El sábado hará tres años que los gemelos de la nueva ciudad de York fueron separados a sangre y fuego. Y el mundo comenzó a cambiar.
Hace muchos, muchos años, el asesinato de Kennedy conmovió al planeta. En Estados Unidos, concretamente, todo el mundo recordaba qué hacía y dónde estaba cuando tuvo noticia del magnicidio. Y usted, ¿dónde estaba usted cuando se enteró de que las Torres Gemelas habían sido derrumbadas por un puñado de desgraciados fanáticos? Esta va a ser la pregunta de las próximas décadas. ¿Hasta cuándo? ¿O hasta qué nuevo horror? ¿Madrid? ¿Beslán? Son pequeños aperitivos hasta el nuevo plato fuerte, susurran los canallas de sucia boca. ¿Cuándo volveremos a escuchar el bramido de la bestia?
Y el mundo comenzó a cambiar. La recesión económica de Estados Unidos golpeó a muchos, al sur y al norte del Río Bravo. Y dejamos de volar por Estados Unidos, no por miedo a los malvados, no, sino por temor cobarde de los rifles de los buenos soldados, ésos que cumplen con su deber al vigilar en los aeropuertos. Y mucha gente se vio en la calle cuando las empresas comenzaron a volar a China. Y los que se quedaron en sus puestos comenzaron a trabajar por cuatro hombres sin cobrar horas extras. Los empresarios de baja catadura y los políticos de nuevo cuño, recién vomitados de las cloacas de la historia, vieron la oportunidad de poner en práctica sus arteras intenciones. Y comenzaron a recortar libertades individuales. Y los periódicos comenzaron a amordazar la libertad de expresión. Y en el Congreso de los Estados Unidos hasta fue coronado el líder de la Secta Moon por un puñado de chiflados. Y los norteamericanos comenzaron a vivir con miedo. Y nadie devolvió los Budas que los talibanes destruyeron en Afganistán. Y el ejército de Estados Unidos no hizo nada por impedir el saqueo de Bagdad. Y los inocentes comenzaron a morir en Irak, y la sangre comenzó a correr como el vino en las tabernas. Y los desalmados secuestran y ejecutan a los occidentales (adviértase el matiz perverso que conlleva el uso del último verbo). Y la guerra se convierte en una lucha de dioses conceptuales al servicio de un puñado de megalómanos fanáticos para que la suframos todos. Y... y esto no ha hecho más que empezar.
Art Spiegelman, el complejo creador de Maus y uno de los grandes artistas vivos del cómic, saca en estos días su visión del ocaso de la razón, que comenzó la mañana en que asistimos con estupor a la caída de las Torres Gemelas. La obra de Spiegelman, publicada por entregas en Alemania y silenciada hasta ahora en Estados Unidos, es un extraño artefacto estético que dará qué hablar. Se titula In the Shadow of No Towers y en España se ha traducido como Sin la sombra de las torres. Spiegelman habla en ella no sólo del miedo al terrorismo, sino del miedo a quienes nos quieren defender del terrorismo volviéndose los terroristas de nuestra peculiaridad y los policías de nuestra libertad. Spiegelman teme. Teme tanto a Bin Laden como a Bush. Para ello, Spiegelman retoma también a varios personajes del cómic clásico americano de la Edad de Oro. Inclusive nuestro querido Krazy Kat. No en vano Spiegelman fue el hombre que escribió que en la mañana cargada de muerte y de ceniza del 11 septiembre “it was the only comic strip I could bear to look at the wake of September 11th: Osama Bin Ignatz, Offissa Bush, us poor Krazy New Yorkers and... that brick hurtling at us through space”.
Quien lea mi post Gat@ Lok@ entenderá mejor de qué hablaba el gran Spiegelman y de qué hablaba Herriman. Entre otras muchas cosas, de la agresión al inocente.
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