jueves, septiembre 30, 2004

UNA BITÁCORA ES UNA MUJER COMO UN ARMARIO

Hablando de todo un poco, comentaba Álvaro Pons en La Cárcel de Papel el 23 de septiembre que no le agradaba un pelín de rana la palabra bitácora para referirse a un blog. Nos recordaba de manera enfática: ¡Que una bitácora es un armario, señores! Doña María Moliner asegura en su Diccionario que bitácora es palabra femenina del lenguaje marítimo: “Armario próximo al timón del barco, donde se pone la brújula. V. CUADERNO de bitácora”. En esta acepción de cuaderno de bitácora, doña María añade: “Libro en que se apuntan las incidencias de la navegación”. Yo creo que la palabra bitácora, como abreviación de cuaderno de bitácora, es más que afortunada en castellano. Puesto que por internet navegamos, quienes tenemos bitácora, anotamos en ella los avatares de la navegación internetera, pero también de la vida, puesto que toda vida es una navegación que concluye en naufragio. Creo que, como bitácora es una palabra que sólo se usa para designar este diario de navegantes, y los navegantes marítimos son menos cada vez, es de justicia poética que la palabra designe de manera mayoritaria y popular este diario personal en el ciberespacio junto con la inglesa blog. Blog es una palabra que, desgraciadamente, en castellano suena a navegante fracasado. Y si no, lean todo seguido y en voz alta: “Blog, blog, blog, blog, blog”. ¿No se asemeja a los ruiditos que emite el capitán que se ahoga dentro de un barco que se hunde? Probemos de nuevo y reparen en ello, por favor: “Blog, blog, blog, blog, blog”. Espantoso y hasta macabro, ¿no creen? En cambio, qué poético concepto de navegante entraña la palabra bitácora. ¿Quién no se siente un Corto Maltés o un Maqroll el gaviero cuando la escucha?

Sin meternos en purismos castellanizantes, el vocablo blog también es defendible. La palabra blog tiene ese desgarbado encanto de una juventud de la que carece bitácora, que es palabra que resuena a ballena blanca y borbotea en el oído con un rumor de abismos marinos. De bitácora no puede extraerse un verbo decente, ya que bitacorear suena a vitorear toreros y a taconear en tablaos. En cambio, qué bonitas palabras pueden derivarse de esta honrada y productiva hormiguita que es la palabra blog: bloguear, bloguito, bloguero, bloguerito, blogazo, blogote, blogastro, blogucho, blogal... Incluso el redondo sustantivo blogo, que recuerda tanto a Un globo, dos globos, tres globos... Aquel programa que nos recordaba que la tierra es el globo donde vivo yo.

Incluso asumida la palabra bitácora por alusión al armario, y no al cuaderno, ¿acaso no guardan cierto parecido? Una bitácora (o blog) es como un armario íntimo, lleno de cajoncitos llenos de fotos y de palabras. Y así como los armarios están llenos de aromas, también las bitácoras de internet son armarios olorosos que todo lo dicen de su dueño: ¿quién no ha leído un blog tan mal escrito que huele a pies? ¿Quién no ha entrado en un blog que pica en la nariz y produce el estornudo reconfortante? ¿Y qué me dicen de esos blogs que huelen a pétalos de rosas secas, a tabaco de pipa y a mercado árabe?

Una bitácora es un armario, de acuerdo, y ese armario puede ser muy grande. Bitácora es palabra femenina, ancha y resonante. Una bitácora es como una señora impresionante y grande. Una bitácora es una mujer como un armario.

miércoles, septiembre 29, 2004


Portada de Dave McKean para Death: The High Cost of Living.  Posted by Hello

ARCHIVO: MUERTE, EL ALTO COSTE DE LA VIDA

Ah, publicado en El Reto tiempo ha.
Muerte: el alto coste de la vida.

Hace algunos años, una detective del cuerpo de Policía local entró en un supermercado de Florida y prohibió al propietario la exhibición de ciertos cómics cuyas portadas le habían parecido ofensivas. Se trataba de ‘Lady Death Lingerie Special’ y el número 5 de la serie ‘Gen 13’ donde las chicas protagonistas aparecían, fíjese usted nomás, con los pezones erectos. Ya ricamente prohibiendo, la celosa detective descubrió un tomo recopilatorio titulado ‘Muerte: el alto coste de la vida’, donde se incluía una historia escrita por Neil Gaiman y dibujada por Dave McKean titulada ‘Muerte nos habla de la vida’. En esta historieta de ocho páginas en blanco y negro que ya había sido editada con anterioridad como complemento en algunas series de la línea de publicaciones Vértigo de la editorial DC, Muerte (esto es, la Muerte, la Parca, la Calaca o como quieran ustedes llamarla, pero ahora bajo la forma de una bonita joven de rasgos darkies) explicaba a los lectores cómo no contagiarse de SIDA. La pudibunda detectivesa, aparentemente muy ofendida, incluyó el volumen entre el material que debía ser requisado, recogido por un funcionario y devuelto a la casa editora. Y ya puestos a no transigir ni un ápice, amenazó al gerente de la tienda con el arresto si osaba protestar. La historieta de Gaiman y McKean no tenía nada de ofensivo, quizá sólo (y es que hay personas que nacen con su cerebrito protegido por un condón que les impide aceptar nada que no sea Su Verdad) el lenguaje directo, y no precisamente vulgar, con que esta encantadora Muerte nos hablaba del cuidadito que hay que llevar cuando uno se divierte jugando al juego más divertido, ése donde pueden llegar a encontrarse lo mejor y lo peor de la vida de un solo trago. La historieta, arte delicado al servicio de la información, comenzaba de esta manera. Habla la Muerte: “Hola. En las páginas siguientes encontraréis información (bastante importante) sobre… bueno, mayormente sobre sexo. Es perfectamente factible que el tema no os interese en absoluto. Tan factible como que os ofenda cualquier mención a lo que los seres humanos llevan bajo la ropa, así que ni hablemos de las cosas interesantes que pueden hacer con ellas. Bueno, estas páginas también contienen palabras, ideas e incluso unas cuantas imágenes que algunas personas podrían considerar ofensivas. Si tienes la sospecha de que eres una de esas personas, hay una solución muy sencilla. NO LO LEAS. Tan fácil como eso. Pasa y punto. Total, como mucho, sólo te salvará la vida”. El resto de la historieta seguía en la misma línea, llamando a las cosas por su nombre y con una demostración de cómo se usa un condón mediante… un plátano. ¿Molestaría esto a la cancerbera de la moral mojigata? ¿Ofendería a la representante del orden la contemplación de un plátano? ¿Se sentiría agredida al pensar que donde veía dibujado un plátano debía imaginar, uy qué asco, “eso” que tienen los hombres cum varia fortuna, parafraseando al casto Virgilio? Como quiera que sea, el episodio de la acendrada y casta polizonte trascendió enseguida, y dio pie a un interesante debate acerca de lo que debe, o no debe, ser escondido, mentido, innominado. Sirvió también, como sucedió aquí con el escandalete del Padre Amaro, para que la historieta se hiciese famosa y, en virtud de su excelente forma de transmitir un importante mensaje, acabara formando parte de una campaña pública para la prevención del SIDA.

Es una pena que no todos conozcan esta historieta de Gaiman y McKean, así como es una pena que todavía existan poderes que intentan mediante el autoritarismo impedir que la genta decida y piense por sí misma. Gaiman, como hemos visto, puede comprender que algunos piensen que tales o cuales cosas son ofensivas, pero otros no pueden entender que cada quien tiene derecho, previamente advertido, de juzgar por sí mismo.

El tomito de la discordia, como ya hemos dicho, se titula Muerte: el alto coste de la vida y está editado por DC dentro de su línea Vértigo, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones. La protagonista es la Muerte: la hermana del Sueño, de Morfeo, el Sandman de los pepines que lanzaron a la fama a su guionista, el escritor Neil Gaiman, y consiguieron laureles dentro de la industria comiquera, y fuera de ella. Muerte es un personaje secundario dentro de los cómics de la serie Sandman, pero estaba recreado con tal encanto que pronto tuvo algunas miniseries propias, como es el caso de ésta que nos ocupa. La historia no es demasiado original, pero está contada con el característico buen hacer de este escritor de culto que es Neil Gaiman, y se basa en la idea de que (p. 3 del tercer episodio) “un día de cada siglo la muerte toma forma mortal para saber qué sienten las vidas que se lleva, para probar el gusto amargo de la mortalidad… Y éste es el precio que debe pagar por ser quien separa a los vivos de lo que ha pasado, de lo que vendrá”. En este caso, Muerte adopta la forma de la guapa adolescente de dieciséis años que ya hemos visto en anteriores historias de Sandman y su misión consiste en hallar a un adolescente obsesionado con la idea del sucidio y convencerle de que la vida, incluso en los momentos más ingratos, es lo más grande que tenemos. Como digo, nada del otro mundo, pero la historia es fluida y está bien ejecutada por el dibujante Chris Bachalo (el entintado es de Mark Buckingham), y el buen hacer de ese estupendo escritor de cómics que es Gaiman, un señor que llena de sus obras de referencias culturales que resultan muy interesantes, y que de paso sirven para alumbrar un poco las tenebregosas cabecitas de algunos adolescentes que no abundan en lecturas. El volumen recopilatorio de esta historia de Muerte se complementa, aumentando notoriamente su interés, por la historieta corta sobre el SIDA y por una impresionante galería de retratos de Muerte formada por un elenco de 31 artistas de lo más granado del mercado anglosajón y que conforman un impresionante portafolio de estupendas ilustraciones. Por supuesto, sin faltar el grandioso e inquietante Dave McKean, ilustrador de postín de quien, además, se reproducen las tres portadas que realizó para esta miniserie cuando fue lanzada mensualmente, a principios de los años noventa, en el mercado norteamericano. Por supuesto, la portada de esta recopilación también pertenece a McKean. Para quienes no conozcan el universo de Neil Gaiman y la importancia de su serie ‘The Sandman’ puede ser una introducción a su obra, y para quienes ya lo conocen representará, sin duda, un agradable paseo entre la vida y la muerte.

Neil Gaiman, Chris Bachalo, Mark Buckingham, Dave McKean, Tori Amos (introduction), ‘Death: the High Cost of Living’. Vertigo/DC Comics. 1994. 103 pp. a todo color. 12.95 $; edición española: ‘Muerte: el alto coste de la vida’. Norma editorial. Barcelona, 2001. 103 pp. a todo color.13.50 euros.

lunes, septiembre 27, 2004

RICARDO AGUILAR MELANTZÓN (1947-2004)

El otoño recién nacido nos trajo las lluvias, y con ellas la muerte de Ricardo Aguilar Melantzón. Operado del corazón hace una semana, la madrugada del jueves debió ser trasladado a Houston con carácter de urgencia, donde falleció el pasado viernes. Ricardo Aguilar había nacido en El Paso, Texas, pero se había criado en Ciudad Juárez. Fue un hombre con el corazón anclado en esta ciudad de triste fama, uno de los hombres que la hacían un lugar mejor. Impartía Lingüística en la Universidad Estatal de Nuevo México en Las Cruces, y aprovechaba cualquier ocasión para regresar a esta duna movediza e inquietante. Frecuentó el ensayo, la traducción, la poesía y la narrativa, ganó el nacional de literatura Fuentes Mares, y fue el autor de uno de los libros que yo consulto habitualmente para mis veleidades creativas de clóset: un glosario, el Glosario del caló en Ciudad Juárez (Joint Border Research Institute. New Mexico State University, 1985). Simón que con él aprendí ñango, y gargaleota, y despapalle y hasta panocho (sí, Murcia). Ricardo Aguilar impartía de vez en cuando cursos y seminarios sobre literatura chicana en nuestra universidad, unos cursos muy interesantes a los que yo quería asistir, pero no asistía nunca. Indefectiblemente, siempre los postergaba para ese día en que terminaré mi tesis y podré volver a vagar por los libros, por el mundo, por los nuevos conocimientos, o por donde me lleve el viento. Ricardo Aguilar Melantzón era un hombre alto y obeso, de trato exquisito. “Maestro Vigueras, ¿cómo le ha ido?”, me preguntaba siempre, tomándose la molestia de recordarme. Nunca llegamos a ser lo que se dice amigos, pero su trato informal y cálido me complacía y alegraba. Charlábamos amigablemente, pues era buen conversador, y sus alumnos saben que era todo lo contrario de un déspota, que bendecía y propiciaba la disquisición, que construía con agrado el edificio de la diversidad en que todos debemos aprender a vivir. Era alguien a quien daba gusto encontrarse de pronto, y que se haya ido de pronto ha sido una mala noticia para empezar este pinche otoño en que sólo deberían besar el suelo las rejijas hojas de los árboles. Nos quedamos con sus libros, pero sin sus lecciones, sin su presencia que se añorará en esta tierra baldada, pues esto es lo peor de todo: en esta ciudad donde con gusto gritaríamos “un cerdo menos” al conocer la muerte de más de un desgraciado, se ha ido un hombre que principalmente era importante en la construcción colectiva de un futuro intelectual y sensible para esta ciudad. Se ha ido un buen maestro. Un buen educador. No es poca cosa en estos tiempos impíos.
Es por esto y por el cariñoso recuerdo personal que le guardo que he querido compartir este recuerdo desde lo alto de esta insignificante columna de orate en mitad de este desierto contradictorio, tantas veces vilipendiado y tantas veces generoso.

sábado, septiembre 25, 2004

CINCUENTA AÑOS DE JOHNNY GUITAR


Johnny: ¿A cuántos hombres has olvidado?
Vienna: A tantos como mujeres tú recuerdas.
Johnny: ¡No te vayas!
Vienna: No me he movido.
Johnny: Dime algo agradable.
Vienna: Claro. ¿Qué quieres que te diga?
Johnny: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
Vienna: Te he esperado todos estos años.
Johnny: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
Vienna: Habría muerto si tú no hubieses vuelto.
Johnny: Dime que aún me quieres como yo te quiero.
Vienna: Aún te quiero como tú me quieres.
Johnny: Gracias (bebe). Muchas gracias.

Imperdonable. Está a punto de estirar la pata el mes de Septiembre y no he mencionado todavía que en este mes se cumplen cincuenta años del estreno de una de las películas más importantes de toda la historia del western: Johnny Guitar. Gloriosamente interpretada por Sterling Hayden y Joan Crawford, esta es una de las cimas expresivas del cine americano. Fue dirigida por Nicholas Ray, uno de los Cuatro Tuertos de Hollywood (junto con Raoul Walsh, Fritz Lang y John Ford) que con su único ojo eran capaces de ver más allá que la mayoría con dos y un telescopio, y sobre todo, de ver con mayor claridad en el cenagoso río de las pasiones humanas. Se ha escrito que Johnny Guitar es una falsa película de género, pues la turbulenta historia de amor de Johnny y Vienna podría haber sucedido en otro marco histórico o genérico que no fuese el del western. Esto da una idea de la grandeza que encierra el poderoso guión de Philip Yordan y de la semilla de eternidad que habita bajo la paleta prodigiosa del truecolor de sus imágenes. Quien quiera saber más sobre este film, que mire esta página de Carlos Giménez Soria, de donde he tomado el mítico diálogo entre Johnny y Vienna, tan breve como imitado hasta la saciedad. Y es que hay amores que, si bien no matan, tampoco te dejan vivir dentro de los márgenes razonables de la cordura. Posted by Hello

jueves, septiembre 23, 2004

LOS MITOS NO CUENTAN MENTIRAS


Las purulentas declaraciones de José María Aznar en la norteamericana Universidad de Georgetown han levantado sarpullidos y son la comidilla política de estos días. No es la primera vez que expresa la idea de que Zapatero es presidente gracias a Al Qaeda. Ha vuelto a demostrar que hay gobernantes que no saben abandonar el poder con entereza.

Cuenta Apolodoro en su Biblioteca, Epit. V, 22 lo siguiente. Durante el saqueo de Troya, el griego Áyax halló a Casandra refugiada en el templo de Atenea, abrazada a una estatua de la diosa. Sin importarle lo más mínimo la profanación de aquel lugar sagrado, Áyax la violó allí mismo. La estatua de la diosa, ante tamaña muestra de impiedad, giró la cabeza y se tapó los ojos para no verlo. Desde entonces, afirmaba Apolodoro, aquella estatua de Atenea tenía vuelta la cabeza hacia el cielo.

En la foto, publicada en la revista 20 minutos el 15 de septiembre, vemos cómo las manifestaciones de Aznar pueden provocar un efecto semejante en las estatuas. ¿Alguien ha comprobado en qué estado han quedado las estatuas de Georgetown después de sus declaraciones? Los mitos no cuentan mentiras. Posted by Hello

miércoles, septiembre 22, 2004


Portada de Vittorio Giardino para la segunda edición de La puerta de Oriente. Posted by Hello

ARCHIVO: VITTORIO GIARDINO, SEGUNDA PARTE.

Aquí va la segunda parte del artículo sobre las dos primeras obras del gran autor Vittorio Giardino con Max Fridman como protagonista.

Aventuras de un mellizo de Castañeda (y II)

Advertidos para que no confundan la velocidad con el tocino, les animo a la lectura de los dos primeros álbumes de las aventuras de este personaje. No le hace si no se da prisa, eso es cierto, porque Giardino es uno de esos artistas sofisticados que no trabajan a las carreras ni se vuelcan con un solo personaje. Autor de cómics eróticos de elevadísima calidad como Little Ego, que mediante el homenaje al clásico Little Nemo de Winsor McCay se vuelca en retratar el fascinante mundo del erotismo femenino en tono de comedia, y más recientemente, de Jonas Fink, que marcha por su tercer álbum y es una historia realista sobre la vida de un niño checo en la Praga comunista, Giardino sólo ha producido tres aventuras de Fridman en la friolera de veinte años —que al fin y al cabo, como dice el tango, no es nada—. La tercera de ellas, ¡No pasarán!, desarrollada durante la guerra civil española, permanece todavía inconclusa, y sus devotos esperamos no tener que aguardar muchos años más para leer su segunda y última parte. Dicho sea de paso, esta forma de trabajar es común en el cómic europeo, donde sus artistas son considerados creadores a la altura de los novelistas, y por tanto, cobran sus obras al mismo precio que ellos y el público les exige una calidad que justifique el tiempo de espera hasta la nueva producción de un destacado autor.
En Rapsodia húngara podrán encontrar la recreación de ensueño de una Budapest llena de espías y de individuos peligrosos en busca de un material químico que permitiría ganar una guerra al país que lo poseyese. Se agradecen el dibujo exquisito —puede silabear este adjetivo: la palabra exquisito se creó para artistas como Giardino—, el tempo lento, la sucesión de acontecimientos bien encadenados, y el lujoso detalle de Giardino, que hace de cada viñeta una deslumbrante postal digna de ser enmarcada. Escasea el claroscuro, siendo ésta una de sus características más destacadas, ya que Giardino es uno de los más grandes exponentes italianos de la Línea clara, escuela francobelga de dibujo instaurada por el belga Hergé inspirándose en el mejor Bringin´up Father, de George McManus: pocas sombras, línea depurada y composición elegante, trazo perfecto, detallismo preciosista, pero todo dentro de la línea del dibujo realista.
En La puerta de Oriente, Fridman es de nuevo embarcado a la fuerza en una misión que transcurre en la misteriosa y sugestiva Estambul, recreada por Giardino con una depuración de líneas y detalles que alcanza, como siempre en él, la simple y compleja perfección. En este caso, la historia vuelve a beber de las fuentes del mejor le Carré y nos cuenta la cacería de un fugitivo de la Unión Soviética cuyos conocimientos de aeronáutica y aviación se disputan varios países. La documentación gráfica de escenarios y ambientes, que es una de las fortalezas del salero de Giardino, convierten de nuevo este relato de Fridman en verdadera delicia estética. La historia, reposada como el mismo Fridman, está llena de ese idealismo romántico que impregna el preciosista Giardino en sus obras, el mismo que en los años treinta y cuarenta produjo un cine de aventuras en blanco y negro del que, sin duda, Giardino es un claro deudor estético. Los hombres están perfectamente retratados hasta en los más mínimos gestos y ademanes, y las mujeres son recreadas con mimo y sensualidad de una contundente belleza; las viñetas, encadenadas en una composición de página clásica asemejan, a veces, lujosos vitrales por los que se filtra una mágica luz, luz de otro siglo, de otro espíritu, luz de un ayer que muchos aprendimos a amar en oscuras salas de cine.

Vittorio Giardino, Rapsodia húngara y La puerta de Oriente. Norma Editorial. Barcelona. Edición norteamericana en Catalan Communications (Hungarian Rhapsody), agotada; edición del segundo álbum en inglés por NBM Publishin, New York, bajo el título de Orient Gateway.

martes, septiembre 21, 2004


La puerta de oriente, de Vittorio Giardino. Portada para la primera edición. Posted by Hello

ARCHIVO: VITTORIO GIARDINO, PRIMERA PARTE.

Con fecha de 16 de agosto de 2002 publiqué en El Reto, 149, un artículo sobre dos tebeos de Vittorio Giardino. Desde entonces a hoy, habría que hacer dos precisiones. El Canciller de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, (que compartía cierto parecido físico con el protagonista de las historias de Giardino) renunció a su cargo. En segundo lugar, ya ha aparecido el volumen II de ¡No pasarán!, historia de la que hablaré otro día. Como quiera que sea, ahí les va la primera parte de este artículo sobre las aventuras de un mellizo de Castañeda. Mañana más.

Aventuras de un mellizo de Castañeda.

He tenido el gusto de releer dos de las mejores novelas gráficas europeas de los ochenta, Rapsodia húngara y La puerta de Oriente, del artista italiano Vittorio Giardino (24/12/1946). Giardino, que en 1969 se graduó de sus estudios en ingeniería eléctrica, ejerció esta profesión por razones alimenticias hasta que, nueve años después, resolvió abandonar su honorable trabajo para dedicarse exclusivamente al arte de los comics. Su primera creación, publicada por entregas entre 1979 y 1982 en las revistas Maga y La cittá Futura, fue Sam Pezzo, una interesante adaptación de los modelos clásicos de la novela negra con la que el artista se foguearía en el mundo de la narrativa gráfica y que tendría su mayor grado de interés en la interesante revisión de los arquetipos tradicionales del género negro, pero con una acción ambientada en Bolonia, ciudad italiana que Giardino conoce de cabo a rabo. Convencido de dónde estaba realmente su futuro, en 1982 se recluyó en casa durante casi un año para emprender y consumar un proyecto mucho más ambicioso: la primera obra larga —cerca de cien páginas— de su personaje emblemático: Max Fridman. Rapsodia húngara (1983), novela gráfica elaborada con dedicación de cartujo, impactó tanto al mercado europeo que obtuvo el Yellow Kid, prestigioso galardón del festival de comics de Lucca, a la mejor obra del año. La secuela de esta importante obra no tardaría demasiado en llegar, y en 1985 se editó, con todo el honor para quien honor merece, La puerta de Oriente, prolongación —que no segunda parte— de las aventuras de Max Fridman.
Las aventuras de Max Fridman es una serie de espionaje que trascurre en la turbulenta Europa de finales de los años treinta, cuando el ascenso del nazismo augura un futuro sombrío para el continente y los servicios secretos de los países más ricos introducen a sus hombres en las filas más peligrosas para hacerse con información secreta. En España, mientras tanto, corre la sangre como el vino en las tabernas por la insurrección armada de Francisco Franco, quien desde Marruecos se ha sublevado contra el gobierno legítimamente constituido de la República y ha sumergido al país en una guerra civil. Max Fridman, además de luchar a favor del bando republicano en España —como todos los grandes héroes románticos de la cultura del siglo XX, como el Richard Blaine de Casablanca, en una toma de conciencia política que hoy se ha vuelto cliché— se ve forzado a veces, en virtud de su experiencia y habilidad, a realizar a regañadientes algunos trabajillos indeseados a las órdenes del servicio secreto francés. Las aventuras de Fridman son, pues, versiones en cómic de la novela de espías, novela que conocemos principalmente por su vertiente más simpaticona, la de las películas de James Bond basadas en las novelas de Ian Fleming; lejos del modelo heroico de este Bond con licencia para matar y que, en cuestión de mujeres, donde pone el ojo pone la bala, se alzó en los años setenta el mejor exponente de la literatura de espionaje, el inglés John le Carré —seudónimo de David Cornwell, estudiante en las universidades de Oxford y Berna, y más tarde profesor en la no menos prestigiosa Eton—. John le Carré, quien trabajó para el Foreign Office de su país en Bonn y Hamburgo, abandonó su trabajo al saborear las primeras mieles de su carrera literaria con El espía que surgió del frío, obra en que volcó sus numerosos conocimientos sobre el espionaje real y su erudición acerca de la telaraña burocrática de la guerra fría. Como les digo, Giardino sigue mucho más de cerca el modelo de le Carré que el de Fleming, y Max Fridman sigue mucho más de cerca —a pesar de las notorias diferencias— al famoso hijo de le Carré: el gordo, feo y viejo George Smiley —a quien dio vida el gran actor inglés Alec Guiness en una legendaria miniserie de televisión—, que al carismático, infalible e irreal 007.
Pero tampoco Fridman es Smiley, ni en espíritu ni en edad. De hecho, Fridman puede producir una sorpresa en el hipotético lector mexicano cuando éste, al comprar un álbum de esta serie, recele de si no estará en realidad comprando un pepín de las aventuras del canciller Jorge Castañeda. ¡Voto a Brios! ¿Será posible? Quizá la sospecha sea legítima, ya que se cuentan algunos antecedentes en la propaganda política mexicana más reciente, de los que procedemos a hacer un repaso: el ahora presidente de la república editó durante su campaña un tebeo de dudosa calidad artística titulado Superfox, donde con bombo y platillo se nos contaba la vida y milagros del hoy primer mandatario; recientemente, el PRD ha decidido aborregar a los habitantes capitalinos con la edición de unos ejemplarizantes engendros donde se nos desvela cómo la más humilde ciudadanía sobrevive, en el mejor estilo del bravísimo Memín Pinguín, a los avatares citadinos gracias a la gestión de los arrojados funcionarios del PRD. Ayer mismo [por 5 de agosto] el diario español El País publicaba un artículo de Juan Jesús Aznárez, corresponsal en México, donde informaba de la aparición de un cómic titulado ¡¡¡El cambio en México ya nadie lo para!!!, donde el presidente Fox nos cuenta los grandes cambios democráticos habidos en el país durante sus dos años de gobierno. El cáustico artículo de Aznárez remarcaba tristemente que los tres millones de ejemplares ya “fueron distribuidos en un país cuyos sectores populares consumen toneladas de cómics de baja estofa” (la cursiva es mía). Y en efecto, si las aventuras de Max Fridman se editasen en México, la primera reacción del lector sería la de sospechar que, otra vez, el merchandising se ha puesto al servicio del poder para exaltar la figura del polémico personaje público por medio de una plataforma a la que seguirían, cómo no, los muñequitos articulados, las camisetas, los nintendos y los juegos de rol. Pero no se trata de eso, ya que si bien el canciller Castañeda y Max Fridman se parecen casi como dos gotas de agua —o al menos, una de agua y otra de tequila blanco—, no son el mismo. Por otra parte, nadie en su sano juicio consideraría que un álbum ilustrado por Giardiano puede ser considerado como un producto de baja estofa.
Continuabit...

lunes, septiembre 20, 2004

¿QUIÉN NO CONOCE ESTA FOTO?


Ha fallecido Eddie Adams, el fotógrafo que capturó este instante que dio la vuelta al mundo. Fecha: 1 de febrero de 1968. Lugar: Vietnam. Protagonistas: el general Nguyen Ngoc Loan empuña la pistola; un prisionero del Vietcong aguarda la bala. Detrás de esta foto, que ha pasado a la posteridad como ejemplo de la barbarie de la guerra, hay una historia con implicaciones personales entre los dos protagonistas. Quien quiera conocerla y juzgar por sí mismo, que lea cuanto nos cuenta Sáenz de Ugarte en su imprescindible blog: Guerra eterna en Oriente Medio. Por lo que a mí respecta, con razones o sin ellas, con literatura o sin ella, desde Homero hasta los blogs de Irak, esta imagen no es más que la reafirmación, persistente e imperecedera, de nuestro fracaso como "animales racionales" (traduzco, porque hace falta en estos tiempos de poco latín y menos griego: "seres dotados de alma que también razonan"). Posted by Hello

sábado, septiembre 18, 2004

RIP KIRBY


Vuelve Rip Kirby. La gran noticia de esta semana, que saltó a los medios desde La cárcel de Papel (ver Martes 14) fue que Planeta-De Agostini va a reeditar todo el Rip Kirby de Alex Raymond y John Prentice en tomos mensuales de 192 páginas. Hay que recordar que Rip Kirby es considerada la obra cumbre de Alex Raymond, y que a Raymond se le llegó a llamar el Miguel Ángel de los cómics. Casi nada. Su influencia y magisterio recorre toda la edad de oro de este arte narrativo. En Rip Kirby, muy lejos ya del glamour desbordado y exótico de la última época de Flash Gordon (mi historia favorita es En el reino de Trópica, terminada por el pobre Austin Briggs), sintetizó al máximo su poderoso pincel y convirtió la serie en un prodigio de realismo fotográfico de enorme elegancia y finura. Tras el misterioso y temprano fallecimiento de Raymond, continuó dibujando la serie John Prentice, quien supo brillar a la misma altura que el maestro Raymond. Imprescindible pasar por La Cárcel de Papel para leer los eruditos y sabios Comentarios de las mejores plumas de España acerca de las virtudes de Raymond y Prentice. Rip Kirby. Un detective diferente. Una obra imprescindible. Seguiremos hablando de Rip Kirby, sin duda. Posted by Hello

jueves, septiembre 16, 2004

CLAUDIO EL DIOS Y SU ABUELITO.


A veces Robert Graves abandonaba su otoñal retiro mallorquín y regresaba a la Pérfida Albión. Esta foto debe datar de 1975, y el autor de Los mitos griegos visitaba los estudios donde se rodaba la adaptación de sus novelas I, Claudius y Claudius the God. Posiblmente rodaban el capítulo III, ¿Qué hacemos con Claudio?, ya que Derek Jacobi (a la izquierda) luce los veintiocho abriles sin maquillaje que contaba cuando se filmó esta producción. Graves parece un abuelito recién llegado de la campiña, perdido en la gran ciudad, que llega a casa de los nietos y los encuentra a todos celebrando una fiesta de disfraces. Esto quizá explique la mirada de Jacobi, que brilla como si hubiera sido interrumpido en mitad de un juego travieso al que tiene ganas de regresar. Robert Graves posa para la foto con una sonrisa llena de cordialidad y de cierta tranquilidad resignada. Parece el abuelito de toda la Humanidad: el mismísimo Saturno en su destierro, que se detiene un instante para beber agua fría del río del tiempo. Posted by Hello

miércoles, septiembre 15, 2004


Imitación de mosaico con el retrato de Derek Jacobi como Claudio. Posted by Hello

ENLACES SOBRE YO, CLAUDIO.

Ayer me faltó enlazar mi escrito sobre Yo, Claudio a otras páginas de internet. He encontrado cuatro que merecen realmente la pena. La primera está mantenida por la Universidad de Saint Anselm, y tiene el objetivo de convertirse en una herramienta imprescindible para analizar la serie en las aulas. La segunda, que encontramos en History in Film, proporciona menos datos y útiles didácticos, pero también abarca una semblanza de personajes y presenta una sinopsis de los capítulos. Finalmente, dos páginas dedicadas a Derek Jacobi. En la página no oficial, abundante material informativo sobre la carrera de este portentoso actor inglés. En la página oficial de Derek Jacobi, una sección enteramente dedicada a la serie donde escuchar además el escalofriante tema musical compuesto por Wilfred Josephs con que se abría cada episodio. Una pena que no sea la versión original.

martes, septiembre 14, 2004


Derek Jacobi (Claudio), John Hurt (Calígula) y George Baker (Tiberio) en una imagen de "El reinado del terror", capítulo VIII de Yo, Claudio. Posted by Hello

YO, CLAUDIO

Esta es una vieja historia que me acompaña desde la infancia. Yo, Claudio, la mítica serie de televisión inglesa producida por la BBC, se estrenó en Reino Unido en 1976, y fue un éxito rotundo no sólo en su propio país, sino en todos los países donde se difundió. Desde su primera emisión, hace veintiocho años, su prestigio no ha hecho más que crecer hasta el punto de estar considerada como la obra maestra de todas las producciones dramáticas filmadas para la televisión. Hasta la fecha, que yo sepa, sólo le ha salido una rival: la también inglesa Brideshead Revisited (Retorno a Brideshead), que lanzó a la fama internacional a Jeremy Irons.

Yo, Claudio fue hasta 1976 un proyecto tan ambicioso como maldito. Basada en dos cumbres de la novela histórica moderna (Yo, Claudio y Claudio el dios y su esposa Mesalina, ambas de Robert Graves), Charles Laughton y Joseph Von Sternberg intentaron llevarla a la pantalla sin éxito. Recientemente, incluso, se ha estrenado en España una versión teatral interpretada por Héctor Alterio que ha sido recibida con bastante sorna. Es comprensible: mucho tuvo que lidiar el gran guionista inglés Jack Pullman para meter con calzador la novela río de Graves en apenas trece horas de novela filmada. Recortarla hasta las dos horas y pico no deja de ser una temeridad.

Supongo que en España se estrenaría en 1977 o 1978. El país ya estaba encarrilado en la transición desde una verdadera dictadura a una verdadera democracia, y la libertad creativa de cuantos trabajaron en Yo, Claudio pareció convertirse en un reflejo de lo que ya estábamos preparados para ver en una pantallita de televisión que se iluminaba por la noche en todos los hogares. La crudeza de la historia y los desnudos parciales de algunas actrices (hoy tan inocentes, pero todavía prohibidos en muchos países “avanzados”) parecían llegar de la Pérfida Albión para reconciliarnos a nosotros, españolitos de entonces, con la dura realidad de la Historia y con la suave visibilidad de la carne.

La primera vez que la vi, yo no era más que un crío, pero ya entonces pude darme cuenta de que me hallaba ante un prodigio. Nunca me olvidaré de la noche en que me quedé solo en casa porque no quise acompañar a mi familia en una noche de fiesta a cambio de perderme mi ración semanal de Claudio. Aquella noche tocó plato fuerte, nada menos que el capítulo IX titulado ¡Zeus, por Júpiter!, en el que Calígula (John Hurt, uno más entre un puñado de intérpretes gloriosos) abría en canal a su propia hermana embarazada de él y devoraba el feto. Aquella noche me di cuenta de que vampiros, monstruos y hombres lobo no podían existir porque los hombres los hubiéramos matado de miedo.

Más tarde he vuelto a ver la serie en nuevas ocasiones: dos veces más en España y dos veces en la televisión cultural mexicana (la segunda la grabé en vídeo para compartirla con mis alumnos de latín, pero todavía no lo he hecho; posiblemente, porque sólo soy capaz de ver esta serie en medio de un silencio privado casi religioso). La última vez ha sido esta semana, gracias al deuvedé. Compré la colección en España y he vuelto a tragármela completita. Cada vez que la veo me gusta más, y cada nueva vez me parece estar asistiendo a un milagro: todo es soberbio en esta obra maestra a la que no afecta el tiempo: la adaptación de Jack Pullman, que construye cada guión convirtiendo la historia de Roma en un thriller que te deja con el corazón en la boca. La dirección sabia y ágil de Herbert Wise; la cuidadísima recreación de interiores y de la vida cotidiana de los antiguos romanos, que parecen tan contemporáneos nuestros a pesar de su lejana distancia; la excelente interpretación de unos actores y actrices cuyo trabajo en esta serie es casi sobrehumano y bordea las cotas del más alto milagro artístico: Derek Jacobi en el papel de Claudio (hoy Sir Derek Jacobi; cuando interpretó a este personaje desde la juvntud a la ancianidad el actor sólo contaba 28 años), John Hurt (Calígula), George Baker (Tiberio), Brian Blessed (Augusto), Sian Phillips (Livia), Sheila White (Mesalina) y otro puñado de intérpretes cuya labor, en la mejor tradición del academicismo británico (donde están las mejores escuelas de actores del mundo) consigue un trabajo de tan grande altura que no ha sido superado hasta hoy. Es impresionante ver una producción de casi trece horas donde todos los actores, todos (hasta quien saca sólo una lanza) responden con verdadera maestría y compromiso a su cometido. Hasta los pequeños defectos que tiene la serie (una mosca que se posa sobre los actores en un capítulo; en otro, una actriz que muestra en primer plano la marca de la vacuna) sólo sirven para hacerla más grande por hacerla más humana. Como en El Quijote de Cervantes o en otras cumbres del arte humano, sus raros errores o despistes realzan el resultado final de una producción de la que se ha dicho que es "Pure sybaritic pleasure, like running your fingers through gold or fondling velvet".

domingo, septiembre 12, 2004

EL SHERIFF KING


Portada de Antonio Bernal para un episodio de El Sheriff King. Posted by Hello
Pasé el mes de Julio en Murcia leyendo viejos y buenos tebeos. Entre ellos, El Sheriff King, de Víctor Mora y Francisco Díaz. He escrito unas líneas sobre este popular personaje, y aquí van.
El Sheriff King.
Con guiones de Víctor Mora (bajo el seudónimo de Víctor Alcázar) y dibujada con elegancia y soltura por Francisco Díaz, la serie El Sheriff King fue publicada por entregas en los años 70 en Pulgarcito (treinta páginas repartidas en siete entregas de cuatro páginas, y una octava entrega final de dos). Más tarde las aventuras completas eran recopiladas dentro de la colección genérica Grandes Aventuras Juveniles, compartida con El Corsario de Hierro fundamentalmente, pero también con Supernova, Roldán sin Miedo, Astromán y Dani Futuro. Desde que Bruguera se hundió a principios de los años 80, El Sheriff King no ha sido reeditado.

Se trataba de una serie alejada tanto del western crepuscular, bronco y sangriento, de Sam Peckinpah como del westen épico de John Ford. El gran encanto de las historias del Sheriff no se basaba ni en el revisionismo del primero ni en la poética del segundo. La serie reproducía, en realidad, los esquemas de las series de televisión familiares ambientadas en el Viejo Oeste, conflictos dramáticos más bien edulcorados y problemas menores resueltos sin virulencia por King y sus ayudantes, “Dandy” Evans (siempre al corriente de la moda de París) y “Gordo” (obsesionado por engordar su delgadísimo cuerpo). La serie tampoco intentaba emular las grandes sagas de la época como Blueberry o Comanche, pues El Sheriff King nació sin la vocación ambiciosa de El Corsario de Hierro o de otras series de Mora. Pronto se convirtió en una obra coral con numerosos personajes secundarios de naturaleza simpática y entrañable: el mexicano Nepomuceno, un buhonero que mantiene diálogos constantes con su propio burro, y que en los niños de entonces evocaba las populares películas de la mula Francis; la señorita Cynthia, maestra de la escuela de Tolima (pueblito donde transcurre la acción), y su tía Abigail, una corajuda ancianita de armas tomar; el extravagante Celacanthus Peef, distribuidor de Bromas Flatsby; el vendedor de potingues “Curalotodo” Sam, e incluso, el apache Jerónimo como un modelo de civilización que poco tiene que ver con aquel espíritu de venganza que juró odio eterno al hombre blanco desde que el ejército mexicano masacró a su familia en Janos (Chihuahua). La amistad entre King y Jerónimo se convertirá, a lo largo de la serie, en el modelo conciliador que Mora nos presenta entre americanos autóctonos y descendientes de colonos. A veces presenta personajes que introducen subtramas dentro de la historia principal y dan origen a gags en la línea de la mejor comedia americana (por ejemplo, en La muerte espera en Crumble City).

Los temas, a pesar de ser profundos en ocasiones, son abordados siempre desde el lado más amable y con concesiones a la moral “para toda la familia”: el tráfico de “mojados” de un lado a otro de la frontera entre México y Estados Unidos (Disparos en la frontera), la fragilidad de la paz entre rostros pálidos e indios (Venganza apache) o la guerra entre ovejeros y ganaderos (Clanton contra Mac Diver).

Los habituales mensajes acerca de la justicia y la integridad moral son propios de toda la obra pedagógica de Víctor Mora orientada al público juvenil; pero incluso dentro de esta misma, el desarrollo general de la serie y su no-adscripción al modelo de novela río, la alejan de las series juveniles más representativas de Mora: la primera época de El Capitán Trueno y, en la misma época que el Sheriff King, su obra maestra El Corsario de Hierro.

En el dibujante Francisco Díaz hay un predominio del cuidado por la figura humana sobre los fondos, e imitación del estilo del argentino Arturo del Castillo (sobre todo de la serie Kendall). Las bonitas chicas de Francisco Díaz, muy recatadas por culpa de la censura de la época, no lucieron todo lo que hubiera sido deseable procediendo de la mano de este delicado dibujante de mujeres.
Las portadas de El Sheriff King en Grandes Aventuras Juveniles fueron, como casi siempre en esta colección, del gran portadista Antonio Bernal. Su pincel siempre rápido y eficiente las hizo brillar con singular encanto.

jueves, septiembre 09, 2004

SIN LA SOMBRA DE LAS TORRES


El sábado hará tres años que los gemelos de la nueva ciudad de York fueron separados a sangre y fuego. Y el mundo comenzó a cambiar.

Hace muchos, muchos años, el asesinato de Kennedy conmovió al planeta. En Estados Unidos, concretamente, todo el mundo recordaba qué hacía y dónde estaba cuando tuvo noticia del magnicidio. Y usted, ¿dónde estaba usted cuando se enteró de que las Torres Gemelas habían sido derrumbadas por un puñado de desgraciados fanáticos? Esta va a ser la pregunta de las próximas décadas. ¿Hasta cuándo? ¿O hasta qué nuevo horror? ¿Madrid? ¿Beslán? Son pequeños aperitivos hasta el nuevo plato fuerte, susurran los canallas de sucia boca. ¿Cuándo volveremos a escuchar el bramido de la bestia?

Y el mundo comenzó a cambiar. La recesión económica de Estados Unidos golpeó a muchos, al sur y al norte del Río Bravo. Y dejamos de volar por Estados Unidos, no por miedo a los malvados, no, sino por temor cobarde de los rifles de los buenos soldados, ésos que cumplen con su deber al vigilar en los aeropuertos. Y mucha gente se vio en la calle cuando las empresas comenzaron a volar a China. Y los que se quedaron en sus puestos comenzaron a trabajar por cuatro hombres sin cobrar horas extras. Los empresarios de baja catadura y los políticos de nuevo cuño, recién vomitados de las cloacas de la historia, vieron la oportunidad de poner en práctica sus arteras intenciones. Y comenzaron a recortar libertades individuales. Y los periódicos comenzaron a amordazar la libertad de expresión. Y en el Congreso de los Estados Unidos hasta fue coronado el líder de la Secta Moon por un puñado de chiflados. Y los norteamericanos comenzaron a vivir con miedo. Y nadie devolvió los Budas que los talibanes destruyeron en Afganistán. Y el ejército de Estados Unidos no hizo nada por impedir el saqueo de Bagdad. Y los inocentes comenzaron a morir en Irak, y la sangre comenzó a correr como el vino en las tabernas. Y los desalmados secuestran y ejecutan a los occidentales (adviértase el matiz perverso que conlleva el uso del último verbo). Y la guerra se convierte en una lucha de dioses conceptuales al servicio de un puñado de megalómanos fanáticos para que la suframos todos. Y... y esto no ha hecho más que empezar.

Art Spiegelman, el complejo creador de Maus y uno de los grandes artistas vivos del cómic, saca en estos días su visión del ocaso de la razón, que comenzó la mañana en que asistimos con estupor a la caída de las Torres Gemelas. La obra de Spiegelman, publicada por entregas en Alemania y silenciada hasta ahora en Estados Unidos, es un extraño artefacto estético que dará qué hablar. Se titula In the Shadow of No Towers y en España se ha traducido como Sin la sombra de las torres. Spiegelman habla en ella no sólo del miedo al terrorismo, sino del miedo a quienes nos quieren defender del terrorismo volviéndose los terroristas de nuestra peculiaridad y los policías de nuestra libertad. Spiegelman teme. Teme tanto a Bin Laden como a Bush. Para ello, Spiegelman retoma también a varios personajes del cómic clásico americano de la Edad de Oro. Inclusive nuestro querido Krazy Kat. No en vano Spiegelman fue el hombre que escribió que en la mañana cargada de muerte y de ceniza del 11 septiembre “it was the only comic strip I could bear to look at the wake of September 11th: Osama Bin Ignatz, Offissa Bush, us poor Krazy New Yorkers and... that brick hurtling at us through space”.

Quien lea mi post Gat@ Lok@ entenderá mejor de qué hablaba el gran Spiegelman y de qué hablaba Herriman. Entre otras muchas cosas, de la agresión al inocente.

lunes, septiembre 06, 2004


Apolo y Dafne (1625). Escultura de Gian Lorenzo Bernini. El mito de Dafne es uno de los tratados por Partenio de Nicea en su opúsculo. Posted by Hello

PARTENIO DE NICEA

Hace un par de años apareció en el mercado un volumen fundamental para conocer la obra de algunos de los mitógrafos más importantes del mundo clásico: Manuel Sanz Morales (ed.), Mitógrafos griegos. Madrid, 2002. Akal Clásica, 65. Se trata de la nueva traducción, con obligada introducción y notas, de un puñado de individuos que escribieron en griego llamados Eratóstenes, Partenio, Antonino Liberal, Paléfato y Heráclito. El volumen lo completa el Anónimo Vaticano. No falta en esta edición, pequeña y manejable, un índice onomástico y otro de autores citados. Desgraciadamente, la portada, con una repulsiva cabeza de bronce que aparentemente estuvo sumergida durante siglos, afea una edición que, en caso contrario, hubiera quedado bien coqueta.

Tras saltarme a Eratóstenes, quien dedicó una obra a los Catasterismos (metamorfosis de personajes mitológicos en constelaciones) que ya leí en su momento varias veces, me sumerjo en un autor a quien, hasta ahora, sólo conocía de oídas: Partenio de Nicea, pues la tradición asegura que ésta fue la ciudad de Bitinia donde nació. Como en muchas ocasiones sucede cuando hablamos de los datos biográficos relativos a los autores antiguos, todo es neblinoso en la vida de Partenio. Se cree que debió nacer antes de 86 a.C. y murió después de 42, y también que emigró a Roma alrededor de 66 a.C., fecha destacada como la de gran migración de eruditos helénicos a la nueva caput mundi. Ya en Roma, su obra poética fue numerosa y le brindó enorme fama (quizá influyese en la de Catulo y demás neotéricos) pero de ella sólo nos quedan 54 fragmentos cuya extensión va de una palabra a una frases. Cenizas, pues, rescoldos extinguidos. Curiosamente, la obra que la tradición nos ha transmitido es un opúsculo escrito en griego titulado Sufrimientos de amor que nuestro Partenio escribió como manual de consulta para su amigo el poeta romano Cornelio Galo. Comprende 36 historias muy cortas que Partenio recopiló de otros autores (a quienes cita en buena parte de los casos) y que tienen en común el ser historias de amor con final trágico.

El texto de Partenio nos ha llegado en un estado lamentable. Es imposible saber si los Sufrimientos de amor salieron así de su pluma o lo que nos ha quedado son, como en tantas otras ocasiones cuando hablamos de autores de la Antigüedad, los restos de un naufragio. El texto pudo sufrir tantas alteraciones, supresiones y refundiciones que quizá sólo debamos a Partenio el título, la cita de las fuentes y una vaga remembranza de la estructura general. El estilo es gris, el lenguaje monótono, la lengua no está a la altura vertiginosa de los mitos que nos cuenta: adulterios, incestos, celos y crimen, canibalismo... Es, en definitiva, un librito curioso por las variantes únicas que ofrece de algunos mitos, pero cuya monotonía impide la hipnosis que exigimos de la obra de arte literaria. Muchos textos mitográficos que son resumen de obras perdidas son así. Sin embargo, destaca el hecho de que muchos de los pequeños relatos no estén protagonizados por dioses ni héroes hijos de dioses, sino por individuos cuya ascendencia divina no está demostrada ni su amor fou está provocado por un dios.

