Este blogo es sólo para informarles de que, por razones forzosas debidas a un proceso natural consecuencia de la transmigración de los cuerpos y de las almas, esta bitácora no se actualiza hasta el 1 de enero. Ya les contaré entonces desde el otro lado de las turquesas cortinas. Que ustedes pasen lo que resta de 2005 lo mejor posible. Un abrazo a todos, y hasta muy pronto.
domingo, diciembre 25, 2005
FELIZ NAVIDAD Y PORROMPOMPERO AÑO NUEVO
CATWOMAN, WHEN IN ROME
He pasado seis meses coleccionando la miniserie Catwoman: When In Rome, dibujada por Tim Sale y escrita por Jeph Loeb. En cuanto cayó en mis manos el primer número me atrajeron enormemente los dibujos de Sale, llenos de gracia y preciosismo, pero al mismo tiempo de desenvoltura, plasticidad y cierto toque humorístico. Finalizada la miniserie, tuvo que esperar completa su turno en la inmensa pila de cómics y libros sobre cómics que, como la de libros y películas, siempre mengua pero nunca se extingue.
Leí el primer número, y al llegar al final miré estupefacto el reloj: ¿cuánto había tardado en leerlo? Como era imposible precisarlo con exactitud, leí el segundo reloj en mano y me sorprendí al descubrir que había tardado sólo siete minutos en devorar un tebeo de tres dólares y medio (y además, en inglés, que no es mi primera lengua). Ya no me sorprendí cuando la miniserie completa cayó en poco más de media hora. 21 dólares por sólo media hora de diversión. Sí, ya sé que hay meretrices que cobran más por el mismo tiempo, pero, ¿compensa gastar tanto cuando lo que se le ofrece a uno es tan poco? Evidentemente, los dibujos de Sale son una maravilla, y desde ese punto de vista no hay queja. Los guiones de Loeb, en cambio, están al servicio de una historia que hubiera podido dar mucho de sí pero cuyo desarrollo literario es inexistente a pesar de haber sido publicada a lo largo de medio año: pocos diálogos, viñetas muy grandes, escasos o nulos cartuchos de texto... Me sentí enormemente decepcionado con esta historia de Selena Kyle (Catwoman) que viaja hasta Italia en busca de sus raíces.
Luego reflexiono, y pienso que al fin y al cabo estos tebeos ya no se escriben para mí, sino para el chaval de 15 años que pertenece a la generación MTV y que no quiere tebeos con mucha letra, porque se cansa. Lejos, muy lejos quedaron los tiempos en que un álbum de 48 páginas (como los que escribía Charlier) daban para dos horas y media de lectura. Los nuevos tebeos de consumo parecen ser fraudes narrativos con mucha imagen y poco texto. Están borrachos de estética videoclip: todo muy lucido, muy breve y muy rápido.
Entre mis regalitos de intercambio del día de ayer me entregaron un Profesor Xavier con su sillita de ruedas. Un muñequito de plástico que, sin ser la repera, está muy bien hecho y quedará gracioso en una repisa de mi librero. Acompañaba a este venerable Xavier una reedición del número 117 de Uncanny X-Men, aquella serie que en sus tiempos de gloria escribió Chris Claremont y durante una época dibujó con encanto monástico John Byrne. Me lo he leído esta tarde, y he revivido recuerdos muy gratos. Sobre todo, una buena historia bien organizada en torno a un momento culminante (el primer combate psíquico de Xavier, antes de fundar su legendario grupo), con viñetas de tamaño normal, con personajes bien dibujados psicológicamente, con buenos diálogos que describen bien a los personajes, con escenas de acción, con momentos intimistas, con humanidad, con emoción, con intriga... Todo en sólo un tebeo que reza en la portada: Still only 35 cents! 35 centavos de los años 70, claro, y bien invertidos que estaban en un tebeo popular, sin pretensiones grandilocuentes ni papel satinado, que por lo menos dura media hora entre las manos y cuenta bien un capítulo de una buena historia.
Creo que a partir de ahora tengo que proponerme, aun a riesgo de quedarme anticuado como el carroza que empiezo a ser, comprar menos y releer más.
Jeph Loeb y Tim Sale, Catwoman: When In Rome. A Catwoman Murder Mystery (6 números). DC Comics, 2005. (*, de 4).
Leí el primer número, y al llegar al final miré estupefacto el reloj: ¿cuánto había tardado en leerlo? Como era imposible precisarlo con exactitud, leí el segundo reloj en mano y me sorprendí al descubrir que había tardado sólo siete minutos en devorar un tebeo de tres dólares y medio (y además, en inglés, que no es mi primera lengua). Ya no me sorprendí cuando la miniserie completa cayó en poco más de media hora. 21 dólares por sólo media hora de diversión. Sí, ya sé que hay meretrices que cobran más por el mismo tiempo, pero, ¿compensa gastar tanto cuando lo que se le ofrece a uno es tan poco? Evidentemente, los dibujos de Sale son una maravilla, y desde ese punto de vista no hay queja. Los guiones de Loeb, en cambio, están al servicio de una historia que hubiera podido dar mucho de sí pero cuyo desarrollo literario es inexistente a pesar de haber sido publicada a lo largo de medio año: pocos diálogos, viñetas muy grandes, escasos o nulos cartuchos de texto... Me sentí enormemente decepcionado con esta historia de Selena Kyle (Catwoman) que viaja hasta Italia en busca de sus raíces.
Luego reflexiono, y pienso que al fin y al cabo estos tebeos ya no se escriben para mí, sino para el chaval de 15 años que pertenece a la generación MTV y que no quiere tebeos con mucha letra, porque se cansa. Lejos, muy lejos quedaron los tiempos en que un álbum de 48 páginas (como los que escribía Charlier) daban para dos horas y media de lectura. Los nuevos tebeos de consumo parecen ser fraudes narrativos con mucha imagen y poco texto. Están borrachos de estética videoclip: todo muy lucido, muy breve y muy rápido.
Entre mis regalitos de intercambio del día de ayer me entregaron un Profesor Xavier con su sillita de ruedas. Un muñequito de plástico que, sin ser la repera, está muy bien hecho y quedará gracioso en una repisa de mi librero. Acompañaba a este venerable Xavier una reedición del número 117 de Uncanny X-Men, aquella serie que en sus tiempos de gloria escribió Chris Claremont y durante una época dibujó con encanto monástico John Byrne. Me lo he leído esta tarde, y he revivido recuerdos muy gratos. Sobre todo, una buena historia bien organizada en torno a un momento culminante (el primer combate psíquico de Xavier, antes de fundar su legendario grupo), con viñetas de tamaño normal, con personajes bien dibujados psicológicamente, con buenos diálogos que describen bien a los personajes, con escenas de acción, con momentos intimistas, con humanidad, con emoción, con intriga... Todo en sólo un tebeo que reza en la portada: Still only 35 cents! 35 centavos de los años 70, claro, y bien invertidos que estaban en un tebeo popular, sin pretensiones grandilocuentes ni papel satinado, que por lo menos dura media hora entre las manos y cuenta bien un capítulo de una buena historia.
Creo que a partir de ahora tengo que proponerme, aun a riesgo de quedarme anticuado como el carroza que empiezo a ser, comprar menos y releer más.
Jeph Loeb y Tim Sale, Catwoman: When In Rome. A Catwoman Murder Mystery (6 números). DC Comics, 2005. (*, de 4).
viernes, diciembre 23, 2005
IO SATURNALIA
Como no podía ser menos, esta bitácora les desea una felices Saturnales, o Navidades, o lo que sea que ustedes celebren. Supongo que andarán un poco como yo, con la pereza de estas fechas, picando poco en la blogosfera, dejando pasar los días entretenido con bagatelas mil, entregado con devoción al jamón con chorreras de la cesta navideña o sudando la gota gorda con la masa de los tamales. He ido recopilando por aquí y por allí algunas postales de felicitación, como la que ven sobre estas líneas, que es mi favorita. La dibuja Guillermo Mendoza y la he pirateado del gran banco de postales navideñas realizadas por comiqueros españoles y que se encuentran en La cárcel de papel. Y como dicen en el semanario El Jueves, esta es sólo una postal, pero teníamos más. Por ejemplo, ésta que me ha enviado Llorch y que no encabeza estas líneas porque la de Lobezno es más políticamente incorrecta, como a mí me gusta, sobre todo en estas fechas. ¡Gracias, Llorch!
El artista jienense Paco Nájera ha felicitado la Navidad a sus cuates del Foro de Amigos del Capitán Trueno con esta entrañable postal donde nuestro querido paladín español tiene una regresión a la infancia. Y es que, reconozcámoslo, la Navidad es temporada de niños y de ilusión. Y ustedes, ¿a qué edad dejaron de creer en los Reyes Magos? Yo, a los quince años. Io Saturnalia!!
lunes, diciembre 19, 2005
TARTESSOS O EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Tartessos, La ruta del estaño, es una obra que llevaba mucho tiempo esperando, ya que me parece que sus autores, Paco Nájera y Santiago Girón, se han propuesto una tarea digna de la verdadera madurez de los artistas: un proyecto de largo alcance que será una serie de varios números (cuántos sólo lo dirá el tiempo) donde estos autores recrean la civilización tartesia en clave de humor y de aventuras recurriendo a un elenco de personajes fijos que conforman un protagonismo coral bastante efectivo, aunque con la lógica necesidad de ajustes en sucesivos álbumes. El argumento de este primer álbum, La ruta del estaño, ancla del todo en la historia antigua de España, y en concreto, en las relaciones comerciales que tartesios y celtas de Britania compartieron en el comercio del estaño, necesario para la elaboración del bronce. El argumento de este primer álbum trata, precisamente, de los avatares que los personajes tienen que experimentar para recuperar la estela de plata donde se establece que celtas y tartesios compartirán la comercialización del estaño, ya que, en caso de desaparición de una de ellas, los dueños de la otra estela controlarían el monopolio de este metal. Es esta la premisa más o menos histórica que nos introduce en un proyecto mágico y cargado de buen humor como es Tartessos, la obra más ambiciosa de sus autores hasta la fecha.
Tartessos implica una búsqueda del tiempo perdido, pero no sólo porque recreen en sus páginas la civilización tartesia, sino porque Tartessos rezuma una honda nostalgia por una clase de tebeo que, como la madalena proustiana, remite a un sabor anclado en el recuerdo de un tiempo perdido, aquel en que muchos niños de los 60 y 70 compartíamos con un tebeo mientras devorábamos con avidez infantil el pan con chocolate de las cinco de la tarde. Tartessos es una obra que nació con esa clara y muy conseguida vocación de ser un cómic de humor y aventuras para toda la familia, una obra escrita por Girón con singular gracia y dibujada con enorme desenvoltura por Paco Nájera. El espíritu de Tartessos remite al espíritu de otra época, lo que no quiere decir que sea una obra anticuada o ñoña, sino que tiene referentes claros en la clásica línea franco-belga, en Tintín y en Astérix, y en definitiva, en esa larga tradición de tebeo histórico de humor que, bien escrito y bien dibujado (y Tartessos cumple con estos requisitos excelentemente), puede ser y es una forma deliciosa de pasar una tarde entretenida con un argumento ágil y bien construido con personajes entrañables, y permite dejar a la vista recrearse en unas viñetas donde el dibujante vuelca una inmensa información documental que, con la gracia singular de los maestros de su oficio, nunca resulta aparatosa o redundante.
El primer álbum de Tartessos deja con ganas de más, y éste es su único problema, ya que la naturaleza ambiciosa de esta obra no se agota en una primera entrega, pues esto sería imposible: la misteriosa civilización tartesia necesita seguir siendo expuesta y reinventada a través de estos personajes que, por su parte, necesitan más desarrollo en futuras aventuras y que aquí apenas se esbozan con una enorme gracia que sabe a poco. En este sentido, La ruta del estaño no es muy distinta como primera entrega de otras primeras entregas de series longevas que con el tiempo se han convertido en clásicas y referencia absoluta dentro del género. En cuatro entregas más, Tartessos podría convertirse en una gran serie de referencia dentro de España en un contexto internacional. Es una obra por la que hay que apostar igual que apostamos por otras, y merece la pena hacerlo porque la gracia (nunca hilaridad) de los guiones de Girón y las excelentes viñetas de Nájera están llenas de una honda magia primitiva que todos los lectores de tebeos de toda la vida tenemos anclada en algún lugar de nuestra sensibilidad. Es una obra que puede deleitar al nostálgico, pero que por sus premisas modernas en cuanto a tipo de humor y la caracterización de sus personajes, puede también sin problemas hipnotizar al lector infantil de nuestros tiempos. A este respecto debo decir que las viñetas grandes y oxigenadas de Nájera, con el trazo vigoroso y cálido que le es característico, están llenas de una simpática magia que remite, cuanto menos en mi caso, al corazón mismo del descubrimiento de la vida a través de los tebeos. Una obra, además, excelentemente editada e ideal para regalar a quienes hoy no lo saben, pero quizá sean los lectores de cómics del futuro.
Para más información sobre esta serie, visita su página web.
Paco Nájera y Santiago Girón, Tartessos. Editorial Almuzara. Colección Bookadillo. España, 2005. (***, de 4).
Tartessos implica una búsqueda del tiempo perdido, pero no sólo porque recreen en sus páginas la civilización tartesia, sino porque Tartessos rezuma una honda nostalgia por una clase de tebeo que, como la madalena proustiana, remite a un sabor anclado en el recuerdo de un tiempo perdido, aquel en que muchos niños de los 60 y 70 compartíamos con un tebeo mientras devorábamos con avidez infantil el pan con chocolate de las cinco de la tarde. Tartessos es una obra que nació con esa clara y muy conseguida vocación de ser un cómic de humor y aventuras para toda la familia, una obra escrita por Girón con singular gracia y dibujada con enorme desenvoltura por Paco Nájera. El espíritu de Tartessos remite al espíritu de otra época, lo que no quiere decir que sea una obra anticuada o ñoña, sino que tiene referentes claros en la clásica línea franco-belga, en Tintín y en Astérix, y en definitiva, en esa larga tradición de tebeo histórico de humor que, bien escrito y bien dibujado (y Tartessos cumple con estos requisitos excelentemente), puede ser y es una forma deliciosa de pasar una tarde entretenida con un argumento ágil y bien construido con personajes entrañables, y permite dejar a la vista recrearse en unas viñetas donde el dibujante vuelca una inmensa información documental que, con la gracia singular de los maestros de su oficio, nunca resulta aparatosa o redundante.
El primer álbum de Tartessos deja con ganas de más, y éste es su único problema, ya que la naturaleza ambiciosa de esta obra no se agota en una primera entrega, pues esto sería imposible: la misteriosa civilización tartesia necesita seguir siendo expuesta y reinventada a través de estos personajes que, por su parte, necesitan más desarrollo en futuras aventuras y que aquí apenas se esbozan con una enorme gracia que sabe a poco. En este sentido, La ruta del estaño no es muy distinta como primera entrega de otras primeras entregas de series longevas que con el tiempo se han convertido en clásicas y referencia absoluta dentro del género. En cuatro entregas más, Tartessos podría convertirse en una gran serie de referencia dentro de España en un contexto internacional. Es una obra por la que hay que apostar igual que apostamos por otras, y merece la pena hacerlo porque la gracia (nunca hilaridad) de los guiones de Girón y las excelentes viñetas de Nájera están llenas de una honda magia primitiva que todos los lectores de tebeos de toda la vida tenemos anclada en algún lugar de nuestra sensibilidad. Es una obra que puede deleitar al nostálgico, pero que por sus premisas modernas en cuanto a tipo de humor y la caracterización de sus personajes, puede también sin problemas hipnotizar al lector infantil de nuestros tiempos. A este respecto debo decir que las viñetas grandes y oxigenadas de Nájera, con el trazo vigoroso y cálido que le es característico, están llenas de una simpática magia que remite, cuanto menos en mi caso, al corazón mismo del descubrimiento de la vida a través de los tebeos. Una obra, además, excelentemente editada e ideal para regalar a quienes hoy no lo saben, pero quizá sean los lectores de cómics del futuro.
Para más información sobre esta serie, visita su página web.
Paco Nájera y Santiago Girón, Tartessos. Editorial Almuzara. Colección Bookadillo. España, 2005. (***, de 4).
domingo, diciembre 18, 2005
OLIVER TWIST (1922), DE FRANK LLOYD
Como en este bitácora gustamos poco de novedades, esta noche hemos visto Oliver Twist. Mas no la de Roman Polansky, calientita todavía y recién estrenada en los cines, sino la de Lon Chaney, vaya, una película muda de 1922 estelarizada por Jackie Coogan. Fue Coogan aquel niño inmortalizado para siempre en El chico, de Charles Chaplin, su descubridor y el creador de ese icono que tantas veces hemos visto reproducido en infinidad de sitios: Charlot y el Chico en tazas, en camisetas, en posavasos, en carteles (yo crecí en aquella época en que tan de moda estuvo colgar en la pared el cartel de Charlie Chaplin acompañado de Coogan en esa película llorona y genial). Coogan trabajó mucho durante toda su vida, pero nunca pudo trascender el mito creado durante su infancia gracias a aquel papel en el film de Chaplin.
Hacía mucho que no veía una película muda, más o menos un año, desde que me tragué la versión íntegra de Los nibelungos de Fritz Lang, que me dejó absolutamente turulato, tanto que no escribí aquí sobre ella porque hubiera dado para un ensayo, no para un blogo. El Oliver Twist de Frank Lloyd, su director y especialista en adaptaciones literarias, no es una de las maravillas del cine mudo, pero sigue siendo un producto de gran encanto, para empezar por sus fantásticos decorados, que recrean de manera expresionista y siniestra el Londres victoriano. Los trajes de los mendigos y desesperados que rondan por sus calles truculentas pudieron haber sido una fuente de inspiración para Gangs of New York, de Scorsese. Realmente se puede arañar la mugre y oler el sumidero del agua estancada en la callejuela. Es, en este aspecto, una de las versiones más crudas que se han hecho de esta celebérrima novela que tiene hasta versión musical y versión en dibujos animados (de Disney).
Y la mayor gracia reside en el binomio Coogan-Chaney. Por un lado, el niño prodigio de la época, nada cursi y más bien entrañable, con esa iluminación sobre su cabello que le concede, casi, un aire de santidad: el niño/niña que canceló una rara tradición, aquella de que todos los Oliver Twist hasta Coogan habían sido interpretados por chicas. Por otra parte, el versátil, teatral y deliciosamente expresionista Lon Chaney (el de la foto de arriba en este papel), no en vano llamado el Hombre de las mil caras, que aquí compone un Fagin espléndido, sórdido, miserable, malvado y cómico que todavía conmueve por su enorme poderío actoral.
Hoy día la historia de Oliver Twist, sin embargo, se nos antoja fresa. Los Oliver Twist del mundo nunca podrán tener la candorosa mirada de Jackie Coogan. Tengo ganas de ver cómo lo ha planteado Polansky. Por último: acabo de reparar de dónde sacó Buñuel su prueba final para el niño de Los olvidados: de Oliver Twist. Toda una lección de amargura del genio de Calanda, lo que me remite a lo ya dicho: Oliver Twist es hoy una historia fresa. ¿Nos engañaba Dickens, o nos hemos vuelto intolerablemente peores?
Oliver Twist (1922). Dirección : Frank Lloyd. Adaptación de Walter Anthony y Frank Lloyd sobre la novela de Charles Dickens. Fotografía de Glen MacWilliams y Robert Martin. Montaje de Irene Morra.
Intérpretes: Jackie Coogan, Lon Chaney, James A. Marcus, Aggie Herring, Nelson McDowell, Lewis Sargent, Joan Standing, Carl Stockdale, Edouard Trebaol. B/N. Muda. USA. (***, de 4).
Hacía mucho que no veía una película muda, más o menos un año, desde que me tragué la versión íntegra de Los nibelungos de Fritz Lang, que me dejó absolutamente turulato, tanto que no escribí aquí sobre ella porque hubiera dado para un ensayo, no para un blogo. El Oliver Twist de Frank Lloyd, su director y especialista en adaptaciones literarias, no es una de las maravillas del cine mudo, pero sigue siendo un producto de gran encanto, para empezar por sus fantásticos decorados, que recrean de manera expresionista y siniestra el Londres victoriano. Los trajes de los mendigos y desesperados que rondan por sus calles truculentas pudieron haber sido una fuente de inspiración para Gangs of New York, de Scorsese. Realmente se puede arañar la mugre y oler el sumidero del agua estancada en la callejuela. Es, en este aspecto, una de las versiones más crudas que se han hecho de esta celebérrima novela que tiene hasta versión musical y versión en dibujos animados (de Disney).
Y la mayor gracia reside en el binomio Coogan-Chaney. Por un lado, el niño prodigio de la época, nada cursi y más bien entrañable, con esa iluminación sobre su cabello que le concede, casi, un aire de santidad: el niño/niña que canceló una rara tradición, aquella de que todos los Oliver Twist hasta Coogan habían sido interpretados por chicas. Por otra parte, el versátil, teatral y deliciosamente expresionista Lon Chaney (el de la foto de arriba en este papel), no en vano llamado el Hombre de las mil caras, que aquí compone un Fagin espléndido, sórdido, miserable, malvado y cómico que todavía conmueve por su enorme poderío actoral.
Hoy día la historia de Oliver Twist, sin embargo, se nos antoja fresa. Los Oliver Twist del mundo nunca podrán tener la candorosa mirada de Jackie Coogan. Tengo ganas de ver cómo lo ha planteado Polansky. Por último: acabo de reparar de dónde sacó Buñuel su prueba final para el niño de Los olvidados: de Oliver Twist. Toda una lección de amargura del genio de Calanda, lo que me remite a lo ya dicho: Oliver Twist es hoy una historia fresa. ¿Nos engañaba Dickens, o nos hemos vuelto intolerablemente peores?
Oliver Twist (1922). Dirección : Frank Lloyd. Adaptación de Walter Anthony y Frank Lloyd sobre la novela de Charles Dickens. Fotografía de Glen MacWilliams y Robert Martin. Montaje de Irene Morra.
Intérpretes: Jackie Coogan, Lon Chaney, James A. Marcus, Aggie Herring, Nelson McDowell, Lewis Sargent, Joan Standing, Carl Stockdale, Edouard Trebaol. B/N. Muda. USA. (***, de 4).
viernes, diciembre 16, 2005
ECOS DE SOCIEDAD
El recorte de prensa que les adjunto sobre estas líneas fue publicado ayer en el diario local El Norte de Ciudad Juárez (clica sobre la imagen para ampliar). Fue una agradable sorpresa que se hagan eco del trabajo de uno, y además me hizo gracia: pensé cuando me lo dijeron que no era para tanto (y lo sigo creyendo). Esta mañana, además, me sorprendió en mi buzón de correo encontrar un emilio desde L´Hopitalet, Barcelona, donde me solicitaban una copia de mi tesis doctoral para la Biblioteca municipal de L´Hospitalet y Esplugues, que desde 1999 mantiene un fondo especial de novela negra y literatura relacionada que va creciendo con el tiempo. La noticia llegó hasta ellos por esta nota publicada en La Balacera, blog de referencia en español sobre la novela negra y policiaca, y voz de la librería especializada Negra y Criminal. Uno, que tiene vanidad aunque no la ejerza, no deja de sentirse bastante halagado de verse reseñado en La Balacera, rodeado de blogos dedicados a gentes como Henning Mankell o la Miss Marple de Ágatha Christie y otras delicatessen que son de obligado rigor para amantes del género. El recorte de El Norte y la reseña de La Balacera proceden de la misma fuente: una pequeña entrevista que me hicieron para la Gaceta Universitaria de la UACJ y que Guadalupe de la Mora, desde la imprenta universitaria, boletineó por todas partes para su difusión. Gracias a todos por el simpático detalle pre-navideño.
Dicen los detractores de los blogs que no son más que púlpitos de predicadores en el desierto. Pues nada, ustedes disculpen, pero hoy me tocó publicitarme a mí mismo desde este púlpito del desierto de Ciudad Juárez, territorio de novela negra. Y no en vano, las palabras con que cierra la nota de prensa de El Norte salieron de mi boca y las mantendré mientras viva. Que duerman bien, y hasta otro día.
Dicen los detractores de los blogs que no son más que púlpitos de predicadores en el desierto. Pues nada, ustedes disculpen, pero hoy me tocó publicitarme a mí mismo desde este púlpito del desierto de Ciudad Juárez, territorio de novela negra. Y no en vano, las palabras con que cierra la nota de prensa de El Norte salieron de mi boca y las mantendré mientras viva. Que duerman bien, y hasta otro día.
miércoles, diciembre 14, 2005
RELEYENDO DAFNIS Y CLOE
Cuando la leí por primera vez tenía quince años. Yo a esa edad era un cursi, y Dafnis y Cloe me pareció una novela cursi. Ahora la he vuelto a releer y me ha parecido deliciosa. Ya no soy cursi, y como no lo soy, el ternurismo mágico de Dafnis y Cloe no me ofende porque no me refleja. Antes al contrario, familiarizado con la lírica pastoril, Dafnis y Cloe me ha conmovido por su dulzura e irrealidad, tan remota y sin embargo tan cercana, pienso ahora, a determinados textos de Ionesco, Arrabal o Beckett. Dafnis y Cloe tiene con ellos puntos de conexión. Es decir, que Dafnis y Cloe es hoy inspiradora de buena parte de la representación absurda del mundo, porque la inocencia de Dafnis y Cloe es absurda en un mundo como éste que nutrió dos guerras mundiales, un Vietnam, dos torres gemelas despanzurradas y una democracia en Irak. La obra es un texto escrito en griego por un tal Longo en el siglo III d.C. Se trata de una fábula milesia, que fue como en el mundo clásico se conoció a las primeras novelas, que no se llamaban novelas sino fábulas milesias. Eran una prolongación en prosa de los dramas de la comedia nueva, que a su vez eran un desarrollo posterior y sentimental de los melodramas de Eurípides (que no tragedias) como Helena, Ifigenia entre los Tauros o Alcestis. Dice Lesky en La tragedia griega que a Eurípides no le gustaba el drama satírico, y para sustituirlo por algo que no fuese una tragedia, inventó el melodrama: historias de reconocimiento, de búsquedas y pérdidas, encuentros y desencuentros, amores y desamores, y final feliz. Este fue el germen de la comedia nueva, de la fábula milesia, de la novela, del melodrama y del culebrón.
Dafnis y Cloe son dos bebés expósitos criados como pastorcillos que se enamoran. Se enamoran, pero sufren porque no saben cómo aplacar su amor. Creen que desnudarse y darse calientes besitos es amarse, que retozar en cueros entre la hierba y refrescarse mutuamente en las fuentes es el amor, pero algo falla porque se quedan peor que antes de quitarse las vestiduras. Cuando una astuta vecina, Lycenia, enseña a Dafnis en qué consiste realmente el amor carnal entre hombre y mujer podríamos pensar que la acción de la novela va a llegar inmediatamente a su final, pero no: la mujer advierte que Cloe sangrará la primera vez, y que quizá sienta dolor. El pobre Dafnis se queda peor que antes, porque, piensa el pobre pastorcillo: ¿Cómo voy a causar sangre y dolor en mi querida Cloe, mi querido amor? Y la fábula milesia sigue hasta el final feliz, en medio de incursiones de piratas, raptos y envidias de cabreros que quieren gozar de la belleza de Cloe. Al final, Dafnis y Cloe serán reconocidos por sus verdaderos padres y Dafnis y Cloe llegarán felices al tálamo nupcial, escena en que Longo cerrará su novela con estas palabras: "Dafnis hizo a Cloe lo que le había enseñado Lycenia y Cloe comprendió entonces que lo que antes hicieron en el bosque y al amparo de los arbustos, no había sido más que juegos de pastorcillos".
Admirada por autores de la talla de Goethe y otros muchos durantes generaciones, Dafnis y Cloe pasa por ser la novela griega de belleza más prístina, honda y perfecta, y su belleza ha influido la lírica pastoril durante siglos hasta el punto de que hoy, enterrada definitivamente la temática pastoril, influye sobre otras obras y géneros con su ternura casi irreverente, más que ridícula, para estos tiempos impíos.
Admirada por autores de la talla de Goethe y otros muchos durantes generaciones, Dafnis y Cloe pasa por ser la novela griega de belleza más prístina, honda y perfecta, y su belleza ha influido la lírica pastoril durante siglos hasta el punto de que hoy, enterrada definitivamente la temática pastoril, influye sobre otras obras y géneros con su ternura casi irreverente, más que ridícula, para estos tiempos impíos.
lunes, diciembre 12, 2005
LI´L ABNER (1940), CON BUSTER KEATON
Hace unos días comentaba el primer tomo de Li´ l Abner: The Frazetta Years. El fin de semana se prestaba, por ello mismo, a ver por primera vez una rareza: la versión que en 1940 rodó Albert S. Rogell de la gran daily-strip, nada menos que con Buster Keaton interpretando al indio Lonesome Polecat. Doña Maquila la consiguió en El Chuco por sólo un dólar. Sin menú de entrada, ni subtítulos, ni características especiales, ni nada, nada de nada, ni el habitual estuche de plástico para el disco, que esta vez venía como un moisés turulato embutido en una cajita de cartulina. ¿Y qué más puede pedirse por un dólar? Doña Maquila la encontró entre el montón de películas de a dólar e pluribus unum, apoquinó su contribución a la grandeza del Tío Sam y se vino pa Juaritos aventando balazos por el Puente Libre.
La verdad es que se trata de una graciosa versión cinematográfica de los geniales personajes de Capp, pero poco más: carece de la corrosión de este gran artista de los cómics, y el universo de Dogpatch tuvo que ser convenientemente suavizado para no resultar tan estridente: la suciedad y la pobreza son menos acusadas, los personajes goyescos de Capp son feos en la película, pero no son los freaks que dibujaba Capp. Incluso las chicas que aparecen en el film (estupenda Martha O´Driscoll como Daisy Mae) no aparecen tan exuberantes como en los cómics, donde, entre tanto cochinero y miseria, Capp siempre se esforzaba por presentar chicas guapas durmiendo la siesta entre los cerdos. Toda la acción gira alrededor de cómo Daisy Mae y una morena competidora se debaten por el amor del estúpido Abner (espléndido Jeff York, que hasta imita a la perfección el bizco característico que le dibujaba Capp para subrayar la idiocia del personaje). Por supuesto, el clímax llegará durante el Sadie Hawkins Day, ese día tan especial en Dogpatch en el que las mujeres solteras corren detrás de los machotes sin compromiso. Dogpathch Way of Life.
Lo mejor del film resulta ser, sin duda, la caracterización de los personajes: además de los mencionados York y O´Driscoll como Abner y Daisy Mae, tenemos a Mona Ray y Johnnie Morris como Ma y Pa Yokum, los padres de Abner. Enanitos y con narices postizas, parecen salidos de una versión escolar del Freaks de Tod Browning. Y por supuesto, Buster Keaton.El genial Buster Keaton. El grande del cine a quien tanto admiraron los vanguardistas de los años 20 del pasado siglo. Buster Keaton pasa de todo. El pobre Keaton, destruida su carrera por el todopoderoso productor de la MGM Louis B. Mayer a finales de los años 20, se conforma con hacer su trabajo con el objeto de ir tirando en la vida, y mañana será otro día. Lejos estaban todavía sus breves pero significativas apariciones en Sunset Boulevard, de Wilder, en Limelight de Chaplin y, sobre todo, su extraño adiós al cine dirigido por Samuel Beckett en Film.
Li´l Abner no es una buena película porque, aunque es graciosa, no tiene ningún momento verdaderamente brillante. Es, sobre todo, un film para amantes del cómic y arqueólogos del séptimo arte, una curiosidad con mucha gracia pero sin brillantez. Me sorprendió ver hablar a Keaton por primera vez, ese dios impávido del cine mudo. Su voz era grave, bien templada y bonita. Hubiera sido hermoso haberle visto protagonizar y dirigir obras maestras de la comedia durante el cine sonoro.
El momento climático del film es la carrera del Sadie Hawkins Day, donde todas las mujeres casaderas corren detrás de los hombres solteros. Keaton se retrasa en la carrera para que alguna se detenga y se fije en él. No tiene suerte el pobre indio. La escena, de manera tristemente irónica, recuerda la carrera de novias corriendo detrás de Keaton en su gran película Siete ocasiones. Keaton, hundido y olvidado, debió de sentirse, con justa razón, haciendo el indio doblemente en esta adaptación a la pantalla grande de Li´l Abner.
Li´l Abner (1940). Dirección : Albert S. Rogell. Guión de Tyler Jonson y Charles Kerr. Fotografía de Harry Jackson. Montaje de W. Donn Hayes y Otto Ludwig. Música de Milton Berle.
Con Jeff York, Martha O´Driscoll, Mona Ray, Johnnie Morris, Buster Keaton, Billie Seward, et al.. USA, B/N. 78 m. (**, de 4).
Li´l Abner (1940). Dirección : Albert S. Rogell. Guión de Tyler Jonson y Charles Kerr. Fotografía de Harry Jackson. Montaje de W. Donn Hayes y Otto Ludwig. Música de Milton Berle.
Con Jeff York, Martha O´Driscoll, Mona Ray, Johnnie Morris, Buster Keaton, Billie Seward, et al.. USA, B/N. 78 m. (**, de 4).
jueves, diciembre 08, 2005
HITCH: LA CARA OCULTA DE LA LUNA
Mucho había oído hablar de esta biografía de Alfred Hitchcock que, publicada por primera vez en 1983, suscitó una gran polémica. Principalmente, porque en aquel tiempo vivía aún Patricia Hitchcock, hija del genio que mostró completamente a las claras su desavenencia con la obra de Spoto. El título ya incide en el aspecto revelador de esta primera biografía: La cara oculta del genio, que es como decir la cara oculta de la luna. En cierto sentido resulta una comparación idónea, ya que Hitchcock, genio y figura hasta la sepultura, supo construir como nadie una personalidad pública luminosa cuya popularidad trascendió en vida hasta límite insospechados (él era, independientemente de sus films, espectáculo en sí mismo) y que durante la misma veló celosamente los aspectos más oscuros de su personalidad, impulsada por un celosísimo espíritu de secretismo alrededor de su vida. La biografía de Spoto no pretende, ni mucho menos, crear polémica (Spoto es un crítico enormemente serio que publicó un sólido estudio sobre Hitch hoy considerado canónico: The Art of Alfred Hitchcock), pero no puede dejar de evitar hacer justicia a Hitch y a sus admiradores: pone puntos sobre las íes. Como dijo una vez Aristóteles: amigo he sido de Platón, pero más amigo soy de la verdad.
No se trata de una biografía amarillista, pero es normal que en su tiempo causara malestar entre la familia que sobrevivió al genio, a quien Spoto muestra con admiración, pero sin mentiras (que también han corrido por ahí). La tesis de Spoto es fascinante, y la demuestra de cabo a rabo a lo largo de las 518 páginas de esta obra (en la reciente edición española de T&B Editores): hombre de vida intensamente interior y poco amigo de escándalos, sus filmes constituyen la verdadera biografía interior de las apetencias, frustraciones, ansiedades, amores y dolores de un alma rica y compleja, a menudo atormentada por una agobiante educación católica que nunca llegó a superar (como Buñuel, como Ford...), por su amor infinito por la comida y la bebida (sus temas de conversación favoritos, de los que podía charlar durante horas) y el gran tormento que, por ende, llegaba arrastrar por su cuerpo enormemente obeso que sometía a toda clases de excesos dignos de un Lúculo o de un Apicio. Verdadero autor de sus films (nunca acreditado como guionista de ellos, pero siempre co-creador con derecho a la última palabra), Hitch fue un romántico del Romanticismo encerrado en un castillo de ogro que nunca supo ni pudo ser amado ni deseado. Su esposa, Alma -verdaderamente, su alma- fue su compañera, amiga, madre, chófer, cocinera, y hasta el final de su vida hasta cancerbera. Alma no sobrevivió un año la muerte de Hitch. No cuesta imaginarlos juntos recorriendo el mundo: ella queriendo y adorando a Hitch; él dejándose querer y haciendo palpitar su gordo corazón con ensoñaciones eróticas protagonizadas por hermosas y gélidas rubias de las que se enamoraba y a quienes recreó con infinito amor -y a veces hasta sadismo- en la pantalla que él llenó de luces y sombras para nosotros, para la eternidad: Ingrid Bergman, Grace Kelly, Vera Miles y -el caso conocido por todos, cuyo fracaso destruyó su corazón y la inspiración de su espíritu infinitamente dolido y al fin destruido- Tippi Hedren.
Hombre carismático y poliédrico, genial y desmesurado en sus grandes pasiones, considerado en vida un gran artífice de películas de suspense y hoy considerado uno de los grandes genios de la Humanidad que caracterizaron el siglo XX, Spoto nos sumerge en su vida hermosa y triste a un tiempo, en su vida pública y secreta, en su existencia dolida y esperanzada, capaz tanto de hacer sonreír como de horrorizar. He leído esta biografía con el alma en vilo durante un mes, y ahora puedo decir que comprendo a Hitch mucho más allá de las películas que rodó. Hitch fue un místico: un Segismundo encerrado en un corazón-castillo en una Polonia de mantecas que palpitaban frente al aroma de un rubio coñito con vellos de sueño. La tesis de Spoto es cierta: Hitchcock vivió su vida y sintió sus emociones plasmándolas en sus films. La vida fue eso para él, y no otra cosa. Su cine está más vivo que nunca. Es por eso que Hitch sigue vivo, porque nada es la muerte para los místicos.
miércoles, diciembre 07, 2005
BUSH Y BLAIR, CRIMINALES DE GUERRA
Esto es lo que ha afirmado Harold Pinter en el vídeo grabado para su discurso de aceptación del Premio Nóbel de Literatura, al cual no ha podido asistir en persona por motivos de salud. Lo ha afirmado con esa afirmación interrogativa que es la pregunta retórica, cuya respuesta conoce el oyente de antemano: "¿Cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables como criminales de guerra?". Muchos estamos de acuerdo con las palabras de Pinter. Una vez más, es un dramaturgo quien se erige durante un instante representativo en corifeo de la conciencia política y moral de Occidente. Muchos más detalles, clicando aquí por ejemplo.
P.S: Acabo de enterarme de que un individuo ha sido asesinado a balazos por guardias de seguridad en el aeropuerto de Miami dentro de un avión de American Airlines. Esto me trae a la memoria la pregunta retórica del ya mítico Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, una obra premonitoria de estos tiempos marranos: Who watch the Watchmen?
P.S: Acabo de enterarme de que un individuo ha sido asesinado a balazos por guardias de seguridad en el aeropuerto de Miami dentro de un avión de American Airlines. Esto me trae a la memoria la pregunta retórica del ya mítico Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, una obra premonitoria de estos tiempos marranos: Who watch the Watchmen?
lunes, diciembre 05, 2005
GASOLINE ALLEY: VER CRECER LA HIERBA
Mucho ha tenido que llover para que, por fin, gracias al tesón de mucha gente, por primera vez aparezca en Estados Unidos el primer volumen de la que pretende ser la recopilación primera, total y definitiva, de una obra mítica de los cómics de la que todos habíamos oído hablar y casi nadie había podido leer: Gasoline Alley, de Frank King. Por fin, la editorial canadiense Drawn & Quaterly se ha atrevido a desvelar el misterio de una obra magna, de una novela río mil veces citada y nunca leída que estaba llamada a ser un Shangri-La de los cómics, o sea: un lugar inencontrable que quizá una vez pudo existir pero que una vez desaparecido se transformó en mito y sólo vivió en el alma de los románticos. Gasoline Alley es una novela río que vino a dar en la mar, que era el morir de asco en las hemerotecas sin que nadie se atreviese a publicar casi desde la primera tira una daily strip que abarcó cincuenta años y cuyo mayor mérito consiste en que los personajes iban envejeciendo y cambiando al mismo ritmo que lo hacían sus lectores: día a día y año tras año, inexorablemente. Se dice pronto, pero hay que verlo y admirarse ante la labor de demiurgo de Frank King (1883-1969), su autor y responsable durante cinco décadas. Drawn & Quaterly ha publicado este año el primer tomo, un tocomocho de más de 400 páginas que abarca la producción de los años 1921 y 1922 editado en papel de buena calidad, con un dossier de más de cincuenta páginas con fotos de King y encuadernado en pasta dura imitación piel y los cuadernillos debidamente cosidos, que no pegados. El único problema es que Drawn & Quaterly tardará en completar la primera edición integral de esta serie... ¡20 años! Esperemos que este Shangri-La felizmente bien hallado no se convierta en cementerio de los elefantes de más de uno (toco madera por la cuenta que me trae: quiero seguir aquí durante los próximos veinte años).
Gasoline Alley ha sido calificado como el primer bildungsroman de la historia del cómic, y quizá el más efectivo, ya que los lectores vieron crecer a los personajes durante décadas. De hecho, leído el primer volumen durante estas últimas dos semanas, les puedo asegurar que literalmente se puede ver crecer la hierba. Gasoline Alley es la historia de Walt Wallet, un gordito solterón que una madrugada encuentra en la puerta de su casa un bebé abandonado en una cuna al que llamará Skeezix en espera de un nombre más adecuado. A partir de entonces, y permitiendo a veces que los lectores intervengan en el transcurso de los acontecimientos, Gasoline Alley describe la vida intrascendente y bastante gris de los habitantes de este callejón con una serenidad y una revalorización de la poesía de la insignificancia que ha sido comparada con el Wilhelm Meister de Goethe. Su reedición parcial a lo largo de los años ha sido un fracaso, ya que es necesario empezar desde el principio y ver pasar los meses para poder apreciar este experimento maestro de King, disfrutar del gran encanto de ver transcurrir la vida de estos seres antiheróicos que viven en un pueblillo del medio oeste americano. Gasoline Alley confirma con su brillantez que los cómics fueron el único arte que, nacido en tiempos de vanguardias, comenzó directamente con las vanguardias, y no con un clasicismo formal. Gasoline Alley, con su más de medio siglo a cuestas, es, como muchos clásicos, una obra más rupturista, experimental y de vanguardia que muchos productos que se editan hoy día bajo el reclamo de la "innovación", que suele ser una hamburguesa que devoran felices los mentecatos y desinformados.
Hay que tener cierto colmillo lector para entrarle a Gasoline Alley, ya que a veces parece una serie insípida, pues parece que nada pase, y todo pasa: pasa la vida, y como la vida, es su largo alcance lo que la vuelve una obra fundamental, ya que, como la vida de los seres que nos rodean, es única. Comedia amable, retrato perfecto de multitud de caracteres costumbristas, Gasoline Alley tiene algo de proustiano. El tiempo se ralentiza a día por tira diaria, y la vida fluye mientras Skeezix crece y los demás envejecen sin que nos demos cuenta, como sin darse cuenta envejecieron sus lectores mientras la leían. Una obra que hay que conocer para poder hablar de la madurez de los cómics como arte narrativo, sobre todo narrativo.
Frank King, Walt and Skeezix. 1921 & 1922. Drawn & Quaterly. Montreal, 2005. (****, de 4)
Gasoline Alley ha sido calificado como el primer bildungsroman de la historia del cómic, y quizá el más efectivo, ya que los lectores vieron crecer a los personajes durante décadas. De hecho, leído el primer volumen durante estas últimas dos semanas, les puedo asegurar que literalmente se puede ver crecer la hierba. Gasoline Alley es la historia de Walt Wallet, un gordito solterón que una madrugada encuentra en la puerta de su casa un bebé abandonado en una cuna al que llamará Skeezix en espera de un nombre más adecuado. A partir de entonces, y permitiendo a veces que los lectores intervengan en el transcurso de los acontecimientos, Gasoline Alley describe la vida intrascendente y bastante gris de los habitantes de este callejón con una serenidad y una revalorización de la poesía de la insignificancia que ha sido comparada con el Wilhelm Meister de Goethe. Su reedición parcial a lo largo de los años ha sido un fracaso, ya que es necesario empezar desde el principio y ver pasar los meses para poder apreciar este experimento maestro de King, disfrutar del gran encanto de ver transcurrir la vida de estos seres antiheróicos que viven en un pueblillo del medio oeste americano. Gasoline Alley confirma con su brillantez que los cómics fueron el único arte que, nacido en tiempos de vanguardias, comenzó directamente con las vanguardias, y no con un clasicismo formal. Gasoline Alley, con su más de medio siglo a cuestas, es, como muchos clásicos, una obra más rupturista, experimental y de vanguardia que muchos productos que se editan hoy día bajo el reclamo de la "innovación", que suele ser una hamburguesa que devoran felices los mentecatos y desinformados.
Hay que tener cierto colmillo lector para entrarle a Gasoline Alley, ya que a veces parece una serie insípida, pues parece que nada pase, y todo pasa: pasa la vida, y como la vida, es su largo alcance lo que la vuelve una obra fundamental, ya que, como la vida de los seres que nos rodean, es única. Comedia amable, retrato perfecto de multitud de caracteres costumbristas, Gasoline Alley tiene algo de proustiano. El tiempo se ralentiza a día por tira diaria, y la vida fluye mientras Skeezix crece y los demás envejecen sin que nos demos cuenta, como sin darse cuenta envejecieron sus lectores mientras la leían. Una obra que hay que conocer para poder hablar de la madurez de los cómics como arte narrativo, sobre todo narrativo.
Frank King, Walt and Skeezix. 1921 & 1922. Drawn & Quaterly. Montreal, 2005. (****, de 4)
jueves, diciembre 01, 2005
SERGIO PITOL, GANADOR DEL CERVANTES 2005
El escritor mexicano Sergio Pitol (Puebla, 1933) ha ganado el Premio Cervantes. Hace poco más de un año escribí un poco sobre él: una reseña de La vida conyugal puede leerse aquí; y aquí, podéis leer una evocación sobre un momento intrascendente que pasé con Pitol cigarrillo en mano, como Dios manda a pesar del fundamentalismo de la salud y lo políticamente correcto. Más información, posporaquí mismo.
LI´L ABNER: THE FRAZETTA YEARS I
Por fin he iniciado la lectura del Li´l Abner que en 2003 y 2004 publicó impecablemente la editorial norteamericana Dark Horse en cuatro volúmenes hermosos a la vista y al tacto: The Frazzetta Years.
Un buen lector de literatura reconocerá la importancia del feroz y satírico Rabelais. Un buen lector de cómics debería conocer y reconocer la importancia de obras afines como Rabelais: Li´l Abner y Popeye serían dos buenos ejemplos (intenta explicar al adulto medio que el Popeye de Segar es una obra de arte, y te mirarán rarito). Los clásicos no han desaparecido del todo, aunque se publiquen poco en Estados Unidos, y ahí tenemos la reedición en curso de Krazy Kat, Peanuts o Gasoline Alley; ahí tenemos la reciente reedición de Prince Valiant, o del Flash Gordon de Mac Raboy. Incluso la del Spirit, de Eisner, con un nuevo color absolutamente espantoso. A pesar de todo, resulta a todas luces insuficiente, y uno se pregunta por qué.
Volviendo a Li´l Abner, resulta curioso que estos cuatro bonitos tomos que lucen en mi librería y del que acabo de terminar el primero se amparen en el renombre de Frank Frazzetta (glorioso dibujante de bárbaros y bárbaras estupendas), quien durante 8 años trabajó como "negro" para la página dominical de Li´l Abner. Parece como si el propio nombre de Al Capp no fuera suficiente.
