Pasé el mes de Julio en Murcia leyendo viejos y buenos tebeos. Entre ellos, El Sheriff King, de Víctor Mora y Francisco Díaz. He escrito unas líneas sobre este popular personaje, y aquí van.
El Sheriff King.
Con guiones de Víctor Mora (bajo el seudónimo de Víctor Alcázar) y dibujada con elegancia y soltura por Francisco Díaz, la serie El Sheriff King fue publicada por entregas en los años 70 en Pulgarcito (treinta páginas repartidas en siete entregas de cuatro páginas, y una octava entrega final de dos). Más tarde las aventuras completas eran recopiladas dentro de la colección genérica Grandes Aventuras Juveniles, compartida con El Corsario de Hierro fundamentalmente, pero también con Supernova, Roldán sin Miedo, Astromán y Dani Futuro. Desde que Bruguera se hundió a principios de los años 80, El Sheriff King no ha sido reeditado.
Se trataba de una serie alejada tanto del western crepuscular, bronco y sangriento, de Sam Peckinpah como del westen épico de John Ford. El gran encanto de las historias del Sheriff no se basaba ni en el revisionismo del primero ni en la poética del segundo. La serie reproducía, en realidad, los esquemas de las series de televisión familiares ambientadas en el Viejo Oeste, conflictos dramáticos más bien edulcorados y problemas menores resueltos sin virulencia por King y sus ayudantes, “Dandy” Evans (siempre al corriente de la moda de París) y “Gordo” (obsesionado por engordar su delgadísimo cuerpo). La serie tampoco intentaba emular las grandes sagas de la época como Blueberry o Comanche, pues El Sheriff King nació sin la vocación ambiciosa de El Corsario de Hierro o de otras series de Mora. Pronto se convirtió en una obra coral con numerosos personajes secundarios de naturaleza simpática y entrañable: el mexicano Nepomuceno, un buhonero que mantiene diálogos constantes con su propio burro, y que en los niños de entonces evocaba las populares películas de la mula Francis; la señorita Cynthia, maestra de la escuela de Tolima (pueblito donde transcurre la acción), y su tía Abigail, una corajuda ancianita de armas tomar; el extravagante Celacanthus Peef, distribuidor de Bromas Flatsby; el vendedor de potingues “Curalotodo” Sam, e incluso, el apache Jerónimo como un modelo de civilización que poco tiene que ver con aquel espíritu de venganza que juró odio eterno al hombre blanco desde que el ejército mexicano masacró a su familia en Janos (Chihuahua). La amistad entre King y Jerónimo se convertirá, a lo largo de la serie, en el modelo conciliador que Mora nos presenta entre americanos autóctonos y descendientes de colonos. A veces presenta personajes que introducen subtramas dentro de la historia principal y dan origen a gags en la línea de la mejor comedia americana (por ejemplo, en La muerte espera en Crumble City).
Los temas, a pesar de ser profundos en ocasiones, son abordados siempre desde el lado más amable y con concesiones a la moral “para toda la familia”: el tráfico de “mojados” de un lado a otro de la frontera entre México y Estados Unidos (Disparos en la frontera), la fragilidad de la paz entre rostros pálidos e indios (Venganza apache) o la guerra entre ovejeros y ganaderos (Clanton contra Mac Diver).
Los habituales mensajes acerca de la justicia y la integridad moral son propios de toda la obra pedagógica de Víctor Mora orientada al público juvenil; pero incluso dentro de esta misma, el desarrollo general de la serie y su no-adscripción al modelo de novela río, la alejan de las series juveniles más representativas de Mora: la primera época de El Capitán Trueno y, en la misma época que el Sheriff King, su obra maestra El Corsario de Hierro.
En el dibujante Francisco Díaz hay un predominio del cuidado por la figura humana sobre los fondos, e imitación del estilo del argentino Arturo del Castillo (sobre todo de la serie Kendall). Las bonitas chicas de Francisco Díaz, muy recatadas por culpa de la censura de la época, no lucieron todo lo que hubiera sido deseable procediendo de la mano de este delicado dibujante de mujeres.
Las portadas de El Sheriff King en Grandes Aventuras Juveniles fueron, como casi siempre en esta colección, del gran portadista Antonio Bernal. Su pincel siempre rápido y eficiente las hizo brillar con singular encanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario