Cuto fue un personaje glorioso, y hay que leerlo de manera reposada para apreciarlo. A simple vista, promete poco: un chaval pecoso que vive aventuras en países lejanos, un Crispín sin Capitán Trueno que conduce su propio coche y se codea con muchachas bonitas que el galán de turno corteja y enamora (ey, no olvidemos que Cuto es menor de edad, aunque alguna vez haya fumado para no quedar mal ante los pavos de turno). A veces parece un Mickey Rooney de la posguerra; otras, un enano que se negó a crecer. Cuto era un niño irreal en una posguerra que obligaba a soñar y a reír para no llorar. Era un niño libre en un mundo de adultos marcados por los compromisos, y si Cuto hubiese crecido en Suecia, a lo mejor hubiera fumado puros con Pippi Calzaslargas y hubiera echado con ella su primer polvete.
La lectura por primera vez, con casi cuarenta tacos a mis espaldas, de Tragedia en Oriente y En los dominios de los sioux me ha dejado un estupendo sabor de boca. Poco esperaba yo de Cuto, y mucho me ha dado Cuto a cambio. Vamos por partes. En primer lugar, decir Cuto implica decir JESÚS BLASCO, así, a lo mayestático, todo con mayúsculas aunque pueda parecer que grito. Para más datos biográficos de don Jesús, véase la fichita Toutain a la que he remitido antes. Artista superdotado y obsesivo perfeccionista, Blasco llegó a alcanzar un virtuosismo artístico insólito para la España de la época (inmediata y lacerante posguerra, multitud de dibujantes explotados y generalmente mal pagados, muchos de ellos de escasas virtudes gráficas…). Jesús Blasco aprendió pero que muy bien la lección de los maestros de su tiempo, Harold Foster, Alex Raymond y Milton Caniff. Hasta don Emilio Freixas, que era el gran maestro del tebeo español de la época, reconocía su asombro al comprobar las excelencias alcanzadas por el tesón del joven Blasco. Digámoslo claramente, y sin ánimo ninguno de exagerar: Jesús Blasco no hubiera desentonado en los suplementos dominicales norteamericanos de los años 40 donde publicaban sus maestros Foster y Raymond y donde, a la sazón, se publicaban los mejores cómics del mundo.
Tragedia en Oriente se adscribe a la moda del Peligro Amarillo. Publicada entre marzo de 1945 y abril de 1946, es una aventura desarrollada en 68 páginas donde Cuto viaja a Oriente para enfrentarse contra el Mago Blanco, uno de esos pirados megalómanos obsesionados con la idea de convertirse en emperador del mundo; uno de esos tipos que, en vez de andar presidiendo la mesa directiva de bancos y multinacionales como los malvados de hoy día, van por la vida dando la nota por sus malos modales. El Mago Blanco, en cuestión, tiene secuestrado al hermano de una buena amiga de Cuto, Mary, un joven pero brillante ingeniero cuyos inventos serán de gran ayuda para que Japón gane la II Guerra Mundial. No debemos olvidar que durante la publicación de Tragedia en Oriente, y mientras la dictadura de Franco causaba estragos en España, el mundo andaba entretenido con la II Guerra Mundial, que tanto juego daría en las siguientes décadas proporcionando malvados para la causa del bien contra el mal. Hitler sobre todo.
Se ha dicho que los guiones de Blasco no estaban a la altura de su elevadísimo nivel gráfico, pero esto sería no hacerle justicia a don Jesús. A pesar de que Cuto sea un personaje más que improbable, y que sus aventuras contengan multitud de elementos inverosímiles para la mentalidad actual, Blasco no era ningún patán a la hora de contar historias entretenidas. Sus argumentos estaban llenos de peripecias y cambios de fortuna con abundantes elementos de intriga capaces de enganchar muy bien a la chiquillería de la época semana tras semana en la revista Chicos, entretenimiento inocente y nada orientado la extrema derecha que saneaba bastante el clima de enrarecimiento político de la cultura popular de la época. En este sentido y en otros, Tragedia en Oriente es muy superior a la media de la producción de entonces dentro y fuera del país, no estaba narrada con torpeza y se sujetaba sin complejos ni veleidades a los tópicos internacionales del momento.
Tragedia en Oriente nos muestra ya a un Blasco deslumbrante que sabe jugar a la perfección con todos los recursos del cómic como una forma narrativa compleja, está lleno de cambios de ángulo, sus luces y sombras están excelentemente aplicadas y muestra un dominio atmosférico y de la anatomía humana, así como de las perspectivas, realmente delicioso. Se notan, sobre todo, las influencias de Alex Raymond y de Milton Caniff en la parte gráfica, maestros que fueron no sólo de varias generaciones de dibujantes norteamericanos, sino mundiales. Todavía hoy su sombra se proyecta sobre numerosos artistas contemporáneos y sobre nosotros. Tragedia en Oriente es un vodevil aventurero que, todavía hoy, se deja leer con gusto al venir reforzadas sus debilidades dramáticas o argumentales por un Jesús Blasco absolutamente pletórico de facultades.
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