Li´l Abner fue una sátira feroz contra la América más palurda, ignorante y conservadora. El protagonista es el estúpido Abner, un chicarrón medio idiota pero de buen corazón que vive en el poblacho más miserable de todo Estados Unidos: Dogpatch, una especie de Dogville pero en versión humorística y feroz (¿conocerá Von Trier la obra de Capp?), un villorrio habitado por indios y americanos blancos que conviven en armonía entre la miseria y la suciedad y sientan a la mesa a comer a sus propios cerdos. Li´l Abner es el beatus ille de la miseria. La visión feroz de Capp, que desde su tira diaria y páginas dominicales parodiaba cuanto menos le gustaba de su propio país, sigue siendo una fuente enorme de diversión para un lector moderno. Hay quien ha argumentado que se trata de un humor muy norteamericano que no entusiasma a todos, pero aun así es posible leer esta serie, si no a carcajada batiente, con una continua sonrisa a causa de su humor mordaz y sus personajes embrutecidos donde no podían faltar las guapas chicas de Capp, esas harapientas bellezas de Dogpatch que se tumban bajo un árbol a dormir la siesta junto a los cerdos. Grotesco e hilarante.
El primer tomo recopila las páginas dominicales de 1954-1955, páginas que eran independientes de las historias que se desarrollaban en la tira diaria de los periódicos y que tenían una continuidad que permitía tramas mucho más mordaces y elaboradas. Las mínimas tramas de la página dominical, que es la que ha recuperado Dark Horse, suelen durar como mucho cuatro o cinco planchas, salvo en el caso de dos historias que se desarrollan hasta las doce domincales. Editado con introducción y comentarios de Denis Kitchen, se trata de un tomo publicado a todo color en buen papel partiendo de suplementos dominicales escaneados del Sunday Mirror de Nueva York. Todo un clásico del humor más ácido y virulento que regresa, aunque sea parcialmente, para hacernos reír con las puntadas estridentes y el humor cáustico de los aldeanos más impresentables y mugrientos de un Estados Unidos de miseria, suciedad e ignorancia que quizá no pertenezca del todo al pasado.
Al Capp, Li´l Abner: The Frazetta Years. Volume 1, 1954-1955. Edited and Commentary by Denis Kitchen. Dark Horse. Milwaukee, May 2003. (****, de 4).
Un buen lector de literatura reconocerá la importancia del feroz y satírico Rabelais. Un buen lector de cómics debería conocer y reconocer la importancia de obras afines como Rabelais: Li´l Abner y Popeye serían dos buenos ejemplos (intenta explicar al adulto medio que el Popeye de Segar es una obra de arte, y te mirarán rarito). Los clásicos no han desaparecido del todo, aunque se publiquen poco en Estados Unidos, y ahí tenemos la reedición en curso de Krazy Kat, Peanuts o Gasoline Alley; ahí tenemos la reciente reedición de Prince Valiant, o del Flash Gordon de Mac Raboy. Incluso la del Spirit, de Eisner, con un nuevo color absolutamente espantoso. A pesar de todo, resulta a todas luces insuficiente, y uno se pregunta por qué.
Volviendo a Li´l Abner, resulta curioso que estos cuatro bonitos tomos que lucen en mi librería y del que acabo de terminar el primero se amparen en el renombre de Frank Frazzetta (glorioso dibujante de bárbaros y bárbaras estupendas), quien durante 8 años trabajó como "negro" para la página dominical de Li´l Abner. Parece como si el propio nombre de Al Capp no fuera suficiente.
Li´l Abner fue una sátira feroz contra la América más palurda, ignorante y conservadora. El protagonista es el estúpido Abner, un chicarrón medio idiota pero de buen corazón que vive en el poblacho más miserable de todo Estados Unidos: Dogpatch, una especie de Dogville pero en versión humorística y feroz (¿conocerá Von Trier la obra de Capp?), un villorrio habitado por indios y americanos blancos que conviven en armonía entre la miseria y la suciedad y sientan a la mesa a comer a sus propios cerdos. Li´l Abner es el beatus ille de la miseria. La visión feroz de Capp, que desde su tira diaria y páginas dominicales parodiaba cuanto menos le gustaba de su propio país, sigue siendo una fuente enorme de diversión para un lector moderno. Hay quien ha argumentado que se trata de un humor muy norteamericano que no entusiasma a todos, pero aun así es posible leer esta serie, si no a carcajada batiente, con una continua sonrisa a causa de su humor mordaz y sus personajes embrutecidos donde no podían faltar las guapas chicas de Capp, esas harapientas bellezas de Dogpatch que se tumban bajo un árbol a dormir la siesta junto a los cerdos. Grotesco e hilarante.
El primer tomo recopila las páginas dominicales de 1954-1955, páginas que eran independientes de las historias que se desarrollaban en la tira diaria de los periódicos y que tenían una continuidad que permitía tramas mucho más mordaces y elaboradas. Las mínimas tramas de la página dominical, que es la que ha recuperado Dark Horse, suelen durar como mucho cuatro o cinco planchas, salvo en el caso de dos historias que se desarrollan hasta las doce domincales. Editado con introducción y comentarios de Denis Kitchen, se trata de un tomo publicado a todo color en buen papel partiendo de suplementos dominicales escaneados del Sunday Mirror de Nueva York. Todo un clásico del humor más ácido y virulento que regresa, aunque sea parcialmente, para hacernos reír con las puntadas estridentes y el humor cáustico de los aldeanos más impresentables y mugrientos de un Estados Unidos de miseria, suciedad e ignorancia que quizá no pertenezca del todo al pasado.
Al Capp, Li´l Abner: The Frazetta Years. Volume 1, 1954-1955. Edited and Commentary by Denis Kitchen. Dark Horse. Milwaukee, May 2003. (****, de 4).
lunes, noviembre 28, 2005
800 BALAS (2002)
Como les decía el otro día, nuestro dilecto Don Melón (aunque ya no es mi alumno, sigue llamándome Profe; ya tutéame, Don Melón) me obsequió con dos filmes de Alex de la Iglesia: El día de la bestia y 800 balas. Gracias de nuez, Don Melón.
800 balas es una película muy superior a El día de la bestia (1995). Es superior porque el planteamiento del film es mucho más original, aunque su desarrollo sea fiel al mismo espíritu fallero y estridente de la mencionada película. Si El día de la bestia era una parodia y homenaje al cine de terror de la Hammer, así como sus derivados y subproductos relacionados, 800 balas es una mirada nostálgica el mundo del spaghetti y gazpacho-western, a los dorados tiempos en que en Almería se rodaban películas como El bueno, el feo y el malo e infinidad de otros títulos menos significativos que durante los 70 llenaron las pantallas de los cines de tiroteos y diligencias rodados en los desérticos contornos de Texas Hollywood, el pueblo del Oeste americano real donde, hoy día, se celebran atracciones turísticas relacionadas con la leyenda del viejo Oeste. Los personajes del film son, precisamente por ello, un montón de inadaptados que trabajan como extras en Texas Hollywood y que, a fuerza de nostalgia y desesperación ante el glorioso pasado que ya no volverá, acaban por compenetrarse con los personajes medio circenses que interpretan hasta convertirse en verdaderos personajes de un Oeste de leyenda incrustados en la vida pueblerina de un pueblo de Almería. A este pueblo del desierto de Tabernas llegará Carlos, un niño que se escapa de casa para conocer a su abuelo Julián (formidable Sancho Gracia), un antiguo extra que dobló a Clint Eastwood y a George C. Scott en Patton y que malvive de recuerdos con su trabajo en el Texas Hollywood. El gran encanto de la película está precisamente en cómo de la Iglesia, queriendo rendir un sentido homenaje el gazpacho-western (marmitako-western, he leído también por ahí) filtra a sus harapientos personajes montados a veces a caballo en el contexto de un pueblo almeriense real, logrando una simbiosis absolutamente genial entre pasado y presente, fantasía y realidad. Lo llamativo es que la habilidad para incrustar a estos infelices vestidos de vaqueros en la moderna Almería es tan grande que nos obliga a reflexionar si no será que, a veces, es todavía posible vivir en una vida inmersa a su manera en la filosofía, rudimentaria pero agreste y poética, del western circense que cultivó Leone, o incluso del sistema de valores del western clásico que encarnaron Ford, Walsh o Hawks. O sea, como Ciudad Juárez, pero en Almería, que es más cantoso.
Verbenera y delirante, atiborrada de personajes secundarios que ejercen magníficamente su papel y donde destaca un Sancho Gracia que, en virtud a su propia leyenda de Curro Jiménez, adquiere ante nuestros ojos en la pantalla una estatura de actor verdaderamente mítico, 800 balas es una película gozosa y fascinante, una vuelta de tuerca a nuestro sentido de la realidad y de la vida, a la que sólo se le puede reprochar que, a veces, de la Iglesia se deleite demasiado con los efectos pirotécnicos y deje escurrirse una historia mucho más humana cuya moraleja final hubiera debido de ser más grande.
800 balas (2002). Dirección: Álex de la Iglesia. Guión de Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia. Producción: Álex de la Iglesia. Fotografía: Flavio Martínez Labiano. Música: Roque Baños. Montaje: Alejandro Lázaro. Dirección artística: Arri y Biaffra. Vestuario: Paco Delgado.
Interpretación: Sancho Gracia (Julián), Carmen Maura (Laura), Ángel de Andrés López (Cheyene), Eusebio Poncela (Scott), Luis Castro (Carlos), Enrique Martínez (Arrastrado), Luciano Federico (Enterrador), Ramón Barea (Don Mariano), Manuel Tafallé (Manuel), Terele Pávez (Rocío), Gracia Olayo (Juli), Cesareo Estánez (Andrés), Eduardo Gómez (Ahorcado), Eduardo Antuña (Taxista), Berta Ojea (Ángeles), Ane Gabaráin (Jacinta), Yoima Valdés (Sonia), Alfonso Torregrosa (Jefe policía), Juan Viadas (Monitor), Juanjo Legamiz (Camarero).
España. Color. (***, de 4).
800 balas es una película muy superior a El día de la bestia (1995). Es superior porque el planteamiento del film es mucho más original, aunque su desarrollo sea fiel al mismo espíritu fallero y estridente de la mencionada película. Si El día de la bestia era una parodia y homenaje al cine de terror de la Hammer, así como sus derivados y subproductos relacionados, 800 balas es una mirada nostálgica el mundo del spaghetti y gazpacho-western, a los dorados tiempos en que en Almería se rodaban películas como El bueno, el feo y el malo e infinidad de otros títulos menos significativos que durante los 70 llenaron las pantallas de los cines de tiroteos y diligencias rodados en los desérticos contornos de Texas Hollywood, el pueblo del Oeste americano real donde, hoy día, se celebran atracciones turísticas relacionadas con la leyenda del viejo Oeste. Los personajes del film son, precisamente por ello, un montón de inadaptados que trabajan como extras en Texas Hollywood y que, a fuerza de nostalgia y desesperación ante el glorioso pasado que ya no volverá, acaban por compenetrarse con los personajes medio circenses que interpretan hasta convertirse en verdaderos personajes de un Oeste de leyenda incrustados en la vida pueblerina de un pueblo de Almería. A este pueblo del desierto de Tabernas llegará Carlos, un niño que se escapa de casa para conocer a su abuelo Julián (formidable Sancho Gracia), un antiguo extra que dobló a Clint Eastwood y a George C. Scott en Patton y que malvive de recuerdos con su trabajo en el Texas Hollywood. El gran encanto de la película está precisamente en cómo de la Iglesia, queriendo rendir un sentido homenaje el gazpacho-western (marmitako-western, he leído también por ahí) filtra a sus harapientos personajes montados a veces a caballo en el contexto de un pueblo almeriense real, logrando una simbiosis absolutamente genial entre pasado y presente, fantasía y realidad. Lo llamativo es que la habilidad para incrustar a estos infelices vestidos de vaqueros en la moderna Almería es tan grande que nos obliga a reflexionar si no será que, a veces, es todavía posible vivir en una vida inmersa a su manera en la filosofía, rudimentaria pero agreste y poética, del western circense que cultivó Leone, o incluso del sistema de valores del western clásico que encarnaron Ford, Walsh o Hawks. O sea, como Ciudad Juárez, pero en Almería, que es más cantoso.
Verbenera y delirante, atiborrada de personajes secundarios que ejercen magníficamente su papel y donde destaca un Sancho Gracia que, en virtud a su propia leyenda de Curro Jiménez, adquiere ante nuestros ojos en la pantalla una estatura de actor verdaderamente mítico, 800 balas es una película gozosa y fascinante, una vuelta de tuerca a nuestro sentido de la realidad y de la vida, a la que sólo se le puede reprochar que, a veces, de la Iglesia se deleite demasiado con los efectos pirotécnicos y deje escurrirse una historia mucho más humana cuya moraleja final hubiera debido de ser más grande.
800 balas (2002). Dirección: Álex de la Iglesia. Guión de Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia. Producción: Álex de la Iglesia. Fotografía: Flavio Martínez Labiano. Música: Roque Baños. Montaje: Alejandro Lázaro. Dirección artística: Arri y Biaffra. Vestuario: Paco Delgado.
Interpretación: Sancho Gracia (Julián), Carmen Maura (Laura), Ángel de Andrés López (Cheyene), Eusebio Poncela (Scott), Luis Castro (Carlos), Enrique Martínez (Arrastrado), Luciano Federico (Enterrador), Ramón Barea (Don Mariano), Manuel Tafallé (Manuel), Terele Pávez (Rocío), Gracia Olayo (Juli), Cesareo Estánez (Andrés), Eduardo Gómez (Ahorcado), Eduardo Antuña (Taxista), Berta Ojea (Ángeles), Ane Gabaráin (Jacinta), Yoima Valdés (Sonia), Alfonso Torregrosa (Jefe policía), Juan Viadas (Monitor), Juanjo Legamiz (Camarero).
España. Color. (***, de 4).
viernes, noviembre 25, 2005
EL DÍA DE LA BESTIA (1995)
Alex de la Iglesia es una de mis asignturas pendientes del nuevo cine español. Apenas había visto de él la jocosa Muertos de risa hasta que este último fin de semana me propiné un programa doble de este director: El día de la bestia y 800 balas. Queda pendiente, todavía, la que al parecer es su obra más perfecta hasta la fecha: La comunidad.
Sin ser ninguna de las películas obras redondas, ambas pertenecen a ese cine enormemente disfrutable que se rellena de referencias cinéfilas y que abreva a todas horas en el casticismo ibérico más goyesco y hasta casposo. Mezcla de parodia y homenaje al cine de género, El día de la bestia dirige su humor estridente y abrasivo hacia el cine de terror de toda la vida, pero sobre todo aquel que proliferó en los años 70 desde Villaberzos a Milán, aquel cine que partía sobre todo del modelo de la británica productora Hammer para ejecutar producciones más modestas que han quedado en numerosas ocasiones como paradigmas, hoy tan revalorados, de la serie Z. En El día de la bestia se juega con aquel cándido temor milenarista que recorrió el mundo a finales de los 90: fin de siglo y fin de milenio auguraban el gran pifostio cosmogónico, y hasta los ordenadores (¿recuerdan?) podían dejar de funcionar con las uvas y las campanadas para sumirnos a todos en el caos post-apocalíptico. No pasó nada, claro, el Apocalipsis y el nuevo orden mundial no llegaron hasta que llegó Bush y tomó las riendas de la esquizoide realidad planetaria tras el 11 de septiembre de 2001. En El día de la bestia, un sacerdote de aspecto inofensivo, catedrático de Teología de la universidad de Deusto, después de muchos años de estudiar el Apocalipsis de San Juan llega a la conclusión de que el Anticristo nacerá en Madrid el 25 de diciembre de 1995. Ayudado por un aficionado al heavy metal (Santiago Segura) y por un gurú televisivo (Armando de Razza), el padre Berriartúa se enfrentará con la nueva amenaza mundial sembrando el caos por todas partes hasta llegar a un colorido desenlace. El día de la bestia es una parodia ejemplarmente conseguida: el cine de terror setentero es remedado con una gracia singular y un magnífico manejo del ritmo. No faltan guiños tampoco al cine clásico de suspense, donde Hitchcock, y sobre todo Vértigo, tiene al menos un par de homenajes enormemente divertidos y en algunos casos inadvertibles (el empleo de la música y las transparencias en el clímax del film, por ejemplo). Fabada colorida y de visionado lúdico, es también en cierto modo el germen del torrentismo, esa extensión un poco más casposa y de humor más bajo y siniestro que el actor y director Santiago Segura cultiva con éxito desde hace unos años para horror de críticos de cine políticamente correctos y deleite de masas hambrientas de migas con chorizo y circo.