Quiero destacar uno de los relatos, el número XXXI, Sobre Dimetes. Me ha llamado la atención no por su especial brillantez, sino porque su carácter enloquecido, viciado y truculento no sólo pudo influir en cierta clase de literatura posterior (recuerdo el episodio de la viuda y el soldado, en el Satiricón) sino porque este griego del siglo I a.C. contó esta historia morbosa y atormentada hasta el delirio que, de alguna extraña manera, parece una prefiguración del Romanticismo. Reproduzco a continuación (la traducción es de Manuel Sanz Morales) el relato XXXI, Sobre Dimetes:

Cuéntase también que Dimetes contrajo matrimonio con Evópide, la hija de su hermano Trecén, pero que, cuando supo que ella, movida por un amor excesivo, mantenía relaciones íntimas con su hermano, se lo reveló a Trecén. Ella se ahorcó, empujada por el temor y la vergüenza, no sin antes pronunciar funestas maldiciones contra el causante de su infortunio. Y así fue que, poco después, Dimetes dio con el cadáver de una mujer hermosísima, que había sido devuelto por las olas, y, abandonándose al deseo, yació con él. Mas, como el cuerpo se corrompía ya por el prolongado tiempo transcurrido, le levantó un gran túmulo, y como no cejaba en su pasión, allí mismo se degolló.

viernes, septiembre 03, 2004

PALABRAS DE GEORGE HERRIMAN


A manera de colofón, incluyo unas palabras de George Herriman sobre Krazy Kat. En la foto, Herriman dibuja en compañía de su esposa e hijos:

No seáis duros con Krazy. No es más que una sombra, atrapada en la telaraña de esta madeja mortal. Le llamamos Krazy (loco o loca) Kat (gato o gata), pero no es ninguna de las dos cosas. En alguna ocasión llegará hasta vosotros, gentes del crepúsculo, y su contraseña será el eco de una campana que tañe a vísperas, y su vehículo un soplo de céfiro del Oeste. Perdonadle, porque no le comprenderéis mejor que nosotros, que nos demoramos a este lado de la valla. Krazy es como un espíritu, como un elfo, que no tiene sexo. De modo que no puede ser femenino ni masculino. Es un espíritu -un duende- capaz de deslizarse en el interior de todo.

(Tomado de Historia de los Cómics I, p. 34. Toutain Editor, 1982)
Posted by Hello

miércoles, septiembre 01, 2004


Autorretrato de George Herriman rodeado de sus personajes principales. Posted by Hello

GAT@ LOK@

Acabo de terminar el volumen 3 de Krazy and Ignatz, la reedición cronológica que Fantagraphics Books está llevando a cabo de las planchas dominicales de Krazy Kat, esa obra maestra llena de sueño, magia y poesía que George Herriman escribió y dibujó entre 1913 y 1944. Fantagraphics está reeditando la serie desde la primera plancha dominical de 1925, año en que debió detenerse la edición de Eclipse Books (que publicó en The Early Years el material comprendido entre 1918-1924). Fantagraphics explica en el volumen 1925-1926 que cuando el material editado alcance 1944, regresarán al proyecto de reeditar los Early Years.

Krazy Kat (ignoro por qué Fantagraphics no edita la serie con su título legítimo) nunca fue una obra popular. Es verdad que se editó en muchos periódicos de Estados Unidos durante más de tres décadas, y hasta llegó a existir una tonta serie de dibujos animados tan parecida al original como una margarita a un cardo borriquero; pero aunque la serie esté protagonizada por una gatita, un ratón y un perro policía, Krazy Kat nunca fue un producto de consumo infantil, y para colmo, los adultos que compraban los periódicos la entendían menos que los críos. Si la serie sobrevivió de milagro durante más de treinta años se debió a que el todopoderoso William Randolph Hearst, magnate de la prensa en cuyos periódicos se editaba Krazy, estaba enamorado de la singularísima poesía de sus imágenes y situaciones líricas. Es curioso que un individuo como Hearst, a quien tomamos como el monstruo que causó la ruina de Orson Welles por osar inspirarse en su vida para Ciudadano Kane, fuera el verdadero mecenas renacentista de esta obra maestra absoluta, rotunda, conmovedora, una obra llena de una inocencia y una belleza tan grandiosa que la emoción que nos infunde nos produce a veces terremotos internos.

Conocí Krazy Kat hace muchos años, en ediciones esporádicas: en la monumental Historia de los Cómics, de Toutain; en Clásicos del Cómic, dirigida por Joan Navarro; en Gran Aventurero, de Ediciones B... Planchas sueltas, a veces en colores majestuosos, pero nada más. Estaba bien, pero no funcionaba. Krazy Kat es una de esas obras gigantescas que no puede saborearse a sorbitos, de manera mezquina. No. Hay que sumergirse página tras página, mes tras mes y año tras año, en su mundo onírico, en sus desiertos y cañones de Nuevo México; hay que estar pendiente de los paisajes que cambian de una viñeta a otra sin que los personajes se muevan del punto donde conversan; hay que acostumbrarse a la extraña mezcla de ternurismo y crueldad que rezuma la relación entre el trío de amantes, y leerla cronológicamente, y en versión original, para enamorarse del inglés cuatrapeado de Krazy (quien, como Popeye, habla un inglés absolutamente degenerado e intraducible), y saborear la relación de Edad de Oro que estos animales parlantes, inmigrantes unos, mexicanos otros, indios nativos no pocos, cigüeñas y chinos, mantienen en un paraje real que la fantasía y sensibilidad de Herriman convirtieron en paraíso soñado: Coconino County.

En Krazy Kat, Herriman profundizó en una de las historias de amor más hermosas de toda la cultura popular del siglo XX, y sin quererlo, profundizó en la naturaleza eterna de una clase de amor: el amor cruel. Krazy es una gata enamorada (a veces es gato; Herriman siempre jugó con la ambigüedad), una gata enamorada de Ignatz, un ratón casado y con hijos que pasa el día buscando la ocasión de agredir a Krazy propinándole un certero ladrillazo en la cabeza. Y como no hay dos sin tres, también tenemos a un perro policía enamorado sin esperanzas de Krazy, Offissa Pupp, el cual dedica su vida a impedir que Ignatz agreda a Krazy. A pesar de su celoso empeño, cuando Offissa Pupp fracasa en su caballeresco afán, encierra a Ignatz en la única celda de la única carcel de Coconino County. Krazy ama sin esperanzas a Ignatz, y cada nuevo ladrillazo es para ella una muestra de amor que Herriman explicita dibujando metáforas visuales con forma de corazón y haciéndole susurrar un gatuno “Li´l ainjil” que es como un suspiro post-coitum ladrillero. Los demás personajes secundarios, animales mágicos en esta tierra esópica e irreal, sirven de comparsas en esta extraña y conmovedora relación de amor que se prolonga hasta el infinito. En este volumen tercero, que recoge la producción de Herriman entre 1929 y 1930, Krazy se enamoriscará de un zorro francés que desbanca a Ignatz de su corazón en un ciclo de planchas que rozan la perfección. La pobre Krazy, que tiene la desgracia de enamorarse siempre de hombres casados que la agreden, la manipulan o la engañan, volverá a quedarse sola una vez más, maullando sin rencores a la luna de Coconino County.

Ha habido muchos intentos de interpretar esta obra deliciosa, rica en matices y en hallazgos poéticos, pero todas las interpretaciones son más burdas y perecederas que la admiración que hoy produce todavía leer una a una las páginas de Herriman. Umberto Eco (lector habitual de cómics) la ha analizado meticulosamente; el minuscular poeta e.e. cummings escribió un ensayo sobre Krazy Kat, y algunos han querido ver en el trío protagonista la encarnación de la democracia, el fascismo y la anarquía. Todo esto no es más que un pálido reflejo. Un pálido reflejo por querer explicarnos a nosotros mismos por qué somos tan inmensamente dichosos cuando leemos Krazy Kat. No más racionalismo, por favor, quedémonos sólo con la magia. A fuerza de racionalizar y etiquetar, sería enormemente triste que en estos tiempos groseros y mercantiles alguien convirtiese a la divina y adorable Krazy en el icono de las víctimas de la violencia de género. No demos malas ideas a nadie.