El otoño recién nacido nos trajo las lluvias, y con ellas la muerte de Ricardo Aguilar Melantzón. Operado del corazón hace una semana, la madrugada del jueves debió ser trasladado a Houston con carácter de urgencia, donde falleció el pasado viernes. Ricardo Aguilar había nacido en El Paso, Texas, pero se había criado en Ciudad Juárez. Fue un hombre con el corazón anclado en esta ciudad de triste fama, uno de los hombres que la hacían un lugar mejor. Impartía Lingüística en la Universidad Estatal de Nuevo México en Las Cruces, y aprovechaba cualquier ocasión para regresar a esta duna movediza e inquietante. Frecuentó el ensayo, la traducción, la poesía y la narrativa, ganó el nacional de literatura Fuentes Mares, y fue el autor de uno de los libros que yo consulto habitualmente para mis veleidades creativas de clóset: un glosario, el Glosario del caló en Ciudad Juárez (Joint Border Research Institute. New Mexico State University, 1985). Simón que con él aprendí ñango, y gargaleota, y despapalle y hasta panocho (sí, Murcia). Ricardo Aguilar impartía de vez en cuando cursos y seminarios sobre literatura chicana en nuestra universidad, unos cursos muy interesantes a los que yo quería asistir, pero no asistía nunca. Indefectiblemente, siempre los postergaba para ese día en que terminaré mi tesis y podré volver a vagar por los libros, por el mundo, por los nuevos conocimientos, o por donde me lleve el viento. Ricardo Aguilar Melantzón era un hombre alto y obeso, de trato exquisito. “Maestro Vigueras, ¿cómo le ha ido?”, me preguntaba siempre, tomándose la molestia de recordarme. Nunca llegamos a ser lo que se dice amigos, pero su trato informal y cálido me complacía y alegraba. Charlábamos amigablemente, pues era buen conversador, y sus alumnos saben que era todo lo contrario de un déspota, que bendecía y propiciaba la disquisición, que construía con agrado el edificio de la diversidad en que todos debemos aprender a vivir. Era alguien a quien daba gusto encontrarse de pronto, y que se haya ido de pronto ha sido una mala noticia para empezar este pinche otoño en que sólo deberían besar el suelo las rejijas hojas de los árboles. Nos quedamos con sus libros, pero sin sus lecciones, sin su presencia que se añorará en esta tierra baldada, pues esto es lo peor de todo: en esta ciudad donde con gusto gritaríamos “un cerdo menos” al conocer la muerte de más de un desgraciado, se ha ido un hombre que principalmente era importante en la construcción colectiva de un futuro intelectual y sensible para esta ciudad. Se ha ido un buen maestro. Un buen educador. No es poca cosa en estos tiempos impíos.
Es por esto y por el cariñoso recuerdo personal que le guardo que he querido compartir este recuerdo desde lo alto de esta insignificante columna de orate en mitad de este desierto contradictorio, tantas veces vilipendiado y tantas veces generoso.
Es por esto y por el cariñoso recuerdo personal que le guardo que he querido compartir este recuerdo desde lo alto de esta insignificante columna de orate en mitad de este desierto contradictorio, tantas veces vilipendiado y tantas veces generoso.
4 comentarios:
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¡Eh! ¡Usted! Sí. ¡Usted! Quiero decirle que, esta noche inesperadamente he descubierto su página. Por uno de esos azares, sin saber muy bien cómo he llegado hasta aquí; lo cierto es que me encanta.
Y..., ¡le felicito!
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Hola, maga Kenia. Sí, Ricardo Aguilar era alguien muy querido. Lamento que te hayas enterado por esta página de su fallecimiento.
Saludos.
Buenos dias maestro Vigueras, me presento; mi nombre es Gabriela Aguilar. Yo soy la hija de Ricardo Aguilar y me gustaria darle a usted las gracias por tan emotivas y amables palabras. Usted tiene razón en lo que dice, mi padre amaba a nuestra ciudad pero sobre todo a sus estudiantes y amigos. Sus estudiantes fueron su inspiracion siempre, estuvo muy benedecido de tener muy buenos amigos tambien. Me alegra saber que usted lo siente de la misma forma. De nuevo muchas gracias por recordarlo de esa manera y me quedo a sus órdenes.
Gabriela:
A través de tus palabras he sentido una comunicación fraternal con tu padre. No lo olvidaremos nunca. Recibe de mi parte un cordial saludo, y aquí seguimos.
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