El día de la bestia (1995), de Alex de la Iglesia. Guión de Álex de La Iglesia y J. Guerricaechevarria. Fotografía: Flavio Martinez Labiano. Producción: Andrés Vicente Gómez. Música de Battista Lena. Intérpretes: Alex Angulo, Santiago Segura, M. Grazia Cucionotta, Terele Pávez, Armando de Razza, et al. España-Italia. (***, de 4).
Sin ser ninguna de las películas obras redondas, ambas pertenecen a ese cine enormemente disfrutable que se rellena de referencias cinéfilas y que abreva a todas horas en el casticismo ibérico más goyesco y hasta casposo. Mezcla de parodia y homenaje al cine de género, El día de la bestia dirige su humor estridente y abrasivo hacia el cine de terror de toda la vida, pero sobre todo aquel que proliferó en los años 70 desde Villaberzos a Milán, aquel cine que partía sobre todo del modelo de la británica productora Hammer para ejecutar producciones más modestas que han quedado en numerosas ocasiones como paradigmas, hoy tan revalorados, de la serie Z. En El día de la bestia se juega con aquel cándido temor milenarista que recorrió el mundo a finales de los 90: fin de siglo y fin de milenio auguraban el gran pifostio cosmogónico, y hasta los ordenadores (¿recuerdan?) podían dejar de funcionar con las uvas y las campanadas para sumirnos a todos en el caos post-apocalíptico. No pasó nada, claro, el Apocalipsis y el nuevo orden mundial no llegaron hasta que llegó Bush y tomó las riendas de la esquizoide realidad planetaria tras el 11 de septiembre de 2001. En El día de la bestia, un sacerdote de aspecto inofensivo, catedrático de Teología de la universidad de Deusto, después de muchos años de estudiar el Apocalipsis de San Juan llega a la conclusión de que el Anticristo nacerá en Madrid el 25 de diciembre de 1995. Ayudado por un aficionado al heavy metal (Santiago Segura) y por un gurú televisivo (Armando de Razza), el padre Berriartúa se enfrentará con la nueva amenaza mundial sembrando el caos por todas partes hasta llegar a un colorido desenlace. El día de la bestia es una parodia ejemplarmente conseguida: el cine de terror setentero es remedado con una gracia singular y un magnífico manejo del ritmo. No faltan guiños tampoco al cine clásico de suspense, donde Hitchcock, y sobre todo Vértigo, tiene al menos un par de homenajes enormemente divertidos y en algunos casos inadvertibles (el empleo de la música y las transparencias en el clímax del film, por ejemplo). Fabada colorida y de visionado lúdico, es también en cierto modo el germen del torrentismo, esa extensión un poco más casposa y de humor más bajo y siniestro que el actor y director Santiago Segura cultiva con éxito desde hace unos años para horror de críticos de cine políticamente correctos y deleite de masas hambrientas de migas con chorizo y circo.
El día de la bestia (1995), de Alex de la Iglesia. Guión de Álex de La Iglesia y J. Guerricaechevarria. Fotografía: Flavio Martinez Labiano. Producción: Andrés Vicente Gómez. Música de Battista Lena. Intérpretes: Alex Angulo, Santiago Segura, M. Grazia Cucionotta, Terele Pávez, Armando de Razza, et al. España-Italia. (***, de 4).
lunes, noviembre 21, 2005
UN PAR DE COSAS SOBRE PERSÉPOLIS
El gran mérito de Persépolis, afamada obra de Marjane Satrapi, es haber contribuido desde su trinchera a dar a conocer un tema poco conocido: la triste realidad de los iraníes durante la dictadura de los ayatollahs, y en concreto, la hundida condición de sus mujeres. Por otra parte, Persépolis pertenece al comic-verité que ahora ha fructificado más que nunca desde los tiempos de Maus y antes (siempre hay antecedentes para todo) y que parece bien instalado en nuestras librerías especializadas. Sirve, además, para cerrar la boca a quienes piensan que los cómics son un producto exclusivamente dirigido a niños, nostálgicos de la dorada infancia o tarados sin remisión. Leído el tomo 2 de Persépolis, se profundiza en la amarga descripción de un Irán secuestrado por el fundamentalismo donde sus ciudadanos más serviles vigilan y agreden a quienes no desean vivir en el embrutecimiento. Son recuerdos de Satrapi, como toda la serie Persépolis, ya que Persépolis, como todos los lectores de buenos tebeos saben, es la autobiografía de Marjane Satrapi (aquí abajo, en la foto).
Si hablamos de dólares o de euros, Persépolis es al cómic lo que es El código Da Vinci a la literatura. La cornucopia. Satrapi es una sensible escritora de su propia vida, y en Persépolis conjuga con hábil maestría la crítica social y política a un sistema de gobierno abyecto con la ternura de sus historias y el encanto sencillo y minimalista, muy expresivo, de sus dibujos. Resulta curioso que un tebeo cuya gracia no se encuentra precisamente en sus dibujos quede ante quienes no leen cómic como ejemplo de cómic como obra de arte y hasta de obra literaria. Un cómic trascendental. Algo tiene Persépolis de engañabobos y de moda de País de las Tentaciones; algo tiene de pólvora mojada y de rifle de barraca de feria. Por supuesto que tiene su mérito y su encanto: intimismo muy logrado, relatos cortos bien redondeados, denuncia del fundamentalismo árabe, emotividad conmovedora en el desarrollo y conclusión de sus historias... El dibujo de Satrapi es premeditadamente adolescente, como también sucedía en otra obra trascendental: La muñeca de papá. Leídos los dos primeros volúmenes de Persépolis, espero con ganas la lectura de su conclusión para comprobar si el conjunto realza el mensaje general. Al fin y al cabo, Persépolis cuenta la vida de Marjane Satrapi, y una vida así merece ser escuchada. Aunque sólo sea por respeto a quienes padecieron la misma opresión en Irán y no pueden contarlo, bien porque no saben, bien porque no sobrevivieron para poder hacerlo.
Marjane Satrapi, Persépolis I y II. Norma Editorial. (***, de 4).
Marjane Satrapi, Persépolis I y II. Norma Editorial. (***, de 4).
domingo, noviembre 20, 2005
ENTREVISTA CON LAUREN BACALL
Hoy el suplemento dominical de El País publica una estupenda entrevista con la gran Lauren Bacall llevada a cabo por la escritora española Elvira Lindo. En ella, Bacall evoca sus 81 años de vida, casi todos de profesión cinematográfica (fue una placer verla en Dogville, de Von Trier), y por supuesto, aflora el recuerdo de su primer marido, Humphrey Bogart. Bacall, que toda su vida ha tenido que llevar el sambenito de ser "la viuda de Bogart" protagonizó con el duro más tierno algunas obras maestras como El sueño eterno, Cayo Largo o Tener y no tener. La entrevista, como digo, está muy bien. Aquí les cuelgo una foto de la feliz pareja, donde ella luce esa mirada baja que tan famosa la hizo. La Bacall tenía 18 años cuando se conocieron, y él 25 años más (saquen cuentas ustedes, tengo que irme a lavar platos a la cocina), y luego se casaron. ¿Verdad que es bonito el amor?
miércoles, noviembre 16, 2005
MOGAMBO: PASIÓN
Quizá sea la mejor escena de la película: ella es Grace Kelly y él es Clark Gable (Gargable, que decía mi abuelo Paco). Ella es la esposa de un cientifiquillo que deambula por Africa checándole la presión a los monos o midiendo la falocracia reprimida del cuello de las jirafas. Como quiera que sea, que no me acuerdo, ella se encuentra toda recalentada bajo el sol africano mientras Gargable, el machomán que también se beneficia mientras tanto a Ava Gardner (Habas Con Carne, la llamaba mi abuelo, y yo sólo transcribo), le echa el ojo a la rubita puritana y reprimida que, en el fondo, lo que espera no es un informe sobre el tránsito arbóreo de los monos, sino un pollazo que le vuelva los ojos del revés y las nalgas saludando a la luna. La actriz Grace Kelly, actriz que supo como ninguna encarnar a la perfección el mito erótico de la monja ninfómana, contempla con ojos de pavor y deseo a la bestia sudorosa que la acecha y corteja mientras ella derrama feromonas de sábana y sabana, empapadas como madalenas proustianas en una infusión de sudor,miedo y leche agria.
La película es Mogambo, rodada por John Ford en 1953. Mogambo en lengua suajili quiere decir pasión, y aquí radica el principal problema de este film: es un film que trata sobre la pasión y el sexo, no sobre el amor. Cuando la moralina de la época la convirtió en film de amorcillos, el film naufraga y se transforma en otra cosa: en una especie de carnaval hipócrita protagonizado por carniceros que braman su orgullo de vegetarianos.
Queda, sí, a pesar del maquillaje final del film en película de sanvalentines, ese olor a sudor, a mono y a selva que la sigue haciendo una película morbosa donde hubiéramos querido ver a Gargable formar un trío formidable con la monja ninfómana y Habas con Carne, a la luz de la luna y musicalizado por la resonante música de los trombones fenomenales de todos los elefantes de África. Cuando se estrenó en España esta película, el adulterio de Grace obligó a convertir su relación con el marido en relación de hermanos, por lo que transformó aquel adulterio en incesto. Algunas almas libidinosas quisiéramos volver a ver esta película con aquel doblaje, mucho más adecuado para una película sudorosa que debió ser ésta en vez de lo que nos ha dejado la resaca de los témpora y las mores. Qué pena, no sólo que aquel doblaje franquista ya no exista, sino que sea irrecuperable.
Mogambo (1953). Dirección: John Ford. Productor: Sam Zimbalist. Guión de John Lee Mahin. Fotografía de Robert Surtees y Freddie Young. Montaje de Frank Clarke. Música de Max Steiner. Intérpretes: Clark Gable, Ava Gardner, Grace Kelly, Donald Sinden, Philip Stainton. Productora: MGM. Estados Unidos, color, 115 m. (***, de 4).
La película es Mogambo, rodada por John Ford en 1953. Mogambo en lengua suajili quiere decir pasión, y aquí radica el principal problema de este film: es un film que trata sobre la pasión y el sexo, no sobre el amor. Cuando la moralina de la época la convirtió en film de amorcillos, el film naufraga y se transforma en otra cosa: en una especie de carnaval hipócrita protagonizado por carniceros que braman su orgullo de vegetarianos.
Queda, sí, a pesar del maquillaje final del film en película de sanvalentines, ese olor a sudor, a mono y a selva que la sigue haciendo una película morbosa donde hubiéramos querido ver a Gargable formar un trío formidable con la monja ninfómana y Habas con Carne, a la luz de la luna y musicalizado por la resonante música de los trombones fenomenales de todos los elefantes de África. Cuando se estrenó en España esta película, el adulterio de Grace obligó a convertir su relación con el marido en relación de hermanos, por lo que transformó aquel adulterio en incesto. Algunas almas libidinosas quisiéramos volver a ver esta película con aquel doblaje, mucho más adecuado para una película sudorosa que debió ser ésta en vez de lo que nos ha dejado la resaca de los témpora y las mores. Qué pena, no sólo que aquel doblaje franquista ya no exista, sino que sea irrecuperable.
Mogambo (1953). Dirección: John Ford. Productor: Sam Zimbalist. Guión de John Lee Mahin. Fotografía de Robert Surtees y Freddie Young. Montaje de Frank Clarke. Música de Max Steiner. Intérpretes: Clark Gable, Ava Gardner, Grace Kelly, Donald Sinden, Philip Stainton. Productora: MGM. Estados Unidos, color, 115 m. (***, de 4).
viernes, noviembre 11, 2005
BATALLA EN EL CIELO (2005)
Yo comprendo que haya personas que de una manera visceral no podrán soportar esta película. También comprendo que haya personas que de manera igualmente visceral adoren esta película, y la encuentren una rara joya de las pocas que de vez en cuando ofrece el cine de cualquier época.
Segunda película del mexicano Carlos Reygadas, levantó amplio revuelo en Cannes por sus escenas de sexo explícito, una felación con que el film se abre y se cierra, y sobre todo, una escena de cama entre el protagonista y su esposa, dos personas ampliamente entradas en años y en carnes que protagonizan una tórrida escena que a más de uno impulsará a dejar de mascar palomitas y volverse palomo volando del cine. Como siempre, la pregunta es: ¿merece la pena ver Batalla en el cielo por haber sido una película escandalosa? No. ¿Merece la pena ver Batalla en el cielo por ser una película con méritos cinematográficos? Mi respuesta, al menos, es rotundamente sí. Digamos que se trata de una historia de Partenio de Nicea a la mexicana, un relato empapado de un hondo pesimismo en la tradición mexicana que encarnó hasta su muerte el dramaturgo Jesús González Dávila, quien, como Reygadas ahora, supo construir impactantes objetos dramáticos llenos de una purulenta crítica social pero también de un lirismo exacerbado partiendo de los ingredientes más dramáticos (y, por tanto, cinematográficos) de la mancha de miseria que llega a todas partes. Es, por tanto, una película que se enmarca ya dentro de cierta tradición. Es la clase de cine que muchos mexicanos no querrán ver (como ya sucedió con De la calle, basada en la pieza teatral del ya mencionado González Dávila), pero también refleja el tormento de una cara del país que muchos no quieren ver y del que sólo pueden reconocer las consecuencias cuando éstas les afectan directamente: los secuestros, la delincuencia, la corrupción. Los mexicanos que hierven en esa sopa de la cual Reygadas nos proporciona grandes cucharones son los primeros que no querrían ver, y mucho menos padecer, esa turbia realidad.
Y aquí tenemos, mucho más allá del cine de denuncia social (denotativamente la hay) y más allá de las reglas universales del melodrama (que también están) tenemos un estimable film noir mexicano que ha levantado ampollas por todas partes, una truculenta historia de sexo, amor y muerte: Marcos es un mestizo que trabaja como chófer de Ana, la hija adolescente de un militar que se prostituye porque le gusta venderse al primero que quiera pagar por ella en un burdel fetén. Marcos y su esposa secuestran a un bebé para pedir rescate por él, pero el bebé muere accidentalmente, Marcos tiene miedo y su psique comienza a derrumbarse. Su complicidad con Ana pronto se convertirá en una turbia relación sexual que servirá como ligero calmante hasta que sobrevenga el trágico final para todos los implicados.
Batalla en el cielo es una cinta lenta y silenciosa, una película que intenta capturar a través de la cámara una visión urbana y contemporánea de ese "tempo" del indigenismo mexicano que Eisenstein intentó encontrar cuando rodó por estas tierras ¡Que viva México! Marcos y su esposa, negros y silenciosos, marginales y llenos de resquemor social, encarnan el alma de los desheredados que malviven por todas partes, y en la espléndida recreación que hace Reygadas radiografía con gran certeza la cochambre de la miseria con todos sus deseos reprimidos y ansias incontrolables de revancha, convenientemente reprimidos hasta que se disparan, entre los algodoncitos del autoritarismo patriótico o el dedazo divino: la virgen de Guadalupe, el culto a la bandera, la religión...
Batalla en el cielo es un retrato lírico y violento de una sociedad que tiene el lirismo a flor de piel, pero ahogado por una agresividad que de tan cotidiana ya parece innata a la vida.
