricho de Dios.
La obra de Trías está dividida en dos grandes partes: La espiral de la pasión es un ensayo sobre las obsesiones temáticas en la obra de Hitchcock y, concretamente, en esta película, además de dar cuenta de los referentes del clasicismo occidental como Orfeo o Tristán e Isolda; la segunda parte titulada La película Vértigo es un análisis pormenorizado del film que Trías divide en cinco movimientos (yo la divido en cinco partes también, aunque no coincida del todo con Trías: un prólogo, una primer acto, una transición onírica, un segundo acto y un epílogo). El libro no tiene desperdicio para el estudioso cinematográfico o el fan fatal de Hitch. El ojo bien entrenado de un filósofo como Trías es capaz de diseccionar numerosos elementos, que a simple vista podrían pasar desapercibidos, hasta acabar por presentar el análisis de una película que al final de su lectura reivindica al film como lo que verdaderamente es: no sólo una de las cimas del cine como poesía en toda la historia del medio (que ya es decir mucho) sino como un ser orgánico absolutamente vivo que se agita y palpita desde su superficie (en Vistavisión y technicolor) hasta adentrarse en abismos del alma humana tan insondables. Abismos que, de haber sido tratados ensayísticamente en un film, éste se hubiera convertido en un plomo insufrible. La grandeza de Vértigo (como la de, quizá, toda gran obra de arte literaria) procede no de exponer una teoría o tesis sobre esos conflictos del amor y del deseo en el alma humana, sino de que sólo los atisba y los deja insinuados. De ahí la profunda liviandad de esta obra prodigiosa cuyas lecturas y niveles de interpretación siguen siendo prácticamente inagotables. Hitchcock fue, y esto es sabido de todos, un hombre que por medio de películas aparentemente intrascendentes o de entretenimiento, supo mejor que muchos profundizar en la angustia de una existencia atormentada por el deseo. Su gran tema de inspiración, su gran obsesión primordial.
Eugenio Trías, Vértigo y pasión. Editorial Taurus. Madrid, 1998.
La obra de Trías está dividida en dos grandes partes: La espiral de la pasión es un ensayo sobre las obsesiones temáticas en la obra de Hitchcock y, concretamente, en esta película, además de dar cuenta de los referentes del clasicismo occidental como Orfeo o Tristán e Isolda; la segunda parte titulada La película Vértigo es un análisis pormenorizado del film que Trías divide en cinco movimientos (yo la divido en cinco partes también, aunque no coincida del todo con Trías: un prólogo, una primer acto, una transición onírica, un segundo acto y un epílogo). El libro no tiene desperdicio para el estudioso cinematográfico o el fan fatal de Hitch. El ojo bien entrenado de un filósofo como Trías es capaz de diseccionar numerosos elementos, que a simple vista podrían pasar desapercibidos, hasta acabar por presentar el análisis de una película que al final de su lectura reivindica al film como lo que verdaderamente es: no sólo una de las cimas del cine como poesía en toda la historia del medio (que ya es decir mucho) sino como un ser orgánico absolutamente vivo que se agita y palpita desde su superficie (en Vistavisión y technicolor) hasta adentrarse en abismos del alma humana tan insondables. Abismos que, de haber sido tratados ensayísticamente en un film, éste se hubiera convertido en un plomo insufrible. La grandeza de Vértigo (como la de, quizá, toda gran obra de arte literaria) procede no de exponer una teoría o tesis sobre esos conflictos del amor y del deseo en el alma humana, sino de que sólo los atisba y los deja insinuados. De ahí la profunda liviandad de esta obra prodigiosa cuyas lecturas y niveles de interpretación siguen siendo prácticamente inagotables. Hitchcock fue, y esto es sabido de todos, un hombre que por medio de películas aparentemente intrascendentes o de entretenimiento, supo mejor que muchos profundizar en la angustia de una existencia atormentada por el deseo. Su gran tema de inspiración, su gran obsesión primordial.
Eugenio Trías, Vértigo y pasión. Editorial Taurus. Madrid, 1998.
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