Las escenas de sexo, ciertamente, podrían haber sido suprimidas porque no aportan nada al mensaje, pero en este caso lo coronan. La escena de amor entre Ana y su chófer, convenientemente magnificada por la banda sonora de tambores (Marcha procesional de Córdoba) sirven para realzar el contraste entre el mestizo gordo y la blanca adolescente hija de papá. Es, desde el punto de vista estético, una escena violenta porque abofetea nuestra infantil concepción del amor y del erotismo (una linda muchachita de piel blanca nunca se acostaría con un viejo verraco prieto). Pero más allá de esto, no se trata sólo de una disímil pareja, sino del encuentro entre dos clases sociales radicalmente opuestas y enfrentadas en una sociedad altamente jerarquizada. Es, desde este punto, una escena violenta a pesar de la delicadeza que Reygadas imprime a sus escenas sexuales, una delicadeza cruenta que en otro tiempo practicaron también Oshima o Pasolini. En aquel tiempo, como en el caso mismo de Carlos Reygadas, en medio de una encendida polémica. ¿Es Batalla en el cielo un clásico en ciernes? Eso sólo lo dirá el tiempo. Por lo pronto, es un film altamente defendible con enormes logros (un seductor manejo del ritmo que alterna imágenes sórdidas y estridentes con delicados paseos por los tejados o recreaciones detallistas) aunque con algunos problemas de dirección (el actor Marcos Hernández resulta a veces ininteligible) y de estructura dramática (la conclusión se alarga demasiado después del clímax). Una película que no es para todos los públicos y tampoco del todo original: se enmarca, ya lo he dicho antes, dentro de la línea perfectamente reconocible del tremendismo mexicano que cultivaron con buena fortuna González Dávila y otros.
Batalla en el cielo (2005). Dirección y guión: Carlos Reygadas. Fotografía: Diego Martínez Vignatti. Música: John Tavener. Montaje: Benjamin Mirguet, Adoración G. Elipe y Nicolás Schmerkin. Producción: Philippe Bober, Carlos Reygadas, Jaime Romandía y Susanne Marian. Interpretación: Marcos Hernández (Marcos), Anapola Mushkadiz (Ana), Berta Ruiz (Mujer de Marcos), David Bornstein (David), Rosalinda Ramírez (Viky), Juan Soria "El Abuelo" (Inspector de policía). 98 m. Coproducción entre México, Bélgica, Francia y Alemania. 98 min. (***, de 4).
Segunda película del mexicano Carlos Reygadas, levantó amplio revuelo en Cannes por sus escenas de sexo explícito, una felación con que el film se abre y se cierra, y sobre todo, una escena de cama entre el protagonista y su esposa, dos personas ampliamente entradas en años y en carnes que protagonizan una tórrida escena que a más de uno impulsará a dejar de mascar palomitas y volverse palomo volando del cine. Como siempre, la pregunta es: ¿merece la pena ver Batalla en el cielo por haber sido una película escandalosa? No. ¿Merece la pena ver Batalla en el cielo por ser una película con méritos cinematográficos? Mi respuesta, al menos, es rotundamente sí. Digamos que se trata de una historia de Partenio de Nicea a la mexicana, un relato empapado de un hondo pesimismo en la tradición mexicana que encarnó hasta su muerte el dramaturgo Jesús González Dávila, quien, como Reygadas ahora, supo construir impactantes objetos dramáticos llenos de una purulenta crítica social pero también de un lirismo exacerbado partiendo de los ingredientes más dramáticos (y, por tanto, cinematográficos) de la mancha de miseria que llega a todas partes. Es, por tanto, una película que se enmarca ya dentro de cierta tradición. Es la clase de cine que muchos mexicanos no querrán ver (como ya sucedió con De la calle, basada en la pieza teatral del ya mencionado González Dávila), pero también refleja el tormento de una cara del país que muchos no quieren ver y del que sólo pueden reconocer las consecuencias cuando éstas les afectan directamente: los secuestros, la delincuencia, la corrupción. Los mexicanos que hierven en esa sopa de la cual Reygadas nos proporciona grandes cucharones son los primeros que no querrían ver, y mucho menos padecer, esa turbia realidad.
Y aquí tenemos, mucho más allá del cine de denuncia social (denotativamente la hay) y más allá de las reglas universales del melodrama (que también están) tenemos un estimable film noir mexicano que ha levantado ampollas por todas partes, una truculenta historia de sexo, amor y muerte: Marcos es un mestizo que trabaja como chófer de Ana, la hija adolescente de un militar que se prostituye porque le gusta venderse al primero que quiera pagar por ella en un burdel fetén. Marcos y su esposa secuestran a un bebé para pedir rescate por él, pero el bebé muere accidentalmente, Marcos tiene miedo y su psique comienza a derrumbarse. Su complicidad con Ana pronto se convertirá en una turbia relación sexual que servirá como ligero calmante hasta que sobrevenga el trágico final para todos los implicados.
Batalla en el cielo es una cinta lenta y silenciosa, una película que intenta capturar a través de la cámara una visión urbana y contemporánea de ese "tempo" del indigenismo mexicano que Eisenstein intentó encontrar cuando rodó por estas tierras ¡Que viva México! Marcos y su esposa, negros y silenciosos, marginales y llenos de resquemor social, encarnan el alma de los desheredados que malviven por todas partes, y en la espléndida recreación que hace Reygadas radiografía con gran certeza la cochambre de la miseria con todos sus deseos reprimidos y ansias incontrolables de revancha, convenientemente reprimidos hasta que se disparan, entre los algodoncitos del autoritarismo patriótico o el dedazo divino: la virgen de Guadalupe, el culto a la bandera, la religión...
Batalla en el cielo es un retrato lírico y violento de una sociedad que tiene el lirismo a flor de piel, pero ahogado por una agresividad que de tan cotidiana ya parece innata a la vida.
Las escenas de sexo, ciertamente, podrían haber sido suprimidas porque no aportan nada al mensaje, pero en este caso lo coronan. La escena de amor entre Ana y su chófer, convenientemente magnificada por la banda sonora de tambores (Marcha procesional de Córdoba) sirven para realzar el contraste entre el mestizo gordo y la blanca adolescente hija de papá. Es, desde el punto de vista estético, una escena violenta porque abofetea nuestra infantil concepción del amor y del erotismo (una linda muchachita de piel blanca nunca se acostaría con un viejo verraco prieto). Pero más allá de esto, no se trata sólo de una disímil pareja, sino del encuentro entre dos clases sociales radicalmente opuestas y enfrentadas en una sociedad altamente jerarquizada. Es, desde este punto, una escena violenta a pesar de la delicadeza que Reygadas imprime a sus escenas sexuales, una delicadeza cruenta que en otro tiempo practicaron también Oshima o Pasolini. En aquel tiempo, como en el caso mismo de Carlos Reygadas, en medio de una encendida polémica. ¿Es Batalla en el cielo un clásico en ciernes? Eso sólo lo dirá el tiempo. Por lo pronto, es un film altamente defendible con enormes logros (un seductor manejo del ritmo que alterna imágenes sórdidas y estridentes con delicados paseos por los tejados o recreaciones detallistas) aunque con algunos problemas de dirección (el actor Marcos Hernández resulta a veces ininteligible) y de estructura dramática (la conclusión se alarga demasiado después del clímax). Una película que no es para todos los públicos y tampoco del todo original: se enmarca, ya lo he dicho antes, dentro de la línea perfectamente reconocible del tremendismo mexicano que cultivaron con buena fortuna González Dávila y otros.
Batalla en el cielo (2005). Dirección y guión: Carlos Reygadas. Fotografía: Diego Martínez Vignatti. Música: John Tavener. Montaje: Benjamin Mirguet, Adoración G. Elipe y Nicolás Schmerkin. Producción: Philippe Bober, Carlos Reygadas, Jaime Romandía y Susanne Marian. Interpretación: Marcos Hernández (Marcos), Anapola Mushkadiz (Ana), Berta Ruiz (Mujer de Marcos), David Bornstein (David), Rosalinda Ramírez (Viky), Juan Soria "El Abuelo" (Inspector de policía). 98 m. Coproducción entre México, Bélgica, Francia y Alemania. 98 min. (***, de 4).
jueves, noviembre 10, 2005
CALVIN Y LA EDUCACIÓN
Hacía mucho tiempo que deseaba compartir esta maravillosa tira de Calvin y Hobbes (clica sobre la imagen para ver a buen tamaño), una deliciosa serie de prensa norteamericana de los 90 que su autor, el gran Bill Watterson, sabiamente interrumpió para siempre en su mayor momento de esplendor y fama. No quiso convertir al sabio Hobbes (el tigrecito que en esta tira no aparece) en un Snoopy neopijo de la globalización mierdal. Hizo bien Watterson y se volvió grande, y como Quino con su Mafalda (mis alumnos de Latín hoy se entretenían a carcajadas, entre latinajo y latinajo, con un volumen de Mafalda y un par de Asterix traducidos al latín) supo cerrar el manantial a tiempo para convertir su serie en un mito con todo derecho. Yo fui uno de los primeros críticos en España en exaltar la grandeza de Calvin y Hobbes en Un año de tebeos, un anuario (¿de 1992?) que sacó Glénat en un tomo editado por Joan Navarro y coordinado por Tino Reguera. La eclosión del éxito y mito de Calvin y Hobbes llegó después a la piel de toro, cuando yo ya plisaba más bien la piel rezumante del agave. Y era más feliz.
Pero como tenía ganas de compartir con ustedes esta tira, aquí lo hago. Me identifico con las palabras de Calvin en la tecera viñeta. Al fin y al cabo, la única religión que profeso es la del hedonismo, y la práctica del placer sigue siendo más que recomendable (¡a veces hasta por los médicos!) para evitar toda clase de desgracias de salud en el futuro constructivista o post-boloniano. ¡Advertidos quedan, colegas de la vagándula tiza!
martes, noviembre 08, 2005
VÉRTIGO Y PASIÓN
Tras diversas interrupciones he concluido la lectura de este formidable ensayo del filósofo español Eugenio Trías sobre una de las grandes películas de la historia. En otra ocasión escribía aquí sobre otro valioso estudio. Sólo puedo acabar reconociendo que, a pesar de la multitud de veces que he visto Vértigo, lecturas como ésta me obligan a reconocer cuanto yo solito he conseguido aprehender de la complejidad de este rico film de Hitchcock, pero también mi gran limitación para haber llegado a profundidades más abismales. Desde su estreno en 1958, Vértigo no ha hecho sino crecer en el recuerdo de quienes pudieron verla en aquel tiempo. Como se sabe, Hitchcock la eligió para formar parte de una selección de sus filmes que consideraba adelantados a su tiempo y que, por tanto, debían ser reestrenados algunos años después de su fallecimiento para que continuaran dando dividendos a sus descendientes. Sabido es de todos que Hitch fue un hombre con un talento infinito, no sólo para el suspense, sino también para amasar dinero. Un hombre así no pudo resistirse a la tentación de seguir recogiendo millones después de muerto, y de causar expectación con cinco películas que nadie había podido ver en al menos quince años: Rope, The Man Who Knew Too Much, The Trouble With Harry, Vertigo y Rear Window. Cuando a mediados de los 80 se reestrenó aquel grupo de filmes que bajo el título genérico de Lo esencial de Hitchcock, el maestro debió de sonreír en su tumba al ver de nuevo las colas de espectadores expectantes ante las puertas de los cines. De entre todas ellas, Vértigo fue la que más me impactó, y lo sigue haciendo: cada vez que la veo, entro en ella con la misma veneración que si lo hiciera en una sagrada catedral incendiada de luz sobre la que se impusiera la música de un órgano que dulcifica las piedras de sus muros y aplasta a los hombres por el simple capricho de Dios.
La obra de Trías está dividida en dos grandes partes: La espiral de la pasión es un ensayo sobre las obsesiones temáticas en la obra de Hitchcock y, concretamente, en esta película, además de dar cuenta de los referentes del clasicismo occidental como Orfeo o Tristán e Isolda; la segunda parte titulada La película Vértigo es un análisis pormenorizado del film que Trías divide en cinco movimientos (yo la divido en cinco partes también, aunque no coincida del todo con Trías: un prólogo, una primer acto, una transición onírica, un segundo acto y un epílogo). El libro no tiene desperdicio para el estudioso cinematográfico o el fan fatal de Hitch. El ojo bien entrenado de un filósofo como Trías es capaz de diseccionar numerosos elementos, que a simple vista podrían pasar desapercibidos, hasta acabar por presentar el análisis de una película que al final de su lectura reivindica al film como lo que verdaderamente es: no sólo una de las cimas del cine como poesía en toda la historia del medio (que ya es decir mucho) sino como un ser orgánico absolutamente vivo que se agita y palpita desde su superficie (en Vistavisión y technicolor) hasta adentrarse en abismos del alma humana tan insondables. Abismos que, de haber sido tratados ensayísticamente en un film, éste se hubiera convertido en un plomo insufrible. La grandeza de Vértigo (como la de, quizá, toda gran obra de arte literaria) procede no de exponer una teoría o tesis sobre esos conflictos del amor y del deseo en el alma humana, sino de que sólo los atisba y los deja insinuados. De ahí la profunda liviandad de esta obra prodigiosa cuyas lecturas y niveles de interpretación siguen siendo prácticamente inagotables. Hitchcock fue, y esto es sabido de todos, un hombre que por medio de películas aparentemente intrascendentes o de entretenimiento, supo mejor que muchos profundizar en la angustia de una existencia atormentada por el deseo. Su gran tema de inspiración, su gran obsesión primordial.
Eugenio Trías, Vértigo y pasión. Editorial Taurus. Madrid, 1998.
La obra de Trías está dividida en dos grandes partes: La espiral de la pasión es un ensayo sobre las obsesiones temáticas en la obra de Hitchcock y, concretamente, en esta película, además de dar cuenta de los referentes del clasicismo occidental como Orfeo o Tristán e Isolda; la segunda parte titulada La película Vértigo es un análisis pormenorizado del film que Trías divide en cinco movimientos (yo la divido en cinco partes también, aunque no coincida del todo con Trías: un prólogo, una primer acto, una transición onírica, un segundo acto y un epílogo). El libro no tiene desperdicio para el estudioso cinematográfico o el fan fatal de Hitch. El ojo bien entrenado de un filósofo como Trías es capaz de diseccionar numerosos elementos, que a simple vista podrían pasar desapercibidos, hasta acabar por presentar el análisis de una película que al final de su lectura reivindica al film como lo que verdaderamente es: no sólo una de las cimas del cine como poesía en toda la historia del medio (que ya es decir mucho) sino como un ser orgánico absolutamente vivo que se agita y palpita desde su superficie (en Vistavisión y technicolor) hasta adentrarse en abismos del alma humana tan insondables. Abismos que, de haber sido tratados ensayísticamente en un film, éste se hubiera convertido en un plomo insufrible. La grandeza de Vértigo (como la de, quizá, toda gran obra de arte literaria) procede no de exponer una teoría o tesis sobre esos conflictos del amor y del deseo en el alma humana, sino de que sólo los atisba y los deja insinuados. De ahí la profunda liviandad de esta obra prodigiosa cuyas lecturas y niveles de interpretación siguen siendo prácticamente inagotables. Hitchcock fue, y esto es sabido de todos, un hombre que por medio de películas aparentemente intrascendentes o de entretenimiento, supo mejor que muchos profundizar en la angustia de una existencia atormentada por el deseo. Su gran tema de inspiración, su gran obsesión primordial.
Eugenio Trías, Vértigo y pasión. Editorial Taurus. Madrid, 1998.
domingo, noviembre 06, 2005
FLASH GORDON EN LA CIUDAD AMERICANA
Esta documentadísima obra es un detallado estudio sobre la influencia de la moderna arquitectura norteamericana -el skyline característico- en la ya clásica labor que Alex Raymond desarrollara para su Flash Gordon. Una serie que fue escrita por un artesano de los de antaño llamado Don Moore y que ha tolerado mal el paso del tiempo desde el punto de vista de sus guiones. Las viñetas de Raymond, por el contrario, lucen hoy tan hermosas como siempre, y mi historia favorita es la "proteica" En el reino de Tropica, donde Raymond cambió de registros varias veces, quizá, como señala el autor de esta obra, influido por la cada vez mayor responsabilidad del ayudante de Raymond, el "segundo autor", Austin Briggs, que tras la incorporación de Raymond al ejército acabaría la historia y se encargaría de la serie en sus tiras diarias.
Flash Gordon en la ciudad americana es una bonita edición en formato apaisado que uno puede colocar junto a la reedición que B realizara de esta clásica serie, allá por los 90. Está estructurada en tres partes, comenzando con un análisis de la paisajística urbana en el Flash de Raymond y dejando para la segunda y tercera partes una análisis del verdadero diseño urbano de las megápolis americanas, el que influyó lógicamente en el artista del cómic. Desde este punto de vista, no se entiende muy bien el orden de la presentación del trabajo: lo natural hubiera sido que, partiendo de las muchas fotos y el pormenorizado análisis de los modelos arquitectónicos reales, el análisis de la obra de Raymond hubiera aparecido al final como síntesis y ejemplificación de lo ya expuesto.
La obra viene lógicamente enriquecida por multitud de fotos y diseños de rascacielos y de viñetas del gran Raymond, además de contar con un documentado análisis, desde el punto de vista visual, de dos películas que marcaron época en cuanto a la visión de la imagen futurística de la ciudad del siglo XX: Metrópolis de Fritz Lang y Things To Come de Cameron Menzies.
El estilo académico de Pérez Carda no entusiasma durante su lectura, pero es un detalle insignificante frente a la gran información que expone y la multitud de inmejorables imágenes desplegada por sus páginas. Acaba por cansar el reiterado desdén con que Pérez Carda trata la imaginación raymondiana para la creación de ciudades: critica al artista por presentar como "constante elemento fundamental de la ciudad" al rascacielos, como representación "de progreso", y sobre todo, "de poder" (p. 35), incluso cuando la falta de terreno edificable no sea un problema en muchos de los paisajes fantásticos que inventaron Moore y Raymond. Sobran, a este respecto, insistentes comentarios del tipo "tal nivel de falta de reflexión" (p. 36) o el adverbio "burdamente" para la recreación de un castillo medieval que encarna el reino de Azura (p. 40). Raymond no pretendía sino una recreación, dentro de la cultura popular del cómic de prensa, del creciente milagro americano proyectado hacia el posible futuro de otro planeta (y la imagen del futuro se basa siempre en cuanto conocemos de nuestro presente). Por esto, a pesar de que Pérez Carda tiene razón en cuanto al fondo de cuanto afirma (Raymond no supo o no quiso recrear una arquitectura nueva para un planeta nuevo sin raíces grecolatinas ni medievales), chirría dentro de su discurso la infinita falta de ganas para ponderar los indudables méritos del artista norteamericano por encima de sus limitaciones, que en este caso de diseño arquitectónico y, en líneas generales, de oficio de demiurgo, bien pudieran ser imputables al guionista Don Moore. A pesar de todo, y sin lugar a dudas, una obra muy recomendable para los amantes del tebeo clásico americano, y en concreto, de los fans y estudiosos del Flash Gordon de Alex Raymond.
Teófilo Pérez Carda, Flash Gordon en la ciudad americana. 1890-1940. Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, 2004.
Flash Gordon en la ciudad americana es una bonita edición en formato apaisado que uno puede colocar junto a la reedición que B realizara de esta clásica serie, allá por los 90. Está estructurada en tres partes, comenzando con un análisis de la paisajística urbana en el Flash de Raymond y dejando para la segunda y tercera partes una análisis del verdadero diseño urbano de las megápolis americanas, el que influyó lógicamente en el artista del cómic. Desde este punto de vista, no se entiende muy bien el orden de la presentación del trabajo: lo natural hubiera sido que, partiendo de las muchas fotos y el pormenorizado análisis de los modelos arquitectónicos reales, el análisis de la obra de Raymond hubiera aparecido al final como síntesis y ejemplificación de lo ya expuesto.
La obra viene lógicamente enriquecida por multitud de fotos y diseños de rascacielos y de viñetas del gran Raymond, además de contar con un documentado análisis, desde el punto de vista visual, de dos películas que marcaron época en cuanto a la visión de la imagen futurística de la ciudad del siglo XX: Metrópolis de Fritz Lang y Things To Come de Cameron Menzies.
El estilo académico de Pérez Carda no entusiasma durante su lectura, pero es un detalle insignificante frente a la gran información que expone y la multitud de inmejorables imágenes desplegada por sus páginas. Acaba por cansar el reiterado desdén con que Pérez Carda trata la imaginación raymondiana para la creación de ciudades: critica al artista por presentar como "constante elemento fundamental de la ciudad" al rascacielos, como representación "de progreso", y sobre todo, "de poder" (p. 35), incluso cuando la falta de terreno edificable no sea un problema en muchos de los paisajes fantásticos que inventaron Moore y Raymond. Sobran, a este respecto, insistentes comentarios del tipo "tal nivel de falta de reflexión" (p. 36) o el adverbio "burdamente" para la recreación de un castillo medieval que encarna el reino de Azura (p. 40). Raymond no pretendía sino una recreación, dentro de la cultura popular del cómic de prensa, del creciente milagro americano proyectado hacia el posible futuro de otro planeta (y la imagen del futuro se basa siempre en cuanto conocemos de nuestro presente). Por esto, a pesar de que Pérez Carda tiene razón en cuanto al fondo de cuanto afirma (Raymond no supo o no quiso recrear una arquitectura nueva para un planeta nuevo sin raíces grecolatinas ni medievales), chirría dentro de su discurso la infinita falta de ganas para ponderar los indudables méritos del artista norteamericano por encima de sus limitaciones, que en este caso de diseño arquitectónico y, en líneas generales, de oficio de demiurgo, bien pudieran ser imputables al guionista Don Moore. A pesar de todo, y sin lugar a dudas, una obra muy recomendable para los amantes del tebeo clásico americano, y en concreto, de los fans y estudiosos del Flash Gordon de Alex Raymond.
Teófilo Pérez Carda, Flash Gordon en la ciudad americana. 1890-1940. Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, 2004.
miércoles, noviembre 02, 2005
UNA PORTADA DE GALLARDO
Rebuscando entre mis papelotes en Murcia, durante el pasado mes, hallé esta bonita portada de Gallardo para el suplemento dominical Gente (ignoro de qué cadena de diarios). Como veis, se publicó en 1989. El País acababa de editar su coleccionable dominical Cómics clásicos y modernos, y otros suplementos quisieron unirse al tirón de las pequeñas historias de los tebeos. La portada la he escaneado para compartirla con determinado grupo de irredentos defensores de cierto paladín español, entre los que me cuento. Gallardo, con Mediavilla a los guiones, fue punta de lanza de aquella revolución de los cómics españoles que constituyó la gran revista El Víbora en la década de los 80. O tempora, o mores! Aquellos tiempos críticos y feroces no volverán. Quizá no haga falta, pero se echa en falta aquella furiosa visceralidad. Por cierto (pregunta para comiqueros españoles), ¿sabríais reconocer a todos los personajes a quienes recrea Gallardo en esta portada? Clica sobre la foto para ver a buen tamaño.
martes, noviembre 01, 2005
DÍA DE MUERTOS
Mañana (en realidad, dentro de una hora visitaremos la medianoche) es día de muertos en México. Lo que cuentan las guías turísticas es rigurosamente cierto: se levantan altares funerarios en las casas, en los colegios, en las oficinas, en las cantinas, en los grandes almacenes, en los baños públicos... Las almas en pena vagan por México y exigen atención. Los espíritus noctívagos se rebelan y asoman su rostro monstruoso para caminar por las calles profiriendo alaridos... Como dijo el poeta: ¡Sólo una vez al año los muertos viven un día! Dentro de poco, los descarnados vendrán a tocar a mi puerta exigiendo que les entregue las ofrendas rituales que les corresponden: pan de muerto, huesos de monja, calaveritas dulces... ¡No les va a gustar nada que sólo tenga latas de fabada asturiana para agasajarles!
Durante varios días hay signos que presagian esta cita con los lémures, pues comienzan a suceder extraños acontecimientos... Los objetos modifican su emplazamiento y los retratos de los antepasados cantan sin karaoke; la cama se eleva tres palmos del suelo sin que tengas que cambalachear a tu esposa por Mary Poppins; rostros se dibujan en los vidrios de las ventanas y un vaho de ultratumba permanecerá adherido a ellos durante meses... Yo mismo, ayer por la tarde, tras un esfuerzo que me dejó extenuado, conseguí encontrar la horrible faz de una presencia indescriptible que quizá quiso aparecerse, al menos por un instante putrefacto, junto a sus amados tebeos en la lejana Murcia. ¡Pobre diablo! ¡Criatura digna de lástima! Os ruego una oración por su alma, sin duda condenada.
Durante varios días hay signos que presagian esta cita con los lémures, pues comienzan a suceder extraños acontecimientos... Los objetos modifican su emplazamiento y los retratos de los antepasados cantan sin karaoke; la cama se eleva tres palmos del suelo sin que tengas que cambalachear a tu esposa por Mary Poppins; rostros se dibujan en los vidrios de las ventanas y un vaho de ultratumba permanecerá adherido a ellos durante meses... Yo mismo, ayer por la tarde, tras un esfuerzo que me dejó extenuado, conseguí encontrar la horrible faz de una presencia indescriptible que quizá quiso aparecerse, al menos por un instante putrefacto, junto a sus amados tebeos en la lejana Murcia. ¡Pobre diablo! ¡Criatura digna de lástima! Os ruego una oración por su alma, sin duda condenada.
lunes, octubre 31, 2005
AQUELLA MORIBUNDIA VENECIANA
Esta película continúa siendo venenosamente hermosa. Estrenada en 1971, no ha perdido un ápice de su belleza. Vista hoy, Muerte en Venecia se reivindica como una de las piezas más bellas de la historia del cine en el último medio siglo, y quizá en el siglo entero. Resulta de la intersección de tres genios: Mann ofreció la breve novela, llena de pecados reprimidos; Visconti puso a su servicio una operística puesta en escena donde todo ocurre a gritos de miradas en medio de un silencio ensordecerdor; en último lugar está la música de Gustav Mahler, cuyo adagietto eligió Visconti con tan poca inocencia para esta tragedia, que en el fondo es una tragedia mínima. Tres talentos combinados elevaron al rango de lo sublime cuanto definió con razonamiento wisconsiniano uno de los productores americanos del film durante su estreno en Londres: "Lo que no entiendo es cómo la reina de Inglaterra puede traer a su hija a ver una película sobre un viejo corriendo detrás del culo de un chiquillo" (Dirk Bogarde, Un hombre ordenado. Espasa Calpe. Madrid, 1985, p. 89).
Antes de revisitar la película leí por primera vez la nouvelle de Mann. Precisa y sutil, graciosa y discreta. Las digresiones platonianas fueron recreadas por Visconti mediante flashbacks donde se desarrolla la exposición del único personaje a quien la película permite una exposición de su pasado: el compositor Aschenbach (literato en la novela, inmenso Dirk Bogarde en la pantalla). Son, quizá, el elemento repetitivo más discutible del film, que adolece de cierta presencia por calzador en una película casi perfecta. Leída la novela por fin, creo que nadie discutirá que la película desborda, rellena y perfecciona el delicuescente amor otoñal de Aschenbach. Pocas veces puede decirse que la obra de un genio del cine supera la obra de un genio de la literatura al tomarla como modelo de transición hacia otra clase de estética sublime. Muerte en Venecia, de Visconti-Mann-Mahler es un ejemplo de que el cine puede dar la razón a esos fatuos que insisten en la simpleza de que una imagen vale más que mil palabras.
Antes de revisitar la película leí por primera vez la nouvelle de Mann. Precisa y sutil, graciosa y discreta. Las digresiones platonianas fueron recreadas por Visconti mediante flashbacks donde se desarrolla la exposición del único personaje a quien la película permite una exposición de su pasado: el compositor Aschenbach (literato en la novela, inmenso Dirk Bogarde en la pantalla). Son, quizá, el elemento repetitivo más discutible del film, que adolece de cierta presencia por calzador en una película casi perfecta. Leída la novela por fin, creo que nadie discutirá que la película desborda, rellena y perfecciona el delicuescente amor otoñal de Aschenbach. Pocas veces puede decirse que la obra de un genio del cine supera la obra de un genio de la literatura al tomarla como modelo de transición hacia otra clase de estética sublime. Muerte en Venecia, de Visconti-Mann-Mahler es un ejemplo de que el cine puede dar la razón a esos fatuos que insisten en la simpleza de que una imagen vale más que mil palabras.
sábado, octubre 29, 2005
LAS HERMANAS COLORADAS
Llevaba muchos años detrás de leer alguna de las novelas protagonizadas por Plinio (ni el Viejo ni el Joven, el de Tomelloso) desde que en mi tierna y sangrienta adolescencia leí El reinado de Witiza. Cayó en mis manos en edición chafiñol de El Mundo (sólo un luro en el rastrillo frente al Café Bar Ítaca de Murcia) Las hermanas coloradas, y recuperándome como estaba de mi tesiza me la llevé a compartir los whiskies y los cigarrillos en el Itaca.
Plinio fue la gran creación de Francisco García Pavón (1919) que en 1965 inauguró por todo lo alto, mas sin el restallar de botellas de cava champlán, el género policiaco autóctono en España. Digo por todo lo alto porque antes hubo cuentos (protagonizados por el mismo Plinio en los primeros años 50) y mucha novela popular, pero sobre todo, la imprescindible El inocente, novela fundacional de Mario Lacruz que no cuajó más allá del ejemplo puntual de su publicación. La novela policiaca española de verdad, la serie de personajes fijos, la fundó García Pavón con Plinio, jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que con Los carros vacíos presentó en la alta sociedad literaria de la época a este poli de pueblo, casado y con hija, cuyo doctor Watson es un veterinario muy majo que responde por Don Lotario. Además de algunas recopilaciones de cuentos, a esta primera novela siguieron otras hasta cerrar el ciclo en 1981 con El hospital de los dormidos.
En Las hermanas coloradas, Plinio y el simpático don Lotario son invitados a acudir a Madrid para investigar la desaparición de dos ancianitas de su mismo pueblo, dos mujercitas de costumbres regulares y poco estridentes que un día se disuelven dentro de la geografía de Madrid como par de azucarillos en café con leche. El bueno de Plinio desvelará remotas historias de antiguos amores y frustraciones con el telón de fondo de la represión franquista de un régimen que, en los últimos años 60, ya empezaba a apestar a muerto y nadie podía imaginar un Cuéntame cómo pasó que le sacara pringue de royalties. Ganadora del Premio Nadal en 1970, Las hermanas coloradas es una gozosa mezcla de Simenon y película sesentera de Alfredo Landa, una deliciosa obra llena de ecos transpirenáicos de novela culta puesta al servicio de los paletos más geniales y entrañables de la historia de la novela criminal ibérica. Una gozada absoluta que invita a seguir buscando a Plinio por los anaqueles de las librerías de viejo y nuevo, y a trepar por la cuesta de Moyano como cabra tras el más verde pasto. Y sobre todo, formidablemente escrita. Ya quisiera este gracejo James Ellroy, un señor que en su vida ha oído hablar de oraciones subordinadas (hay que decir que su cuenta corriente no llora por ello).
Plinio fue la gran creación de Francisco García Pavón (1919) que en 1965 inauguró por todo lo alto, mas sin el restallar de botellas de cava champlán, el género policiaco autóctono en España. Digo por todo lo alto porque antes hubo cuentos (protagonizados por el mismo Plinio en los primeros años 50) y mucha novela popular, pero sobre todo, la imprescindible El inocente, novela fundacional de Mario Lacruz que no cuajó más allá del ejemplo puntual de su publicación. La novela policiaca española de verdad, la serie de personajes fijos, la fundó García Pavón con Plinio, jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que con Los carros vacíos presentó en la alta sociedad literaria de la época a este poli de pueblo, casado y con hija, cuyo doctor Watson es un veterinario muy majo que responde por Don Lotario. Además de algunas recopilaciones de cuentos, a esta primera novela siguieron otras hasta cerrar el ciclo en 1981 con El hospital de los dormidos.
En Las hermanas coloradas, Plinio y el simpático don Lotario son invitados a acudir a Madrid para investigar la desaparición de dos ancianitas de su mismo pueblo, dos mujercitas de costumbres regulares y poco estridentes que un día se disuelven dentro de la geografía de Madrid como par de azucarillos en café con leche. El bueno de Plinio desvelará remotas historias de antiguos amores y frustraciones con el telón de fondo de la represión franquista de un régimen que, en los últimos años 60, ya empezaba a apestar a muerto y nadie podía imaginar un Cuéntame cómo pasó que le sacara pringue de royalties. Ganadora del Premio Nadal en 1970, Las hermanas coloradas es una gozosa mezcla de Simenon y película sesentera de Alfredo Landa, una deliciosa obra llena de ecos transpirenáicos de novela culta puesta al servicio de los paletos más geniales y entrañables de la historia de la novela criminal ibérica. Una gozada absoluta que invita a seguir buscando a Plinio por los anaqueles de las librerías de viejo y nuevo, y a trepar por la cuesta de Moyano como cabra tras el más verde pasto. Y sobre todo, formidablemente escrita. Ya quisiera este gracejo James Ellroy, un señor que en su vida ha oído hablar de oraciones subordinadas (hay que decir que su cuenta corriente no llora por ello).
martes, octubre 25, 2005
THE CORPSE BRIDE (2005)
Hoy me he acercado a uno de los cines de Juaritos para ver The Corpse Bride, segunda película animada de ese niño diabólico y travieso que es Tim Burton. Muchos se rasgaron las vestiduras cuando, recién concluido el primer o segundo Batman (mejor el segundo que el primero, en mi opinión) los de Cahiers du Cinema le ascendieron a la categoría de los auteurs americaines. El film Ed Wood mediante (obra maestra) y otras películas después, el tiempo ha concedido la razón a quienes siempre vieron en Burton uno de los artistas más singulares del cinema usaca y uno de las referencias imprescindibles del mismo en estos tiempos de cólera bélica y azucarillos mediáticos.
No soy la persona más adecuada para juzgar este film, ya que no soy un habitual del cine de animación. A pesar de mi afición por los cómics, no soy aficionado al animé, ni a los dibujos animados ni al cine de animación, ya sea con pretensiones artísticas o sin ellas. No porque lo infravalore, sino porque no, porque el diablo no tocó a esa puerta y tocó a otras. No soy la persona más adecuada para juzgar este film porque lo ignoro en su contexto: no sé qué aporta dentro de la tradición que llega hasta ahora mismo, y no sé hasta qué punto es genial, o no lo es, comparado con, pongamos por caso, Los increíbles o Pocahontas. Como no soy la persona más adecuado para juzgarla, voy a decir poco más del hecho de que me ha gustado.
Tenía ganas de ver un film de Burton (en esta ocasión, codirigido con Mike Johnson). Suelo esperar de él una confusión bien equilibrada de temas góticos hábilmente reelaborados entre los miedos de la infancia y las agónicas nostalgias sombrías de la madurez. En este caso nos presenta una bellísima historia de dibujos animados o de marionetas (no sé si llamarla así, mucho ha llovido desde que yo veía Los Picapiedra hasta ahora, y a mí toda la evolución me ha pasado de noche), basada en un antiguo cuento popular, tan bello que uno lamenta profundamente que Burton haya decidido rodarlo aquí, y no como una película con actores de carne y hueso y una maduración dramática más elaborada, que en sus manos hubiera podido dar una gran película romántica en la estela de Jennie, Sueño de amor eterno, o incluso, por qué no, Somewhere in Time. Porque claro, The Corpse Bride es una película para niños, ideal para este Halloween, pero para niños al fin y al cabo con todas sus concesiones y limitantes. Fantástica recreación de un mundo provinciano y crepuscular, completamente angustioso, la mayor gracia reside en presentar el mundo de los vivos como gris y decadente, mientras que su visión del más allá resulta ser festiva y colorida. A ese colorido contribuyó, no por azar, la evocación que del mexicano dibujante de calaveras festivas, José Guadalupe Posada, hicieron los diseñadores de todos los personajes, dirigidos por el español Carlos Grangel. Grangel y su equipo, bajo las instrucciones de Burton, han levantado un mundo de personajes animados impecable donde, curiosamente, el alegre mundo de los muertos recuerda enormemente toda la iconografía mexicana al respecto, y el mundo de los vivos parece el de la gris y puritana América contemporánea de Bush. Más allá de cualquier fantasía al respecto sobre las siempre forzadas y tirantes relaciones entre estos dos grandes países, y mucho más allá de cualquier lectura sociopolítica al respecto, The Corpse Bride es un film que merece la pena por su poesía inocente y su estética romántica, la historia de una muerta enamorada de un vivo perdido y desvalido que acaba por descender al Hades por el error de haber desposado, sin saberlo, al fantasma de una novia asesinada casi ante el altar que acabará por transformarse en mariposas que vuelan hacia su añorada luna del mundo de los vivos. El tema de los vivos que regresan del mundo de los muertos es viejo como el hombre, y hasta Burton se permite de manera genial e casi imperceptible un emotivo y contundente homenaje a la separación final de Orfeo y Eurídice narrada por Ovidio en sus Metamorfosis. Pero al revés: en The Corpse Bride, Orfeo será ella, rebajándose a descender al mundo de los vivos para conseguir su amor.
Divertida y emotiva de principio a fin, quizá la única falla (o mayor acierto) de esta película estribe en el carácter infantil o adolescente del mismo público al que va dirigida. Quizá esto no sea un defecto en sí mismo, pero, como he dicho antes, no soy el más adecuado para juzgar esta película en su contexto. Más información, de mayor utilidad que la aquí expuesta y con una buena sinopsis de la trama argumental, la podréis encontrar clicando aquí mismo.
No soy la persona más adecuada para juzgar este film, ya que no soy un habitual del cine de animación. A pesar de mi afición por los cómics, no soy aficionado al animé, ni a los dibujos animados ni al cine de animación, ya sea con pretensiones artísticas o sin ellas. No porque lo infravalore, sino porque no, porque el diablo no tocó a esa puerta y tocó a otras. No soy la persona más adecuada para juzgar este film porque lo ignoro en su contexto: no sé qué aporta dentro de la tradición que llega hasta ahora mismo, y no sé hasta qué punto es genial, o no lo es, comparado con, pongamos por caso, Los increíbles o Pocahontas. Como no soy la persona más adecuado para juzgarla, voy a decir poco más del hecho de que me ha gustado.
Tenía ganas de ver un film de Burton (en esta ocasión, codirigido con Mike Johnson). Suelo esperar de él una confusión bien equilibrada de temas góticos hábilmente reelaborados entre los miedos de la infancia y las agónicas nostalgias sombrías de la madurez. En este caso nos presenta una bellísima historia de dibujos animados o de marionetas (no sé si llamarla así, mucho ha llovido desde que yo veía Los Picapiedra hasta ahora, y a mí toda la evolución me ha pasado de noche), basada en un antiguo cuento popular, tan bello que uno lamenta profundamente que Burton haya decidido rodarlo aquí, y no como una película con actores de carne y hueso y una maduración dramática más elaborada, que en sus manos hubiera podido dar una gran película romántica en la estela de Jennie, Sueño de amor eterno, o incluso, por qué no, Somewhere in Time. Porque claro, The Corpse Bride es una película para niños, ideal para este Halloween, pero para niños al fin y al cabo con todas sus concesiones y limitantes. Fantástica recreación de un mundo provinciano y crepuscular, completamente angustioso, la mayor gracia reside en presentar el mundo de los vivos como gris y decadente, mientras que su visión del más allá resulta ser festiva y colorida. A ese colorido contribuyó, no por azar, la evocación que del mexicano dibujante de calaveras festivas, José Guadalupe Posada, hicieron los diseñadores de todos los personajes, dirigidos por el español Carlos Grangel. Grangel y su equipo, bajo las instrucciones de Burton, han levantado un mundo de personajes animados impecable donde, curiosamente, el alegre mundo de los muertos recuerda enormemente toda la iconografía mexicana al respecto, y el mundo de los vivos parece el de la gris y puritana América contemporánea de Bush. Más allá de cualquier fantasía al respecto sobre las siempre forzadas y tirantes relaciones entre estos dos grandes países, y mucho más allá de cualquier lectura sociopolítica al respecto, The Corpse Bride es un film que merece la pena por su poesía inocente y su estética romántica, la historia de una muerta enamorada de un vivo perdido y desvalido que acaba por descender al Hades por el error de haber desposado, sin saberlo, al fantasma de una novia asesinada casi ante el altar que acabará por transformarse en mariposas que vuelan hacia su añorada luna del mundo de los vivos. El tema de los vivos que regresan del mundo de los muertos es viejo como el hombre, y hasta Burton se permite de manera genial e casi imperceptible un emotivo y contundente homenaje a la separación final de Orfeo y Eurídice narrada por Ovidio en sus Metamorfosis. Pero al revés: en The Corpse Bride, Orfeo será ella, rebajándose a descender al mundo de los vivos para conseguir su amor.
Divertida y emotiva de principio a fin, quizá la única falla (o mayor acierto) de esta película estribe en el carácter infantil o adolescente del mismo público al que va dirigida. Quizá esto no sea un defecto en sí mismo, pero, como he dicho antes, no soy el más adecuado para juzgar esta película en su contexto. Más información, de mayor utilidad que la aquí expuesta y con una buena sinopsis de la trama argumental, la podréis encontrar clicando aquí mismo.
viernes, octubre 21, 2005
EL HUNDIMIENTO (2004)
El Hundimiento (Der Untergang, 2004) o La caída (ambas títulos ha recibido en España y América Latina) es una de las películas alemanas más valientes de los últimos años, y en sí misma resulta ser, más allá de las fronteras del país germano, una asombrosa experiencia de recreación que introduce al espectador en un escenario claustrofóbico y atroz: el del bunker donde Adolf Hitler se refugió durante los últimos días de su existencia rodeado de fieles que le acompañaron hasta la muerte, y en muchos casos, en la muerte misma. La película está basada en la obra de Joachim Fest que le dio título (El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich), pero también en un imprescindible documento para conocer la memoria de los últimos días del dictador: Hasta el último momento, de Traudl Junge y Melissa Müller. Traudl Junge fue la última secretaria de Hitler, y desde su protagonismo privilegiado está narrado este film de Olivier Hirschbiegel, film que, como es natural, suscitó en Alemania una enorme polémica al revisar por primera vez y de forma descarnada el fin de la pesadilla que el nazismo encarnó, no sólo para los judíos, sino también para buena parte de los alemanes.
El gran mérito de El hundimiento es afrontar un retrato de Hitler que no se deje arrastrar por la facilidad de los tópicos más feroces: por primera vez no se recrea ante nuestros ojos ese Hitler satánico salido de las más maniqueas páginas de un tebeo de El Capitán América, sino la figura del Hitler hombre con todas sus miserias, que fueron muchas en los momentos finales del derrumbamiento de su Reich. El film es, desde este punto de vista, valientemente neutral: no critica, pero tampoco defiende ni disculpa. Quizá fue esta frialdad moral la que le hizo perder el Oscar de Hollywood este año frente a la española Mar adentro. Sin embargo, el dorado changuito cirquero hollywoodense no era más importante que la sabia frialdad casi documental de este poderoso ejercicio de claustrofobia y descomposición diestramente sostenido por Hirschbiegel durante 150 minutos desde el punto de vista narrativo; y desde el punto de vista actoral, por un formidable Bruno Ganz reencarnado en Hitler (el mejor Führer de la historia del cine), pero también por un estupendo plantel de actores donde destaca la dulce serenidad de Alexandra Maria Lara en el papel de la secretaria Traudl Junge.
Sin embargo, es esta objetividad del punto de vista donde la película encuentra también su mayor problema: el excesivo documentalismo resta pasión y fuerza al conjunto general, y la verdadera protagonista de la historia (Traudl Junge) a veces parece difuminarse entre tanto personaje histórico. Su función de héroe medio al estilo de Luckacs, ese personaje que representa a los espectadores y con quien los espectadores tienden a identificarse en el cine histórico (o como lectores en la novela histórica) se pierde y desdibuja con frecuencia, perdiendo por tanto su carácter de verdadero protagonista del film: es ella, al fin y al cabo, quien estuvo allí y sobrevivió para contarlo, y la película le pertenecía. Es esta grave falla de estructura dramática la que nos obliga a ver esta película un poco "desde afuera", lo cual deja a El hundimiento más cerca de las obras conseguidas y meritorias que de las obras conmovedoras y maestras.
El hundimiento (Der Untergang, 2004). Dirección de Olivier Hirschbiegel. Guión Bernd Eichinger basado en el libro "El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich" de Joachim Fest; y en el libro "Hasta el último momento: La secretaria de Hitler cuenta su vida" de Traudl Junge y Melissa Müller. Fotografía de Rainer Klausmann. Montaje de Hans Funck. Música de Stephan Zacharias. Producción: Bernd Eichinger. Diseño de producción: Bernd Lepel. Vestuario: Claudia Bobsin.
Intérpretes: Bruno Ganz (Adolf Hitler), Alexandra Maria Lara (Traudl Junge), Corinna Harfouch (Magda Goebbels), Ulrich Matthes (Joseph Goebbels), Juliane Köhler (Eva Braun), Heino Ferch (Albert Speer), Christian Berkel (Schenck), Matthias Habich (Werner Haase), Thomas Kretschmann (Hermann Fegelein), Ulrich Noethen (Heinrich Himmler). Alemania. Color. 150 minutos. (***, de 4)
El gran mérito de El hundimiento es afrontar un retrato de Hitler que no se deje arrastrar por la facilidad de los tópicos más feroces: por primera vez no se recrea ante nuestros ojos ese Hitler satánico salido de las más maniqueas páginas de un tebeo de El Capitán América, sino la figura del Hitler hombre con todas sus miserias, que fueron muchas en los momentos finales del derrumbamiento de su Reich. El film es, desde este punto de vista, valientemente neutral: no critica, pero tampoco defiende ni disculpa. Quizá fue esta frialdad moral la que le hizo perder el Oscar de Hollywood este año frente a la española Mar adentro. Sin embargo, el dorado changuito cirquero hollywoodense no era más importante que la sabia frialdad casi documental de este poderoso ejercicio de claustrofobia y descomposición diestramente sostenido por Hirschbiegel durante 150 minutos desde el punto de vista narrativo; y desde el punto de vista actoral, por un formidable Bruno Ganz reencarnado en Hitler (el mejor Führer de la historia del cine), pero también por un estupendo plantel de actores donde destaca la dulce serenidad de Alexandra Maria Lara en el papel de la secretaria Traudl Junge.
Sin embargo, es esta objetividad del punto de vista donde la película encuentra también su mayor problema: el excesivo documentalismo resta pasión y fuerza al conjunto general, y la verdadera protagonista de la historia (Traudl Junge) a veces parece difuminarse entre tanto personaje histórico. Su función de héroe medio al estilo de Luckacs, ese personaje que representa a los espectadores y con quien los espectadores tienden a identificarse en el cine histórico (o como lectores en la novela histórica) se pierde y desdibuja con frecuencia, perdiendo por tanto su carácter de verdadero protagonista del film: es ella, al fin y al cabo, quien estuvo allí y sobrevivió para contarlo, y la película le pertenecía. Es esta grave falla de estructura dramática la que nos obliga a ver esta película un poco "desde afuera", lo cual deja a El hundimiento más cerca de las obras conseguidas y meritorias que de las obras conmovedoras y maestras.
El hundimiento (Der Untergang, 2004). Dirección de Olivier Hirschbiegel. Guión Bernd Eichinger basado en el libro "El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich" de Joachim Fest; y en el libro "Hasta el último momento: La secretaria de Hitler cuenta su vida" de Traudl Junge y Melissa Müller. Fotografía de Rainer Klausmann. Montaje de Hans Funck. Música de Stephan Zacharias. Producción: Bernd Eichinger. Diseño de producción: Bernd Lepel. Vestuario: Claudia Bobsin.
Intérpretes: Bruno Ganz (Adolf Hitler), Alexandra Maria Lara (Traudl Junge), Corinna Harfouch (Magda Goebbels), Ulrich Matthes (Joseph Goebbels), Juliane Köhler (Eva Braun), Heino Ferch (Albert Speer), Christian Berkel (Schenck), Matthias Habich (Werner Haase), Thomas Kretschmann (Hermann Fegelein), Ulrich Noethen (Heinrich Himmler). Alemania. Color. 150 minutos. (***, de 4)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)